Las noches de Bambino: flamenco y bohemia en Madrid
El Club Malasaña acoge un espectáculo mensual que busca reconciliar el cante con la vida nocturna de la capital
Se lo he dicho al Bocaz varias veces, Miguel Vargas Jiménez, mejor conocido como Bambino, es nuestro Little Richard patrio. Sí, uno era negro y el otro gitano, por lo demás, ambos fueron un par de homosexuales rebosantes de talento, canalleo, modernidad y una actitud con la que cambiaron la forma de entender sus géneros. Del Magical Negro al Magical Gitano… Todo homenaje a cualquiera de los dos, es exiguo.
Por eso Álvaro Bocaz, Bocaz a secas para los amigos, la ha clavado bendiciendo con el nombre del mágico cantaor al nuevo espectáculo que organiza. Bocaz, con su aspecto de capo mafioso italoamericano, tan supertatuado como encantador, da fe de sus corredurías vitales. Toda una vida dedicada a la noche y sus secretos. Y de ese poso de experiencias, surge una idea: llevar la plaza salpicada de gitanos aflamencados a la noche. Para lograrlo, ¿qué mejor lugar que el Club Malasaña, en pleno centro de la capital? Los recitales son maravillosos, pero les falta calle, jaraneo y afterpalmas. Y los tablaos se han convertido en abrevaderos de guiris, con carteras tan gordas como sus blancos culos, que vibran en un triste intento por aplaudir con menos gracia que el accidente de un autobús escolar. Las noches de Bambino, el sarao nocturno celebrado en el Club Malasaña, un miércoles de cada mes, vienen a remediar eso.
«Cuando cerramos Trueno (fiesta de electrónica en la madrileña sala Sol), con diez años de marcha que fueron muy bien, hubo un momento en que quise cambiar», confiesa el Bocaz, horas antes de que empiece la juerga. «Después de 36 años en la noche, a mí me apetecía hacer algo flamenco, y me di cuenta de que todo son recitales, tablaos o jams. Y son geniales, pero escuchas y te vas a casa con el calentón. Entonces, con mi socia, Sandra Jiménez, pensamos en hacer algo que fuese más allá. Todo parte de hablar con Edgar Kerri, uno de los socios de Club Malasaña, y le gustó la onda residente, pero en flamenco. Una banda con artistas invitados, fija, pero capaz de fluctuar de ser necesario».
Y así se ha hecho durante un miércoles cada mes desde principio de año. Varias citas con el flamenco que, vaya, vienen marcando un camino a seguir. Cuando le pregunto a Bocaz por los artistas invitados, salta como si fuese un examen escolar: «Lin Cortés, Kiki Morente y, este miércoles, José del Curro. El objetivo», prosigue, «es lanzar nuevas promesas. Aunar una pluralidad de generaciones. Bambino nace para que el flamenco no se vuelva un fetiche purista. Aquí hay una marca con la ambición de lograr un espíritu flamenco tan actual como acogedor y plural. Una fiesta cercana, donde no te vas a dejar el jornal en ver un concierto flamenco».
Pero esto, claro, no emana únicamente de la mente de Álvaro Bocaz, hay agentes gitanos muy doctos, casi diríamos nacidos para ello, como Lucas Carmona. Y sí, por descontado, hablamos del hijo de Juan y sobrino de Antonio del mismo apellido. «Lucas Carmona es el director artístico de Las noches de Bambino. Él configura estos encuentros y orquesta la música. Mira, la noche de Madrid está complicada, pero a mí me gusta el barro. Y barro del bueno, del talentoso, es lo que traemos con este sarao. De momento, una vez al mes…».
El rapero, la diva, el quinqui…
En fin, llega la hora. 22.00 h., en el Club Malasaña. Afina la mirada, chico… Recién aparcado en el lugar, esto recuerda al mejor de los tiempos, en el mejor de los sitios, cuando cada cual iba de su padre y de su madre. La sala parece una torre de Babel. El rapero. El cayetano. La diva. La quinqui. El elegante con outfit de 100 boniatos, y el tirado con chándal de 600. Todos tienen cabida en el seno del señor, y cualquiera encuentra la horma de su zapato en esta parranda de Bambino. Juventud divino tesoro, dijo el poeta. Y aquí, mira tú, sobran los doblones. Mucha chavalita y chavalito guay-joven.
Eso sin olvidar los cuerpos más añejos, claro. Personas por encima de la cuarentena que, por cierto, coinciden en su mayoría con la encarnación de actores famosos, músicos famosos, escritores famosos, pijos famosos, abogados de famosos… Da para plastificar una carpeta al estilo flow thousand. Incluso la castrante y rojiza cuerda del VIP se ve ininterrumpidamente asaltada de un lado y el otro del muro para unir los dos bloques. El anónimo y el insigne.
