26-29 de julio de 1830 ¡A las barricadas!
Burgueses y clases populares de París se sublevaron contra la monarquía absoluta en «las Tres Jornadas Gloriosas»
Las revoluciones son como las cerezas, se tira de una y salen las siguientes. La Revolución Americana de 1776 inspiró la Revolución Francesa de 1789. A ésta le seguiría la Revolución Española de 1820 –la de Riego- y la Española fue modelo de revoluciones por toda Europa e incluso América, culminando ese efecto contagioso en las «Tres Jornadas Gloriosas», la Revolución Francesa de julio de 1830.
Como si la Historia quisiera subrayar ese hilo conductor, hubo un protagonista de la primera de las revoluciones citadas, la Americana, que también lo sería de la última, la de 1830: el marqués de Lafayette, peculiar modelo del aristócrata amante de la libertad. Volveremos sobre este personaje que durante 54 años luchó por la causa revolucionaria.
Francia estaba regida desde hacía 15 años por una dinastía moribunda. Tras la extraordinaria era de Napoleón, que expandió por Europa las ideas de libertad de la Revolución Francesa, las potencias aliadas que le derrotaron en Waterloo impusieron la vuelta de la dinastía borbónica. Lo llamaron la Restauración, pero resultaba algo patético ver a los hermanos de Luís XVI sucederse en el trono, una procesión de ancianos. El hijo de Luís XVI, el Delfín, había desaparecido a los 10 años en la prisión del Temple, Luís XVIII no tenía hijos, la esperanza de los Borbones estaba puesta en el duque de Berry, hijo del que sería último de la dinastía, Carlos X, pero Berry fue asesinado en 1820 por un partidario de Napoleón, un guarnicionero que le clavó la lezna con la que trabajaba el cuero al grito de «¡acabar con la raza de los Borbones!».
Después de ese trauma, las tímidas reformas que había emprendido Luís XVIII se abandonaron y se volvió al absolutismo. Francia no podía soportar aquel régimen, pese a que el voto estaba restringidísimo a la clase de los propietarios, en las elecciones de 1830 salió una mayoría de diputados liberales. El último Borbón, Carlos X, quiso anular aquel resultado, disolvió la recién elegida Cámara de Diputados, restringió aún más el derecho de voto y suspendió la libertad de prensa.
La prensa llama a la revolución
La respuesta vino precisamente de los periódicos, que llamaron al pueblo de París a levantarse en armas. Los bulevares se llenaron de barricadas, ese invento parisino de murallas urbanas que impedían cargar a la caballería del rey y maniobrar a su artillería. Delacroix, el gran pintor del Romanticismo, nos dejó el reportaje, su famoso cuadro La Libertad guiando al Pueblo, en la que una hermosa mujer con los pechos desnudos y el gorro frigio avanza sobre los cadáveres seguida por un burgués de sombrero de copa y trabuco, y un chiquillo de la calle con dos pistolas.
Reaparecen los guardias nacionales, la milicia cívica de París que mandara Lafayette durante la Revolución Francesa, que resisten al ejército real. En el Ayuntamiento se forma una junta municipal que es el gobierno revolucionario, presidido, cómo no, por el viejo Lafayette. Después de esas Tres Jornadas Gloriosas de lucha callejera, el rey Carlos X huye. ¿Quién tomará el poder ahora? De nuevo es el inevitable Lafayette quien tiene la clave, propone como «rey de los franceses» a Luís Felipe de Orleans.
Obsérvese el matiz, porque es determinante. No se trata de subir al trono a un rey de Francia, sino a un rey de los franceses, porque la soberanía ya no reside en los derechos divinos de una dinastía, sino en el pueblo francés. Ha nacido la monarquía liberal y parlamentaria, el modelo que ha dado estabilidad política a toda la Europa del Norte e incluso a la España del posfranquismo.
Luís Felipe es el hombre idóneo para ese cargo. Es hijo de aquel Felipe Igualdad del que hablábamos en el segundo artículo de este serial de Julio revolucionario, el primo de Luís XVI que votó a favor de la ejecución del rey, y que luego sería guillotinado durante el Terror de Robespierre. De hecho a Luís Felipe le llamaron «Igualdad Hijo», en homenaje a su padre, pero ahora la gente lo rebautiza «el rey de las barricadas» y «el ciudadano rey».
Durante 18 años va a reinar en Francia lo que se llama la «Monarquía de Julio», un sistema liberal, un régimen de libertades civiles, pero hecho a la medida de la burguesía, no de las clases trabajadoras. El lema de este régimen que pasará a la Historia es ¡Enriqueceos!, que es seguido con entusiasmo por los que pueden. París se transforma en la magnífica capital que conocemos ahora, pero la gente ya no llama a Luís Felipe el «rey de las barricadas», sino el «rey de los banqueros».
La Monarquía de Julio terminará como empezó, con una revolución de barricadas en 1848 como la de 1830, que traerá la Segunda República Francesa, pero es ya otra historia.