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Cultura

Pablo Iglesias, el santo laico del PSOE

En ‘Historia Canalla’, Jorge Vilches, repasa la trayectoria de aquellos personajes que tuvieron una vida truculenta

Pablo Iglesias, el santo laico del PSOE

Ilustración de Alejandra Svriz

La biografía del fundador del PSOE no se diferencia de la de cualquier político medio de la Restauración. Nació en provincias, en El Ferrol en el año 1850. Luego emigró a Madrid, donde estudió, participó en tertulias, y colaboró en periódicos socialistas como ‘La Emancipación’ y ‘La Solidaridad’.

Pablo Iglesias se afilió a La Internacional en la Asociación del Arte de Imprimir, aunque su idea del socialismo provenía de la traducción que Pi y Margall y Fernando Garrido habían hecho de Proudhon y de otros socialistas franceses. Es más; cuando Paul Lafargue, enviado por Marx, llegó a España en 1871 se entrevistó con Pi y Margall para que fundara un partido marxista, a lo que el catalán se negó. De haber aceptado quizá el socialismo en nuestro país hubiera sido muy distinto.

Iglesias Posse nunca fue un teórico, ni un pensador, ni siquiera conoció en profundidad el marxismo. De hecho, cuando se decidió, junto a una veintena de personas, a fundar el partido socialista el 2 de mayo de 1879 en la taberna Labra, junto a la madrileña Puerta del Sol, no estaba muy seguro de cuáles eran los principios que debía seguir. Fue José Mesa, más leído y afincado en París, el que, en contacto con Jules Guesde, les hizo llegar una especie de decálogo de las ideas marxistas a predicar.

El líder socialista se dedicó fundamentalmente a la organización, agitación y propaganda, para lo cual fundó El Socialista. Aunque, a decir verdad, Pablo Iglesias siempre mostró cierto desprecio mezclado con desconfianza hacia los intelectuales. De hecho, Joaquín Maurín, que fue secretario general de la CNT y luego del POUM, escribió en 1930 que Pablo Iglesias era un déspota dentro del partido. Lo cierto es que Iglesias, si bien despreciaba las ideas, era bueno organizando huelgas. Esto le llevó a la cárcel en numerosas ocasiones. Este aspecto conflictivo de Iglesias hizo que le fuera difícil encontrar empleo. La solución fue convertir al patriarca del PSOE en el primer liberado de su historia. De hecho, un diputado por Jerez, un tal Pérez Asensio, se lo dijo a la cara en el Congreso el 25 de junio de 1910: «Usted no es obrero pero vive de los obreros».

A Pablo Iglesias tampoco le gustaba la democracia. Eso de votar era una trampa burguesa. Esta negativa llevó a la primera crisis interna del PSOE. Fue en 1886, cuando Jaime Vera y García Quejido defendieron ir a las urnas, como hacían los socialistas europeos, en especial, la socialdemocracia alemana. Era lógico. Si los obreros son mayoría y el partido era el representante de la clase obrera, como en Alemania, qué menos que sacar un buen resultado electoral. Pablo Iglesias se negó. Tampoco quiso entonces ningún contacto con los partidos republicanos, a los que consideraba «burgueses» y, por tanto, despreciables, colaboradores del régimen capitalista opresor.

Iglesias Posse prefería la lucha sindical a la política, y por eso fundó la UGT en 1888, en Barcelona, aunque la dirección efectiva estuvo en Madrid y en manos de Iglesias.

Este rechazo a la democracia cambió cuando se creó la Segunda Internacional al año siguiente, en 1889. En el congreso sociaslita de 1891, en Bruselas, se dio la consigna de participar en las elecciones. En el caso español parecía la ocasión propicia porque se acababa de restablecer el sufragio universal masculino. Así lo hicieron, a despecho de Pablo Iglesias que escribió:

«Nosotros defendemos el sufragio universal por ser un excelente medio de agitación y propaganda de nuestras ideas; pero le negamos la virtud de poder por sí mismo emancipar a la clase proletaria (…). Los trabajadores no deben olvidar nunca que su acción revolucionaria tiene por fin supremo arrebatar a la clase capitalista con los instrumentos de trabajo su propia existencia»

Esta actitud negativa del líder socialista, la inexistencia de una organización volcada en la lucha electoral y sin cultura democrática, sino revolucionaria, dieron al PSOE un resultado pésimo en las urnas. Las convocatorias electorales se saldaron con fracasos, incluso en las ciudades, donde el sufragio era libre, llegando en 1898 a reunir 20.000 votos en toda España. El contraste con la socialdemocracia alemana era tremendo: en aquella época el SPD era el primer partido del Bundestag.

