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Cultura

De reportera en 'Rolling Stone' a guionista de 'Los Soprano'

Liburuak publica ‘La única chica’, las memorias de Robin Green, primera mujer redactora de la revista contracultural

De reportera en ‘Rolling Stone’ a guionista de ‘Los Soprano’

Robin Green, en una imagen de archivo. | Europa Press

Robin… Robin… Menuda pilla debiste ser. Seguro que a tu alrededor se filtraba un suerte de aura mística. Como de sabelotodo enrollada. Estuviste en el lugar y momentos indicados, en la época y país ideales. Fuiste chick, cuando sólo lo era Jane Birkin, posando en las fotografías con la cabeza coquetamente ladeada y la mirada inofensiva de quien, sin saberse guapa, se sabe deseada. Tus piernas, decían tus amantes, eran largas como días. Asomaste la voz en un mundo de hombres y te incorporases a la revista Rolling Stone creyendo que irías de copista, y acabaste siendo la única redactora de la publicación en los primeros años 70. No a todo el mundo le ha rociado con halagos Joan Didion antes de cumplir los 30.

El artículo de 1971 en el que describías a Dennis Hooper en el desierto de Nuevo México como un completo chiflado, como un tipo reventado nasalmente de aspiraciones químicas, levitante en una nube de mezcalina y mesianismo desde la que rociaba a todo el mundo con su cáustico ego, fue de echarle un par de ovarios. Más a más en una época en la que sólo se le echaban «cojones». Por eso, cuando el editor de Esquire llamó a la Rolling Stone preguntando por ti, espetó: «¿Quién es la nueva zorra?». Cosa que ahora se traga mal, pero que por entonces y en el gremio era casi una alabanza.

De cara a tu futuro despido, a lo mejor, como bien admites, cepillarse el jefe fue contraproducente. Vale que Jann Wenner tenía ese carisma del buen chico con pelo cacerola y mirada de poderosa oca tan excitante, pero, también es verdad que en la revista en los 70 os lo montabais todos con todos… Echando la vista atrás, te podías haber quedado con el apuntador, el redactor judío de pelo enmadejado, el fotógrafo, en fin, con los lacayos que confiesas haberte apretado, mejor que con el señor del castillo. A decir verdad, según cuentas, no fue tu trasteo con Jann lo que te puso una diana en el derrier para su patada, sino negarte a putear a alguien. Algo, por cierto, que se te debía dar muy bien.

Hoy, a toro pasado, confiesas que fue porque te trajinaste a un Kennedy y Jann Wenner te presionaba para ponerlo en la picota mediática. No es propio del hijo del fiscal-mártir más famoso de Estados Unidos (Robert Kennedy) andar beneficiándose a sus entrevistadoras, momentos antes de descolgarse por una calle de Harvard Square para pillar menesundas. Ahí fuiste honrada no queriendo meter cizaña. Suficientes entierros llevaban ya en esa familia como para añadir uno reputacional. Ahora, si Wenner era, como tú lo llamas; «un trepa follaestrellas», ¿qué podías esperar? El jefe vive de vender, y un Kennedy colocado y salidorro tenía el potencial de reventar las rotativas.

Revista ‘Rolling Stone’ de 1999 con Nicolas Cage en portada. | ‘Rolling Stone’

Hitos televisivos

Por suerte, para ti, eras una chica lista. Y con perras. Una mujer que se había pasado cobrando diez centavos por palabra en artículos que ocupaban varias páginas durante cinco años. Ah, ¡y sin gastos! Porque eran los buenos tiempos, en el mejor de los lugares. La vida corría a cuenta de la revista cada vez que hacías un reportaje, y hacías muchos. Hunter S. Thompson ya se encargó de darnos envidia con sus lisérgicas peripecias a fondo perdido. Sí, el mismo Hunter al que tildas de apolíneo descerebrado. Ese con el que te diste un baño en pelotas una vez en unas termas con otros colegas de la revista. Pero es que ahora, como si no fuese suficiente con La gran caza del tiburón, de Hunter S. Thompson, llegas tú con estas memorias para reabrir esa envidiosa herida de mejores lustros. 

Para más inri, no te fue peor cuando, en 1975, diste carpetazo a la Bahía de San Francisco —y a Rolling Stone—, matriculándote en el Programa de Escritura creativa de la Universidad de Iowa. No tardaste muchos años en conocer a Mitchell Burguess, quien sería tu marido, y con el que acabarías creando hitos televisivos como Los Soprano o más tarde Blue Bloods. De hecho, ya nos dices en este relato de tus vivencias, titulado: La única chica (Liburuak), que el personal, desde la cuna aristocrática al jergón barriobajero, rompía en aplausos cada vez que hacías gala de ese currículo mafioso ideado por David Chase. Antes de Burguess, también escribiste cosas para Doctor en Alaska, y fuiste la cabeza visible de varias publicaciones.

Has escrito una buena biografía. Se ataca ágil, sabes atesorar los gruñidos para los momentos ideales disparando una sonrisa en quien te lee. Has tenido una vida de película… si bien de vez en cuando tienes comentarios de quien siempre ha tenido un colchón mullido donde caerse muerta. Fuiste, en fin, un poco una de esas hippies de familia bien que terminaron convertidas en yuppies hollywoodienses. Pero, se te perdona… Al menos, le regalaste al mundo unas buenas, y duraderas, dosis de genialidad. Y eso, teniendo en cuenta, que la mayor parte del tiempo fuiste la única chica. No es peccata minuta.

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