El filósofo que quiere que los políticos aprendan a decidir mejor: «Nos jugamos la felicidad»
José Antonio Marina sigue al pie del cañón con 84 años. Ahora publica ‘Historia universal de las soluciones’ (Ariel)
Si se preguntan cuál fue una de las primeras expresiones de descontento ciudadano con sus gobernantes no hay que irse muy lejos, solo hacia el 2047 a.C, fecha en la que presumiblemente fue escrita La Maldición de Agadé, un relato mitológico mesopotámico que narra la batalla del rey Naram-Sin contra los dioses y que finaliza con la destrucción del Imperio Acadio por la arrogancia del monarca y el malestar de los ciudadanos, principales víctimas de que su monarca decidiera emprenderla a espadazos con quien no tocaba.
El relato de Agadé pone el punto de partida a una de las relaciones más humanas: la de las malas decisiones de los gobernantes y el sufrimiento de los ciudadanos con ellas. Los políticos tienen una importancia decisiva en nuestras vidas por su especial protagonismo en la búsqueda de la felicidad pública y por su clara implicación en la desdicha social, así que no hacemos mal pidiendo que aprendan a resolver los entuertos.
José Antonio Marina (Toledo, 1939) —observador atento de la realidad e incombustible aclarador de lo que nos viene pasando— se ha puesto las botas de faena para contar de dónde viene nuestro interés por las respuestas efectivas, base de la que parte para desarrollar en Historia Universal de las Soluciones (Ariel) una propuesta de renovación política completa, explorando las bases de la relación entre gobernantes y gobernados, el mal uso del poder que hemos concedido a los dirigentes y la necesidad de pedirles que rindan cuentas ante quienes permitan que sigan allí. La cosa no es menor y en la partida hay mucho en juego: ¡su propia felicidad!
PREGUNTA.- ¿Por qué se ha lanzado a buscar el origen de las soluciones?
RESPUESTA.- Por ver cómo en España los problemas políticos se cronifican, como por ejemplo con el caso de Cataluña, y por dos casos muy concretos: las guerras en Ucrania y en Gaza. Hay una desconexión entre el mundo de la ciudadanía y el de la política, donde los primeros miran con asombro e incomprensión a los segundos mientras se preguntan qué están haciendo. Von der Leyen ha dicho que tenemos que prepararnos para una guerra, Macron que a lo mejor mandamos tropas a Ucrania, Putin que puede empezar una guerra nuclear, Trump que pueden atacar a los países que no pagan su cuota en la NATO si es presidente. Toleramos un tipo de lenguaje sumamente caótico y salvaje. Hemos perdido el sentido común en la política y quienes están en el poder pierden el juicio.
P.- ¿Qué se juega el ciudadano raso cuando sus políticos no toman buenas decisiones?
R.- La gran obligación de los políticos es conseguirnos la felicidad pública. Eso está en juego. Si no cumplen con ella seguiremos en un mundo incapaz de resolver los conflictos y antes o después se acaba en la fuerza, así que necesitamos que quienes se encargan de organizar la vida de la polis lo hagan mejor. Hay que comprender que cuando hablamos de políticos hablamos de todos los que viven en la polis, así que la división clásica entre la sociedad política y la civil es falsa y peligrosa. Si dejamos la política solo al gobernante estamos eliminando el poder político de los ciudadanos.
P.- ¿Nuestros políticos se han convertido en irresponsables porque los demás les hemos permitido que lo sean?
Hemos creado una confabulación irremediable: las cosas son así y no se pueden cambiar. Desde Maquiavelo la política ha dejado de ser la gestora de las soluciones para convertirse en la gestora de cómo el poderoso puede conseguir dominar al débil. La idea de que los políticos son todos corruptos e incompetentes solo beneficia a los malos políticos. Si yo fuera un político corrupto me encantaría que todo el mundo pensara que todos son así, porque entonces ya no soy una excepción. Hay que defender que los políticos deberían ser las personas con el talento más extraordinario porque tienen que resolver los problemas más complejos. ¿Usted no cumple con los estándares? Váyase. Un mal político no puede quedarse ahí, camuflado diciendo que todos son iguales.
