'Painkiller': una miniserie para los que no conocen el OxyContin
La producción de Netflix explica la crisis de los opioides en EEUU y la familia que se enriqueció intoxicando a la gente
La miniserie dura apenas seis capítulos y eso le juega a favor. Todo transcurre de manera tan rápida que no hay tiempo para reflexionar. Si no conoces el caso, es probable que te sorprendas. De lo contrario, si le has seguido los pasos a la familia Sackler y a la empresa Purdue Pharma, es probable que te decepciones. ¿La razón? La producción dirigida por Peter Berg y creada por Micah Fitzerman y BlueNoah Harpster no añade nada nuevo.
Basada en el artículo La familia que construyó un imperio del dolor, de Patrick Radden Keefe y el libro de Barry Meier, Pain Killer: analgésico: un imperio de engaño y los orígenes de la epidemia de opioides de Estados Unidos, esta serie se dedica a hacer un recuento de los hechos que llevaron a la mayor crisis de opioides del país. Para ello echa mano de una gran interpretación de Uzo Aduba como la investigadora que descubre por casualidad los problemas de salud que produce un fármaco llamado OxyContin.
La sinopsis oficial de la serie dice así: «Este drama explora en profundidad la crisis de los opiáceos en EEUU a través de los ojos de los responsables, las víctimas y una investigadora que busca la verdad». A continuación puedes ver el tráiler.
Un drama con altibajos
Aduba (Edie Flowers), a quien recordamos con mucho cariño por su brillante papel en Orange is the New Black, se come la pantalla. Cada vez que ella está en primer plano, la producción gana enteros, pero una vez que desaparece decae el interés. No es un desastre, pero sí que la narración pierde fuelle. La historia que envuelve a Glen Kryger (Taylor Kitsch) por ejemplo, cojea por ser algo mil veces visto. Encarna a un esposo y padrastro amoroso que se pierde en la adicción. La evolución del personaje es de rutina, plana y solo se usa para subrayar el efecto del OxyContin.
Si bien el personaje al inicio levanta interés, probablemente debido a todo lo que se quiere contar, su suerte queda echada desde un principio y los guionistas no consiguen que empaticemos lo suficiente como para conmovernos con su cierre. Algo muy parecido sucede con Shannon Schaffer (West Duchovny), quien representa a la reflexión y arrepentemiento. Los creadores de la serie no allanan el camino para que su mea culpa tenga el impacto que esperan. Por lo tanto, somos tan inmunes a su arrepentimiento como la propia Flowers en la escena que se desarrolla en un sitio de comida rápida. Algo tiene que ver el tono de sátira en esta incapacidad para movernos el corazón.
En un camino intermedio entre Flowers y Schaffer se ubica Richard Sackler (Matthew Broderick). Es difícil hablar de la actuación de nuestro querido Broderick, a quien amamos con locura y frenesí desde el clásico Todo en un día (Ferris Bueller’s Day Off). El problema de su personaje deriva de su caricaturización. Se entiende que una persona debe vivir al límite de la realidad para crear una pastilla que fue bautizada como «una bomba atómica» por los escritores en los que se basa la serie. Lamentablemente, al hacer de este carácter un chiste, se corre el riesgo de relativizar su responsabilidad en la crisis generada en los años 90 por los opioides.
Si bien queda muy claro desde el inicio que el menor de los Sackler es un hombre sin escrúpulos y sin ética, la infantilización de su comportamiento tiene una incidencia en el espectador. Probablemente no era lo que se buscaba, pero es la imagen que queda al finalizar la serie. De alguna manera se interpreta que sus arrebatos son producto de una mente alterada por ciertos traumas y no de la clara y constante intención de un ambicioso líder empresarial, enfocado en ganar millones de dólares a costa de la salud de miles de estadounidenses.
Dicho lo anterior, sí es cierto que Broderick consigue darle personalidad a su rol, al punto de enervarnos. Desquician sus movimientos, a medio camino entre la excentricidad y la prepotencia. Es paradójico porque su actuación consigue que realmente nos indignemos en algunos pasajes, como cuando se dedica a jugar con su perro en medio de una indagatoria judicial por las responsabilidades de su empresa. Su desprecio y despreocupación por la ley es notable. O cuando baila con los hombres y mujeres disfrazados de OxyContin, mientras al mismo tiempo los adictos a estas pastillas se quedan dormidos hasta morir en las calles.
Lo que sí consigue Painkiller es mostrarle al mundo, de manera detallada, cómo funciona la aprobación de una droga y la cantidad de recursos que se invierten en la compra de almas para que llegue a las farmacias. Hay una frase de Flowers que funciona para comprender los tiempos en que vivimos: «Los buenos nunca ganan». Eso queda muy claro cuando, después de miles de peleas legales, demandas y cientos de muertes, los ricos que han delinquido terminan con su dinero intacto, aprovechándose de un hueco de la misma ley que les condena. En el otro lado de la orilla están los perdedores, los ciudadanos, que deben llevar en silencio sus duelos.