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Stephen Fry, un ingenioso cronista de la guerra de Troya

Anagrama publica este amenísimo viaje al pasado al que nos invita el genial actor y novelista británico

Stephen Fry, un ingenioso cronista de la guerra de Troya

'Procesión del caballo de Troya', de Domenico Tiepolo | Wikimedia Commons

Este es un libro muy recomendable por tres motivos. Primero, por su oportuna reivindicación de la cultura grecolatina. Segundo, por las cualidades literarias y divulgativas que confluyen en el texto: un acercamiento divertido y puesto al día de La Ilíada. Y tercero, por la simpatía casi unánime que genera su autor, ese intérprete alto, ocurrente y pintoresco, que casi parece un descendiente de Oscar Wilde por línea directa.

Quizá hablamos de una obra inevitable. Un tipo seducido por la cultura clásica como Stephen Fry no podía olvidarse de un acontecimiento tan novelesco y desmesurado como el conflicto entre aqueos y troyanos. Por eso, aunque ya se aproximó a la mitología griega en Mythos (2017) y en Héroes (2018), ahora se traslada al mundo de Paris y Helena en el nuevo libro de la serie, Troya, quizá el mejor remate posible para esta trilogía.

«No se da por hecho ningún conocimiento previo del mundo mitológico griego ‒advierte Fry al lector‒ ni es requisito indispensable para embarcarse en Troya. Como os recuerdo de vez en cuando, sobre todo al principio del libro, ni por un segundo creáis que debéis recordar todos esos nombres, lugares y relaciones interfamiliares. Para proporcionar algo de contexto, describo la fundación de muchas y diversas dinastías y reinos; pero os aseguro que, en lo que a la acción principal se refiere, los distintos hilos salen de la maraña para formar un tapiz».

¿Quién habría pensado que los destinos de Troya y de sus enemigos pudieran ser tan próximos a la sensibilidad actual? En manos de Fry, la rica epopeya griega se convierte en una trama no demasiado alejada de las teleseries de HBO o de las sagas cinematográficas de Marvel. Tanto le fascinan las letras clásicas al autor que ‒por hacer sencillo lo complicado‒ sabe cómo actualizar estos antiguos relatos, extrayendo lecciones contemporáneas de una mitología que ni de lejos ha perdido su vigor.

Mención aparte merece la atención que presta a las fuentes. En más de un episodio se advierte una lectura atenta de Los mitos griegos (1955) de Robert Graves ‒el antecedente más obvio de Troya‒, sobre todo cuando ahonda en el mundo griego del Egeo.

«La guerra de Troya es histórica ‒insistía Graves en su libro‒ y, cualquiera que pueda haber sido su causa inmediata, fue una guerra comercial. Troya dominaba el valioso comercio del Mar Negro en oro, plata, hierro, cinabrio, madera para la construcción de naves, lino, cáñamo, pescado seco, aceite y jade chino. Una vez tomada Troya, los griegos pudieron establecer colonias a lo largo de la ruta de comercio oriental, que llegó a ser tan rica como las de Asia Menor y Sicilia».

Portada del libro

El esplendor de las ruinas

Muchos ensayos se han escrito sobre Homero desde todos los ángulos posibles. Pero a pesar de toda esa bibliografía, no ha calado en el sentir popular esta idea clave: La Ilíada fue compuesta en un momento de incertidumbre.

Mientras acariciaban en su corazón la nostalgia del pasado, los griegos querían volver a reconocerse en un tipo de héroes particular, el de los que están tan comprometidos con la vida que no tienen tiempo para temer a la muerte.

Esto último lo explica bastante mejor el historiador Paul Cartledge en Los griegos (2002): «Se ha dicho, con razón, que una epopeya presupone ruinas. Las epopeyas que relatan la expedición de los griegos a Troya y el asedio de diez años que fue necesario para recuperar a una reina griega adúltera, así como los otros diez años que pasó errante uno de los capitanes griegos hasta que pudo al fin regresar a su reino y junto a su reina en una pequeña y rocosa isla del Mediterráneo, se originaron probablemente en un periodo en que los griegos experimentaban una necesidad urgente de consuelo».

