THE OBJECTIVE
Vidas cruzadas

Javier Gomá: «Vivimos en una sociedad en la que el amigo-enemigo rige la política»

El filósofo conversa con David Mejía sobre su último libro y sobre la necesidad de una filosofía mundana

Javier Gomá (Bilbao, 1965) es filósofo, ensayista, letrado del Consejo de Estado y director de la Fundación Juan March. Obtuvo el Premio Nacional de Ensayo en 2004 por Imitación y experiencia (2003), que junto con Aquiles en el gineceo (2007), Ejemplaridad pública (2009) y Necesario pero imposible (2013) conforman su Tetralogía de la ejemplaridad. En su última obra, Universal concreto (Taurus, 2023), expone por primera vez su filosofía de la ejemplaridad de manera integral y unitaria.

PREGUNTA.- Lo que más me recuerda la gente de nuestra anterior conversación es cómo narras el momento en que tu hijo Javier revela la contraseña de su PlayStation.

RESPUESTA.- Y no menos sorpresa me produjo el descubrimiento de cómo me tenía agendado en su móvil mi hija. No aspiraba a que me tuviera una admiración reverencial ni tampoco una actitud de respeto infinito hacia su padre, pero debo reconocer que tampoco esperaba que me tuviera registrado en el móvil con el nombre de Paquete. Hoy mismo mi hija me ha mandado un e-mail sobre un asunto doméstico y sí, directamente ya me llama Paquete.

P.- Universal concreto está dedicado a tus hijos.

R.- Aparecen los nombres de mis cuatro hijos y el motivo: «Porque me permitieron ser un padre blando»; que es el mayor regalo que se le puede hacer a un padre. Quizá porque te toman el pelo, quizá porque hay un ambiente de cierto humor, muchas veces a costa del padre, pero eso es posible porque han salido chicos extraordinarios, muy saludables y muy completos.

P.- ¿Crees que hubieras podido ser un padre duro si hubieran salido diferentes?

R.- Hubiera sido un padre duro, pero creo que hubiera sido un mal padre duro porque se me da peor. En la vida me siento muy cómodo tratando de persuadir de una manera amable y de que haya un convencimiento que nace de las buenas razones o del comportamiento personal. Me pasa con los libros. Es algo cuya recepción es imposible de imponer por coacción. Tiene que ver con la capacidad persuasiva, la capacidad de inspirar que el propio libro tiene. Por eso me gustaría, en la Fundación o en mi propio ámbito doméstico, ser como un libro e imponerme por persuasión, imponerme por invitación. Supongo que si hubiera tenido un hijo con hiperactividad o tendente a la depresión hubiera tenido que dejar de ser un padre blando, pero el gran don que he recibido en la vida es cuatro hijos que me han permitido ser un padre blando.

P.- En una conversación reciente con Dani Rovira y Pedro Simón hablabas sobre ir a terapia.

R.- Sí, yo no he ido a terapia. Estoy a favor de la terapia e invitaría a la gente que lo necesita a ir porque a muchísima gente le proporciona serenidad, calma, bienestar o, por lo menos, ausencia de dolor. Lo que sucede es que en la conversación a tres se produjo una especie de simpática conspiración entre ellos dos, que sí habían ido a terapia y decían que les sentaba muy bien. Yo, por supuesto, lo celebraba, pero les decía con toda la delicadeza de la que era capaz que la terapia tiene un defecto cuando se usa mucho. El propio Dani decía que cuando le daban el alta pasaba un tiempo y volvía porque «son gente que te escucha sin juzgar y de vez en cuando te dicen algo que te sirve, que te anima, que te enriquece», lo cual, tiene todas mis bendiciones. A cambio, cuando una persona ha estado mucho tiempo en terapia se vuelve extraordinariamente consciente de la importancia de su yo, de su delicadeza, de su vulnerabilidad. Hay una metáfora de Kierkegaard que utilicé en algún microensayo: «Hay que conducirse al objetivo como los remeros, dándole la espalda», es decir, sin verlo. Hay que driblar un poco tu propio yo. El yo no puede ser un tema: es el que hace las cosas. Y cuando se ha ido mucho a terapia hay mucha tendencia a que el remero se dé la vuelta y empiece a mirar el objetivo. Pero hay que mantener un poco de ingenuidad o inconsciencia.

