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Cultura

‘Vania x Vania’: un experimento para destilar la esencia de Chéjov

El autor y director de la obra, Pablo Remón, explica su doble versión de ‘El Tío Vania’, candidata a obra del año

El director de la obra junto a los actores. | Teatro Español

Irrumpe Pablo Remón. Su Vania x Vania en Las Naves del Español ha sido aclamada por la crítica como candidata máxima a obra del año. El panorama languidecía, además, un tanto huérfano tras los pinchazos depuesto (de momento) Juan Mayorga, que necesita recuperarse de cosas como María Luisa y, sobre todo, Amistad. Veremos si remonta con La comunicación, José Sacristán mediante.   

Remón venía de enhebrar éxitos como Mariachis, Los farsantes o Doña Rosita, anotada. Listo para hincarle el diente a nada menos que El Tío Vania. El maestro Chéjov. Palabras mayores. Alta tensión en una familia muy particular aislada en una dacha de la Rusia de finales del siglo XIX. «Llevaba tiempo queriendo trabajar en Chéjov», dice Remón. «Es un dramaturgo inagotable». 

El tío Vania, encadenado al laboreo de la finca, tira de sarcasmo tras descubrir que su admirado cuñado Aleksandr, supuesto genio de la escritura, es un farsante. Además, ama a la mujer de este, la bella Elena, que se marchita en un matrimonio que abordó demasiado joven y no se atreve a escapar a través de la pasión que le propone el médico Mijáil, amigo de la familia, un romántico bebedor al que, a su vez, ama Sonia, hija del escritor con su primera mujer. 

Una visión diferente (y cómplice) de la mujer a través del cineUna visión diferente (y cómplice) de la mujer a través del cine

La sabia e irónica nodriza Marina aporta los necesarios contrapuntos de este culebrón al que Remón ha recortado algún personaje y actualizado el texto para realizar un ambicioso experimento. Algo así como una fenomenología dramatúrgica en busca de la esencia que mantiene vibrante, en carne viva, algo en principio tan anodino e idiosincrático como las peleas familiares de unos burgueses rusos de hace siglo y pico.

Lo hace duplicando el fenómeno. «Tenía la idea loca de hacer dos versiones de una misma obra; esa fue desde el principio la idea», explica Remón. «No sé por qué nunca se me ocurrió montar una sola. Le escuché una vez decir a Spregelburd que solo los proyectos imposibles tienen posibilidad de salir adelante. Me parecía que en un momento como este era importante hacer un gesto teatral fuerte, reivindicar la mirada personal sobre los clásicos».

Javier Cámara como Vania. | Teatro Español

Dos realidades

Una primera versión busca lo esencial diluyendo el contexto con un escenario minimalista (poco más que unas sillas de plástico) y una versión del texto despojada de detalles coyunturales.

La segunda hace lo mismo, pero desde el extremo opuesto. Aniquila el contexto por abarrotamiento: el escenario se parte en dos realidades tan separadas espacio-temporalmente como la Rusia de 1899 y una Castilla que firmaría el mismo Pedro Almodóvar. Los actores pasan de una a otra causando paradojas hilarantes, desahogo bienvenido, por cierto, cuando la función se va acercando a las tres horas.

El espectador puede elegir entre ver una de las versiones o las dos seguidas, en una sesión maratoniana (de seis de la tarde a 10 y media de la noche, con media horita escasa para alucinar a solas). Esta última posibilidad, si se tienen tiempo y ganas, es la más significativa. 

Permite comprobar hasta qué punto funciona el experimento. A mi modesto entender, completamente, porque subraya la clave de El Tío Vania hasta hacerla evidente. ¡Los personajes! La magia de Chéjov está en la magia de sus personajes, que trasciende el cliché del alma rusa: da igual que se les actualice los parlamentos o que se los ponga a escuchar los partidos de la Liga (muy) española de fútbol por la radio. Si se dirige bien a los actores y los retoques a la estructura narrativa se hacen con delicadeza, siguen brillando como elegantes luciérnagas en los hastíos hermanos de los campos ruso y manchego y de donde haga falta, volcanes ansiosos por estallar de pasión y escapar de la banalidad que les acecha. 

