THE OBJECTIVE
Joaquín Leguina

Hablemos de otra cosa

«Conocí a Jorge Semprún en 1966. Me impresionó la simpatía, el sentido del humor y la sabiduría cultural y política de aquel español de pura cepa»

Opinión
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Hablemos de otra cosa

Ilustración de Erich Gordon.

La carga y recarga que han traído consigo las elecciones del pasado 28 de mayo y la convocatoria sanchista para el 23 de julio han llenado de política a los medios y a quienes en ellos participamos. Así para escapar de esa avalancha me ha parecido conveniente cambiar el objetivo y escribir hoy de otro asunto o, por mejor decir, de otra persona cuyo aniversario desde el nacimiento llegaría en este año al número 100. Se trata de Jorge Semprún Maura, nacido en Madrid en 1923 y español de pura cepa, cuya obra literaria se desarrolló con gran éxito en Francia.

Semprún era, como se decía entonces, de muy buena familia. Su madre, Susana Maura Gamazo, era hija de Antonio Maura, pero se suele olvidar de dónde procedía su padre, José María Semprún Gurrea. Recordémoslo aquí: era profesor y jurista, gobernador civil al comienzo de la República. Por la rama paterna era sobrino-nieto del que fuera alcalde de Madrid y Valladolid Manuel de Semprún y Pombo, del que fuera senador del reino José María de Semprún y Pombo y de la hermana de los anteriores, Clotilde de Semprún y Pombo (condesa de Cabarrús y vizcondesa de Rambouillet). También era primo segundo de Carmen Maura Arenzana, madre de la actriz Carmen Maura.

La madre de Jorge Semprún murió en 1932 y el padre se volvió a casar con la asistente alemana que les enseñaba aquel idioma a sus hijos. Cuando estalló la guerra civil, la familia se exilió en París y luego en La Haya, donde el padre había sido nombrado embajador de la República. Jorge estudió el bachillerato en París y tras la caída de París en poder de los nazis se hizo comunista (1942) y resistente. En 1943 fue detenido, torturado y enviado al campo de concentración de Buchenwald, donde sobrevivió gracias a sus conocimientos de alemán y a camaradas comunistas que lo protegieron. Tenía 20 años cuando entró en el campo.

«En cualquier caso, fue en Buchenwald, entre los comunistas españoles de Buchenwald, donde se forjó esa idea de mí mismo que me condujo más tarde a la clandestinidad antifranquista», escribió Semprún en Viviré con su nombre, morirá con el mío.

«Estando en la cúpula del PCE, las diferencias entre Fernando Claudín y él frente a Carrillo les llevaron a la expulsión en 1965»

Buchenwald está al lado de Weimar, bajo las colinas de Ettersberg donde Goethe y Eckermann tanto habían conversado. Weimar dio nombre a la Constitución y a la República alemana de entreguerras, y fue destruida por los nazis tras su llegada al Gobierno en 1933.

De vuelta en Francia, en 1945 empezó a trabajar allí para la UNESCO y en 1952 comenzó a trabajar en exclusiva para el PCE volviendo clandestinamente a España. El nombre que usó aquí fue Federico Sánchez. Estando en la cúpula del PCE, las diferencias entre Fernando Claudín y él frente a Santiago Carrillo les llevaron a la expulsión en 1965.

Poco tiempo después, en 1966, fue cuando lo conocí, en el comité de redacción del Cuadernos de Ruedo Ibérico, en la rue Aubriot de París. En aquel comité me había metido el editor valenciano —y gran persona— José Martínez, alma mater de aquella editorial y de aquella revista en la cual entramos a colaborar unos cuantos jóvenes becarios españoles, entre ellos Ignacio Quintana, Carlos Romero, Manuel Castells…

Me impresionó la simpatía, el sentido del humor y la sabiduría cultural y política de aquel español del cual había leído ya El largo viaje y El desvanecimiento. También había visto en un cine parisino La guerra ha terminado, de Alain Resnais, protagonizada por Ives Montand. Semprún y Montand acabaron siendo grandes amigos.

Mi admiración y afecto siguieron vivos en la lejanía hasta que volvió a España como Ministro de Cultura y retomé aquella relación con gran placer. Espero que haya sido mutuo.

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