THE OBJECTIVE
Vidas cruzadas

Ricardo Cayuela: «En España hay un renacer importante de la figura del intelectual»

El editor y ensayista habla con David Mejía sobre historia, política y cultura

Ricardo Cayuela Gally (Ciudad de México, 1969) es editor y ensayista. Filólogo por la UNAM. Becario del Centro Mexicano de Escritores. Ha sido profesor universitario y conferencista. Fue jefe de redacción de La Jornada Semanal, editor responsable de Letras Libres y director editorial de Penguin Random House México. Fue también editor de Turner. Es autor de Las palabras y los días; Para Entender a Mario Vargas Llosa; La voz de los otros y El México que nos duele. Recientemente, ha fundado el sello editorial Ladera Norte, junto a Sira y Antón Casariego.

PREGUNTA.- Eres bisnieto del expresidente de la Generalitat Lluís Companys.

RESPUESTA.- Sí, mi abuela materna, María Companys Micó, era su hija.

P.- ¿Se hablaba mucho de él?

R.- Es curioso, porque es una figura que determinó totalmente la vida de mi abuela. Mi abuela, de hecho, nunca se recuperó de vivir en México exiliada y no saber del juicio y captura de Companys, que se le ocultó para protegerla. Murió siempre con el trauma de no haberse podido despedir de su padre, con el que tenía una muy buena relación. Creo que ese trauma se heredó a través de mi madre. No sólo por ser una figura connotada, sino por la historia de su muerte. Estaba mucho más presente en la conversación familiar que los otros siete bisabuelos. Curiosamente, una figura bastante distinta a como se lee en España hoy, porque Companys es emblema de los nacionalistas catalanes por su muerte de mártir de la causa, por decirlo de alguna forma, y creo que hay una distorsión en la forma en que se interpreta su figura y también hay una distorsión, por lo tanto, entre todos los que lo odian o atacan, algunas veces de manera gratuita o injusta. Por ejemplo, para todo el revisionismo histórico de la guerra civil, Companys es un asesino porque las milicias antifascistas entre el 18 de julio del 36 y los hechos mayo del 37 fusilaban sin juicio, detenían gente en esa Barcelona y cometieron todo tipo de tropelías. Pero él, evidentemente, no era responsable de esos crímenes. También creo que era una figura menos nacionalista de lo que se le atribuye. Mucho más republicano que catalanista, aunque la deriva final de la guerra civil lo llevó hasta un cierto catalanismo y a ser una figura problemática de entender. Es fascinante y, al mismo tiempo, responsable del error político más grande de la historia de Cataluña, que es el levantamiento en octubre del 34. No se trataba de dar un golpe contra la República, sino de seguir el levantamiento de la izquierda contra la derecha. Era injusto y equivocado, pero no era algo aislado de Cataluña; estaba en sintonía con la rebelión minera de Asturias o con la huelga general que había convocado el PSOE. Companys una figura muy compleja, muy atractiva en mi familia, completamente idealizada, sobre todo por mi madre, de la que no se puede hablar en términos críticos. Pero a mí me interesa mucho el personaje, pero por leerlo de manera más compleja.

P.- Curiosamente, eres capaz de mirar a este personaje tan idealizado por tu familia de objetividad y distancia histórica.

R.- Así es. Es difícil reconciliarte con tu pasado, pero creo que uno no debe ser esclavo de sus familiares, ni para bien ni para mal. Tiene que construir su propia visión del mundo. De hecho, el propio Companys lo hizo. Él era hijo de noble por parte de madre y de terratenientes, por parte de padre y de madre. Y, sin embargo, todo su empeño fue la República, que es lo contrario a los títulos nobiliarios, y a un socialismo muy partidario de los obreros y los campesinos desposeídos. Por lo tanto luchó contra su herencia. Un forma de ser leal a un país, en mi caso, es ser muy crítico del nacionalismo catalán, que me parece un error absoluto.

