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Historias de la historia

Acoso a Venus

Militantes ecologistas han atacado a la Venus del Espejo de Velázquez esta semana, en Londres. Es una historia repetida

Acoso a Venus

La Venus del Espejo tras el ataque de 1914.

La mujer sacó una cuchilla de carnicero y atacó al hermoso cuerpo humano como si fuera a filetear una ternera. Siete hachazos, siete grandes rajas del cuello a las nalgas le hizo al cuadro antes de que la detuviesen. Era el 10 de marzo de 1914 y había destrozado La Venus del Espejo, uno de los tesoros de la National Gallery de Londres, adquirido hacía poco por 45.000 libras esterlinas, una fortuna para la época.

Cuando la policía se llevó a la agresora resultó ser una conocida de Scotland Yard: Mary Raleigh Richardson, de 31 años, oriunda de Canadá, militante sufragista «pendiente de juicio por incendiaria», según su ficha policial, que en realidad se quedaba corta.

En dos años de activismo, además de ser tambor mayor de la banda de música de la Unión Social y Política de Mujeres -el movimiento sufragista-, Mary Richardson estaría nueve veces en la cárcel, donde se declaró en huelga de hambre y soportó la «alimentación forzosa» mediante embudo.

Había empezado su militancia en el movimiento que reclamaba el voto para las mujeres rompiendo las vidrieras del Ministerio del Interior, y luego provocaría incendios, pondría una bomba en una estación de tren, y saltaría al estribo del coche del rey Eduardo VII para entregarle una petición. El verano anterior, Mary Richardson había acompañado a Emily Davison a la catedral de las carreras de caballos, el Derby de Epson, donde Davison saboteó lo que la mayoría de los ingleses considera sagrado, saltando a la pista delante del caballo propiedad del rey, que la arrolló y la mató. Mary Richardson también estuvo a punto de perder la vida, porque el público indignado intentó lincharla, dándole una soberana paliza.

Las sufragistas luchaban por un derecho que hoy nos parece natural, el voto femenino en las elecciones políticas. Pero cuando empezó el siglo XX solamente una nación reconocía el voto pleno para las mujeres, Nueva Zelanda desde 1893. En Inglaterra, país de vieja tradición democrática, las sufragistas fueron especialmente combativas, llegando a la autoinmolación, como Emily Davison, arrostrando riesgos y penalidades, castigos y palizas. Ciertamente su activismo era irritante, era un terrorismo de baja intensidad que no buscaba matar personas, pero destruía cosas que parecían sagradas a la sociedad, como la Biblioteca Carnegie de Birmingham, la Abadía de Westminster, donde pusieron varias bombas, o las obras maestras de los museos, pues La Venus del Espejo no fue la única pintura atacada, aunque sí la más importante.

Mary Richardson escogió como víctima la obra maestra de Velázquez porque quería llamar la atención sobre la situación de la jefa y fundadora del movimiento sufragista, Emmeline Pankhurst, que estaba en la cárcel en huelga de hambre. «He intentado destruir la pintura de la más bella mujer en la historia de la mitología como protesta contra el Gobierno por destruir a la señora Pankhurst, que es la persona más hermosa de la historia moderna», explicó ella misma.

En 1952, cuando ya existía derecho de voto para la mujer en todas partes y el feminismo radical buscaba otras causas que le dieran vida, Mary Richardson reelaboró su versión del ataque a La Venus del Espejo y dijo que lo había hecho porque «no me gustaba la manera en que los visitantes masculinos la miraban boquiabiertos todo el día». Pero eso era mentira.

Gran Bretaña concedió el voto a las mujeres en 1918, y el movimiento sufragista dejó de existir. Mary Richardson se afilió al Partido Laborista, entonces la extrema izquierda, y se presentaría tres veces a las elecciones como candidata laborista, aunque fracasó las tres. Dejó el laborismo y, sorprendentemente, se afilió a la Unión Fascista Británica, la extrema derecha, donde llegaría a ser jefe de la Sección Femenina. Pero esa es otra historia.

El misterio de la Venus del Espejo

La Venus del Espejo no sólo es una de las pinturas más bellas que existen, como reconocía su atacante Mary Richardson en 1914, es también una obra emblemática. Por eso atrae a los terroristas del arte.

