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Cultura

Basilio Baltasar y el legado vivo de la mitología

El escritor, editor y gestor cultural publica la novela ‘El Apocalipsis según san Goliat’, una fábula sobre el poder y la agonía

Basilio Baltasar y el legado vivo de la mitología

Imagen de la portada del libro de Basilio Baltasar. | KRK editorial

Basilio Baltasar (Palma de Mallorca, 1955) es un hombre de letras a la antigua (o, más bien, eterna) e íntegra manera. Escritor, editor, periodista y gestor cultural, despliega tanto en sus libros como en la conversación un tono exquisito, preciso, atento al detalle, siempre a la caza de cualquier atisbo de belleza en un mundo que la velocidad y la tontería insisten en teñir de un tono prosaico casi insoportable. Entre tanta monotonía de la vulgaridad, Basilio Baltasar es, simplemente, otra cosa.

Basilio Baltasar

Autor de libros como Todos los días del Mundo (Bitzoc), Críticas ejemplares (BB ed; Bitzoc), Pastoral iraquí (Alfaguara) o El intelectual rampante (Krk), ha sido director editorial de Bitzoc y Seix Barral, director del periódico El Día del Mundo, de la Fundación Bartolomé March y de la Fundación Santillana. Dirigió el programa de exposiciones de arte y antropología Culturas del Mundo (1989-1996) y colabora con La Vanguardia y Jot Down. Actualmente dirige la Fundación Formentor, cuyo prestigioso premio preside.

Aparece ahora su novela El Apocalipsis según san Goliat (KRK), que la solapa adjudicada por la editorial define como «la parodia de una tragedia y la grotesca revelación de las reliquias enterradas en la memoria del mundo», antes de resumir una trama muy especial: «Un boxeador sonado y un vagabundo con fama de curandero, una despiadada terapeuta y una hermosa y cultivada mujer madura, un experto en los juegos malabares del arte y un directivo apasionado por las lecciones del ajedrez, deambulan por los bajos fondos de la ciudad, recorren el escenario de las obras maestras de la pintura y se hunden en la oscura trama de los sueños. La panacea universal y el enigma de la enfermedad, la disputa de los sexos y las figuras de la antigüedad pagana componen una fábula subversiva sobre el poder sanador de los taumaturgos y la agonía de los desahuciados».

Portada El Apocalipsis según san Goliat

Colocar la solapa del libro del autor en una entrevista no parece muy de recibo… Tiene la (oportuna) culpa el siempre original Basilio Baltasar. Esta es su respuesta a la (¿obligada?) pregunta de apertura sobre el contenido del libro: «La sinopsis de la novela que hace el editor de KRK resuelve el siempre doloroso dilema de la solapa: ¿cómo hablar del libro sin deslizar elogios innobles? Al lector habituado no le hace falta el énfasis publicitario. Basta una breve descripción de la trama, una alusión a los personajes que actúan y dejar revolotear esa tensión y urgencia que nos invita a entrar en una novela. El de la solapa es un género que no necesita obviedades ni alardes; en ningún caso contribuyen a la andadura del libro. La solapa es un género de seducción, de persuasión, que de antemano renuncia al soborno emocional. No sería mala idea hacer una antología de solapas ejemplares. Podría consolidar los requisitos del género y descartar las tentaciones enfáticas». 

Nada más empezar, la posibilidad de todo un género literario, genio y figura.

Densidad emocional

Aunque tampoco elude Baltasar el perfil funcional de la entrevista y profundiza a su manera: «Respecto a la descripción que me pides… Digamos que los relatos literarios más antiguos subsisten en las imágenes del arte y es su influjo, su terca presencia, la que organiza el devenir de nuestra historia personal. Resistirse a su encanto, y de algún modo a su encantamiento, ya sea por dejadez o ignorancia, es la causa de nuestro extravío y la deriva caótica de nuestra época».