P.- ¿Ser descendiente del exilio español en México aporta una identidad colectiva especial?

R.- México fue el único país que no reconoció a la España de Franco, porque la Unión Soviética la acabó reconociendo cuando el gobierno franquista logró el reconocimiento de la ONU. Ahí se normalizó con todo el mundo, salvo con México, que no sólo no reconoció al gobierno de Franco, sino que mantenía la ficción de un gobierno republicano en el exilio con el que tenía tratos diplomáticos. El exilio republicano fue una iniciativa del presidente Cárdenas. Abrió las puertas al exilio y tuvo un gran efecto porque el artículo 33 de la Constitución mexicana prohíbe la participación política de los extranjeros y entonces llegó gente muy vinculada a la guerra y a la política que no podían dedicarse a la política por ley y también por respeto a las reglas de juego de quien te había abierto las puertas de su casa. Entonces el exilio rápidamente se integra en la otra faceta que es la vida cultural, científica y académica de México y la verdad es que lo modifica. España se había puesto en sintonía con Europa en esas dos o tres décadas de principios del siglo, había logrado muchas cosas que culminaron la República en términos de investigaciones científicas, avances filosóficos, vida literaria, etcétera; y una parte de esa riqueza llegó a México y entonces modernizó buena parte de las instituciones académicas, culturales y demás. Como no se podía regresar a España por la dictadura y la vida en México es tan rica, es un país tan amplio… empezó a haber una interacción entre ese exilio republicano y la sociedad mexicana. Más que una identidad, te diría que ser republicano español en México o miembro del exilio es una forma de ser mexicano, porque no existe en ningún otro país del mundo esa característica. A mí me gusta decir que en realidad la Guerra Civil la perdieron los dos bandos, porque una guerra civil no tiene ganadores y fue desastroso para España, pero que la ganó México, en la medida en que se llevó una camada de 25.000 o 30.000 mil personas muy capacitadas para transformar otra realidad. Hoy el mejor legado de la República española, el bueno, el que no está contaminado por la política y la ideología, está en México y vive a través de la Universidad Nacional y a través del Colegio de México. Vive a través de la vida editorial, empresarial y científica de México.

P.- ¿Qué le ocurre a México?

R.- Es un misterio, incluso para los mexicanos. Es un país extraordinariamente complejo de entender. Tiene algunos aspectos de primer mundo, y su diálogo es con Nueva York o con Londres, y tiene algunos aspectos que son de tercer mundo y su diálogo es con el África subsahariana. Es un país muy complejo. Creo que parte de sus problemas empezaron precisamente con la Revolución, que por una parte evitó las dictaduras militares que sufrió Sudamérica, pero por la otra nunca se desarrolló como una democracia homologable a las que emergieron después de la Segunda Guerra Mundial. Siempre fue una excepción. Un partido que no era dictatorial pero era casi único, un presidente que tenía poderes extremos pero que no podía reelegirse y por lo tanto habría algún juego de recambio. Un sistema, el del PRI, bastante incomprensible, funcional por momentos, pero que no era democrático. Y frente a ese sistema se fue generando una sociedad civil muy rica, muy bien formada, que de pronto ya no cabía en el orden no democrático del PRI. Por eso la transición mexicana es tan lenta, porque el PRI era más o menos funcional, producía cierto desarrollo y cabía mucha gente dentro de él y por eso tardamos tanto en dar el salto a la democracia. Hubo que esperar hasta el año 2000 para la primera alternancia en el poder en México, las primeras elecciones plenamente libres se dan en el año 2000. Nos duró relativamente poco, porque al mismo tiempo el gobierno actual es un gobierno de clara regresión autoritaria. Creo que hoy la sociedad civil mexicana es mayoritariamente democrática, y nos falta hacer que lo que sucede en la calle suceda también en el gobierno.

P.- ¿Dirías que la seguridad es el principal problema de México?

