Ridley Scott realiza un 'Napoleón' más apabullante que convincente
La superproducción encadena batallas y momentos espectaculares, pero no refleja la complejidad del personaje
Napoleón de Ridley Scott es una película de magnitudes épicas por dos motivos. En primer lugar, porque está repleta de espectaculares batallas: desde la toma de la fortaleza del puerto de Tolón, que dio pedigrí de gran estratega al entonces joven militar, hasta la derrota final en Waterloo, pasando por Austerlitz y Borodinó. Y, en segundo lugar, porque esta fastuosa superproducción, desbordada de cañonazos, caballos al galope y extras vestidos de soldados, la ha dirigido ¡un señor que tiene nada menos que 85 años!
La cinta es al mismo tiempo un producto del pasado y del presente. Del pasado porque es un biopic con sabor a los del Hollywood de antaño, el del colosalismo de las producciones bíblicas de Cecil B. DeMille o de aquella Cleopatra con Elisabeth Taylor y Richard Burton. Pero Napoleón es también una obra anclada en el presente, porque si se ha podido financiar ha sido gracias a la participación de Apple TV (que también ha producido Los asesinos de la luna de Scorsese). Y la presencia de la plataforma se va a traducir en la siguiente singularidad propia de nuestros tiempos: la película que podrán ver en los cines dura dos horas y 40 minutos, pero en 2024 se estrenará en streaming una versión extendida de algo más de cuatro horas, que acaso rellene los saltos y boquetes que se perciben en la que se proyecta en salas.
Tratar de sintetizar la historia de Napoleón desde su juventud hasta su destierro y muerte en la remota isla de Santa Elena es una tarea harto difícil en el formato de una película, por larga que sea. Tal vez habría sido más sensato plantearse el proyecto como una serie televisiva de diez capítulos. Sobre todo, porque se trata de una figura muy compleja, que además se desenvolvió en unos tiempos turbulentos. El peligro de embutir en dos horas y pico las tres décadas cruciales de la vida del personaje -que, no lo olvidemos, falleció con solo 51 años- es que todo se comprima tanto que los sucesivos episodios pierdan peso dramático y se conviertan en anecdóticos, un mero encadenado de momentos estelares.
Este era un riesgo que también afrontaba otro relevante biopic reciente, el Oppenheimer de Christopher Nolan, que también recorría la vida del personaje desde su juventud. Pero Nolan centraba el foco en los dos momentos clave -la invención de la bomba y el acoso posterior sufrido por sus juveniles simpatías comunistas del científico- y lograba un retrato psicológico eficaz de sus planteamientos ideológicos y dudas morales. El Napoleón de Scott es visualmente apabullante y cuenta con escenas bélicas impactantes, pero me temo que no logra reflejar los matices, paradojas y contradicciones de su protagonista. ¿Cómo acabó un oficial de la Francia revolucionaria que había guillotinado a su rey coronándose emperador y pretendiendo fundar una nueva dinastía monárquica? ¿Cómo pudo fascinar a la intelectualidad europea, incluidos Goethe y Beethoven, como un líder carismático de los nuevos ideales y acabar convertido en un autócrata cesarista? Estas y otras preguntas relacionadas con el ejercicio del poder, sus pasadizos y bambalinas, la película de Scott no acaba de responderlas de forma convincente.
En cambio, funciona mucho mejor en el retrato de la tormentosa intimidad del carismático hombre público. La tóxica relación con Josefina está muy bien retratada y la verdad es que sabe a poco entre tantas batallas. Hay apuntes interesantes sobre la sexualidad primaria y los celos de Napoleón, y también sobre la personalidad de ella, una mujer seductora y ambiciosa, adelantada a su tiempo, que acabó siendo forzada a aceptar una ruptura matrimonial porque era incapaz de dar un heredero al general que había devenido emperador. De este modo, Napoleón pudo casarse con María Luisa de Austria, que le proporcionó el deseado hijo y sucesor dinástico, además de una muy conveniente alianza política.
Licencias históricas
¿Estamos ante un retrato fiel a la verdad histórica de Napoleón? Más o menos, porque la película navega entre la realidad y el mito. Se toma no pocas licencias que han soliviantado a los especialistas en la materia, como por ejemplo situar al futuro emperador en la plaza en la que se está ejecutando a María Antonieta, cosa que nunca sucedió en la realidad, como tampoco es veraz que la emperatriz luciera sus largos cabellos, porque se los habían cortado para que no entorpecieran la labor de la guillotina. En lo que respecta al rigor histórico, también hay que apuntar la ausencia de algunos episodios muy relevantes en la trayectoria de Bonaparte. Acaso la ausencia más clamorosa es la de la invasión francesa de España, que ni siquiera se menciona de pasada. Otros episodios destacados, como la campaña de Egipto, cuya importancia fue no solo militar, sino también científica y cultural, están tan sintetizados que acaban reducidos a simple anécdota y a dos imágenes de impacto: Napoleón ante la Esfinge, que replica minuciosamente el espléndido lienzo de Jean-Léon Jérôme, y Napoleón pegando la oreja a una momia por si esta se aviene a desvelarle algún secreto del pasado.
Al personaje lo han interpretado en la pantalla actores como Charles Boyer, Marlon Brando, Rod Steiger o Herbert Lom, y se quedó en el tintero Jack Nicholson, el protagonista previsto para la versión que durante años preparó Stanley Kubrick, pero no pudo rodar por el elevado coste. Aquí es Joaquin Phoenix quien se mete en la piel del emperador con su ímpetu habitual. Compone a un Napoleón torvo, inquietante y magnético que logra arrastrar consigo toda la película. Por su parte, la ascendente Vanessa Kirby -la vimos este verano en la última entrega de Misión imposible– da vida a una Josefina muy creíble.
Ridley Scott pasará a la historia del cine sobre todo por dos obras tempranas que marcaron época y tuvieron enorme influencia en sus respectivos géneros: Alien y Blade Runner. A lo largo de su carrera posterior, llena de altibajos, ha ido realizando varias cintas de época guiadas más por la espectacularidad que por el rigor histórico: Gladiator, 1492, la conquista del paraíso, El reino de los cielos y El último duelo, esta última la más sugestiva y redonda.
En esta línea, Napoleón es de lejos la más ambiciosa, por su monumentalidad y por la magnitud del personaje. El resultado es muy disfrutable; pese a su larga duración, no se aburrirán. Esta llena de momentos destacables e imágenes potentes, pero al final queda el regusto amargo de que entre los estruendos de los cañonazos la poliédrica figura de Napoleón Bonaparte – genio de la estrategia militar, líder carismático, general sanguinario, autócrata con ínfulas cesaristas…- no acaba de aparecer en toda su complejidad.