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Cultura

'El Jueves': del humor corrosivo a la corrección política

José Luis Martín relata en ‘Desmemorias de una revista satírica’ la historia del semanario del que fue coeditor

‘El Jueves’: del humor corrosivo a la corrección política

Ejemplar de la revista 'El Jueves'. | Creative Commons

En 2013 El Jueves superó en números publicados a La Codorniz, la decana y hasta entonces más longeva revista de humor española. Cuenta José Luis Martín (Barcelona, 1953), uno de sus fundadores, que «nosotros, que habíamos oído un millón de veces lo de que La Codorniz SÍ era humor inteligente, dicho en tono ligeramente despectivo, pues nos hizo gracia, podéis llamarnos resentidos». Lo relata en Desmemorias de una revista satírica (Libros Cúpula), un volumen de lectura muy amena, en el que repasa, en una sucesión de capítulos muy breves, la historia y el anecdotario del semanario del que fue coeditor muchos años y asiduo colaborador. 

Confieso que nunca he sido un entusiasta de los chistes tendentes a la brocha gorda de El Jueves, pero al mismo tiempo diría que pocas publicaciones explican mejor los cambios sociológicos que se han ido produciendo en España desde la transición hasta la actualidad. La puso en marcha en 1977 el editor barcelonés José Ilario, que ya tenía experiencia en este terreno, porque había sacado antes Barrabás (dedicada al humor futbolero y fundada en 1972) y Por Favor (nacida en 1974, dedicada al humor político y que contaba entre sus colaboradores con Manuel Vázquez Montalbán, Maruja Torres, Fernando Savater, Amando de Miguel y Juan Marsé). La lista de revistas satíricas hechas desde Barcelona en los años del tardofranquismo y la transición se completa con El Papus (fundada en 1973, con una estética cutre y un tono desacomplejadamente chabacano, que en 1977 sufrió un atentado con bomba de la ultraderecha en el que murió el conserje del edificio). En Madrid, los aires renovadores los representaba Hermano Lobo, fundada en 1972, con Chumy Chúmez al frente y que llevaba como subtítulo: «Semanario de humor dentro de lo que cabe»). 

Todas ellas estaban, en mayor o menor medida, inspiradas en la sátira irreverente de dos cabeceras míticas de los contraculturales años sesenta y setenta: la francesa Hara-Kiri, que nació en 1960 (su heredera directa fue Charlie Hebdo), y la estadounidense National Lampoon, que arrancó en 1970. Esta última tuvo tanto éxito que montaron una productora que financió la celebérrima comedia con John Belushi Desmadre a la americana, cuyo título original era National Lampoon’s Animal House. Con algunos matices diferenciales, ambas publicaciones apostaban por la provocación, siempre al límite de lo permitido (tanto por la ley como por el buen gusto) y tenían una especial querencia por la política y el sexo. En la España de los setenta, estos dos asuntos eran más explosivos si cabe: en lo político el país salía de una dictadura y vivía los inciertos primeros pasos de la democracia, y en cuanto al sexo estamos hablando de los años del destape, en los que los quioscos se llenaron de mujeres desnudas. Por cierto, otro semanario de la época que mezcló sexo y política, aunque sin humor, fue Interviú, que tanto destapaba escándalos de corrupción como destapaba a famosas en sus emblemáticas portadas. 

Humor más allá de la política

En lo que a las revistas de satíricas se refiere, algo debieron hacer bien los de El Jueves, porque fueron viendo cómo todos sus competidores cerraban y cómo surgían nuevas propuestas que se hundían a los pocos números, mientras ellos sobrevivían. La fórmula mágica fue apostar por un humor que, más allá de lo político y lo sexual, estaba abierto a otros muchos temas. De este modo logró captar a un público variopinto y en sus mejores momentos llegó a tener hitos como los 200.000 ejemplares agotados en un día del número especial dedicado al enlace matrimonial del entonces príncipe (que incluía una camiseta con el eslogan «Yo no fui invitado a la boda real aunque la pagué de mi bolsillo»). Pero si hubo momentos álgidos, también hubo caídas de ventas que amenazaron con el cierre. La revista ha tenido diversos vaivenes empresariales: a los pocos meses de su fundación, la compró el Grupo Z de Antonio Asensio y en 1982 decidió cerrarla porque no les parecía económicamente viable. Entonces José Luis Martín y otros socios decidieron tirar delante como editores independientes y así funcionó hasta que en 2006 la adquirió otro gran grupo de prensa y libros, RBA. 