R.- Sin duda. Si tú dices cuál es el gran problema de España, yo diría la relación entre lo público y lo privado, la pirámide poblacional y probablemente la estructura institucional entre poder central y poder regional; España tiene esas tres fracturas que anticipan crisis. El principal problema de México es la cultura de lo lícito o lo ilícito. Es un país que no respeta la ley, que está lleno de buenas leyes, muchas muy retóricas y muy ampulosas que nadie cumple en un grado además cotidiano. Por ejemplo, el reglamento de tránsito simplemente existe, no se cumple y no pasa nada. Y eso hace que haya una relación con lo ilícito muy peligrosa. Siempre ha habido una complicidad entre el crimen y el gobierno del PRI. El gobierno era parte del crimen, ponía límites, pero al mismo tiempo estaba organizado y dependía de él. Cuando se rompe ese sistema, el crimen se fragmenta, se independiza del poder político, pero con todo el poder y con las armas. Y en una sociedad que es muy permeable a cualquier negocio que suceda del lado no legal el problema es gigantesco. Y cuando se intenta imponer el orden desde el gobierno se hace además sin estrategia, con mucha violencia, como lo intentó el gobierno de Felipe Calderón. El enfrentamiento es una realidad muy compleja. El gran problema de México es que, efectivamente, la violencia transforma los números: de las diez ciudades más violentas del mundo ocho son de México. Y aunque la mayoría de los enfrentamientos sean entre grupos de delincuentes, eso no es una un alivio, porque esos delincuentes son también ciudadanos mexicanos que México no ha sabido integrar, y porque también te puede tocar en una esquina, saliendo una noche o descuidando tus propiedades en un viaje. Entonces, la violencia sí es la gran asignatura pendiente de México.

Foto: Carmen Suárez

P.- El narco es una de las causas de esta inseguridad. A la vez, es ya un persona de la cultura popular, lo cual no sé si es positivo.

R.- Creo que es algo muy malo. Hay una cultura del narco en la que se ha impuesto la idea de que puedes hacerte rico muy fácilmente y que tienes acceso a una vida fuera de la legalidad muy libre y muy irresponsable que ha generado una cultura de corridos, de canciones, de estética, de vocabulario en la calle, etcétera. Aunque el narco en realidad es un negocio que aprovecha un descuido de la ley, que es el hecho de que no estén legalizadas las drogas, como toda empresa no se limita a las drogas. Su negocio es lo ilícito, entonces lo que quiere es imponer su ley en los territorios donde no hay policía: le cobra derecho de piso a los negocios, cobra impuestos, secuestra, trafica con personas… Todo el tráfico de cualquier material ilícito, además de las drogas, por ejemplo, las maderas preciosas de la selva. Es un problema inmenso que este gobierno ha agravado, porque en lugar de seguir combatiéndolo, lo que ha decidido es pactar con él de manera ominosa.

P.- ¿Ves posible que Estados Unidos aceptara que México legalizara las drogas?

R.- No, un país solo no podría hacerlo. Además, me parece delirante que la gente pueda pasar 20 años en la cárcel en México, que son escuelas de criminales, por trapichear con una onza de marihuana. En fin, es un problema gigantesco para el que no tengo más que perplejidad.

P.- Tú has estudiado bastante la figura de Octavio Paz, que es el gran intelectual mexicano del siglo XX. Pero su figura parece olvidada estos días.

