THE OBJECTIVE
Jorge Vilches

Felipismo y sanchismo, tanto monta

«La mitificación de aquel PSOE es una engañifa intolerable aunque sea para criticar a Sánchez, que lo merece, y el sanchismo es hijo del felipismo»

Opinión
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Felipismo y sanchismo, tanto monta

Ilustración de Alejandra Svriz.

Lo siento, me parece muy tierno escuchar a quien añora al PSOE de Felipe González. Entiendo que aquel partido no hizo cosas que el sanchista perpetra con descaro, y que la crítica a este PSOE está más que justificada. No en vano pactan con los herederos de ETA y con los golpistas de ERC y Junts, y con la amnistía ponen la cabeza de la democracia en el hueco de la guillotina. Por supuesto, los actuales socialistas, uno a uno o en grupo son peores, con menos preparación y escrúpulos. No obstante, mitificar los años del PSOE de las mayorías absolutas es un error, una mentira o una maniobra de blanqueamiento

¿Recuerdan que a Sánchez le molesta que se hable de «sanchismo»? Ya ocurrió cuando González oyó hablar de «felipismo». El concepto comenzó a utilizarse de forma peyorativa, claro, para definir a la mentalidad de un régimen personal. Había quien decía que se había pasado del franquismo al felipismo, de un dictador a un autócrata. Txiqui Benegas llamaba «Dios» a González, y no precisamente por descansar al séptimo día. José Luis Gutiérrez, gran periodista de la época, y Amando de Miguel, sociólogo recientemente fallecido, publicaron en 1989 un libro titulado La ambición del César para describir esa tendencia autoritaria de González.  

Sánchez no ha inventado la vida desahogada de sus fieles. Los años del felipismo fueron los tiempos de la beautiful people, de la gente guapa, en la que el ministro de Economía y Hacienda, Carlos Solchaga, decía que España era el lugar de Europa en el que uno se podía enriquecer más en menos tiempo. Mientras soltaba esta gracia, el desempleo estaba desbocado, la reconversión industrial desarmaba el país, y los sindicatos tronaban tanto que hasta convocaron en 1988 la huelga general del 14-D. Muchos no se acuerdan, pero la moneda llegó a devaluarse hasta en dos ocasiones. 

El PSOE de González se ganó a pulso en aquellos años el título de partido más corrupto de Europa, por delante de italianos y griegos. Todo un logro. La cantidad de casos de corrupción ocuparían todo el artículo. Merece la pena señalar que abarcaron desde el hermano de Alfonso Guerra, a los fondos de la Guardia Civil, el BOE, la Cruz Roja, Renfe o tapaderas para la financiación del partido como Filesa y Time Export.

Javier Tusell, gran historiador del siglo XX, escribió en 1992, en su libro La década socialista lo siguiente: «En 1982, los candidatos socialistas eran los adalides de la moral pública. Iban a cambiar este país y los comportamientos públicos. (…). Pero el resultado ha sido un rotundo y desalentador fracaso». Y remataba: «Con el PSOE en el poder se han repetido los peores vicios» de la política. Es más; escribió Tusell: «Iban a cambiar este país y, en realidad, han cambiado ellos». Aquello empezó con una pequeñez, parecía un caso aislado como ahora el asunto de Ábalos y Koldo, y acabó en una enormidad indignante y extendida a casi todo el PSOE. 

«Fue Conde-Pumpido quien se opuso a la imputación de Felipe González por el caso GAL»

Aquel felipismo no solo era corrupción económica e inmoralidad, también autoritarismo. En 1985 aprobaron una ley para acabar con la independencia del poder judicial. El PP no la derogó pudiendo haberlo hecho, y en estos momentos nos la tragamos porque el sanchismo quiere continuar la brecha abierta por el felipismo. En aquellos años hubo periodistas muy señalados, como hoy, que hablaban del camino a la dictadura con el control de los tres poderes del Estado y la hegemonía cultural, educativa y mediática del PSOE. El parecido con la actualidad es significativo, si bien hoy Sánchez lo hace por un motivo tan espurio como personal. No obstante, la motivación es la misma: controlar el poder judicial para eliminar los obstáculos. Y si hay que manchar la toga con el polvo del camino, pues cándidamente se hace.

Es curioso, porque fue Conde-Pumpido quien se opuso a la imputación de Felipe González por el caso GAL, la famosa «X» que señaló Baltasar Garzón. Porque aquel PSOE que hoy algunos caen en la tentación de mitificar creó una banda parapolicial para combatir a ETA, los Grupos Antiterroristas de Liberación. Y recuerdo a muchos votantes socialistas, entonces muy cercanos a mí, que aplaudían los asesinatos de etarras. «¡Que tomen su propia medicina!», decían. Hoy, el sanchismo aplaude los homenajes a etarras y pacta con Bildu. Qué cosas.

También González «cambiaba de opinión», como Sánchez. Se pasó del «OTAN, de entrada no», que fue un catalizador del voto izquierdista contra la derecha usando el antiamericanismo ramplón, al «Vota sí en interés de España», con un atlantismo insospechado. Los ataques de socialistas y comunistas a González en la prensa y en el mundo de la cultura fueron constantes y cotidianos. Javier Krahe, cantautor de la época, comunista, publicó entonces una canción que decía: «Tú decir que si te votan, tú sacarnos de la OTAN (…) Hombre blanco hablar con lengua de serpiente». Aquella protesta de 1986 contra el PSOE «mentiroso» dio lugar a la creación de Izquierda Unida. 

Resumo: corrupción, negligencia, terrorismo de Estado, trolas, autoritarismo. Buena colección a la que hay que añadir algo que se arrastra hasta hoy: el antifranquismo sobrevenido para deslegitimar a la derecha. Cuando a comienzos de la década de 1990, el recién fundado PP, con Aznar al frente, se convirtió en una fuerza capaz de echar al PSOE de la Moncloa, los socialistas dieron por terminada la concordia y el olvido de la Guerra Civil. Todo era bueno para impedir el desalojo democrático.

«Los socialistas, sus medios y sus culturetas dijeron que Aznar era la vuelta del nacional-catolicismo»

El felipismo sacó a Franco a pasear. Los socialistas, sus medios y sus culturetas dijeron que Aznar era la vuelta del nacional-catolicismo, del gobierno de la oligarquía contra el pueblo trabajador, de los resabios del franquismo. Los felipistas creyeron que los populares iban a quitarles su democracia, por lo que la maquinaria propagandística se puso en funcionamiento. Quizá la Transición no se había hecho bien, dijeron, cuando los herederos del franquismo, en referencia al PP, podían llegar al Gobierno. 

Esto ocurrió entre 1995 hasta la salida de González, en 1997. En ese tiempo se pusieron las bases del memorialismo para las víctimas de la represión de la dictadura y el antifranquismo como señas de identidad de la izquierda y única legitimidad de la democracia. La derecha quedaba fuera. Tres años después llegó Zapatero, tomó ese discurso de la «memoria histórica», e instaló el guerracivilismo y la exclusión del PP de la vida política hasta el día de hoy. Ahora, Sánchez ha dado una vuelta de tuerca con su obsesión con Franco, ya saben, el francomodín que dicen.

Este artículo va para ensayo, así que concluyo con dos ideas. La mitificación de aquel PSOE es una engañifa intolerable aunque sea para criticar a Sánchez, que lo merece, y el sanchismo es hijo del felipismo. 

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