Consuelo, esa es la clave del relato. Dice Cartlegdge que los venturosos tiempos de la Grecia micénica del final de la Edad del Bronce (c. 1500-1100) eran, en la época de Homero, solo un recuerdo fantasmagórico. Con la población dispersa y sus plazas fortificadas destruidas, los ‘grandes hombres’ de aquellos siglos oscuros, «habitaban poco más que chozas con pretensiones de ser casas. La capacidad de leer y escribir desapareció al desaparecer el lujo».

Como en luego sucedería en la Edad Media con la literatura caballeresca, «los poetas pudieron, y así lo hicieron, mantener vivos los fuegos del hogar mediante relatos edificantes de hechos heroicos realizados en el pasado por hombres que eran más grandes, más fuertes, más aventureros y, en todos los sentidos, más admirables que sus empobrecidos y desmoralizados descendientes».

Stephen Fry también sabe que, para los griegos, ese ideal épico era fundamental. Pero Troya es más que un ir y venir de dioses y héroes. En sus páginas, el esfuerzo heroico ‒para entendernos: Héctor esperando a Aquiles para el combate final‒ convive con otras muchas cualidades humanas. Podemos identificarnos con casi todas ellas: el deseo, la furia, la imprudencia, la incapacidad de escuchar los malos presagios, la compasión, el sentimiento de vergüenza, la traición o la incurable melancolía. Por no hablar de algo menos memorable: el destino de aquellos a los que un día cualquiera alcanza el rayo de Zeus sin haber destacado en nada.

‘Las bodas de Tetis y Peleo’, de Jacob Jordaens. | Wikimedia Commons

«El reino más maravilloso del mundo»

En consonancia con lo que sucedía en Mythos y en Héroes, Fry describe en Troya a unos dioses a quienes podemos mirar de frente. Al fin y al cabo, como ya nos dijo en Mythos, «la estructura de los mitos griegos sigue el ascenso de la humanidad, nuestra batalla por liberarnos de la interferencia de los dioses –de su acoso, sus entrometimientos, su tiranía sobre la vida y la civilización humanas–. Los griegos no se humillaban ante sus dioses. Eran conscientes de su vana necesidad de ser adorados y venerados, pero creían que los hombres eran sus iguales».

En las dosis justas, Fry añade humor y complicidad al relato, pero eso no lo aleja de su propósito inicial: aproximar la mitología al lector medio, con esa amenidad que él mismo descubrió de niño en libros tan encantadores como Mitología. Todos los mitos griegos, romanos y nórdicos (1942), de Edith Hamilton, o La historia de Troya (1961) y Relatos de los héroes griegos (1958), del escritor juvenil, amigo de Tolkien, Roger Lancelyn Green.

Para comprender el destino de Troya, Fry nos invita a conocer su comienzo. De ahí que en estas páginas lleguemos a familiarizarnos con «el reino más maravilloso del mundo. La joya del Egeo. La rutilante Ilión, la ciudad que se elevó y cayó no una, sino dos veces», un lugar que «se mantuvo durante años como modelo de cuanto se puede lograr en las artes de la guerra y de la paz, del comercio y los tratados, del amor y el arte, en la destreza de gobernar, en la devoción y la armonía civil».

Stephen Fry en ‘Fry’s Planet Word’. | BBC

Un actor enamorado de la literatura

Pese a la fama que rodea a Fry gracias al cine y la televisión, este actor metido a novelista ya se ha consolidado como uno de los talentos más proteicos e imprevisibles del panorama británico. ¿Quién puede tener queja de alguien que, sin contradicción, recibe elogios en las pantallas, en los teatros y en las librerías?

Fry, no lo olvidemos, tuvo una educación refinada (estudió en el Queen’s College de Cambridge, donde nació su conocida amistad con Hugh Laurie y Emma Thompson).

No hace falta mucho esfuerzo para constatar hoy ese toque de distinción en el actor. Pero tiene que haber algo más en ese perfil suyo, entre irónico y erudito, que le sirve como seña de identidad, sobre todo desde que en 2003 comenzó a presentar en televisión QI (Quite Interesting), un originalísimo programa de la BBC que ya ha generado tres libros traducidos al español: El pequeño gran libro de la ignorancia (2008), El pequeño gran libro de la ignorancia (animal) (2009) y El nuevo pequeño gran libro de la ignorancia (2012). Por su tono cordial y su ingenio, todos ellos son muy recomendables para los amantes de la divulgación histórica que ahora se acerquen a Troya.

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