La trama, en efecto, adquiere su mayor densidad emocional en el tránsito de los personajes por la mitología clásica tal y como se despliega en las obras cumbre de la historia del arte. Las incursiones psicoanalíticas en los frescos de la Capilla Sixtina, por ejemplo, transportan al lector a un universo vivo, carnal: «La mitología aparece encorsetada como si fuera un vestigio arqueológico. Pero su legado no sólo se encuentra en las bibliotecas y en los museos. Es una herencia, un patrimonio depositado en el alma del hombre, inscrito en su memoria, cifrado en el lenguaje y activado por las vivaces imágenes del mundo. La mitología es más bien una mentalidad, una manera de entender la existencia. Es una mirada que proporciona a nuestra reflexión intelectual una dimensión inédita, críptica, de lo real. Es bien sabido, el mecanicismo y el positivismo llevan siglos intentando extirpar esta cualidad sapiencial de la mente humana. Sin embargo, subsiste en la intuición de los hombres, en la religión, en el arte y, por supuesto, en la literatura».

La mitología, insiste Baltasar, «como discernimiento cognitivo contemporáneo, no como inventario de antigüedades, contribuye a modelar la personalidad y el carácter de los seres humanos, aunque no sepamos de dónde procede esa fuerza creadora. Negar su encantamiento, ¡y su encanto!, ser ajeno a esa música silenciosa, onírica y ancestral, tan bien captada por la literatura, contribuye a exacerbar el conflicto declarado entre el hombre y el mundo. En El Apocalipsis según san Goliat se cuenta la vida y destino de los personajes que representan, sin saberlo, el papel escrito para ellos. Unos se resisten, otros se dejan llevar».

Una recuperación de la mitología se antoja bastante arriesgada en los tiempos que corren… Baltasar se muestra conciliador: «El abanico de modos, estilos, géneros y aspectos permite ventilar a la inmensa comunidad lectora y ayudar a que cada uno encuentre lo que busca». Dicho esto, también matiza que «la novela no debe conformarse con lo que hacen otras instancias. Lo que ya se ha contado con los recursos del periodismo, lo que dicta la autoridad, lo que airean las instituciones, lo que empalaga la propaganda, eso ya está dicho, vale, y no hace falta que la novela lo repita. A la literatura le corresponde cuidar, cultivar y recrear la más notable singularidad humana: el lenguaje y su poder de fabulación».

En este contexto, «Goliat ha sido pensado como la pieza de un inmenso mosaico artístico: pertenece a la gran novela del mundo. Una novela que habla de lo que nos concierne, aunque no necesariamente de lo que nos conviene. Goliat prolonga las líneas narrativas incubadas por la imaginación de las generaciones precedentes y da nueva forma a sus interrogaciones. Las del autor agitado por la palpitante hipnosis de su siglo, y algo harto de sus tentaciones, y conmovido además por la somnolencia. La materia prima de la novela, las figuras y sus voces, proceden de ese delicado umbral abierto entre la vigilia y el sueño, que es donde vivimos todos».

Realismo

Esa cualidad onírica convive en todo el texto con un goce algo travieso. Pero se trata, «en todo caso, de un juego muy serio. El género grotesco aborda las complejidades del humor con cautela, con prudencia casi sacramental diría yo. Al modo de Rabelais. La solemnidad no siempre es recomendable, sobre todo desde que nos parece más respetable que el jaleo. La novela puede aceptar las normas canónicas del realismo siempre que sirva estéticamente a su propósito. La novela debe ser verosímil, pero no debe plegarse a todas sus demandas». Aunque la paradoja siempre acecha: «La frontera entre lo que consideramos real y lo que nos parece fruto de la imaginación no es tan nítida como queremos creer. Ni en el mundo ni en los libros».