Entre los episodios más delirantes de su largo recorrido está el del número que lanzaron tras la famosa foto de Marta Chávarri supuestamente sin bragas aparecida en Interviú (los más jóvenes no sabrán de qué hablo, pero esa instantánea se convirtió en un auténtico fenómeno social). El Jueves decidió regalar unas bragas con cada ejemplar, pero esto tenía el problema logístico de conseguir en un breve plazo nada menos que 120.000. Lo intentaron con Johnson&Johnson, pero les colgaron el teléfono. Y acabaron consiguiéndolas gracias a un gitano que se dedicaba a la venta en mercadillos. Otra historia curiosa es la de cuando, para diversificarse, decidieron asumir la edición española de Penthouse. Relata Martín los viajes anuales que hacían a Nueva York para elegir el material porno de la casa madre. En uno de esos desplazamientos, como premio a lo bien que iba la versión española, los invitaros a visitar la mansión del propietario, Bob Guccione, en pleno Manhattan. No a visitarlo a él, que no se asomó ni a saludarlos, sino la casa como si fuera un museo, cosa que en parte era, porque en sus paredes colgaban cuadros de El Greco, Picasso… 

En cuanto a la relevancia de El Jueves como termómetro de la sociedad, ya desde sus inicios recibió innumerables denuncias por blasfemia e indecencia. Eso conllevaba reiteradas visitas a los juzgados, de las que en general salían airosos, aunque no siempre. El temprano número 7, cuya portada ironizaba sobre la rebelión del cardenal ultra Lefebvre contra el Papa, fue secuestrado por orden judicial, lo cual dio pie a una situación surrealista. Como en aquellos años recibían amenazas de grupos de ultraderecha (y había el precedente del atentado de El Papus), les habían asignado dos policías uniformados para proteger la redacción. El día del secuestro, los dos agentes se toparon con otro par de colegas que venían a requisar los ejemplares del número retirado de la venta. Pero el secuestro más famoso llegaría muchos años después, en 2007. Me refiero al de la portada en que aparecía el entonces príncipe Felipe con Leticia en plena faena de perpetuación de la línea dinástica.  Confiesa Martín que ellos practicaban con cinismo lo que llamaban el «Efecto Streisand», del que se derivaba este razonamiento: por mucho que nos pasemos, nadie tomará medidas, porque el remedio sería peor que la enfermedad. En este caso, no les funcionó, pero en realidad llevaban razón: en cuanto se secuestró el número, la portada empezó a circular por redes y les dio una publicidad extraordinaria. 

Yihad y sectarismo

Volvieron a topar con la monarquía cuando Juan Carlos I abdicó. La portada en este caso no fue censurada por un juez, sino por el propietario de RBA, Ricardo Rodrigo, que en el último momento la cambió por la que tenían prevista antes de que saltara la noticia. Justificó la maniobra aduciendo un fallo técnico, pero los colaboradores se sintieron censurados y un buen número de ellos dimitieron. De todos modos, el propio Martín explica que él mismo ejerció en algún caso puntual de sibilino censor, cuando algún dibujante entregaba material impublicable por denigrante, como sucedió con un chiste a cuenta de Álvarez-Cascos, su joven novia y el dóberman del PSOE. 

Pero, sin duda, lo más delicado era bregar con el tema yihadista. Se cuenta en el libro una llamada del entonces ministro Pérez Rubalcaba advirtiéndoles de que un texto sobre Mahoma colgado en la web de la revista había saltado a webs islamistas en las que se hablaba de él con tono amenazante. Uno de los colaboradores se asustó tanto que se proveyó de una pistola que guardaba en el cajón del escritorio por si las moscas. Cuando se produjo la carnicería de Charlie Hebdo, solventaron la papeleta con una portada solidaria en la que se leía: «Íbamos a dibujar a Mahoma… pero nos hemos cagao». 

En lo político, El Jueves siempre fue de izquierdas, pero con los años se fue haciendo más sectaria y eso le pasó factura. Comenta el autor: «Cuando el humor se hace desde la trinchera siempre sale perjudicado». Sin embargo, lo que ha acabado llevando a la revista a la irrelevancia, no han sido las presiones del poder político, las actuaciones de la judicatura o las amenazas de la ultraderecha, sino un enemigo mucho más sibilino y letal: la evolución de la sociedad española y la aparición en el panorama de lo políticamente correcto.

Cuenta Martín que, para celebrar los 35 años de actividad, se le ocurrió proponer una selección de viñetas aparecidas en su día y que ahora no se podrían publicar: «La interrumpí al tercer día, espantado por lo que estaba viendo. Imposible publicar todas aquellas barbaridades (a los ojos actuales) que habíamos publicado 35 años atrás. Y no solo porque íbamos a recibir la protesta y la crítica de un millón de asociaciones, colectivos, agrupaciones, fundamentalistas, fanáticos en general y gente más papista que el papa, sino porque además hundiríamos la reputación de unos cuantos dibujantes que ahora tenían bien ganada fama de progresistas, pero que en su día dibujaron lo que dibujaron acera de mujeres maltratadas, gais o animales domésticos. ¡No les podíamos hacer esa faena! Autocensura por amistad se llama esto».

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