P.- ¿La filosofía es literatura?

R.- La filosofía es literatura conceptual. No es lo mismo que la novela o la poesía, pero es literatura. No solamente porque se hace con palabras, sino sobre todo porque se diferencia de esa otra forma escrita que es la ciencia. Prácticamente todo el mundo está de acuerdo en que no podemos llamar ciencia a algo que carezca de algún tipo de verificación o de demostración.

P.- Entonces, la filosofía analítica no sería filosofía.

R.- En mi tesis, no, salvo en la medida en que los géneros son impuros. ¿Cuál es la verdad de la ciencia? La verificación, la demostración lógico-matemática. ¿Cuál es la verdad de la filosofía? La misma que la de la literatura, la misma tiene Platón que Sófocles y la misma tiene Descartes que Cervantes o Shakespeare, que son casi contemporáneos. Lo que es el experimento para la ciencia para la literatura es el consenso que convierte un texto en un clásico, sin ninguna verificación. Porque nadie ha verificado a Platón ni a Kant. Sin embargo, tiene una fuerza iluminadora, interpretativa, emocionante, a través de los conceptos.

P.- Y del estilo.

R.- Sí, de hecho, la verdadera filosofía, entrando en la materia de la primera parte de mi libro, es filosofía mundana en su máxima expresión. Porque habla del mundo, no habla de libros. Y hoy te encuentras que en una biblioteca pública, o en una librería, el 99% de la sección Filosofía no habla del mundo, habla de libros que hablan del mundo. Segundo, la verdadera filosofía habla para todo el mundo; nadie pensaría que un novelista escribe novelas sólo para otros novelistas. Sin embargo, aceptamos muchas veces que la filosofía se desquita para otros profesores del departamento. La filosofía, si es literaria, debe tener la vocación de iluminar a todo el que vive y envejece, es decir, a todo el mundo. Y por último, una filosofía mundana debe ser del mundo y tener mundo, es decir, estilo, belleza, literatura, humor, gracia. Nada de lo que escribió Aristóteles sobre ciencia tiene interés, pero seguimos leyendo su Poética, su Ética y su Política.

P.- Defines este libro, Universal concreto, en la introducción como el libro que te hubiera gustado poder escribir antes. ¿Quien lea este libro tendrá un entendimiento fundamental de los cuatro libros de la Tetralogía de la ejemplaridad?

R.- Cuando terminé la tetralogía noté que el plato todavía no estaba totalmente rebañado. Había temas que pertenecían a la intuición original que no estaban -como por ejemplo, el método de la ingenuidad- y escribí un libro que se llama Ingenuidad aprendida. Después escribí Filosofía mundana y otro que se llama Dignidad. Y cuando había rebañado el plato tuvo lugar ese acontecimiento del que ya hablamos: la orfandad, la muerte de mi padre. A lo mejor has leído un artículo que publiqué no hace mucho en el que distingo a las personas entre las que viven de la infancia y las que viven de la adolescencia, que son psicológicamente distintas. Yo soy un individuo de la adolescencia y eso quiere decir del conflicto. Quiere decir que organizas toda tu vida para algún día superar la inadaptación y convertir el conflicto en armonía. Todo lo que había escrito en todos los libros lo veía como una proyección de mí. Me consideraba hijo de mi adolescencia. Cuando muere mi padre es como si las brasas de la adolescencia se apagaran por un jarro de agua fría y a mis 58 años no me veo ya como una continuación de mi adolescencia. Noté que ya estaba en disposición de hablar de mi propia vocación, de mi propia visión, de mis propios libros como algo distinto de mí, separado de mí; o dicho de otra manera, de la visión originaria que había inspirado todos los libros, pero nunca había convertido la visión misma en el único objeto de un libro. En ese momento dije «ahora si puedo contar la visión como un conjunto, tengo la suficiente perspectiva, ni me arrugo la nariz en el lienzo ni estoy demasiado lejos».

