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Geopolítica y literatura en las redes sociales

La retirada de una novela ambientada en Rusia por las críticas a su autora reabre el debate sobre la censura en internet

Geopolítica y literatura en las redes sociales

Imagen de la adaptación cinematográfica de 'Come, reza, ama' (2010). | Columbia Pictures, Plan B Entertainment, Red Om Films.

Elizabeth Gilbert ha vivido un auténtico infierno en las redes sociales. Hasta el punto de dar marcha atrás en su último proyecto profesional: la publicación de una novela. Su pecado radicaba en el escenario elegido. Rusia ha sido condenada por la comunidad internacional a un bloqueo que, al parecer, incluye hasta los contenidos de la ficción literaria.

Aunque la cuestión tiene sus matices. 

The Snow Forest llegó a estar a la venta online, como se puede comprobar en el link de la librería Tertulia, por ejemplo, donde ahora aparece como «agotado». Una semana después de anunciar su publicación a bombo y platillo en las redes sociales, la autora se vino abajo: «Corrijo el rumbo y retiro el libro de su calendario de publicación». El motivo, «la enorme cantidad de reacciones y respuestas de mis lectores ucranianos, que han expresado su enfado, tristeza, decepción y dolor por el hecho de que haya decidido publicar un libro en este momento, cualquiera que sea su tema, ambientado en Rusia». 

Portada de The Snow Forest

La escritora estadounidense, que saltó a la fama con sus memorias Come, reza, ama (2006; en España, 2017, Debolsillo), había cometido el error de situar la trama esta vez en Siberia… ¡a mediados del siglo pasado! El núcleo lo constituye, al parecer, una familia que desaparece en el desierto para resistir a la Unión Soviética y su proyecto de industrialización forzada.

‘Come, reza, ama’. Memorias de Elizabeth Gilbert

En principio, la decisión parece un tanto desproporcionada.

The New York Times, por ejemplo, fue curiosamente aséptico con la noticia. William Skipworth, en cambio, apostó por un enfoque muy claro en Forbes: «Los defensores de la libertad de expresión arremeten contra Elizabeth Gilbert por retirar un libro ambientado en Rusia»; Skipworth subraya la «rápida reacción entre los activistas de la libertad de expresión y colegas autores que califican su razonamiento confuso y el precedente preocupante».

En The Atlantic, revista bastante influyente en la izquierda exquisita estadounidense, Franklin Foer afirma que «la decisión de Elizabeth Gilbert de retrasar indefinidamente la publicación de su novela es un intento equivocado de ayudar a la causa ucraniana». Pero dedica todo el primer párrafo a explicar que «la rabia que inspira Rusia es especialmente dolorosa» (esa es, de hecho, la primera frase). 

Autocensura y cancelación

El segundo párrafo, a su vez, arranca con un «Es comprensible que estas expresiones de ira salten más allá de los límites de la razón. La ira contra los presuntos crímenes de guerra rusos de vez en cuando, y tal vez inevitablemente, se convierte en ira contra la cultura rusa en general, una cultura que durante siglos ha fomentado el imperialismo». 

Y ya bien avanzado el asunto: «Esta rabia se aferra a objetivos que merecen oprobio, pero también a objetivos que son triviales. Y cuando se adhiere a los espectadores desprevenidos en el conflicto, como lo hizo con Elizabeth Gilbert, su expresión transgrede los primeros principios de la causa ucraniana». O sea, tenéis razón, pero perdonad a la pobre Gilbert

Aún más adelante, Foer entra en la verdadera cuestión: «En el sitio Goodreads, donde los lectores publican reacciones y reseñas, el libro inédito de Gilbert obtuvo una gran cantidad de reseñas de una estrella, todas de comentaristas que no habían visto el texto. Aunque su libro no parece venerar ni remotamente el nacionalismo ruso, Gilbert cometió el pecado de situar su narrativa en Rusia, y para algunos de sus lectores ese fue un acto profundamente insensible, casi traicionero».

Subráyense las frases «que no habían visto el texto» y «no parece venerar ni remotamente el nacionalismo ruso». 