P.- ¿Y cómo encontramos a esos buenos políticos?
En el libro propongo crear una academia para desarrollar tanto el talento de los gobernantes como el de los gobernados. La Unión Europea ya insistió en que necesitábamos explicar a la gente joven lo que es la política para acabar con la desafección hacia ella, porque si la presentamos con una cara tan torva los bienintencionados se irán a una ONG y dejaremos el campo libre a los sinvergüenzas sin haberlo peleado. Necesitamos una nueva generación de políticos y la necesitamos ya. ¿Dónde se forman nuestros políticos?
«Posiblemente mi peor momento fuera la adolescencia. He escrito tanto sobre ella porque es una mala época que podría ser estupenda»
P.- En las facultades de Políticas…
R.- No. Si coges sus currículums la mayor parte vienen de Derecho, unos pocos de Economía, unos poquitos de Dirección de Empresas y de políticos el único que había estudiado en la facultad de Políticas era Pablo Iglesias. Los políticos aprenden intentando escalar puestos tejiendo redes, haciendo favores, llegan a cotas más altas y si pueden a un puesto en política. En esa carrera solo aprender a conseguir el poder, pero no a ejercerlo. El poder cambia. Nadie es igual antes que después de conseguirlo. Vas a perder empatía, vas a ensoberbecer y a pensar que solo tú tienes las soluciones. Vas a considerar a los demás como enemigos, a desconfiar de lo que tienes cerca, a considerar que la oposición es un gran obstáculo que hay que eliminar por los medios que seas. Todo esto te ocurrirá. No porque te hayas convertido en un corrupto moral, sino porque has cambiado la perspectiva.
P.- Su modelo acabaría con todo el sistema de elección de líderes que tenemos en la actualidad, desde las juventudes hasta los fichajes desde las grandes empresas.
R.- O por lo menos lo sometería al control ciudadano. Hay una idea absolutamente antidemocrática: el voto cautivo, el «hagas lo que hagas yo te voy a seguir votando». Es una falta de inteligencia política y un disparate democrática. Así no se puede controlar al gobernante. En España está la idea de que si cambias de voto entre unas elecciones y otras eres un chaquetero sin convicciones. Yo he votado a todos los partidos en diferentes elecciones porque no voy a dejarme llevar por la ideología, sino por lo que propone cada uno para mi pueblo. En política no hay que tener la actitud de un hincha.
PREGUNTA.- Ya que habla de lo que se propone para su pueblo, ¿cómo valora la gestión de la ciudad de Madrid?
RESPUESTA.- La política municipal debe tener muchos más recursos para ser el principio de la resolución de los tres grandes problemas políticos de las ciudades: los servicios de la comunidad de bienestar, la calidad de la convivencia y la ampliación de las posibilidades de los vecinos. En Madrid, la calidad de los servicios públicos es en algunos casos buena, en otros mala y en otros regulares. La calidad de la convivencia se ha estropeado muchísimo y todo el mundo está muy estresado y cabreado. En cuanto a la mejora de las posibilidades creo que no se está haciendo. Tendría que empezar con el trasvase del mundo educativo al laboral, y eso tiene que ser cosa de unos ayuntamientos centrados en cómo mejorar las escuelas del municipio y la formación profesional. Eso lo están haciendo mejor las ciudades del País Vasco o el Ayuntamiento de Barcelona, que no desmanteló su red de escuelas municipales a diferencia de Madrid. Los ciudadanos deberíamos saber lo que podemos reclamar a los ayuntamientos.
P.- Se cumplen tres años del confinamiento por la Covid-19. Me gustaría saber si comparte que, como se dijo durante todo el proceso, hemos «salido mejores».
