Guillermo del Valle: un jacobino contra la traición de la izquierda
El abogado y político publica un ensayo crítico con la perversión del mensaje socialista y los nacionalismos identitarios
Guillermo del Valle aprieta pero no ahoga. Su mano envuelve el saludo con la misma firmeza con la que despacha ideas. Algunas cáusticas. Otras templadas. Habla con la dicción de un pureta sin la losa de las canas. Eso, a bote pronto, sorprende. Da para imaginar que lleva un pinganillo en cada aparición pública que hace. Pero hace tantas el director de El Jacobino, que si de verdad le chivasen el discurso tendría cera en las orejas para una estatua de Joaquín Sabina. ¿Que por qué Sabina? Pues porque más allá de la política, del Valle se confiesa un fundamentalista del cantautor. Un gusto que se extiende a otras personalidades del género como Georges Brassens o Joaquín Carbonell. Lo cual, sumado a su devoción por la poesía del siglo de oro y los jerséis de punto, siembra la duda sobre si sus 34 años no serán un embuste esculpido a base de bótox y tinte moreno en el armarito del baño…
THE OBJECTIVE ha entrevistado a este madrileño, abogado socialista y crítico con quienes pervierten el significado de esa palabra. No por nada su recién parido ensayo lleva por título La izquierda traicionada (Península). Y, ¿cómo no? Lo primero es saber, ¿quién ha traicionado a la izquierda?
«Los presuntos progresistas», descorcha el autor. «Me alejo del fundamentalismo, quede claro. El mundo cambia. Pero los principios no prescriben, sino que se deben actualizar las formas de aplicarlos. Hoy tenemos una izquierda que ha arrasado la igualdad y naturalizado la diversidad en derechos, que no es buena. La diversidad cultural es inherente a la sociedad democrática, pero que unos señores tengan un derecho mayor al de los demás es malsano y poco socialista. Si no crees en el bien común y en los servicios públicos, quizás te valga, pero yo sí creo en ambos».
«Lo que me atrajo de UPyD fue que puso sobre la mesa el principio de igualdad territorial»
Siendo pejiguero, le recuerdo al letrado su participación, hace tiempo, en UPyD. Un partido que, vista su actual reivindicación socialista, le escora a la derecha. «Yo tuve un papel muy testimonial en 2015», dice del Valle, haciendo gala de un temple muy digno visto que la pregunta iba a picar. «Lo que me atrajo de UPyD fue que puso sobre la mesa el principio de igualdad territorial en un momento en el que había sido arrasado por los nacionalismos. Su gran problema fue la transversalidad. Y en lo que a mí respecta, tuvo una deriva antagónica a la mía. Aunque siempre me he movido en la izquierda, trabajar como abogado con personas en situaciones de vulnerabilidad, y verme cara a cara con el drama cotidiano y la estafa de la igualdad de oportunidades, me hizo acercarme más al socialismo. A su tradición racionalista y materialista. A esa izquierda que lucha contra la tiranía de los orígenes. Una tiranía que todavía hoy hace que el 70% de la riqueza sea hereditaria. Realmente, vivimos en las antípodas de la meritocracia»
A Del Valle, si algo lo ha caracterizado ha sido su crítica a los independentismos patrios. Una crítica, de hecho, que no tiene por principio ese odio ciego tan diseminado. Más bien un juicio, precisamente, hacia ese sentimiento que, según él, se atrinchera agazapado bajo la palabra nacionalismo. «Aunque cueste escucharlo, hay un principio muy próximo al racismo y la xenofobia en el identitarismo étnico de los nacionalismos. Había una frase muy significativa de Iñaki Viar en el documental Traidores, que decía: ‘distinto es el nombre educado de xenofobia’. Y en esa distinción de identidad es en la que se han cimentado los nacionalismos. Dando pie a que en País Vasco se usase, por ejemplo, cacereño de una forma totalmente despectiva». Al igual que charnego en Cataluña, incido. «Charnego, claro. Que, además, tiene una identificación no sólo étnica, sino también de clase».