«Mi causa social es mayor que irme a manifestar o poner un tuit. El mío es un compromiso más profundo, más importante y más a largo plazo»

P.- Vayamos al contenido. ¿Qué significa ‘universal concreto’?

R.- ‘Universal concreto’ es la esencia del ejemplo. Es un caso concreto que incluye una llamada a la repetición. Un ejemplo de solidaridad, un ejemplo de amistad, un ejemplo de compromiso. Es decir, si una piedra se desprende no es un ejemplo, es un caso. Pero el ejemplo de solidaridad te dice «¿y tú por qué no?», hay una llamada a la repetición y esa llamada no es conceptual, es concreta. Hay una regla enunciada, pero no verbal ni conceptual, que es la esencia del ejemplo. La tesis es que la historia del pensamiento occidental desde los orígenes, incluyendo la posmodernidad, se ha movido siempre en el paradigma de lo lingüístico que es, por su propia naturaleza, un universal abstracto. Y aunque te dicen que lo verdaderamente importante en filosofía no son las respuestas sino las preguntas, yo siempre digo lo contrario: las preguntas son siempre las mismas, lo importante son las respuestas. Las dos grandes preguntas son: ¿qué hay en el mundo? ¿qué hacer con lo que hay? La historia de la filosofía, desde los presocráticos hasta Deleuze, te diría que hay en el mundo el universal abstracto del concepto.

P.- ¿Y qué hacer con lo que hay?

R.- Comprender el concepto y luego actuar en consecuencia. Y mi propuesta se separa de la tradición occidental. Aristóteles dice solamente hay ciencia de lo universal. Hasta cierto punto yo estaría de acuerdo, pero lo que yo no diría es que solamente hay filosofía de lo universal. No es casual que en Aristóteles, Platón, Descartes o Kant el tipo de ente que se presupone siempre existiendo es un ente susceptible de abstracción, sin individualidad, que se convierte en concepto. Entonces, da la casualidad de que el paradigma dominante es un paradigma que deja fuera todo menos lo importante, que es lo personal. No de manera antropológica, sino ontológica. Mi respuesta a la pregunta «¿qué hay en el mundo?» es: lo universal concreto del ejemplo. ¿Y qué hacer con lo que hay? Imitarlo o repetirlo. No es un acto intelectual, sino un acto pragmático. Y por eso los dos elementos fundamentales del libro son la ontología y la pragmática.

P.- Dices que tu respuesta se aleja de la tradición Occidental, pero la deseabilidad de la universalización de un acto como norma de conducta está en Kant, y la idea de seguir modelos ejemplares me suena a Aristóteles.

R.- Kant tiene un problema y es que quiso ser muy científico para parecerse a Newton. Pero Kant es un auténtico literato con una extraordinaria vocación. La Crítica de la razón pura, que he leído dos veces, creo que se podría reducir a 100 o 150 páginas, que es donde está lo verdaderamente sustantivo. La Crítica de la razón práctica, su ética, es un libro extraordinario que además tiene una buena dimensión. Pero lo que más me interesa de Kant es la Crítica del juicio, es donde por primera vez habla de una universalidad no conceptual. Es cierto que lo limita a las obras maestras de los artistas, pero a mí eso me sirvió para la intuición de un universal concreto, que también puede ser artístico, pero sobre todo es humano y es la fuente de la imitación. Nosotros imitamos porque adivinamos una regla universal que, no siendo conceptual, reside en el modelo. Y en cuanto a Aristóteles, en su Ética no habla de imitación, habla solo en la Poética y tiene que ver con la descripción; no hay una invitación ética. De hecho, una de las cosas que se le puede reprochar a Aristóteles es que ignora la fuerza de los modelos. En la Política hay momentos en los que sí se sugiere la importancia sociológica de la imitación de los mejores. Pero sobre todo encontré una definición de virtud que figura en un lugar central de mi pragmática: “la virtud es amar, disfrutar y odiar de manera correcta”.