La relación de Iglesias Posse con la violencia era la típica de una opción política intrínsecamente revolucionaria. No solo dijo que el asesinato de Cánovas en 1895 se debía a la represión gubernamental, sino que el asesino socialista que acabó con la vida de un ministro ruso en 1904, era acreedor a las alabanzas y al reconocimiento de cuantos desean libre a la Humanidad de monstruos humanos.

Y cuando Carlos I de Portugal y el príncipe Luis Felipe fueron asesinados a tiros en febrero de 1908, Pablo Iglesias Posse se negó a firmar las condolencias del Ayuntamiento de Madrid, donde era concejal, alegando:

«Nosotros no condenamos ni sentimos el acontecimiento trágico habido en Lisboa. Es más, creemos que constituye una gran lección que deberán tener en cuenta aquellos que pretenden seguir ciertos derroteros»

Pablo Iglesias fue elegido concejal en Madrid en 1904, y según Juan José Morato, uno de sus hagiógrafos, se debió a dos trampas: hicieron que sus afiliados votaran en varias urnas a la vez, e imprimieron papeletas con los nombres de los candidatos socialistas que simulaban por fuera ser de liberales o conservadores. Nada más tomar posesión del cargo, Pablo Iglesias dijo:

Nuestra acción nos creará enemigos; no nos importa. Merecer el odio de los que envenenan al pueblo, de los que le roban, de los que le toman como cosa explotable, será para nosotros una honra.

A pesar de esto, algunos intelectuales se acercaron al socialismo, como Miguel de Unamuno, que, años después acabó huyendo del PSOE diciendo:

«Tienen el alma seca, muy seca, es el suyo un socialismo de exclusión, de envidia y de guerra, y no de inclusión, de amor y de paz. ¡Pobre idea! ¡En qué manos anda el pandero!»

También se acercó José Ortega y Gasset, quien comenzó con el mito de Pablo Iglesias Posse como un santo laico, en un artículo publicado en el periódico El Imparcial, el 10 de mayo de 1910, que decía:

«Los votos de Pablo Iglesias han henchido las urnas de virtudes teologales. (…). Pablo Iglesias es un santo. (…). Pablo Iglesias se ha ejercitado hasta alcanzar la nueva santidad, la santidad enérgica, activa, constructora, política. Pablo Iglesias es uno de los europeos máximos de España. Porque el socialismo es una ciencia, no una utopía ni una grosería (…) es la idea organizadora de la Justicia»

Esa «santidad» y «virtud teologal» no evitaron que dos meses después, en su primera intervención parlamentaria, el 7 de julio de 1910, Pablo Iglesias dijera que su partido lucharía «en la legalidad mientras pudiera y saldría de ella cuando debiera». A esto añadió una amenaza de muerte: dijo: «para evitar que Maura suba al poder debe llegarse hasta el atentado personal». Los diputados conservadores protestaron, y el presidente del Congreso, Romanones, pidió al socialista que retirara las palabras, cosa que no hizo.

Pablo Iglesias llegó a ser diputado precisamente ese año de 1910 gracias a la alianza con los partidos republicanos, justo aquellos a los que años antes despreciaba por considerarlos burgueses y colaboradores del capitalismo.

Sin embargo, a partir de ahí la enfermedad comenzó a mermar las condiciones físicas de Pablo Iglesias, que pasaba largas temporadas recluido en su casa. El PSOE y la UGT quedaron en manos de Largo Caballero y de Julián Besteiro, que organizaron la huelga revolucionaria de 1917. Iglesias Posse, al que llamaban «El Abuelo», supo que se estaba organizando aquel acto revolucionario y no hizo nada. Tampoco se opuso cuando el PSOE apoyó el golpe de Estado de Lenin de enero de 1918, que disolvió la Asamblea constituyente y democrática en Rusia. Todo lo contrario, Juan José Morato, su hagiógrafo, escribió que el fundador del PSOE lo vivió como un «rayo de alegría».

Del mismo modo, Iglesias asumió la aceptación que Julián Besteiro y Largo Caballero hicieron de la Dictadura de Primo de Rivera. Recuerdo aquí que Largo Caballero ocupó un cargo en el Consejo de Estado. Ya en dictadura, Pablo Iglesias siguió escribiendo en El Socialista, anunciando que el partido debía adaptarse a las circunstancias por el bien de los obreros.

Iglesias murió el 9 de diciembre de 1925, y comenzó su «canonización» en prensa y en varias biografías que se publicaron instantáneamente. Incluso escribieron una obra de teatro inspirada en su vida titulada «¡Voluntad!» (1925). Luego el blanqueo de su figura e ideas se intensificó en las décadas de 1970 y 1980, coincidiendo con aquel viejo lema de «Cien años de honradez». Para entonces, Pablo Iglesias Posse ya era un santo. Y desde entonces hasta hoy.

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