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Historias de la historia

La invención del Belén

El 24 de diciembre de 1223, buscando una experiencia mística, San Francisco de Asís dramatizó el Nacimiento en una cueva

La invención del Belén

Reproducción del nacimiento en Belén.

Hay grandes y pequeños aniversarios. En el año que expira, 2023, coinciden uno pequeño, el cincuentenario de la muerte de Picasso, con uno grande, el octavo centenario de la invención del belén por San Francisco de Asís. Patrimonio Nacional, que últimamente se ha convertido en el principal animador cultural de España, ha hecho un guiño a la Historia, y ha metido a Picasso en el fabuloso belén napolitano que, como todos los años, pero superando a los anteriores, ha montado en el Palacio Real de Madrid.

El origen de esta forma dramatizada de celebrar la Navidad, con figuras que representan el nacimiento de Jesús en una cueva de Belén de Judea, se debe a un capricho de San Francisco de Asís, uno de los santos más influyentes, pero también más estrafalarios, de la Iglesia católica. En las Navidades de 1223 Francisco tenía razones para una gran celebración. Hacía menos de un mes que, después de una vida entera enfrentándose a la ortodoxia de la Iglesia con sus ideas revolucionarias, el Papa había cedido y aprobado la Regla de San Francisco.

El santo de Asís tenía poco más 40 años de edad, lo que en la época quería decir que ya había vivido su vida intensamente y le quedaba poco para morir. Con sus objetivos cumplidos y sus tres órdenes franciscanas en marcha, se retiró a esperar la muerte a un valle muy aislado, Rieti, albergándose en una cueva junto al pueblo de Greccio, como un eremita.

Allí sintió una pulsión mística, dijo que quería «ver con mis ojos la pobreza en que nació el Niño en Belén, cómo fue colocado sobre la paja entre el buey y la mula». Y se le ocurrió reproducir la escena con personas y animales vivos en su cueva, donde iba a celebrar la misa de Navidad. Hay que señalar que la Iglesia prohibía las representaciones teatrales en los templos, y que tampoco se decían misas en las cuevas, pero el Papa ya estaba acostumbrado a tragarse los caprichos de Francisco, cuya afición a los animales -hablaba con ellos- era una de sus grandes extravagancias.

Los vecinos del pueblo de Greccio se prestaron a participar, ellos y sus animales, en la representación teatral, aunque no se sabe cómo resolvió Francisco la adjudicación del papel principal, el del Niño Jesús, lo que ha dado origen a formidables leyendas. Unos decían que San Francisco había modelado con sus propias manos una figura de barro del recién nacido, que por supuesto cobró vida. Otros que le dio el papel a un bebé muerto, pero al ponerlo sobre la paja resucitó. Y los más místicos tuvieron la visión de que el propio Niño Jesús bajó del cielo para representar el papel. Naturalmente la paja que se usó en la representación adquirió cualidades milagrosas, y los vecinos de Greccio se la daban a los animales enfermos, que sanaban.

La teatralización de la cueva de San Francisco fue de función única, pero alcanzó gran repercusión. En los conventos de las clarisas, las monjas franciscanas, empezaron a reproducirla con figuritas de barro, y así se extendió por Europa. Medio siglo después, en 1283, el belén alcanzó estatus oficial en la Iglesia, cuando el Papa Nicolás IV –que era franciscano– encargó unas figuras de tamaño natural para la basílica romana de Santa María Mayor.

Ese conjunto de la Virgen con el Niño, San José, el buey y la mula y los tres Reyes Magos, forman el más antiguo belén que ha llegado a nuestros días, y estaban destinadas a una cripta de Santa María Mayor donde se había pretendido reproducir la cueva en la que nació Jesús, porque esta basílica romana poseía -y posee- una reliquia inaudita, un trozo de madera de la cuna del Niño Jesús. Una atracción semejante merecía ser arropada por un belén esculpido en mármol de carrara, obra de un gran artista del prerrenacimiento, Arnolfo di Cambio, arquitecto de la famosa catedral de Florencia.

El nacimiento según Nápoles

Los napolitanos pretenden que el primer belén se instaló en la iglesia de Santa María del Pesebre de Nápoles, en 1225, o sea, dos años después de la invención de San Francisco. No ha quedado rastro de aquel nacimiento pionero, aunque en un museo de Nápoles se conserva una figura de la Virgen de un belén regalado por la reina Sancha a las monjas clarisas en 1340. Lo cierto es que Nápoles se convertiría en la época barroca en la capital del arte del belén. La ciudad meridional era el principal puerto del Mediterráneo, una metrópolis abigarrada con un intenso comercio tanto con África como con el Oriente Medio otomano. Lo exótico era cotidiano en Nápoles, y sus belenes fueron poblándose, además de los convencionales pastores, de los tipos que se veían por sus caóticas calles, turcos y negros, soldados y piratas, petimetres y esclavos, y todos los oficios que se pueden encontrar en un emporio comercial.

Desde el final de la Edad Media hasta el siglo XVIII Nápoles estuvo bajo soberanía española, el intercambio cultural era muy intenso, y desde el Siglo de Oro se desarrolló en España la afición por los belenes. En el XVII muchos conventos y casas nobles exhibían «escaparates», pequeñas vitrinas de maderas nobles y cristal en las que aparecían escenas de Navidad. Las figuritas eran de cera e iban llamativamente vestidas a la moda barroca, en una escenografía de estilo clasicista.

La muerte sin descendencia de Fernando VI en 1759 hizo que el trono de España pasara a su hermano Carlos III, que durante 25 años había sido rey de Nápoles. Esa llegada supuso la del belén napolitano, que en el siglo XVIII había alcanzado su apogeo. Las figuras articuladas iban vestidas con ricas telas a la moda cortesana o popular del siglo XVIII, así como a la turca y a la oriental; los rostros eran de una grandísima variedad, de un realismo a veces esperpéntico, con fisonomías raciales muy variadas. La decoración reproducía el rico paisaje urbano del Nápoles barroco y neoclásico.

El primer belén napolitano que hubo en nuestro país fue el llamado “del príncipe de Asturias”, el futuro Carlos IV, que tenía 10 años cuando llegó a España. Estaba compuesto por 80 figuras, pero a lo largo de los años se comprarían muchas más. De hecho en el Palacio Real de Madrid se atesoran varios belenes napolitanos, y el que se ha compuesto este año del centenario del belén de San Francisco exhibe unas 200 figuras, todas ellas notables. 

Los belenistas de Patrimonio Nacional han creado un escenario que se desarrolla en varias salas, para culminar en un Portal de Belén que reproduce el zaguán del propio Palacio Real. Y en una de esas calles en las que se desarrollan todos los oficios, hay un marchante de arte que vende… cuadros de Picasso.

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