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El último crooner

Esta semana se nos ha ido, sin llamar la atención, con esa elegancia sobria que le caracterizada, Tony Bennett: el último verdadero crooner que quedaba

El último crooner

Marky Markowitz, Tony Bennett y Torrie Zito. | Wikipedia

Los crooners son como los políticos en campaña electoral. Te embelesan con sus modales y su discurso. Te hacen sentir como alguien especial durante el tiempo que dura su actuación. Te prometen un desenlace de película en el que todos seremos felices y comeremos perdices. Luego, cuando baja el telón, las luces se encienden y el espectador se rencuentra con la dura calle, regresamos abruptamente a nuestra monótona e insatisfactoria realidad. Pero, durante el tiempo que duró el show, ¡qué experiencia tan maravillosa!

Según el Diccionario de Inglés de la Universidad de Oxford, un crooner es «un cantante masculino que canta baladas románticas». ¡Una definición tan simple y tan incompleta! Según el Diccionario Reverso, el término «proviene del verbo inglés to croon, que denota una forma de cantar suave y murmurante, sin proyectar la voz». 

Esta semana se nos ha ido, sin llamar la atención, con esa elegancia sobria que le caracterizada, Tony Bennett: el último verdadero crooner que nos quedaba. Y digo verdadero porque en nuestros días hay demasiados farsantes que se arrogan este apelativo solo por salir a escena con un esmoquin, un martini dry y la pajarita calculadamente desabrochada.

Tony Bennett (1926-2023) era una ilustre anomalía, un vestigio del siglo XX, de cuando el repertorio del Tin Pan Alley triunfaba en las listas de ventas discográficas con gloriosos compositores hoy casi olvidados como Cole Porter, Jerome Kern, Irving Berlin, Johnny Mercer, George e Ira Gershwin, Sammy Cahn, Rogers y Hart… Sin duda tuvo menos éxito que Frank Sinatra, se corrió menos juergas que Dean Martin –aunque se casó tres veces–, resultaba más soso que Sammy Davies Jr y jugó menos al golf que Bing Crosby, puesto que siguió al pie del cañón hasta los 90 años. Pero (casi) nadie como él ejemplificó el crooning con esa tesitura de barítono, esa claridad melódica y esas estrofas suavemente arrastradas que transmitían una forma de enfrentarse a la vida con estilo y despreocupadamente: eso que los franceses, tan dados al léxico chic, han bautizado como nonchalance.

La actitud de Bennett

Lo concedo: Perry Como, Matt Monro, Engelbert Humperdinck, Paul Anka, Nat King Cole, Andy Williams o incluso el fiero Tom Jones podrían entrar en la pugna, presentando su buena entonación y sus aptitudes interpretativas. Pero la mayoría de ellos carecía de ese concepto llamado actitud que tampoco tienen hoy rockeros metamorfoseados como Robbie Williams y Rod Stewart o alumnos aplicados –pero sin alma– como Sam Smith, Alex Turner, Harry Connick, Jens Lekman, Jean Sablon, Roger Cicero y Michael Bublé. Personalmente, de las últimas generaciones, salvaría a Jamie Cullum (por su descaro) y a Nick Cave (por su tristeza). El resto me provocan indiferencia y bostezos, como diría Clint Eastwood, a la sazón productor del documental The Music Never Ends (2007) consagrado a nuestro crooner favorito y narrado por George Clooney. 

Volviendo al bueno de Bennett, la suya es una vida digna de un buen biopic, con una carrera musical de más de 70 años, notable «no solo por su longevidad, sino también por su consistencia», como indica Bruce Weber en el obituario del New York Times. Original de Queens (Nueva York) e hijo de un tendero y una costurera de origen calabrés, este embajador prominente del mejor cancionero estadounidense supo en 2016 que padecía Alzheimer, pero siguió actuando y grabando a pesar de dicha enfermedad. Su último recital fue en agosto de 2021, cuando apareció con Lady Gaga en el Radio City Music Hall de Nueva York, en un espectáculo titulado One Last Time.

¿Hemos dicho Lady Gaga? Sí, han leído bien. No deja de resultar curioso que, entre las más de 150 grabaciones de estudio de este perfeccionista obsesivo, dos de las últimas fueran sendas colecciones de standards registradas a dúo con la mayor diva de la era digital. «Él aporta credibilidad y ella un público amplio. En contra de lo previsible, Bennett era el experto en drogas de la pareja, ya que estuvo a punto de morir por su afición a la cocaína», comentaba al respecto Diego A. Manrique en El País. «A principios de los 80, atrapado por la droga, Tony se libró por los pelos de morir por sobredosis; la Hacienda estadounidense quería, literalmente, ponerle en la calle para cobrarse los impuestos impagados. Fue su hijo Danny quien diseñó un plan de relanzamiento que hoy se estudia en las escuelas de negocios. Discos conceptualmente fuertes, apariciones en los late night shows televisivos y aproximación a la MTV. Todo realizado sin comprometer su clasicismo ni tomar atajos (nada de versiones de éxitos del rock, como hizo Paul Anka). Aparte, rompió el hipócrita código de silencio de los crooners históricos al criticar el belicismo de George W. Bush o hablar de sus problemas con las drogas».

