Andrea Genovart y la obsesión por la identidad
Conversamos con la ganadora del Premi Llibres Anagrama de Novel·la
Como buena estudiante de teoría literaria, Andrea Genovart (Barcelona, 1993) tenía la idea de que la novela «es el gran proyecto por encima de escribir otro tipo de géneros» y, gracias a esa idea, encontró la forma y el estilo particular para narrar. Fue ahí cuando llegó el Premi Llibres Anagrama de Novel·la, un premio de la editorial barcelonesa a obras en catalán que despertó una polémica con el Institut d’Estudis Catalans tan parecida como al Rosalía lanzar su single en catalán Millònaria . Hoy aquel Consum Preferent en catalán ha pasado al castellano por la misma editorial y la traducción al castellano de Rubén Martín Giráldez como Consumir preferentemente.
Genovart, aunque había escrito relatos y otras cosas en el mundo creativo, quería probar con la novela por un deseo de sentirse «una persona seria», así lo afirma en una entrevista para THE OBJECTIVE. Todo empieza con su edad y su progresión, «intentaba pensar desde un marco muy cerrado y muy estructurado, una historia muy cerrada y también un estilo» nos comenta. Era un punto de partida bastante genérico basado en los lugares comunes acerca de qué es una novela, su grandilocuencia, o lo que debe ser una novela canónica; sin embargo, ninguna idea le atraía.
Fue en ese ir y venir de ideas que pensó que no podía escribir y, en esa imposibilidad, llegó el deseo de no proyectar un relato cerrado y lineal, sino que pudiese escribir como ella pensaba, «de forma muy desordenada». Fue en el caos que comenzó a pensar sobre la ciudad, «todo lo que hay hoy en día» y quiso reflejarlo a través de un estilo y se dijo «vale, pues el tema será el estilo».
PREGUNTA.- Es una novela donde hay mucho humor, pero al parecer lo que mueve a Alba, su protagonista, es la rabia. Hay mucho de burla hacia lo que es Barcelona y sus habitantes.
RESPUESTA.- Sí, yo creo que es como un desfile de todos los elementos. Es un rapapolvo que pasa, un desfile de todos los elementos que forman parte de una ciudad. Cada vez creo que podría ser cualquier gran ciudad moderna europea del primer mundo, que es cultural, que es súper moralista, con un problema de gentrificación y de alquiler, con discursos progresistas sobre el trabajo, el feminismo y, así mismo, con una idea y una gente mucho más superficial que realista. Es un marco de lo contemporáneo y cómo intentan convivir pacíficamente todos estos elementos que de por sí ya tienen un punto de partida algo erróneo. Sí es verdad que quizá existe un gesto de repulsión, un poco naïf, pero mi intención era desenmascarar, señalar siempre esas dobles vertientes de lo que te venden y compramos. Eso que se vende como lo más atractivo y es lo más precario, lo más accesible es lo más inaccesible; estos elementos duales y la idea de estafa.
P.- ¿La única forma de explicar una estafa es a través del humor?
R.- Sí, si no es muy triste. De hecho, hay gente que ve la novela con humor, hay gente que no. Si no hubiese humor, en una narración en primera persona, la persona estaría fuera de ese relato y a mí eso no me interesaba. Tampoco que fuera una víctima, sino parte de un engranaje del que todos participamos, porque hay una inercia que no puedes parar, ni ser muy consciente de ella, porque puedes perderte en ese engranaje y ya, reírte de ello. Pero también necesito del humor con un componente crítico, porque me interesaba que el personaje no estuviese fuera del sistema, porque todos somos agentes de algo, no podemos dejar de hacerlo o nos da pereza dejarlo.
P.- No podía ser un personaje que hablase desde la superioridad moral
R.- Claro, yo creo que no hay nada que la protagonista no critique de lo cual ella no participe. Ella nunca dice nada, no comunica, participa por un sentimiento de integración, pero, al final, lo que a ella le frustra es no sentir el vínculo emocional, pero hace todo a nivel práctico para integrarse.
