'Monster Show': cuando las pesadillas se adueñan de la cultura pop
Llega a las librerías un fascinante ensayo de David J. Skal, ‘Monster Show. Una historia cultural del horror’
David J. Skal sabe que la fama de un determinado tipo de monstruos no dura demasiado. Sin embargo, su desalojo de la primera línea siempre suele conectar con cierto estado de ánimo de la cultura popular. Aunque parezcan clichés desgastados por el uso, los vampiros, los zombis o esos espectros que vienen a por nosotros cada noche representan, de forma nítida, el espíritu del momento. Y ello indica, sin lugar a dudas, que nunca se irán del todo.
Siempre vuelven. Y cada vez que regresan a la pantalla, aprovechándose de nuestra demanda de prodigios, sintonizan a las mil maravillas con los anhelos, las crisis y las cuentas pendientes de la gente anónima: la sociedad civil, ajena al vocabulario de las élites universitarias y de los críticos de alto standing.
A partir de esa certeza, y con una inteligencia envidiable, Skal radiografía en su magnífico ensayo Monster Show (Es Pop Ediciones) casi todo lo que ha dejado atrás el siglo XX.
Cada época tiene aquí algo que contar. Tomando como hilo conductor la ‘cultura del horror’ —es decir, aquello que nos asusta desde la literatura, el cómic o las pantallas—, Skal vincula a los monstruos imaginarios con diversas corrientes artísticas y con sucesivos acontecimientos históricos. De ese modo, Drácula, Freddy Krueger, King Kong, el hombre lobo o Godzilla quedan situados más allá de los intereses de su clientela habitual —aquellos que disfrutamos con este tipo de criaturas—, y se transforman en instrumentos muy útiles para comprender traumas colectivos como la Gran Depresión, los tiempos miserables de las dos guerras mundiales o la epidemia del sida.
Skal es un historiador que retiene las pasiones de su infancia. Dentro de esta misma escuela habría que citar a otros autores. En España, sin ir más lejos, este es el caso de Pedro Porcel, otro gran estudioso de la cultura popular a quien debemos libros tan fascinantes como Viñetas infernales: Cien años de comic de terror o Cine de terror 1930-1939: Un mundo en sombras, ambos publicados por Desfiladero Ediciones.
Autor de títulos como Hollywood gótico (1990), Tod Browning: el carnaval de las tinieblas (1995), Halloween. La muerte sale de fiesta (2002) y Algo en la sangre: la biografía secreta de Bram Stoker (2016), Skal pertenece a esa categoría de críticos culturales que, sin perder la amenidad, son capaces de plantear un revelador análisis social a partir de temas en apariencia humildes, incluso despreciados por la academia.
Monster Show nos muestra de qué modo los miedos plasmados en la ficción se enquistan en la realidad cotidiana y en el arte. Detectar cómo y por qué ocurre este fenómeno se convierte en una prueba de habilidad para el observador. Sobre todo si, como sucede en el caso de Skal, venera su objeto de estudio como un verdadero fan.
Esto último explica, además, por qué encontramos en su libro tantos guiños de complicidad al lector.
Históricamente, nos dice Skal, el terror ha servido para crear nuevos estados de conciencia y para hacer crítica social. Década a década, los miedos de la ficción han prosperado en consonancia con la vida cotidiana, de tal modo que las cintas y los libros de terror facilitan algo así como una historia secreta de los tiempos modernos. No es difícil entenderlo cuando reparamos en el poder metafórico de películas como Drácula (1931), Frankenstein (1931), La isla de las almas perdidas (1933) y La noche de los muertos vivientes (1968), o en tebeos tan significativos durante los años 50 como Tales from the Crypt.
Las mil caras del miedo
Lo macabro de las criaturas que animan las páginas de Monster Show no descarta excursiones a temas bastante delicados. Por ejemplo, la percepción de la deformidad física. En este sentido, las líneas que Skal dedica a un film tan desafiante para los censores como Freaks (1932), de Tod Browning, ayudan a entender la moda de los circos de los horrores (los freak shows) en una América arrasada por la crisis económica.
De igual modo, las novelas de Stephen King y sus adaptaciones audiovisuales, sobre todo Carrie e It, invitan a interpretar bajo otra óptica ciertos temas que centraron la conversación en los años ochenta, como el abuso infantil, el crimen en las barriadas suburbanas o los cambios en el modelo familiar.
En este punto, Monster Show conecta con un ensayo ya clásico de Jean Delumeau, El miedo en Occidente (1978). «Debido a que es imposible conservar el equilibrio interno afrontando durante mucho tiempo una angustia flotante, infinita e indefinible, al hombre le resulta necesario transformarla y fragmentarla en miedos precisos de alguna cosa o de alguien», escribía el historiador francés. «En una secuencia larga de traumatismo colectivo, Occidente ha vencido la angustia ‘nombrando’, es decir, identificando, incluso ‘fabricando’ miedos particulares».
De ese modo, la robustez de los infiernos institucionales o históricos se ha ido reflejando a través de fantasías como las que escenificaba en París Le Théâtre du Grand-Guignol, aquel teatro del distrito de Pigalle donde, a lo largo de la primera mitad del siglo XX, el público asistía a obras tan cargadas de crueldad, hemoglobina y clímax visuales como las modernas películas de psychokillers.
En el fondo, como se intuye al leer Monster Show, no hay una diferencia substancial entre los temas dominantes en aquellas escenografías del Grand-Guignol y los impactantes asesinatos de Norman Bates (Psicosis) o Jason Voorhees (Viernes 13).
Las raíces del terror
A la vista está que Skal no plantea barreras entre alta cultura y cultura popular. Dentro del género que acá le interesa, aprecia con el mismo interés un tebeo menor que una novela de primera categoría. Eso le permite aproximarse con total libertad a productos de serie B y valorarlos como un vehículo de la imaginación plenamente respetable.
Por otro lado, en Monster Show, el horror de la pantalla delata visiones paranoicas, subversión y fantasías compensatorias que no son evidentes a primera vista, y que el autor desvela con perspicacia.
Pero aún hay más. Así, dentro de ese cajón de sastre en el que, como decía Rafael Llopis en su Historia natural de los cuentos de miedo (1974), se aglutinan «el terror a los muertos, el terror a la noche, el terror a los dioses oscuros de la tierra y del cielo», también cabe hallar ingredientes propios de las leyendas populares y los cuentos de hadas. «Tras el terror —escribía Llopis—vienen formas más profundas, más sagradas, más terribles y fascinantes del mysterium tremendum».
A ese estrato más profundo también accede Skal con evidente soltura. En sus manos, los viejos arquetipos del terror, siempre vivos a través de los tiempos, dibujan un cuadro coherente de nuestros valores y de nuestros deseos más íntimos.
De propina, y por si todo esto no fuera suficiente, Es Pop ha editado primorosamente el libro, acaso pensando en los nostálgicos que, por razones fáciles de entender, aún idealizan aquella edad dorada de los cines de barrio, las librerías de segunda mano y los quioscos rebosantes de tebeos.