THE OBJECTIVE
HISTORIAS DE LA HISTORIA

La muerte de Kennedy, una moderna mitología

En el 60 aniversario del asesinato del entonces presidente, el mito sigue suplantando a la historia.

La muerte de Kennedy, una moderna mitología

Imágenes del asesinato de Kennedy.

El siglo XX es desde luego el más mortífero de la Historia. A nivel colectivo tiene las dos Guerras Mundiales, las mayores masacres sufridas por la humanidad. Y en el plano individual su nómina de magnicidios es estremecedora.

Cuatro reyes europeos y dos príncipes herederos abren la lista de esos grandes personajes a los que un terrorista más o menos solitario hace salir de la Historia, empezando por Humberto de Italia (1900) y siguiendo por Carlos I de Portugal junto a su hijo (1908), Jorge I de Grecia (1913), el heredero del Imperio Austrohúngaro, Francisco Fernando (1914) y Alejandro de Yugoslavia (1934). Anarquistas, republicanos, un vagabundo loco, nacionalistas serbios o nacionalistas croatas fueron los responsables.

Alfonso XIII debería haberse unido a ellos, pues sufrió varios atentados anarquistas –«Gajes del oficio», decía impasible el monarca español-, el más terrible el día de su boda (1905), donde la bomba asesinó a 23 personas que contemplaban el cortejo nupcial. Pero si el rey se salvó, hubo nada menos que tres presidentes del gobierno español muertos en atentado en el siglo XX: José Canalejas (1912) y Eduardo Dato (1921), víctimas del terrorismo anarquista, y Carrero Blanco (1973), asesinado por ETA.

De gran repercusión mundial fueron también los asesinatos de Gandhi (1948) por un fundamentalista hindú, del presidente egipcio Anuar el Sadat (1981) por un fundamentalista islámico, y del primer ministro israelí Rabin (1995) por un ultranacionalista judío.

Algunos de estos magnicidios tuvieron terribles consecuencias históricas. El atentando de Sarajevo contra el heredero austriaco provocó la Primera Guerra Mundial, y el de Rabin saboteó irremediablemente el proceso de paz entre israelíes y palestinos, cuando la paz parecía al alcance de la mano. Las consecuencias de aquel asesinato terrorista las estamos viendo ahora en Gaza.

Pero pese a ello, ningún magnicidio ha impresionado tanto al mundo, ninguno ha influido tanto en nuestra cultura, ninguno ha dado lugar a tantos artículos, libros, películas, series televisivas y leyendas en las redes sociales, como el de John F Kennedy en Dallas hace ahora 60 años.

Una presidencia mágica

En JFK, como se suele llamar al presidente Kennedy, se produjo eso que los astrólogos llaman una alineación de planetas, una serie de circunstancias extraordinarias que determinan un destino. Antes que nada hay que decir que aquella presidencia daba dos por uno, pues tanto protagonismo histórico como JFK tenía su «primera dama», Jackie. Si él era guapo y elegante, su mujer le superaba, la pareja rezumaba un atractivo irresistible.

Una simple conversación telefónica entre Kennedy y Khrushchev detuvo la Tercera Guerra Mundial cuando la crisis de los misiles de Cuba, y una conversación telefónica de Jackie con André Malraux, famoso intelectual y ministro de Cultura de De Gaulle, consiguió algo aún más difícil, que Francia le prestase Estados Unidos la Gioconda, su más preciado tesoro artístico. Mientras De Gaulle desarrollaba una política exterior antiamericana, los franceses decidieron que Jacqueline Kennedy era «suya», que la primera dama norteamericana era como francesa.

En las cadenas de televisión de Estados Unidos había series con parejas de físico parecido a la pareja presidencial, que les permitían a millones de americanos entrar en una sitcom en la Casa Blanca. Esa aura de esplendor dio lugar a la expresión «Camelot» para referirse a la presidencia kennediana y al equipo que rodeaba a JFK, como si fueran la corte del Rey Arturo y los caballeros de la Tabla Redonda. Tomen nota de esto, porque significa que el mito ya estaba montado y asumido antes del martirio del héroe.

Camelot, sin embargo, ocultaba una realidad mucho más desagradable. JFK era un enfermo crónico, padecía una enfermedad rara, el síndrome de Addison, además de las secuelas de una herida de guerra en la espalda que provocaban dolores que hubieran inutilizado a un hombre corriente. Cuando viajaba JFK tenía que dormir en el suelo, porque no aguantaba ninguna cama que no fuese la suya, construida especialmente. Y repetidamente rompió el protocolo en sus visitas de estado porque, en los automóviles descubiertos en los que se daba el baño de masas allá donde fuera, se tenía que poner a la derecha para apoyar ese brazo.