Me hicieron mucho esa pregunta durante la pandemia y el tiempo me ha dado la razón: de la experiencia no aprende nadie. Si fuera así todos los octogenarios seríamos sabios, cosa que no somos. Solo se aprende si quieres aprender de ella, y no lo hemos hecho, solo la ciencia y las farmacéuticas a a desarrollar tecnologías fantásticas para poder descubrir y fabricar vacunas. Acuérdate de aquel momento en el que salíamos a aplaudir a las 20:00 para reconocer las tareas de los sanitarios. Acaba de salir una encuesta diciendo que sufren un número cada vez mayor de agresiones y están pidiendo una ley que les proteja.
«Cuanto mejor es una situación peor puedes sentirte porque empiezas a tener expectativas más altas. Un campesino de hace 100 años tenía como expectativas que la comida le durase todo el año, porque no esperaba más»
P.- ¿Qué es lo contrario a la felicidad?
R.- La desdicha, y muchas veces es más fácil de digerir que la felicidad. Pensamos que la felicidad es la ausencia de sufrimiento, pero es una cosa mucho más compleja. Para mi es la satisfacción de nuestros tres grandes deseos: pasarlo bien, mantener relaciones sociales afectuosas y estimulantes y sentir que nuestras posibilidades de acción aumentan. Puedes ser infeliz porque tienes una vida muy dura, porque tus relaciones, desde las de pareja hasta las laborales, son un fracaso, por creer que estás atascado y que de esta no vas a salir. Todo esto provoca un tipo de infelicidad cercano a la depresión.
P.- Las encuestas van mostrando que cada vez más gente se califica como «infeliz o insatisfecha». ¿Cree que puede deberse a la banalización del concepto de felicidad como un bien del mercado?
Las técnicas de autoayuda tienen un efecto negativo. Dentro de ella todos los contenidos de la psicología positiva se concentran en hablar de la felicidad como bienestar: «Si usted no es feliz es porque no quiere». ¿Qué tenemos que hacer? Pensar positivo y acabará siendo feliz. Eso no funciona. No nos acerca a la felicidad, sino que te hace responsable de si eres infeliz. ¡Para una persona que no tiene un trabajo estable y no puede formar una familia la solución es ‘pensar en positivo’? ¡No! ¡Tendrá que cambiar su situación, porque si no el pensamiento positivo es un colaboracionismo de lo peor!
Hay un asunto diferente en la percepción del propio bienestar. Cuanto mejor es una situación peor puedes sentirte porque empiezas a tener expectativas más altas. Un campesino de hace 100 años tenía como expectativas que la comida le durase todo el año, porque no esperaba más. ¿Por qué ahora hay más problemas de pareja? Porque esperamos más. Antes, los matrimonios prácticamente no se conocían y esperaban poco de la pareja: que fuera buena persona, que no fueran violentas, que no se emborracharan. El matrimonio no se pensaba para la felicidad, solo resolvía algunos problemas de la vida.
«Desde Maquiavelo la política ha dejado de ser la gestora de las soluciones para convertirse en la gestora de cómo el poderoso puede conseguir dominar al débil»
P.- Cumple 85 años en cuatro meses. Echando la vista atrás, ¿usted ha sido feliz?
R.- Posiblemente mi peor momento fuera la adolescencia. He escrito tanto sobre ella porque es una mala época que podría ser estupenda. Después he tenido tres cosas que no han dependido de mí: he tenido buena salud, he podido dedicarme a lo que me gustaba y me han querido las personas a las que quería. Por mi parte he podido poner que me he tomado muy en serio que la suerte hay que saber aprovecharla; y que eso necesita también una cierta sabiduría.
P.- Lleva toda la vida estudiando al ser humano desde la óptica de sus percepciones y sus deseos. ¿Qué es lo que ha aprendido de él?
R.- Que somos seres muy desvalidos, pero con expectativas de grandeza. Tenemos un origen muy humilde en nuestros primos animales, pero siempre hemos tenido una necesidad de superación, de ese movimiento ascendente que está en todas las grandes metáforas de la historia de la humanidad. No nos contentamos con lo que tenemos: aspiramos siempre a más. Por una parte nos hace estar siempre inquietos, pero por otra nos hace estar buscando siempre cosas. Somos aquellos animales que quieren progresar.