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Canción de Navidad

La obra de Charles Dickens, publicada el 19 de diciembre de 1843, estableció la forma de celebración de esa festividad

Canción de Navidad

Todos los personajes de Charles Dickens. | Wikimedia Commons

Los protestantes anglosajones consideraban la Navidad una aberración, una más de las idolatrías de los «papistas», como despectivamente llamaban a los católicos. Es cierto que en los primeros siglos del cristianismo la primitiva Iglesia absorbió una serie de creencias y ritos paganos populares, como forma de aglutinar a los súbditos del Imperio romano en la nueva religión. La celebración del Nacimiento del Niño Jesús era una adaptación del culto al nacimiento de Mitra, una deidad oriental. En cuanto a la fecha de la Navidad, 25 de diciembre, era la de la fiesta romana del Sol Invictus, el Sol que renace tras el solsticio de invierno, la noche más larga del año.

La Guerra Civil inglesa de mediados del siglo XVII, con el triunfo de las fuerzas parlamentarias sobre el rey Carlos I, supuso la toma del poder por los puritanos, protestantes radicales, y la implantación de la dictadura de su jefe, Cromwell, que hizo que el Parlamento prohibiese en 1647 la celebración del «Día de Jolgorio de los Paganos», como titularon peyorativamente a la Navidad. No solamente estaban proscritos los cultos religiosos navideños, sino todo el folklore relativo a la Navidad: no se podía cantar villancicos, adornar las puertas con muérdago, encender luces festivas o celebrar cenas y comidas navideñas. Los soldados de Cromwell podían entrar en las casas y confiscar la comida, lo que favorecía los abusos de la soldadesca, que saqueaba los hogares, comiéndose y bebiéndose todo lo que encontraba. Se llegó a prohibir por ley la fabricación del Mince pie, el pastel de carne picada y frutos confitados típico de la Navidad británica.

Para resaltar que la fiesta del nacimiento de Jesús había sido borrada del calendario, el Parlamento celebraba sesión el 25 de diciembre, como si fuera un día laborable. La prohibición duró 13 años, hasta 1660, cuando ya muerto Cromwell se restauró la monarquía británica. Sin embargo la celebración navideña quedó tocada en el mundo anglosajón. En Inglaterra las modas sociales la convirtieron en algo «pueblerino», propio de las gentes del campo.

La anti-navidad se extendió con fuerza a Norteamérica. Los Padres Peregrinos que desembarcaron en Massachusetts a principios del siglo XVII, considerados por la historiografía norteamericana el embrión de los Estados Unidos, era unos puritanos radicales que no querían saber nada del «Día de Jolgorio de los Paganos». Se inventaron para substituirlo el «Día de Acción de Gracias», cuya celebración era básicamente igual a la navideña, una reunión familiar con una comilona cuyo protagonista es el pavo, animal también típico de nuestras Navidades.

Sin embargo a principios del siglo XIX apuntó en Inglaterra una tendencia reivindicativa de la Navidad, encabezada por el Movimiento de Oxford. Este Movimiento, surgido entre una elite de clérigos y universitarios, encarnaba la tendencia hacia el catolicismo de ciertos sectores de la Iglesia Anglicana. Aprovechando que en esa época se abolieron las leyes penales que castigaban las prácticas católicas en Inglaterra, los de Oxford terminaron declarándose abiertamente católicos, e incluso dos de ellos, Newman y Manning, serían consagrados cardenales por el Papa. No obstante la influencia social del Movimiento de Oxford no era popular sino minoritaria, cosa de aristócratas e intelectuales.

La moda alemana

Otra defensa inesperada de la Navidad en Gran Bretaña llegó en 1840, cuando la joven reina Victoria se casó con Alberto de Sajonia-Coburgo, un príncipe alemán. Alemania, pese a ser mayoritariamente luterana, sí que celebraba la Navidad sin importarle que fuese el «Día de Jolgorio de los Paganos», o precisamente por eso. La cultura alemana reivindicaba su pasado prerromano, el de los bárbaros germánicos, por lo que el folklore pagano estaba bien visto. Precisamente el símbolo de la Navidad para ellos no era el belén con figuritas del Niño Jesús, los pastores y los Reyes Magos, sino el árbol de Navidad, un recuerdo al ancestral culto a los árboles anterior al cristianismo.

El príncipe Alberto introdujo el abeto en el palacio de Windsor, concretamente se ponían dos sobre la mesa del ágape navideño, adornados con lazos, velas encendidas y paquetes de colores con regalos. La aristocracia cortesana imitaría las costumbres de la realeza, como hacía siempre, y luego el árbol de Navidad sería adoptado por las clases sociales inferiores, hasta hacerse popular en todo el mundo, pero este proceso iba muchísimo más despacio en el siglo XIX que en la actualidad. Antes de que ocurriese eso tuvo lugar la auténtica revolución que impuso la celebración de la Navidad en Inglaterra y Estados Unidos.

El fenómeno tiene una fecha precisa, el 19 de diciembre de 1843, hace justo 180 años: la publicación en Londres de A Christmas Carol (Canción de Navidad) de Charles Dickens.

Dickens era un escritor conocido y de prestigio, ya había publicado Oliver Twist, su novela más famosa y un bestseller secular. En ella Dickens reflejaba su preocupación por los niños explotados por el primitivo capitalismo, fruto de su propia experiencia, pues a los 12 años tuvo que ponerse a trabajar en condiciones inicuas en una fábrica de betún. Pero pese a su fama, Dickens tenía problemas con su editorial, Chapman & Hall, porque su última novela no daba los beneficios esperados.

Para aplacar a los editores escribió en un tiempo récord una novela corta o cuento largo de ambiente navideño, aunque reflejando también los problemas de la infancia desasistida. Canción de Navidad apareció un 19 de diciembre con una tirada de 6.000 ejemplares al precio de cinco chelines, que era alto. Sin embargo para Nochebuena ya se había agotado. A finales de 1844 ya se habían hecho once ediciones, y recientemente un ejemplar de la primera edición, dedicado a un amigo por Dickens, tenía una valoración de salida para subasta de 250.000 euros.

Sin embargo, el éxito de ventas de Canción de Navidad palidece al compararlo con la influencia social de la obra. Dickens realmente impuso la forma de ver la Navidad, la idea de una época de concordia, de generosidad, de esplendidez, de reencuentro familiar. Un crítico del momento escribió que «si las Navidades, con sus antiguas y acogedoras tradiciones, y sus celebraciones sociales y caritativas, llegaron a estar en declive, este es el libro que las hará despegar de nuevo». Y así fue. No sólo en Gran Bretaña, sino en Estados Unidos, fue acogida con un entusiasmo cercano al delirio, que animó a la gente tanto a gastar en las celebraciones como a ser solidario, y a las familias a estrechar sus lazos en esos días.

Son los mismos tres elementos, consumo, solidaridad y familia, que siguen imperando en las celebraciones de todo el mundo no sólo del anglosajón, porque como escribió otro crítico contemporáneo de Dickens, Canción de Navidad fue como «un nuevo evangelio, capaz de conseguir que la gente se comporte mejor».

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