R.- Eso es una pena. Todo escritor que es muy protagónico en vida, tiene un periodo de reajuste cuando muere. Creo que este purgatorio de Octavio Paz es demasiado largo y demasiado injusto. En México es una figura mal entendida porque se veía como alguien de poder muy vinculado a las instituciones. Por ejemplo, tenía un programa en la televisión privada en Televisa, una revista que era muy exitosa, había ganado todos los premios, incluido el Premio Nobel, y se veía como una autoridad. Eso lastra mucho la permanencia de su obra entre los jóvenes, creo que de manera injusta, porque si uno lo lee lo que ve es que es un rebelde que murió siendo un socialista crítico. Fue comunista y se desencantó, pero nunca dejó de criticar la sociedad de consumo o la desmedida presencia de Estados Unidos en América Latina. Era un libertario en términos sexuales, en términos de exploración con drogas alternativas, un alguien que admiraba enormemente el mundo oriental… creo que esas cosas son muy atractivas y se lograría si se supiera volver a explicar y poner su obra al alcance de todo el mundo. Luego tuvo también un problema de manejo de su legado porque murió intestado. Dejó todo a su viuda y su viuda no supo darle continuidad a la publicación de su obra. Era muy celosa de que cualquier mención le tenían que dar el crédito o pagar. Entonces había el miedo de publicar unos versos en internet porque te iba a caer la viuda con una demanda. Todo eso fue generando un clima de alejamiento con obra de Paz. Es una lástima y en España está desaparecido también de manera injusta. No creo que haya un mexicano con un diálogo más rico con España como el que tuvo Octavio Paz. Fue uno de los más jóvenes participantes del Congreso de Intelectuales Antifascistas de Valencia en 1937. Era hijo de madre española, gaditana, muy vinculado por lo tanto a España. Estudioso de muchas figuras, muy aliado del exilio republicano en México, al que le dio recepción y acogida. Tiene una antología de poetas jóvenes, hizo una antología de la poesía en lengua española, donde la mitad son españoles. Estuvo siempre muy vinculado a España, a sus intelectuales, a sus poetas y a su vida cultural y, sin embargo, hoy es injustamente olvidado.

P.- Académicos y periodistas siempre prefieren descubrir nombres desconocidos antes que volver a los clásicos. A Paz habrá que redescubrirlo.

R.- Totalmente, descubrirlo de nuevo, porque tiene libros increíbles. Sí, El arco y la lira lo hubiera escrito un poeta anglosajón sería un libro de texto en cualquier facultad de Filosofía y Filología del mundo, porque es una obra maestra para entender la esencia de la poesía. ¿Por qué la poesía ha acompañado a los seres humanos desde el origen de los tiempos? ¿Qué tiene que ver un canto homérico con una redondilla o un poema lírico? ¿Por qué puede ser un himno, un lamento o un canto fúnebre?, ¿cómo funciona la idea de la metáfora y de la imagen? Es un recorrido de la esencia de la poesía desde el principio hasta nuestros días. Hay muchos de sus libros que tienen esa fuerza y que, sin embargo, no tienen el público que merecerían.

P.- ¿Cómo definirías al intelectual público y qué función crees que debe desempeñar?

R.- El intelectual no es una categoría a la que uno se postule. Es algo que te otorgan los demás y tiene que ver con que tengas capacidad de opinar libremente en el debate público y que tu voz sea reconocida como alguna suerte de autoridad. El intelectual no es un especialista. El intelectual no es un académico. El intelectual no es alguien que tiene una mirada específica y concreta, sino es alguien que opina de los asuntos públicos y que por la forma en la que opina, de manera libre y autónoma, tiene un reconocimiento o algún tipo de impacto. Eso sería una definición de intelectual. Cuanto más atrasada es una sociedad más fuerza tienen los intelectuales porque más necesidad tienen de figuras que den luz sobre los problemas que el gobierno, o los intereses creados, no permiten hacer. Por eso la figura del intelectual disidente en Europa del Este o la figura del intelectual en los países comunistas americanos, como Cuba, siempre es alguien que representa el espíritu de una sociedad que dice lo que los demás no pueden decir. Cuanto más democrática es una sociedad, cuantas más opiniones hay, cuanta más capacidad de debate y de acuerdo, hay menos necesidad de las figuras intelectuales. ¿Por qué? Porque cada ciudadano forma su criterio, tiene su educación, sus lecturas, su idea del mundo, vota en consecuencia y exige al gobierno en consecuencia. Entonces, es una paradoja tener grandes intelectuales. A veces es señal de que son portavoces otorgados por la sociedad, una sociedad que no tiene los recursos ni la autonomía suficiente.