El sarao da el pistoletazo de salida, y cuatro músicos de bandera se ponen a los mandos de una guitarra, un cajón, un piano y un micro. Son la Bambino Gypsy Band. Shhhh… Silencio en la sala. Por un segundo, se oye la respiración del centenar de almas que calientan esta suerte de fórum. Acto seguido: ¡Bum! La banda de Bambino descorcha su espectáculo. Nada de purismos. La rumba, el afrocuban, el cante; todo carga el Club Malasaña de una fervorosa energía.
De los curtidos a los novatos, nadie escapa de una rendición al clamor efervescente del lugar. Todos tararean sometidos a la fuerza del canto. No hay escapatoria. Si hubiese herejes en esta sala, algún bicho de mala fe reticente, rápidamente se han convertido a la religión musical. Atentos y devotos, escuchan como si les fuera la vergüenza en distraerse. Por si fuera poco, saben que ahora tocan palmas con la banda de Bambino, y que pronto, cuando los músicos cuelguen las herramientas, taconearán el suelo a base de techno; el festival prometido tras el espectáculo instrumental.
Cante y baile
No exagero si digo que la atmósfera intoxica de sana locura a los asistentes. Muchos se arrancan a bailar, bien sea en los gallineros, los escalones o en la mismísima arena del coliseo donde los músicos se arrancan a pocos metros. Las mujeres, ciertamente, se dejan llevar más por el ritmo. Ajenas al prejuicio y la tontunada estática del macho presente, caderean y giran sobre sí mismas rendidas al jolgorio.
La banda toca desde el nicho hasta el dicho. La versión de Puchito, con sus Tontos venenosos, emociona el cotarro. Y sí los lerdos tienen tope, no el amor que se dispara frente a esta canción. Payos y gitanos a manos juntas se desgañitan. Ahora, el silencio se recupera como al principio cuando José del Curro aterriza. Al prender su cante, el torrente domestica la acústica total. Los arrebatos revientan la sala como el aterrizaje forzoso de un avión, y uno sabe que está viendo algo de bandera al notar los nervios quebrarse de emoción en comunión con quienes te rodean.
Después de su intervención, callado el flamenco y estallado el protagonismo del DJ, asalto a José del Curro y a Sergio Bascuñana, guitarra y voz de la banda de Bambino.
«Conocimos Bambino por el primo Lucas Carmona, y el sitio es una pasada», asegura Bascuñana. «Esto se lleva en la sangre», me asegura del Curro cuando le pregunto qué cómo ha llegado hasta aquí. «Yo empiezo desde mi familia, de mi casa. De levantarte tarareando y cogerle la guitarra al papá. Somos una piña. Nos queremos y nos admiramos musicalmente, y por eso nos podemos juntar donde queramos. Aquí, me gusta que sea como un pequeño anfiteatro acogedor. Y esta vez me han invitado a formarla, y yo encantado».
Alma gitana
No son pocos quienes, todavía hoy en día, suman etnia gitana con flamenco y marroneo, así que le interrogo sobre cómo cree que se ven a los gitanos en este país. «Los gitanos no somos un guion de película quinqui. Vivimos honradamente… Sabes una cosa, ¡pocos gitanos roban!», exclama el joven cantaor antes de despachar un trago a la copa que le baila en la mano desde que ha descendido, cuál ángel greñudo, del escenario.
«La idea del flamenco la puede tener cualquier persona», afirma Bascuñana. «Lo que sacas de aquí es que es una música mundial. Humana. De Dios. Lo bonito es que el flamenco te embriague y lo hace seas de la etnia que seas».
«El flamenco es de todos», interviene Del Curro. «Nos puede la vivencia. En mi caso, la de una familia milenaria a la que le agradezco todo. La idea es hacer las cosas como en casa, con sentimiento. Hoy las cosas se preñan de artificialidad, y aquí se representa el hacer las cosas con sinceridad».
Desde luego… no son alevines, ni talentos perdidos quienes se reúnen en Las noches de Bambino. Son la crème de la crème a la que el Bocaz sabe pescar con descaro y talento. La oscuridad, que alberga tantas maravillas como horrores, aviva la marcha en subterráneos exclusivos del Club Malasaña y otros lugares sin nombre, a los que, tras su respuestas, se deslizan emocionados Del Curro y Bascuñada.
He aquí el comienzo de una gran amistad con la noche madrileña. Las veladas de Bambino. La noche de todos. Las crepusculares avenidas del flamenco rematadas con aquelarres de tecno. Un pasaje por esos delirios del pasado donde todo acababa pudiendo pasar y ahora, de nuevo, pasa…
Y, quien no me crea, no tiene más que comprobarlo.