Jacqueline sufría depresiones, tanto por los abortos y bebés muertos al nacer como por las infidelidades de JFK. En un momento al principio de su matrimonio estuvo a punto de pedir el divorcio. Sin embargo ninguna de estas miserias trascendían al público, JFK parecía gozar de una coraza mágica, como el héroe de un mito, que le protegiera de lo que ha arruinado tantas carreras políticas en Estados Unidos, la inquisición de los periodistas.

Rodeados de esta aura, la pareja llegó a Dallas una mañana de noviembre. Jackie lucía un modelo rosa que no podía pasar desapercibido, y que terminó manchado de sangre, aunque inexplicablemente ella no se cambió, y aparece así en las fotos de la jura del sucesor del marido muerto, el presidente Johnson. Ese vestido habría debido quedar maldito, y sin embargo sería imitado por muchas mujeres en el mundo.

Destacamos esto como una prueba más de los comportamientos irracionales que provocó el asesinato de Kennedy. No vamos a hacer aquí una crónica del atentado, que es de sobra conocido, sino a destacar como dio lugar a una mitología y una mitomanía, que es lo contrario de la Historia.

Johnson jura el cargo horas después del asesinato de Kennedy. Foto: Europa Press.

Conspiración y maldición

La mixtificación más importante generada por la muerte de Kennedy es la teoría conspiracionista, que no acepta al asesino solitario, aunque nunca hayan aparecido pruebas de complot. Engordó desde el principio estas hipótesis el asesinato inmediato del presunto asesino, Lee Harvey Oswald. Tras haber visto en directo estrellarse el avión y derrumbarse las Torres Gemelas, nada resulta impactante hoy en día, pero en 1963, que la televisión retransmitiese en directo la «ejecución» de Oswald en una comisaría llena de policías, traumatizó a Estados Unidos tanto como la muerte de JFK. ¿Cómo no pensar que habían querido taparle la boca? El ejecutor era un gangster fichado, y ya se sabe que la Mafia impone la ley del silencio.

A partir de ese momento todo fue creíble para los americanos, y luego para el resto del mundo, que es vasallo de las modas culturales de Estados Unidos. Los conspiranoicos nos han explicado que a Kennedy lo asesinó la CIA o la KGB. Fidel Castro o los exilados cubanos anticastristas. La Mafia o Edgar Hoover, director del FBI. El demócrata Johnson, que sucedería a JFK en la presidencia, o el republicano Nixon, al que JFK había derrotado en las elecciones. El servicio secreto israelí o los árabes. Los banqueros Rostchild, Morgan y Rockefeller o los millonarios tejanos del petróleo…

Más sofisticados que los conspiracionistas son los esotéricos, que han creado su propio mito cabalístico sobre el asesinato de JFK. Lo importante para la Cábala es la numerología, y no hay más que consultar los números para encontrar la pauta que, inexorablemente, lleva a la muerte de Kennedy. Resulta que desde 1840, los presidentes que han sido elegidos en años que terminan en cero han muerto sin terminar su mandato, la mayoría de forma violenta.

En 1840 fue elegido William Harrison, que tres décadas antes había comandado el ejército americano que derrotó a Tecumseh, el gran caudillo indio de la tribu Shawnee. Éste lanzó un conjuro contra Harrison, que iba a cumplirse en el mejor momento de su vida. Tras ganar los comicios de 1840, Harrison tomó posesión de la presidencia el 4 de marzo de 1841, pero murió repentinamente el 4 de abril. Solamente disfrutó un mes de la presidencia, y sus contemporáneos dijeron: «Es la Maldición de Tecumseh».

Desde entonces la maldición ha funcionado puntualmente. Abraham Lincoln, elegido en 1860, Garfield, en 1880, y MacKinley, en 1900, fueron asesinados. Harding, elegido en 1920, logró evitar los atentados, pero no la neumonía, que lo mató en su tercer año de mandato. Franklin D. Roosevelt, fue reelegido en 1940 y burló durante más tiempo la Maldición de Tecumseh, pues fue reelegido otra vez en 1944, aunque murió al poco de empezar su tercer mandato. 

La Maldición regresó pletórica con Kennedy, elegido en 1960, y volvió a manifestarse con Reagan, elegido en 1980, que sufrió un atentado que parecía mortal. Sin embargo, en este caso la medicina había avanzado mucho y venció a la hechicería de la tribu Shawnee. Muy debilitada, la Maldición de Tecumseh intento acabar con George W. Bush, elegido en 2000. Durante una visita de estado a Georgia le lanzaron una granada de mano, que no explotó. El presidente ni siquiera se enteró del atentado, quizá estaba inmunizado por haber sufrido ya durante su mandato el mayor atentado de la Historia, el del 11-S.

Tampoco parece que la Maldición de Tecumseh vaya a desalojar de la Casa Blanca a Joe Biden, elegido en 2020, más bien será Donald Trump quien ejerza de némesis. Pero eso ya es otra historia.

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