P.- De la misma manera que los intelectuales van desapareciendo a medida que la sociedad se va democratizando, ¿crees que vuelven a emerger en un momento de regresión democrática?

R.- Creo que sí lo estamos viendo claramente en España. La democracia es muy frágil, por definición. Como ampara todas las libertades, acaba siendo relativamente fácil ser vulnerada desde el poder. El verdadero riesgo de la democracia es que se acceda al poder y desde el poder se vulneren las libertades que permitieron acceder al poder. Y esa es, digamos, la enfermedad democrática que la democracia sufre y no ha sabido resolver. La democracia requiere lealtad y líderes con lealtad al pacto de las libertades. Lo está viviendo España, ¿por qué? Porque tiene deslealtad institucional de presidentes autonómicos que desde el poder buscan imponer algo para lo que no están autorizados por ley. Claramente el ‘procés’ catalán fue eso. Ahora lo está viviendo incomprensiblemente, desde el gobierno central también. Tiene una visión de permanencia en el poder, de división de la sociedad, de separación entre amigos y enemigos y de aceptar pactos de cualquier naturaleza -contra tus principios, tu ideología y tu propuesta a los ciudadanos- con tal de permanecer en el poder. Eso produce un debilitamiento democrático. Incluso también produce la idea de algo también muy peligroso para la democracia, que es el cinismo. Como si toda la participación pública fuera una mascarada: «no importa, los políticos son así, no importa que haya dicho ‘a’ y ahora diga ‘b’, da igual, porque así es la política». Por una parte, rechaza la política, y por otra es la imposición del cinismo. Eso es lo que está viviendo España. Y por eso el renacer de las figuras intelectuales, porque con distancia, con autoridad, dicen «señores, esto no es así y eso está mal». Por eso es tan importante la crítica que se le hace a Sánchez desde la izquierda, como la que pueden encabezar Fernando Savater y Félix Ovejero, o personas como Nicolás Redondo o Joaquín Leguina, figuras de la izquierda tradicional con un pasado antifranquista inobjetable que dicen: «Señores, ese no es el camino». Y lo que está haciendo este presidente del Gobierno es vulnerar no sólo sus principios, sino la convivencia democrática de todos. En ese sentido hay un renacer importante de la figura del intelectual.

P.- Últimamente, cuando hablo con amigos latinoamericanos, tengo la sensación de hablar con personas que vienen del futuro a explicarnos los riesgos de ciertas derivas populistas. Entiendo que tu visión de la política está muy influida por la llegada de López Obrador a la presidencia de México.

R.- Para mí fue una derrota personal y una tragedia íntima, porque yo lo tenía perfectamente radiografiado. Había sido jefe de gobierno del antiguo Distrito Federal. Sabía cómo era por la forma en que no aceptó la derrota en el 2006: paralizó la ciudad e inventó un fraude que no había existido. Yo lo llamo el «fraude del fraude». Era un personaje que no aceptaba las reglas democráticas y cuyas verdaderas características no eran las que él había mostrado en la campaña, donde se rodeó de personajes moderados. Enmascara el personaje que no reconocía una derrota y que quería imponer una visión de la sociedad. Me pareció que la sociedad mexicana que lo votó masivamente pensó que las conquistas democráticas que se habían obtenido (libertad de expresión, institucionalidad, transparencia electoral, separación de poderes, etcétera) eran ganadas para siempre y no es así, son sumamente frágiles y las pusieron todas en riesgo. Creo que México empezaba a tener indicadores de país entrando en el desarrollo en términos de esperanza de vida, de educación, de ingreso medio, de capacidad de viaje, de poder adquisitivo, incluso de número de mascotas en la calle… con muchos problemas, sobre todo el de la violencia, pero en camino de convertirse en un país desarrollado con muchísima riqueza, gracias también al comercio con Estados Unidos. Todo eso entró en riesgo por la llegada de López Obrador. Me da mucho coraje porque son gobiernos que duran seis años, pero te cuesta 20 recuperarlos. Ha sido catastrófico. También porque el Gobierno de México nunca supo reformarse. Entonces era un gobierno que venía de la corrupción del PRI y la forma en que la democracia intentó transformarlo fue creando instituciones al margen de ese gobierno, un sistema de acceso a la información, un sistema electoral o una procuración de justicia por fuera del horror del gobierno, como órganos autónomos. Y este gobierno lo que dice es todo eso son inventos neoliberales, lo corta y opera desde el viejo gobierno corrupto mientras va cercenando los órganos autónomos. El daño que está haciendo al sistema democrático de México es integral.