P.- ¿Crees que ese sentimiento de desvinculación es algo europeo o querías hablar de la falta de vínculo colectivo en las ciudades?
R.-Yo creo que hay una necesidad humana de vínculo, de grupo, obviamente de colectivo, pero creo que ahora es muy importante el sentimiento de identificación. Si no nos identificarnos con algo, lo vivimos de forma muy problemática. Necesitamos identificarnos con el de al lado o con nuestros semejantes o, al menos, saber qué lugar ocupamos y ese lugar debe estar muy definido y muy delimitado. Es decir, tengo esta ideología política, estoy en contra de esto, creo en este trabajo que hago, soy lo que trabajo. Siempre estás luchando por la definición cuando no la tienes. Estamos en un momento en el cual no toleramos la indefinición, porque cuando existe la identificamos como algo en transición, como si no pudiera ser un estado natural.
P.- Estamos muy obsesionados con la identidad y con el pertenecer, con una etiqueta. La faja de este libro lo vende como una novela millennial, ¿qué piensas de esa etiqueta?
R.- Es una etiqueta que yo antes de que saliese el libro sabía que se notaría, porque soy una mujer, soy joven, soy debutante y hablo de lo contemporáneo,¿cuánta gente no escribe desde lo contemporáneo? No entiendo por qué ahora tenemos esta etiqueta como si fuera una corriente. Cuántos escritores de su tiempo no han escrito de lo contemporáneo, Por qué no se puede decir que los autores de la Generación X, cuando hacen personajes que también tiene su edad, es una novela de generacional. Lo generacional no especifica que sea de gente joven, explica una generación de lo que son diez o quince años en la vida, pero al parecer solo se utiliza para gente joven. También me dirán millennial porque escribo sobre lo contemporáneo y, en lo contemporáneo aparece el uso de la tecnología, pero eso es como es si aparece el fuego en un autor de la época prehistórica, ¡claro que aparecen cosas así! (Risas)
«También me dirán millennial porque escribo sobre lo contemporáneo y, en lo contemporáneo aparece el uso de la tecnología, pero eso es como es si aparece el fuego en un autor de la época prehistórica, ¡claro que aparecen cosas así!»
P.-Uno de los elementos de esta novela es el tratamiento del bilingüismo catalán-castellano. Esta traducción deja muchas frases y partes del texto en catalán y, a su vez, hay pequeñas frases en inglés, muy típico de una ciudad contemporánea europea donde todos los idiomas se mezclan. ¿Esta es la mejor forma de explicar al conjunto de los españoles la pluralidad de sus lenguas? ¿Cómo te enfrentaste a la traducción del catalán al castellano?
R.- La traducción fue muy, muy dura. Estamos todos muy contentos porque hubo una implicación por parte del traductor, por parte del equipo de Anagrama y de parte mía muy intensa, porque realmente era mirar todo el libro otra vez, porque había partes que, en el original en catalán, estaban en castellano, y que cuando las queríamos hacer en catalán no funcionaban, fonéticamente no era intuitivo para un castellanoparlante. La forma cambiaba radicalmente, tenías que renunciar a ello porque no tenía sentido al final, si el lector no entendía. Entonces algunas traducciones perdieron su equivalencia. Una de las cosas en las que creo es en el efecto, en la intensidad de la voz, en la pluralidad de idiomas y de registros. No quería que, con la traducción, quedara una voz más descafeinada y que el lector no tuviera la sensación de una voz caótica o intensa. Entonces lo que hicimos fue calcular todo el porcentaje que se había perdido con la traducción y buscamos nuevas formas para traducir el catalán en el texto castellano, palabras del catalán que no están en castellano. El criterio se hizo para que un castellanoparlante a nivel intuitivo pudiese entender. Algunos efectos se perdían y entonces teníamos que crear, encontrar nuevas formas. Antes de entrar a imprenta lo enviamos a cuatro lectores de confianza de Anagrama, como el librero de Letras corsarias, el editor de Malas tierras y otra correctora de estilo, que no tenían absolutamente idea de catalán. También había una duda porque, Rubén Martín Giraldez, el traductor, su lengua materna es el castellano, pero ha vivido toda su vida en Granollers; el corrector de estilo también; igual el editor. Somos gente que estamos aquí. Anagrama está aquí, pero tú no sabes hasta qué punto lo tienes naturalizado. Aunque creas que esto se entiende a la inversa porque se parece mucho, no sabes nunca hasta qué punto; no puedes ponerte en la piel de alguien que no escucha cada día catalán. Aunque también hay cosas que sí las hemos dejado en catalán porque creíamos que hacía justicia a la marca local, por ejemplo, Anxoves de L’Escala, El Procés, presos polítics. Son conceptos que tienen que estar en catalán y deben tener la marca de la carga social. Ninguna traducción es literal, pero creo que este libro es más versión de lo que podría ser otro tipo de libro traducido. De todas formas, estoy muy contenta porque para mí podía no resolverse este reto y no había término medio, es decir, o suspendías con un cero o pasabas con un notable.