Dentro de esa bien planificada resurrección artística, el escalón anterior había sido el lanzamiento de Duets: An American Classic (2006), un álbum concebido para celebrar su 80 aniversario con duetos destinados al público maisntream:  Paul McCartney, Bono, Sting, Elton John, Stevie Wonder, Billy Joel… El pack publicitario llevaba incluido un especial televisivo dirigido por Rob Marshall, en el cual el coreógrafo de Víctor o Victoria (1982) y director de Chicago (2002) y Nine (2009) dio lo mejor de sí, no en vano era un fan declarado de nuestro protagonista desde su más tierna infancia. 

Fueron acciones enfocadas a darle a conocer entre las nuevas generaciones, pero lo cierto es que Anthony Dominick Benedetto ya había hecho entonces méritos suficientes para pasar a la posteridad como el crooner favorito de los otros crooners, aquel al que todos admiraban desde sus inicios en el Paramount de Times Square a principios de los 50, hasta discos emblemáticos como la primera versión de Blue Velvet (1951), el icónico I left my heart in San Francisco (1962) o esos dos históricos elepés en colaboración con el pianista más admirado del jazz contemporáneo: The Tony Bennett / Bill Evans Album (1975) y Together Again (1977). 

Aunque obtuvo 20 Grammys y vendió cerca de 60 millones de discos, nunca fue un súper-ventas al uso, ni tampoco caía bien dentro de la industria musical, que le consideraba un demócrata liberal un tanto ingobernable. Bennett volcó ocasionalmente su frustración con las multinacionales en una vocación pictórica que le llevó a realizar numerosas exposiciones de sus lienzos, firmados como Benedetto. Estuvo arriba y estuvo abajo, como él mismo narraba a Will Friedwald en su biografía autorizada The good Life (1998), y no dejó de ensayar dos veces por semana hasta que el covid le impidió mantener esa rutina y el Alzheimer terminó de desorientarle hace un par de años. 

«Debutó en el cine en 1966, en un largometraje denostado por la crítica. Y aunque no siguió una carrera como actor, décadas más tarde hizo un cameo en la comedia de gánsteres de Robert De Niro y Billy Crystal Una terapia peligrosa (1999). Tenía 64 años cuando apareció como una versión animada de sí mismo en Los Simpson. Tenía 82 cuando intervino en la serie de HBO El Séquito, interpretando una de sus canciones características, The Good Life«, nos recuerda Bruce Weber.

Su entonación no era especialmente fluida ni tenía el swing de Sinatra, sino que resultaba más bien arenosa y difícil de describir para la crítica. Pero su atractivo y cercanía eran innegables. «La voz del Señor Bennett es fina y algo ronca, aunque la utiliza con astucia y con una hábil falta de pretensiones», escribió John S. Wilson en The New York Times en 1962. “Para mí, Tony Bennett es el mejor cantante del mundo”, había declarado Sinatra en 1965 a la revista Life. «Me emociona cuando le veo. Me conmueve. Es el cantante que transmite lo que el compositor tiene en mente y probablemente un poco más».

Esa capacidad para transmitir, sin elevar ni un ápice el tono, ya se vislumbraba en Boulevard of Broken Dreams (1950), el primer single que grabó, y fue descubierta más tarde por las nuevas generaciones cuando, en 1993, presentó junto con dos miembros de los Red Hot Chili Peppers los premios Video Music Awards de la MTV; la misma cadena musical que, al año siguiente, le permitió actuar durante una hora en su popular serie Unplugged, al lado de admiradores como k.d. lang y Elvis Costello, ganando un público nuevo que luego caería fascinado con su versión de The way you look tonight en la comedia sentimental protagonizada por Julia Roberts La boda de mi mejor amigo (1997). «Lo bueno de los crooners es que son algo tan retro que nunca pasa de moda», me dijo un día Diana Krall, que luego grabaría con él todo un disco de versiones titulado Love is here to stay (2018). 

Y esto me lleva a un recuerdo personal. En octubre de 1994, cuando se lanzó en España la revista GQ, sus principales responsables, Mara Malibrán y Yago Barja, tuvieron la idea que producir un editorial de moda reclutando como modelos a algunos colaboradores de la cabecera. Teníamos que encarnar un estereotipo cool, la estilista nos vestiría ad hoc y nos retratarían en el entorno adecuado. Yo elegí el look de crooner. Y la sesión fotográfica se realizó sobre el escenario del Teatro Alfil con ropa de Paul Smith e incluso una trompeta como atrezzo. «Piensa en Sinatra», me sugería el retratista entre flashazo y flashazo. Pero yo solo tenía en mente el rictus imperturbable de Tony Bennett.

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