P.- Con Peña Nieto tuviste la ocasión de desempeñar un cargo institucional, ¿eso cambió tu visión de lo que era poder público?

R.- En realidad, desde el 97 que hubo alternancia en el Congreso de los Diputados y la llegada de un alcalde de la ciudad de oposición, y después, en el 2001, que hubo alternancia en el Poder Ejecutivo, entendí que México estaba ya en un sistema democrático, con muchas imperfecciones, pero que no se cuestionaba la idea del sistema democrático y por lo tanto ya era lícito participar en un gobierno a invitación. Antes, con el PRI, hubiera sido totalmente inaceptable. También hay que decir que el sistema cultural mexicano se mantenía bastante al margen del Poder Ejecutivo. Entonces, entrar al área cultural tampoco me parecía una traición, ni mucho menos. Además, la invitación la hizo alguien al que admiro muchísimo, Rafael Tovar y de Teresa, murió tristemente murió de cáncer hace unos años; era una figura como André Malraux para la cultura mexicana: creador de instituciones, muy carismático, extraordinariamente culto y sofisticado. Ahora, sí es cierto lo que preguntabas: una vez que entras en el gobierno, te das cuenta que tu visión desde fuera es muy cómoda, que es muy fácil criticarlo todo y que hay realidades presupuestales, sindicales, estructurales, hasta de infraestructura física, que hacen que la acción del gobierno pueda tener un desempeño u otro. Al mismo tiempo, desde el gobierno se pueden hacer muchas cosas y transformar realidades. El intelectual sueña cosas y el político las puede ejecutar y las puede hacer. En ese sentido, mi experiencia fue magnífica por toda esta combinación.

Foto: Carmen Suárez

P.- Háblanos del nacimiento de la revista Letras Libres.

R.- La revista nace de una idea de Enrique Krauze, que era el subdirector de la revista Vuelta de Octavio Paz. Cuando muere Paz, muchas figuras, empezando por Krauze, pero también Gabriel Zaid, Alejandro Rossi, piensan cómo mantener este legado sin traicionarlo. Entonces, a diferencia de la Revista de Occidente, que a la muerte de Ortega se sigue llamando igual, la gente en torno a Paz deciden que pueden llamarla igual, pero que deben continuar su legado. Entonces deciden fundar Letras libres. Y ahí es cuando Krauze me invita a incorporarme al proyecto de refundación de la revista Vuelta de Octavio Paz con un nuevo nombre. Yo había trabajado en el periodismo cultural en un suplemento dirigido por Juan Villoro dentro de la Jornada, que se llama La Jornada Semanal. Y por ese trabajo Krauze dice «este joven puede incorporar nuevas voces y una visión distinta a lo que veníamos haciendo en Vuelta», y ese era mi desempeño en el origen de Letras Libres. Cuando Letras Libres empieza a ir muy bien en México, mejor incluso, en términos de público, que Vuelta nos dimos cuenta de que el diálogo entre México y España estaba desequilibrado: España estaba omnipresente. En México podías comprar El País o incluso el ABC o El Mundo. Un mexicano sabía con toda naturalidad quiénes eran Javier Marías o Enrique Vila-Matas, pero nos dábamos cuenta de que a la inversa no sucedía y que no había ninguna institución o empresa cultural de América Latina en España. Y un poco para cerrar la pinza de esa conversación, es que se decide fundar Letras libres en España. Enrique, que me había visto organizar la revista en México, me llama para organizarla en España. La idea original era traer el legado republicano español. Dar a conocer a intelectuales y escritores de México que no se conocen en España, que son importantísimos, y creo que se ha conseguido. Y por otra parte, intervenir en el debate público español como una revista sin miedo y con plena libertad de decir las cosas. Que se piense desde una ideología liberal de lo que está pasando en España. Con la ventaja de que el debate en España está partido por grupos mediáticos, y era muy difícil que hubiera una interacción entre intelectuales de grupos distintos en un mismo espacio. Pero como nosotros veníamos de fuera, podíamos hacerlo; nos dedicamos a convocar a los mejores de cualquier causa a que participaran en la revista. Fue una etapa muy bonita del 2001 al 2006. Luego Enrique Krauze me pidió que regresar a México para que siguiera la aventura mexicana de ‘Letras Libres’. Hoy, venturosamente, Letras Libres España está en manos de Daniel Gascón, que me parece un tipo de primerísima como intelectual, como escritor y como persona. Creo que está encontrando su acomodo de una manera totalmente natural y lo está llevando incluso a mayores cuotas.