En esa frontera sobrevive el autor provisto de la munición necesaria: «La prosa fluye a través de las cosas, los lugares y las gentes, así se van disponiendo las escenas dramáticas, se distribuyen las voces, se hilvana la causa narrativa y se acopla a una única unidad todo lo que se quiere contar. Los personajes que actúan en la trama de la ciudad, la efervescente ciudad de Madrid, llevan en su interior ese otro mundo. Cuando lo latente brota y se instala en la conciencia, el personaje se transforma y sucede lo que nadie esperaba. La novela es una composición, una especie de partitura: al lector le corresponde interpretarla, literariamente, no literalmente».

Aunque los temas se ramifican en una explosión controlada por el narrador, llama la atención la entidad vertebradora de la enfermedad, tratada desde una perspectiva muy especial. «Permite poner en escena una de las más viejas obsesiones del hombre. Resulta extraña su aparición en un cuerpo sano y sumamente intrigante su penoso desenlace. Uno de los protagonistas, sin embargo, cree haber encontrado la manera de acabar con el problema».

El tema de la salud, orientado en negativo (decrepitud, vejez), deriva hacia el de la paradoja del deseo y los remordimientos que encarna Claudia y al de su representación en el arte. «Las historias que nos contamos hablan de estos dos personajes de la mitología: Eros y Tanatos. Por lo visto, nada puede interesarnos más: el encuentro tierno y violento, cómico y dramático, entre la erótica vital del amor y la fúnebre impaciencia de la muerte. Sus encarnaciones en la historia de la literatura y en las soberbias obras de arte dan paso a un elenco de personajes inolvidables. Goliat, Claudia y Tarco… nos recuerdan que Eros y Tanatos viven uno junto al otro. De hecho son una pareja, una pareja de hecho».  

Personaje colosal

Pero el punto más fascinante de la novela quizá sea Goliat, un personaje colosal que desafía los marcos mentales del lector. «Los que viven en la periferia, en el extrarradio, no sólo de la ciudad, sino de nuestro sistema de representación, los que no están homologados por la ordenanza del sentido común, ajenos a nuestros códigos de conducta, que no pertenecen a la jerarquía de los valores dominantes, tienen un modo singular de interpretar la naturaleza del mundo, el curso del destino, el sentido de la suerte; desconfían de nuestras convenciones y procuran pasar de largo sin llamar la atención; sus historias – en algunos casos son buenos cuentistas- siempre me han interesado. Y Goliat pertenece a esta estirpe de vagabundos. Su principal virtud le lleva a sentir un profundo desinterés por todos nosotros».

Aunque aparece como un personaje más bien esperpéntico, a la manera de la tradición picaresca, evoluciona hasta el arquetipo del profeta sanador, un salvador con resonancias religiosas: «La similitud entre el santo sanador y el pícaro embustero, una figura de resonancias clásicas, da cuenta de nuestros temores, desconfianzas y expectativas. Goliat viene a ser el antagonista de Berta, la terapeuta: los dos prometen curación y sanación».

Goliat, como el resto de los personajes, crecen desde el sacrificio del ego: «Me parece una cortesía elemental sacar al autor de sus ficciones. Hay otros géneros más adecuados para la sanadora, aunque pedante, egolatría: los dietarios, las autobiografías. Considero que la novela exige un acuerdo esencial entre el autor y su lector: prometo no hablar de mí. ¡No asomarme nunca! La arquitectura de la ficción posee tantos recursos expresivos, dramáticos, estilísticos, tanto poder e impunidad para crear personajes, situaciones, ¡y mundos!, que sería una pena recluirla en la estrecha memoria personal».

Una ficción que, además, no se interrumpe, siempre propicia a una nueva lectura. Por eso Baltasar, además de ocuparse «de los numerosos asuntos vinculados a Formentor y poner orden en un nuevo manuscrito», anda ahora embarcado en la edición revisada de la novela Pastoral iraquí, que KRK publicará en el 2024. Continúa así la espiral sanadora de las historias de siempre, contadas una y otra vez desde la paradójica originalidad que le sobreviene a la estirpe del dios que no puede, ni quiere, dejar de narrar. De narrarse.

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