Precisamente Emma Jacobs arranca en The Financial Times por este perfil de la cuestión titulando: «Elizabeth Gilbert: la novelista que atraviesa una tormenta en las redes sociales». Y destaca entre las críticas esto tan interesante: «En la febril era de la cultura de la cancelación, se dijo que Gilbert se estaba autocensurando, anotando una victoria para los trolls de internet». Suzanne Nossel, directora ejecutiva de PEN America, que lucha por la libertad literaria, admite, por ejemplo, que las críticas en Internet «pueden ser atronadoras e intimidatorias», pero advierte del peligro de que los novelistas no estén dispuestos a ambientar sus libros en países que hacen «cosas terribles»: «Es importante que la gente lo haga, o como sociedad estaremos privados de ideas».

Jacobs matiza que «otros consideraron la decisión de Gilbert como una audaz declaración de una influyente autora dispuesta a sacrificar su propio arte por un principio superior». Sasha Dovzhyk, comisario de proyectos especiales del Instituto Ucraniano de Londres, sostiene que el libro habría contribuido a «la romantización de Rusia en un momento en que nos enfrentamos a la crueldad y barbarie de este país, su cultura y su gente». Y, por supuesto, los hay que no quieren mojarse: Uilleam Blacker, profesor asociado de Cultura Ucraniana y de Europa del Este en el University College de Londres y reciente juez del International Booker, considera que «es mejor no hablar, o esperar, por respeto a los demás, hasta un momento más adecuado para decir lo que se quiere decir». 

Tira Jacobs de una ironía bastante corrosiva al recordar que el éxito de Gilbert se ha cimentado «precisamente en su cercanía a su público online y en una filosofía -por utilizar la jerga de la autoayuda- de vivir según la propia verdad». De hecho, Gilbert escribió en su momento: «Esto es lo que pasa con la verdad. Una vez que la ves, no puedes dejar de verla». ¿A menos que te pueda meter en un lío en las redes sociales?

Quizá por su perspectiva macroeconómica, el artículo del FT acierta al advertir que «su último libro no ha hecho más que intensificar el debate sobre la influencia de las redes sociales en la industria editorial, así como la relación entre el arte y la geopolítica». Recuerda que, después de que Moscú enviara sus tropas a la frontera el año pasado, el ministro de Cultura de Ucrania pidió a sus aliados que suspendieran las representaciones de las obras de Tchaikovski hasta que Rusia cesara su sangrienta invasión.

Astucia publicitaria

Aunque aún no está claro, concluye Jacob, «si la decisión de Gilbert es un ejemplo de los peligros de la cultura online o una señal de su astucia en el mercado». Desde luego, el revuelo ha sido mayúsculo. ¿Cuánto costaría el equivalente en publicidad? Cuando salga el libro, que tiene toda la pinta de acabar saliendo, será un bombazo. Incluso si no saliera, su autora ya ha recibido toda la atención que iba dejando de recibir desde el pelotazo de Come, reza, ama hace casi 20 años.

La literatura y la geopolítica han cruzado caminos más de una vez. Alguno todavía recuerda con bochorno el vacío que los comunistas españoles le hicieron en su momento a Alexander Solzhenitsyn por su Archipiélago Gulag. 

Desde el otro lado, mucho se le ha criticado a Pablo Neruda su Oda a Stalin, con versos en los insistía en que «hay que aprender de Stalin / su intensidad serena… » Críticas que no le impidieron ganar el Nobel. Cosa que no logró Borges, por ejemplo, dicen que por su apoyo a la dictadura militar argentina.   

El espíritu de la distopía cristalizada en Fahrenheit 451, desde la quema de libros por la Inquisición o los nazis a la actual moda de la cancelación, se ha demostrado insostenible a largo plazo. La narrativa termina colándose por cualquier resquicio. Medios como The Guardian se congratularon a principios de año de que China pusiera fin a la «prohibición de facto de las películas de Marvel» después de más de tres años.

El Partido (el único, decir Comunista es una redundancia en China) no ha podido frenar las ansias de los chinos por ver a los superhéroes americanos salvar el mundo una y otra vez. 

El lector, el espectador, el consumidor al fin y al cabo, manda. Lo suyo sería intentar inspirarle algo de sentido común. Cosa que solo se puede hacer… con sentido común. 

Daniel Múgica se adelantó este invierno a la polémica actual. Antes de que Elizabeth Gilbert tonteara con las redes sociales como lo ha hecho, él ya nos daba el que probablemente sea el consejo más inteligente al respecto: «No dejen de regalar buena literatura rusa en Navidad ni compren un dibujo de un artista ruso de los de ahora, los paniaguados del crimen».

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