P.- ¿Dirías que en México se conserva un rasgo de la República que en España se ha perdido: el respeto a las élites intelectuales y culturales?

R.- Creo que sí. La cultura se debe basar en la idea de excelencia, y la excelencia hoy cuenta en muy pocos ámbitos. Uno es el deporte: o corres más rápido los 100 metros o no. O sabes tocar el violín o no sabes tocar el violín. También creo que un problema de la excelencia o de las élites tiene que ver con la corrupción. Cuando das premios literarios de manera corrupta, estás perjudicando la idea de excelencia. España tiene un problema de desprecio de las élites y un problema de corrupción en los reconocimientos que deben estar reservados a los mejores. En ese sentido creo que en México sí hay un respeto más grande a la excelencia, sobre todo intelectual o académica. Cuando tú metes un elemento de corrupción o de interés mediático, fragmenta esa posibilidad porque entonces no es el mejor sino el mejor de este grupo. Y no solo eso, sino el que te toca porque es el año en que se lo tiene que dar. Es una parodia o una mascarada.

P.- Tu último proyecto ha sido la fundación de la editorial Ladera Norte. ¿Qué vacío aspira a llenar? ¿Reimprimir textos descatalogados, encontrar voces nuevas?

R.- Pues ambas cosas. Creo que la tienes muy bien radiografiada porque son dos colecciones: ‘Los libros de Mendel’, un homenaje a Mendel, el de los libros de Stefan Zweig, que se centra en rescatar libros que formaron parte de la conversación y que por alguna razón ya no están al alcance del público o libros que nunca se han publicado en español. La cultura no es solo el ciclo de las novedades, que va descubriendo mediterráneos todo el día, sino una conversación en el tiempo. Hay cosas que se dijeron en el pasado que siguen siendo necesarias hoy y que nos dan sentido de comunidad y sentido de conversación. Y por otra, sigue siendo necesaria la defensa de ciertos valores: del humanismo, del pensamiento liberal, de la concordia, de la excelencia. Es una editorial que combina pone a circular títulos que son importantes: Escoria de la tierra, de Arthur Koestler, o Tierra de los hombres de Saint Exupéry, con libros de debate intelectual, siempre con grandeza de miras, intentando que no sean de trinchera, sino de reflexión profunda.

P.- Terminamos con la pregunta habitual: ¿a quién te gustaría que invitáramos a Vidas cruzadas?

R.- A Sergio Campos Cacho, que es un investigador, escritor y bibliotecario del Instituto Cervantes en Berlín, autor de un libro extraordinario sobre el muro de Berlín, sobre todos los que perdieron la vida intentando cruzarlo. Creo que es alguien que no tiene el peso que merece en el discurso público español y tiene mucho que decir.

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