P.- ¿Cómo resumirías tu teoría de la ejemplaridad?

R.- La ejemplaridad es distinta de un ejemplo. Un ejemplo puede ser negativo; la ejemplaridad siempre es positiva. Y siempre es un ideal. Requiere cuatro elementos. Primero: es una propuesta de perfección. Segundo: no describe, prescribe. Tercero, si realmente es un ideal humano y no un ideal de ciencia ficción, otorga sentido. Es una invitación o una propuesta de sentido individual que nos llama. Y por último, y como consecuencia de lo anterior, es capaz de suscitar entusiasmo. La ejemplaridad es una invitación a generalizar tu comportamiento de tal manera que el resultado sea una sociedad más cívica. Si todo el mundo se comporta como tú te comportas, si todo el mundo universaliza tu comportamiento, el resultado es una sociedad más virtuosa y más cívica.

Javier Gomá conversa con David Mejía sobre ‘Universal concreto’, su nuevo libro. Foto: Carmen Suárez

P.- Antes de terminar me gustaría preguntarte por una cuestión de actualidad política. Hace unas semanas, traicionando tu escurrebultismo habitual, publicaste en el diario El Mundo tus razones contra la amnistía. Quería que me hablaras del equilibrio entre ejemplaridad pública y escurrebultismo.

R.- Creo que es muy oportuna la pregunta. Primero, no creo que exista un mayor compromiso con la sociedad que la buena literatura: ser uno de los que fundan palabras, ayudan a comprenderse a uno mismo, a los demás y hacen propicia la convivencia. Digo con evidente exageración que el resto de las cosas tienden a satisfacer deseos, mientras que la literatura moldea los deseos. Yo me siento un hombre muy comprometido y estimo que estoy involucrado en el mayor compromiso que existe. Por eso me declaro escurrebultista militante de todos los demás compromisos si estorban al principal. Y resulta que vivimos en una sociedad en la que el amigo-enemigo rige la política. No te piden tu opinión, sino tu posición en la lucha entre amigos y enemigos. Lo malo es cuando las reglas de la política desbordan su cauce y entran en reinos que no son los suyos. Por ejemplo, el reino de la cultura, regido, en mi opinión, por el principio de la dignidad. Mi causa social es mayor que irme a manifestar o firmar unos documentos o poner un tuit a favor del medio ambiente o en contra de los vegetarianos. El mío es un compromiso más profundo, más importante y más a largo plazo.

P.- Y sin embargo, has hecho una excepción.

R.- A veces suceden acontecimientos ante los que se siente que no estaría bien haber sido contemporáneo sin decir una palabra. En ocasiones emerge un problema verdadero y un problema que está a la altura de la causa literaria que ha explicado el escurrebultismo. Me ha sucedido dos veces: en otoño de 2017 y en noviembre de 2023. En ambos se había rebasado un límite. Y en ambos, quien rebasaba ese límite se había manchado. Y era importante razonar sin faltar, y con la fuerza de la argumentación, por qué habían pasado un límite y por qué estaban manchados.

«Nadie pensaría que un novelista escribe novelas sólo para otros novelistas. Sin embargo, aceptamos muchas veces que la filosofía se desquita para otros profesores del departamento»

P.-  Terminamos con la pregunta habitual: ¿a quién te gustaría que invitáramos a Vidas cruzadas?

R.- Me encantaría que un día invitaras a Teresa Arzuaga, que es mediadora. Escribió unos libros de cuentos muy bonitos y tiene un libro sobre mediación. El mediador es aquel que sustituye la solución coactiva del juzgado por una gestión inteligente en la que dos que están enfrentados, llegan a un acuerdo, y representa claramente un paso hacia adelante en la civilización en la resolución de conflictos.

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