P.- Cuando ganaste el Premi Llibres Anagrama de Novela y se publicó la obra, la RAE catalana, entiéndase, el Institut d’Estudis Catalans (IEC), se llevó las manos a la cabeza. ¿Qué querías hacer tu personalmente con el lenguaje? ¿En qué medida podías amplificar el idioma?
R.- Yo quería hacer un estilo que reflejara unos conceptos claves que para mí están en Barcelona y supongo que en muchas ciudades modernas como el desorden, el caos, la incoherencia, lo problemático, la interferencia, la interrupción, la sobre estimulación, el exceso. Entonces, para mí, utilizar el bilingüismo, así como el alemán o el inglés era importante. Uso el refranero español, porque el castellano tiene un uso muy marcado en esta novela, es un registro que yo utilizaba a mi favor para ese espacio tan caleidoscópico que quería reflejar. ¿Cómo no me podía servir de eso? Igual me sirvo de otras cosas, pero a mí me iba de puta madre poder jugar con eso, para mí reforzaba esta idea de caos, de permeabilidad, de difusión, de interrupción, y era un pretexto para yo poder hacer este estilo. Además, me hacía mucha gracia utilizar el refranero castellano porque la protagonista te mete un monólogo interior súper desordenado, donde aparecen ideas contrarias y después cierras un monólogo de tres páginas, con el refranero que, teóricamente, es sabiduría popular. No sé si a la protagonista de todos los refranes que dice le ha servido alguno, porque básicamente no hay nada con lo que concluya. El refranero es una fuente de sabiduría popular, es taxativa, determina, y la protagonista lo utiliza y no le sirve para nada.
P.- Son muletillas…
R.- Claro, son muletillas y para mí señalaban, a parte de una interferencia, el registro del refranero. También ponía en crisis la sabiduría del lenguaje, que es caduco, que ya no refleja realmente una dinámica social. Era otro gesto irónico más de la obra.
P.- El último capítulo de la novela se titula Així en general. Esta frase hila la novela, ¿por qué está repetición?
R.- El «així en general», el «ji ji ja ja» y el «bla bla bla» son muletillas que no dicen nada, pero que tienen que ver mucho con el carácter obsesivo y de bucle de la protagonista, que no es capaz de procesar la experiencia. Ella no evoluciona, ella como mucho se resigna, pero no evoluciona como personaje, no madura. La expresión, «así en general», no refiere a nada genérico, ella le imprime su «neura específico», ya que no se puede identificar con nadie y te dice que es así en general. Esta repetición es igual al uso que hago del refranero español, la quiebra del lenguaje en lo social, que muchas veces no representa para nada lo individual.
P.- Esa necesidad de hablar desde las generalidades para pertenecer.
