Patricio Pron y la huida en un tiempo de finales
Búsqueda y liberación en la última novela del autor argentino, ‘La naturaleza secreta de las cosas de este mundo’
Cuidado. Patricio Pron es un tipo peligroso. Su conversación, como su literatura, se te enrosca como una pitón y te va engullendo con una narración lenta pero inexorable de infinitas subordinadas y paréntesis —digresiones, además, siempre con sustancia: ignorarlas no es una opción— que multiplican las posibilidades de una constante investigación de lo real preñada de preguntas con un profundo calado existencial e imbricada en los impactos sobre la psicología de unos personajes que… Algo así, pero mejor. Bastante mejor, me temo. A él le funciona, se lo aseguro. Cuando se quiere dar cuenta, cuando le suena alguna alarma en el móvil, por ejemplo, el lector o interlocutor está ya completamente digerido.
Porque Pron no es fácil de leer, pero una vez en su territorio, resulta fascinante. Quizá por eso sea un escritor de escritores, favorito de muchos de sus colegas. Un autor muy literario. Argentino de Rosario (no porteño), recorrió Europa y el norte de África como corresponsal periodístico, se doctoró en Filología en la universidad alemana de Göttingen y en 2008 se asentó en Madrid. Ahí sigue.
Centrado definitivamente en la literatura, ha ganado premios como el Juan Rulfo de Relato, el Premio Cálamo Extraordinario a la trayectoria o el Alfaguara de Novela. Se ha ganado, pues, una posición, pero sin renunciar a su estilo propio, una escritura de paradójica sinuosidad que le permite alcanzar vertiginosas profundidades del alma humana. Y esa especie de escritura sacacorchos atraviesa en todo su esplendor La naturaleza secreta de las cosas de este mundo (Anagrama), su última novela. El título ya promete. Puro Pron.
Juego de espejos
No es fácil (para variar) explicar de qué va. Le dejamos la tarea al autor, que se lo piensa un buen rato (antes, el mero hecho de abrir la aplicación de la grabadora ya había suscitado un fascinante prólogo sobre la moda vintage de las antiguas cintas de casete que amenazaba con devorar todo el tiempo de la entrevista a lo Pron): «Una mujer joven conduce hacia Manchester y va a tener un accidente, y lo hará al recordar todo lo que había olvidado acerca de su padre, Edward, desaparecido 20 años antes. La primera parte acaba cuando, tras asaltarla el recuerdo, pierda el control del automóvil y tenga el accidente que se promete, digámoslo así, en las primeras líneas. A continuación, la novela sigue a Edward desde el momento en que un acontecimiento banal, un accidente doméstico, hizo posible que satisficiera su deseo de huir; esa huida recorre la segunda mitad del libro».
Algunos hablan de este libro, dice Pron, «como una especie de juego de espejos enfrentados. Es una buena manera de resumirla. También que estas dos historias, las de Olivia y Edward Byrne, son las dos caras de la moneda. Ahora bien, el canto puede ser considerado una cara más, y por esa razón hay en mi página web, fuera del libro físico, una tercera parte, un epílogo, que cierra la historia con una apropiación de Emily Dickinson que narra una historia solo insinuada en el libro».
Entre unas cosas y otras, la trama se alarga en una de esas espirales aspirantes al infinito que tanto parecen gustarle a Pron. Su propósito, asegura este, es el mismo que recorre todos sus libros: «Producir un tipo de ficción contemporánea que nos permita comprender algo del mundo en el que vivimos, entender la realidad humana. Alguien decía, creo que Adorno, que toda obra de arte de relevancia debe ser juzgada partiendo de la siguiente pregunta: ¿puede este libro, esta pintura, esta pieza musical ayudarnos a ejercer nuestro derecho a ser libres? Idealmente, esta novela, además de jugar los juegos que todos los libros juegan con sus lectores, puede o debería poder ayudarles a ejercer su derecho a ser libres: los personajes desean liberarse de los condicionantes de raza, de género y de clase que operan en todos nosotros, en todas nuestras vidas, y lo hacen de diferentes formas: Edward [pintor] se da a la huida, Olivia [actriz de teatro independiente] se vacía para interpretar los personajes que lleva a la escena, Emma [la madre de Olivia, artista conceptual] realiza un arte contemporáneo muy específico, al tiempo que cava un pozo…»
Estas historias, y alguna más que se cruza por la trama, son respuestas a la pregunta de cómo vivir, cierto, pero con una atención muy especial a un aspecto concreto: el daño. «Mi literatura es una intervención individual en lo que debería ser una discusión pública acerca de las alternativas a una vida que tiene como finalidad la producción incesante del daño». Se incardina así Pron en una estirpe específica de escritores. «En este libro se proyectan las sombras de Henry James y Virginia Woolf, que son autores importantes para mí, pero también hay mucha literatura del arte contemporáneo, y material de documentación sobre personas que desaparecen por su propia voluntad».
Bajo el signo del final
Esa estirpe (o más bien su talento y, sobre todo, su necesidad) brilla especialmente en determinadas instancias de la Historia. Pron reconoce que habitamos tiempos interesantes, aunque niega el sentimentalismo apocalíptico: «Más que el final de la Historia, vivimos una Historia de finales. El tan temido final de los tiempos no se produce nunca, de modo que no nos liberamos del temor al final de los tiempos. Permanecemos aterrados y perplejos ante unos tiempos presididos por el signo del final o del fin o del acabamiento, como dice Félix de Azúa».
Se acaban «unas ideas específicas de orden y sociedad. Asistimos, en algunos países, al final del Estado de derecho, de la idea de que una sociedad democrática estaría compuesta por sujetos capaces de establecer acuerdos. Asistimos al final de la cohesión social y, de manera más general, de esa promesa tan importante para algunos de nosotros que se plasmó en la Carta de los Derechos del Hombre. Promesa, porque en buena parte del mundo nunca se convirtió en realidad, o solo de manera parcial, pero al menos existía como un faro, como un lugar hacia el que dirigirnos. La Unión Europea, con todas sus dificultades y todas las pegas que uno puede ponerle, es en sustancia el proyecto en el que algunas personas continuamos creyendo, y se orientaba por ese faro. Ahora todas las ideas presentes en esa carta están siendo puestas en cuestión por miles de personas a nuestro alrededor».
También termina, continúa Pron, «la naturaleza como algo más que el origen de catástrofes tremendas que nos sacuden a todos. La idea de que en la naturaleza encontraríamos algo parecido a un refugio, idea construida culturalmente, se disipa en la medida en que el mundo físico se convierte en un lugar cada vez más hostil, consecuencia de lo que denominamos la catástrofe climática». Y culmina este despliegue de acabamientos una instancia fundamental en la novela: «Se termina la autonomía del arte, se termina la idea de que quienes ejercen una influencia tienen también una responsabilidad. La idea de que las personas deberían formarse y formar sus juicios».