Hablando de etnias, aunque en este caso más epidérmicas, le recuerdo su participación en el ya fallecido programa Playz, donde durante unas de sus intervenciones fue llamado al silencio. «Ha habido tal ruptura del simbolismo, del humor y la ironía, que se ha convertido en un síntoma de la degradación democrática. Cuando dije allí: ‘¡Hay que socavar la razón!’, en un tono sarcástico visto el delirio, fue porque se dijo que el problema era mi ‘racionalidad de hombre blanco’ y que yo no podía, por tanto, hablar de nada que no fuera el hombre blanco. En la vida se me ocurriría decirle a alguien, sea cómo sea, que no puede debatir sobre algún tema. Siempre y cuando respete la palabra de los demás, por supuesto. De aquello salí con la idea de que una literalidad peligrosa comienza a impregnar la izquierda. Algo que se aborda en el libro de cara a la cultura de cancelación, las políticas identitarias, etc.»
Tanto en el ensayo como en las palabras del autor, se aspira una crítica a la hipertrofia de la ofensa y el sentimentalismo victimista. Una deriva que tiende al sectarismo y que Del Valle atisba con inquietud dopada. «La cultura de las grandes causas colectivas se neutraliza al hacerse partícipe de una pequeña tribu. Porque ese atrincheramiento hace difícil percibir el hilo conductor que nos une en torno a un acceso muy duro a la vivienda, unos salarios pobres, unos problemas medioambientales, públicos y otras desigualdades comunes. Que eso quede eclipsado por una tribu es lo preocupante», concluye con rostro, de pronto, más serio.
«No queremos que gobierne la derecha, pero no a toda costa porque nos importan las ideas»
Sin rebajar el tono, no está de más preguntarse ¿cómo podrían explicarse los estudios culturales, el identitarismo y esas expresiones a veces tan laberínticas que salen a imponerse en los debates políticos, a personas de a pie? Para Del Valle, una explicación sería esta: «Lo que hay es una sobrecarga de las cuestiones posmateriales que tienen menos que ver con cómo vive la gente, con el conflicto capital-trabajo, con la precariedad y los servicios públicos, y una inundación de teorías que apelan al sentimiento, al idealismo, donde las categorías materiales comprensibles por todos se difuminan, y entramos en un sistema líquido. Un drama si tenemos en cuenta que para cambiar el mundo hay que poder entenderlo en la realidad material. Y si hasta lo material pasa a ser un constructo, ¡si todo es un constructo!, ¿cómo vas a transformar las estructuras?»
Estructuras que, ¿para qué vamos a transformar?, pudiendo pasarlas por la trituradora de la mano invisible como propone el nuevo león presidencial de Argentina, ¿no? «Milei es un ejemplo del populismo que chapotea en la desigualdad y la desesperanza. Vamos hacia sociedades rotas, donde va a germinar la extrema derecha. Y que una ministra de Podemos señale a Juan Roig pública y enardecidamente no cambia nada. Debemos buscar cero estridencia en las formas y, por ejemplo, actuar cambiando el IRPF y que las rentas del capital no tributen mucho menos que las del trabajo. Eso le pido a Podemos y es lo que no han hecho. Eso es actuar en la estructura».
Aunque suene ficticio, durante la entrevista una pareja de ancianos se acercan a Del Valle, sonrisa en boca, para felicitarle por su labor. «¿Qué nos queda?», pregunta la mujer del dúo con desangelado gesto. Y Guillermo, como una promesa más que como una persona, le responde «Esperanza. No podemos perder la esperanza…». Puñetas, la escena ha quedado tan canónica, que cabe temer una conjura. Como si Guillermo hubiera precocinado la aparición de estos dos extras para la entrevista y, mira tú, el caballero, que tilda de intelectual al autor a viva voz, curiosamente compartiera su apellido, y su nombre apareciera en la parte trasera del DNI del líder de El Jacobino. «Te juro que no estaba preparado», confiesa entre risas. Y habrá que creerle, aunque todo sea sospechoso… porque cariño y simpatía, queda claro, provoca.
A modo de conclusión, pregunto a Del Valle cómo ve su proyecto en política. ¿Cuáles son los aportes que El Jacobino, ahora respaldado literariamente por su ensayo La izquierda traicionada, puede ofrecer? «Desde el Jacobino creo que podemos aportar una voz racional; menos sectaria. Claro que no queremos que gobierne la derecha, pero no a toda costa porque nos importan las ideas. Me gustan las ideas del socialismo porque me gusta la solidaridad, la igualdad, la redistribución de la riqueza, la libertad de todos, no por un fetiche identitario de partido que me mantenga en el poder. Y desde luego no a costa de vivir en un Estado totalmente balcanizado repleto de republiquitas étnicas».