Años bisiestos, ¿para qué?
El jueves pasado fue 29 de febrero, lo que sirvió para que algunos comentasen que Pedro Sánchez cumplía 13 años, porque nació el 29 de febrero de 1972. Pero no hay que tomarse a broma la importancia de los años bisiestos
Desde que existe la civilización el hombre ha pretendido medir el tiempo. El ciclo inexorable de las estaciones y la observación del movimiento de los astros le hizo concebir un concepto, sin el cual no existiría la Historia: el año. Hoy nos parece evidente, pero fue un formidable proceso intelectual establecer que había un periodo de días inamovible desde la noche más larga -el solsticio de invierno- hasta la siguiente noche más larga. Lo de que eso significaba una vuelta completa de la Tierra alrededor del Sol vendría mucho más tarde y es otra historia.
En cuanto se tuvo claro que existía eso que hoy llamamos año, surgió la necesidad de medirlo. Los primeros que establecieron un año compuesto por 12 meses de 30 días fueron los sumerios, hace 5.000 años. Fue una hazaña, no tenían telescopios, ni calculadoras, ni ninguna de las tecnologías que ha ido desarrollando la astronomía, y sin embargo llegaron a un año de 360 días muy parecido al actual.
Lo que provocó el error de los sacerdotes sumerios fue que seguían el calendario lunar. La fórmula más sencilla de medir el tiempo viene dada por las cuatro fases de la Luna, que suponen un periodo corto y fácil de observar y recordar, el mes lunar. Todos los pueblos antiguos empezaron por tener calendarios lunares, y todavía se mantiene este sistema en los calendarios hebreo e islámico, pero el mes lunar dura 29 días y medio, y es imposible de encajar en un año astronómico.
Después de los sumerios fueron los egipcios los que dieron el siguiente gran paso, intentar acomodar su calendario al año astronómico, ese que va de noche más corta a noche más corta. En principio los egipcios habían adoptado el calendario sumerio, pero como eran conscientes de que se quedaba corto, le añadieron al final cinco días de fiesta, llamados “del nacimiento de los dioses”. Sin embargo sus astrónomos fueron capaces de detectar hace 4.700 años que ni siquiera con esos 365 días se completaba el año astronómico, que había unas seis horas más al año.
Su solución, adoptada entre el año 2781 y el 2777 antes de Cristo, al final del Periodo Arcaico, fue genial: añadir un día más al calendario cada cuatro años. Habían inventado el año bisiesto.
Demos un salto de casi tres milenios. En el año 48 antes de Cristo Julio César desembarcó en Egipto. En esa época los antiguos faraones habían sido reemplazados por una dinastía griega, los Tolomeos, descendientes de un general de Alejandro Magno. Las relaciones de la última soberana tolemaica, Cleopatra, con César y luego con Marco Antonio son una de las más grandes historias de la Historia, pero no nos vamos a ocupar de ella aquí. Lo que nos interesa es que César, como más tarde Napoleón, se sintió deslumbrado por la civilización egipcia y, entre otras cosas, decidió adoptar su calendario.
Hasta ese momento en Roma regía un calendario lunar que había provocado, por la acumulación de días de diferencia con el año astronómico, un desfase de 80 días entre las fechas oficiales y las que marcaban las estaciones. César cortó por lo sano y decidió que el año 708 desde la fundación de Roma, llamado oficialmente “año del Consulado de César y Lépido” (46 antes de Cristo) tuviese nada menos que 445 días. No es extraño que los romanos lo apodasen Annus confusionis (el año de la confusión).
El siguiente año fue el primero del Calendario Juliano, lo que podemos considerar el primer calendario europeo y en cierto modo universal, puesto que se aplicaría en todo el Imperio romano, que suponía la mitad del mundo conocido. El Juliano estaría vigente hasta el siglo XVI, cuando Roma -y con ella Italia-, España, Polonia y Francia adoptasen un nuevo cómputo, el Calendario Gregoriano, que es el actualmente vigente en todo el mundo.
El Calendario Gregoriano
Este calendario, así llamado porque su promotor fue el Papa Gregorio XIII, trataba de corregir un fleco que se habían dejado colgando los egipcios. En realidad el año astronómico no dura 365 días y 6 horas, sino que el pico es de 5 horas, 48 minutos y 46 segundos. Parecería que esa diferencia de 11 minutos y 14 segundos no tiene importancia, desde luego no les quita méritos a los sabios egipcios del Periodo Arcaico, pero lo cierto es que desde que había entrado en vigor el Calendario Juliano hasta el siglo XVI, el desfase acumulado en Europa entre fecha oficial y fecha astronómica era de diez días.
¡Después de cuatro milenios desde la invención del año bisiesto resulta que no resolvía el problema! Para poner remedio el Papa Gregorio recurrió a Cristóbal Clavio, un famoso astrónomo jesuita. La Compañía de Jesús albergaba en sus filas a los cerebros más brillantes de la época, y Clavio, que tuvo en cuenta los estudios de Copérnico y de Erasmus Reinhold, encontró la solución. Consistía en que los años bisiestos que coincidiesen con un final de siglo no lo serían, no añadirían el día 29 al mes de febrero.
Sin embargo el asunto era más complejo, haciendo eso todavía no quedaban ajustadas las fechas, por lo que el sabio jesuita añadió otra corrección. Los años fin de siglo que fuesen divisibles entre 400, sí serían bisiestos, por eso el reciente año 2000 tuvo 29 de febrero. El 24 de febrero de 1582 el Papa Gregorio XIII dictó la Bula inter gravissimas, imponiendo a la cristiandad el nuevo calendario que debía entrar en vigor el siguiente 15 de octubre, con una particularidad: se pasó del 4 de octubre al 15, eliminando los diez días de desfase.
Se había establecido el calendario del mundo moderno, el que actualmente se admite y aplica en todo el planeta. Sin embargo, no fue así desde el principio. Como el Calendario Gregoriano era un invento de la Iglesia Católica, protestantes y ortodoxos, anteponiendo la ideología a la razón, lo rechazaron. Holanda no lo adoptó hasta 1701. Inglaterra lo hizo en 1752, Suecia en 1753. En Rusia fue necesario que la Revolución bolchevique derribase al zarismo, y fue Lenin quien adoptó el Calendario Gregoriano en 1918. Grecia lo haría en 1923.
Todavía hoy, pese a los esfuerzos del jesuita Clavio, su sistema de años bisiestos dejan un desfase de dos minutos cada 3.000 años con el calendario astronómico, pero dejaremos que ese problema lo resuelva la inteligencia artificial.