En primer lugar, es el primer desnudo «sin excusas» de la pintura española. Desde la Edad Media y durante siglos, los aficionados a ver cuerpos desnudos tenían que conformarse con la pintura religiosa, que buscó la forma de ofrecer un amplio catálogo de arte ocultamente erótico, empezando por nuestros primeros padres, Adán y Eva, a los que siempre se representaba antes de ser expulsados del Paraíso, cuando iban sin ropa.

A ellos se sumarían los atractivos cuerpos desnudos de Jesucristo en la cruz o San Sebastián atado a un árbol y acribillado a flechazos, o María Magdalena, personaje que ya en el Evangelio tenía connotaciones eróticas, representada como penitente en el desierto semidesnuda, a veces cubierta solamente por su propia melena, lo que resulta aún más lujurioso.

Lo más paradójico es que mientras en Europa el cristianismo obligaba a -y facilitaba- recurrir a estos subterfugios, en Roma llegó el Renacimiento, y los papas y cardenales se rodearon sin el menor prejuicio de estatuas greco-romanas encontradas en excavaciones, todas ellas gloriosamente desnudas. 

Los pintores renacentistas italianos inmediatamente comenzaron a explotar la mina de la Antigüedad clásica, y a producir Venus, Dianas, Apolos y Adonis de extraordinaria belleza. Sin embargo en España hubo una resistencia al desnudo «sin excusas» que prácticamente no se rompería hasta Goya y su Maja desnuda. Incluso Carlos III, un monarca ilustrado y modernizador del siglo XVIII, daría orden de quemar todas las pinturas de desnudos de la colección real, que era fabulosa. Menos mal que no le hicieron caso, y gracias a ello podemos disfrutar en el Prado de las «poesías eróticas» que Felipe II le encargaba expresamente a Tiziano, o de la colección de arte voluptuoso que Felipe IV escondía en el gabinete donde se echaba la siesta.

La Venus del Espejo presenta también otra excepcionalidad, es una de las pocas obras que Velázquez pintó para alguien que no fuese el Rey o su corte, aunque no se sabe para quién. Desde que viniese de Sevilla a Madrid con veinte años, primero el conde-duque de Olivares, valido de Felipe IV, y luego el propio Rey, comprendieron que estaban ante el mejor pintor de la Historia, y lo monopolizaron para la monarquía española. Esa es la razón de que la nómina de cuadros de Velázquez del Museo del Prado, heredero de la colección real, sea algo sin parangón en el mundo -ni juntando todos los Velázquez de los grandes museos del planeta se alcanza su nivel.

Se cree que Velázquez pudo pintar su Venus durante su segunda estancia en Italia, entre 1649 y 1651, influido por la profusión de desnudos del barroco italiano. En esa etapa, en la que el pintor fue muy feliz, Velázquez tuvo una amante de nombre ignorado que incluso le dio un hijo. Esa sería una de las razones por las que Velázquez se sintió tentado de quedarse en Roma, hasta que Felipe IV le dio órdenes inapelables de regresar a Madrid. Una arriesgada pero atractiva hipótesis especula con que esa Venus que nos da la espalda fuese la amante de Velázquez.

El caso es que el mismo año, 1651, en que volvió de Italia, la Venus del Espejo aparece documentada por primera vez, en el inventario de un marchante de arte. Velázquez había vendido su pintura a alguien extraño al círculo de la corte, quizá para deshacerse del recuerdo de esa amante abandonada. Pero enseguida la compraría un cortesano, don Gaspar de Haro, gran coleccionista e hijo del valido que había sucedido al conde-duque de Olivares. Permaneció en su familia y, por alianzas matrimoniales, terminó en la Casa de Alba.

Podríamos disfrutarlo ahora en el Palacio de Liria si a principios del siglo XIX Manuel Godoy, todopoderoso valido de Carlos IV, no se hubiera encaprichado de la Venus del Espejo para su gabinete de pintura erótica, donde tenía a la Maja Desnuda de Goya. Godoy obligó a los Alba a venderle el cuadro, pero enseguida llegaría la caída de Godoy y la invasión de Napoleón. Dentro del saqueo del patrimonio artístico español durante la Guerra de Independencia, un marchante inglés se apoderó de la Venus del Espejo y la llevó a Inglaterra, donde pasaría por varios propietarios hasta llegar a la National Gallery.

Allí ha tenido una mala vida, objeto del acoso de los terroristas del arte.

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