R.- Sí, en un mundo en el que se premia tanto la personalidad, la diferencia, pero siempre de puertas para afuera, porque para adentro siempre es un problema, porque nos han dicho todo el rato que no hay nada en general, que no se puede generalizar nada. Son esas contradicciones las que me interesaban, la imposibilidad de cerrar un discurso porque siempre tienes las dos caras en el mismo lenguaje, los mismos discursos. Al final a la protagonista la atraviesan discursos que son opuestos.
«Un mundo en el que se premia tanto la personalidad, la diferencia, pero siempre de puertas para afuera, porque para adentro siempre es un problema, porque nos han dicho todo el rato que no hay nada en general»
P.- Vuelvo a la pregunta anterior, ¿por qué cerrar con un capítulo cuyo título es una muletilla?
R.- Pues porque es la mejor forma de concluir el libro y la peor en que se puede concluir (risas). Yo creo que la máxima lucidez del personaje la tiene al final, cuando rompe una botella y con esa experiencia se da cuenta de que el silencio va ligado a no estar significando todas las cosas todo el rato, porque el problema está en que tú tienes que ubicarte o identificarte siempre ya que cualquier cosa significa: la ropa, lo que comes, el porqué lo comes; entonces dialogas todo el rato significando a través de esas cosas.
P.- El personaje principal, Alba, es muy neurótica y al final todos los somos un poco
R.- A mí me encanta el tema de la neurosis porque tiene que ver con el otro, pero también es profundamente egocéntrico. Es extraño, se puede ser súper egocéntrico cuando la persona está anulada porque solo se piensa en función del otro y siempre en segundo término. Cualquier cosa que pasa está relacionada con el otro, proyectando lo negativo sobre el otro, pero todo es personal. Tú ponías el ejemplo de Alba y ella es máxima egocéntrica, máxima neurótica.
P.- Algo interesante en el libro es el «buenismo». ¿Por qué crees que es algo tan importante actualmente?
R.- Yo creo que somos una generación muy crítica por la sobreinformación. Nuestra generación ha tenido un acceso a una información brutal, que ha hecho que desconfiemos de los medios oficiales, porque cualquier cosa, la buscas y puedes contrastar esa información. Lo busco en Google y lo tengo, no me hace falta ver un documento de hace cuarenta años o que alguien me lo cuente. También creo que en todo esto hay un imperativo moral de no estar haciendo algo ofensivo, porque fácilmente puede ser contrastado por este exceso de información. Es muy fácil señalar los fallos, hay muchas herramientas para que la gente pueda enseñar los fallos, tú mismo te condenas. Por ejemplo, si mirara mi Twitter de 2014, seguramente encontraría barbaridades y yo incluso tendría que justificarme como si no hubiese pasado el tiempo, como si esa barbaridad fuese una cosa esencial de mi carácter. Hoy la gente se justifica previamente porque la puedes cagar, y es que la vas a cagar, lo que también demuestra que somos muy inflexibles y tenemos que ser lo mismo todo el rato.
P.- Es un reflejo de lo que te pasó con la IEC
R.- Sí, el haber escogido esta opción lingüística en el libro, no quiere decir que yo vaya a hacerlo mañana, que quiera hacer siempre obras así, que las defienda o que crea que son mejores. Yo quería hacer un libro así, mi primera novela, que estaba en bragas frente al ventilador cuando escribía, que me pasaba bien escribiendo “jiji” y “jaja” hasta el final, porque me apetecía, que es un deseo y, además, como nadie espera que publiques, ni tú misma, y no sabes si a la página 10 te vas a cansar, pues ya está. Con este libro me he encontrado a mucha gente que presupone mi ideología política u otras cosas y que eso ya define mi identidad personal y como autora y, al final, es solo una obra mía, de las muchas que querré hacer.
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Consumir preferentemente no deja a nadie sin comentarios y puede hacer volar al lector con el ritmo frenético de su protagonista, esa que intenta bajarse de la rueda, pero cuyo ritmo natural la mantiene en ella sin entender por qué le sucede. ¿No estamos acaso algo desvinculados de nosotros mismos? Es la pregunta que se hace la autora en esta premiada obra.