Guerra a la prensa
El Gobierno y el PSOE no quieren asumir en sus relaciones con los medios las consecuencias de gobernar
Tenemos un Gobierno y un partido gobernante con la piel muy fina. Se ofende con mucha facilidad. La mera crítica a su labor la considera un insulto. Y no digamos cuando la prensa ejerce su deber de control del poder; eso raya con el intento de golpe de Estado. En las relaciones con la prensa, el Gobierno no quiere asumir las consecuencias de gobernar y, tal vez por eso, se comporta como si fuera un partido de oposición, achacando a la oposición, como si fuera el Gobierno, todos los males que suceden en este país.
La última, o mejor la penúltima, astracanada del partido en el Gobierno ha sido pedir amparo a diversas asociaciones profesionales de periodistas «por los continuos ataques de pseudomedios». El término tiene su guasa, porque si son pseudomedios es que no son del todo medios y, por tanto, las asociaciones de la prensa no son el lugar al que apelar. En cualquier caso, algo deben de tener de medios, ya que son pseudo, pero tampoco sería esa la instancia indicada, sino la asociación profesional de políticos damnificados, si es que la hubiera.
El juego democrático —es algo que no acaba de comprender este Gobierno— se basa en que el Ejecutivo ostenta el poder y debe someterse al control del Legislativo, del Judicial y de la prensa —de ahí lo de cuarto poder—. Porque quien gobierna sin control tiene un nombre que, por conocido, no hace falta reproducir. Habría que recordarle a este Gobierno las palabras de Albert Camus: «Una prensa libre puede ser buena o mala, pero sin libertad, la prensa no será otra cosa que mala». Y, de paso, que cuando castiga a los medios, a quien castiga no es a los periodistas, sino a los lectores.
Si el partido socialista tiene problemas con la prensa que no le es favorable, la forma de resolverlos no es impidiendo a esa prensa el acceso a su sede, como ha hecho, al tratarse de una institución que recibe dinero público. Y mucho menos retirando las acreditaciones para informar en el Congreso, el Senado, los parlamentos autonómicos o las ruedas de prensa del Consejo de Ministros. Debería recordar el PSOE que, aunque esté gobernando, esos espacios no son de su propiedad, sino de todos los españoles. Si los problemas son tan graves, como dice, no hay más recurso que el Código Penal. Y si no son tan graves, toca aguantarse.
«Las entrevistas las conceden sólo a medios afines y en las ruedas de prensa el presidente no admite preguntas»
No se caracterizan este presidente y su Gobierno por ser muy amables con la prensa crítica. No se le cae de la boca el recurso a la libertad de expresión e incluso el ministro de Cultura pretende intentar un pacto de Estado contra la censura. Pero las entrevistas las conceden sólo a medios afines, en las ruedas de prensa el presidente no admite preguntas, y, lo que es más grave de todo, negociaciones vitales para nuestra democracia se llevan en el más estricto de los secretos, fuera de las instituciones e, incluso, fuera de nuestro país. A Sánchez le va a ocurrir como a Azaña, a quien tampoco le hacía mucha gracia la prensa, quien solía decir que solo hacía declaraciones para la Gaceta, es decir, para el Boletín Oficial Del Estado.
Los métodos que el PSOE achaca a lo que la izquierda llama despectivamente la «fachosfera» son habituales en medios próximos a Podemos o medios afines a los independentistas catalanes. Pero el doble rasero también se aplica con la prensa, igual que cuando el Gobierno se escandaliza por el vapuleo al muñeco de Sánchez y se calla ante la quema de la efigie del rey o de la bandera española en Cataluña.
Pasan los días, y las asociaciones de prensa dicen que no han recibido ninguna solicitud, que se han enterado por las redes sociales. Curiosamente, la petición del PSOE se produjo el mismo día en que se daba a conocer la concesión a Cataluña de las competencias en emigración a cambio del voto a favor de Junts a los decretos del Gobierno. ¿Una cortina de humo? Probablemente. Una técnica clásica de la desinformación: utilizar un hecho o circunstancia para ocultar la realidad y desviar la atención a fin de esconder un asunto o que pase desapercibido.