Imagen de la obra. | Teatro Español

Interpretaciones memorables

Hay que matizar la genialidad de Remón teniendo en cuenta que la labor de los actores honra la oportunidad desplegada con interpretaciones memorables. El mismo autor reconoce que «Vania parecía la más indicada, por el reparto con el que quería contar». 

El cabeza de cartel es, por supuesto, Javier Cámara. Perfecto, expansivo, comestible; más aún, si cabe, en la versión manchega. Pero qué decir de la vis cómica tan particular de Juan Codina, la elegancia sublime de Marta Nieto, la pasión de Israel Elejalde, la ironía vertebradora de Manuela Paso o la ternura definitiva de Marina Salas, con ese parlamento final capaz de ablandar el corazón de un espectador de piedra.

Se trataba de una propuesta arriesgada. A Remón parece inspirarle la adrenalina: «Yo necesito probar algo diferente cada vez. En este caso, la diferencia estaba desde el principio del proyecto. Al mismo tiempo, trabajar con textos ajenos y hacer una reescritura fuerte, me permite ser personal sin tener la sensación de repetirme». 

Actores de la obra. | Teatro Español

Esta vez, desde luego, ha funcionado. «Eso siempre es un misterio. La crítica ha sido muy positiva, las funciones están llenas. ¿Qué más se puede pedir? Creo que se valora el esfuerzo y el gesto de probar dos veces lo mismo», concluye Remón.

3 comentarios
  1. SUASORIAE

    ¿“…Algo en principio tan anodino e idiosincrático como las peleas familiares de unos burgueses rusos de hace siglo y pico”? ¿Un “culebrón”?

    Me pregunto si se refiere a la misma obra que he visto tantas veces… de una sorprendente complejidad psicológica, un mundo caleidoscópico de esperanzas derrochadas o agotadas y futuros-que-nunca-fueron, de deseos irrealizables y tensiones sepultadas… Un choque explosivo pero minucioso de deseo-realidad, de pasado-futuro, ignorando que el presente está ahí; un catálogo de afrontamientos de la frustración…y de frustraciones; un relato del imperio tiránico de la realidad, una exposición cruel (pero como almohadillada por los afectos genuinos, el amor desesperado, la amistad que cuida, la rutina protectora: Chejov, siempre sutil, y siempre presa de ese humanismo potente y subterráneo… que desarma, frente al nihilismo más destructivo), sí, la exposición sin miramientos de unas vidas como callejón-sin-salida y luego… un final para enmudecer mucho rato: esto es lo que hay… sigamos un día más: esa afirmación tenaz, sin ilusiones pero sin exasperación, de la vida: la aceptación.

  2. SUASORIAE

    Habrá que ver… pero le temo a las “actualizaciones”. Ya decía Coleridge (adoro esta cita) que “whoever supermoralizes unmoralizes”…, pues algo similar ocurre con los intentos actualizadores: en el mejor de los casos solo actualizan lo accesorio y en el peor suelen despojar a las obras de su esencia nuclear, de aquello que las hace, precisamente, eternas y ajenas los ingenuos o vanidosos intentos de… actualización.

    PERO… hay que esperar y verla.

    Últimamente he (re)visto 3 aproximaciones soberbias de Tío Vania:

    Una no es reciente, claro: me refiero a Vania en la calle 42 (Vanya on 42nd Stree;, Louis Malle 1994)

    Otra es la versión absolutamente impresionante (la he visto… varias veces) del teatro Harold Pinter de Londres en 2020 (Ian Rickson, Ross MacGibbon) filmada durante la pandemia (sin público) y que yo vi en MarqueeTv pero que después creo que todavía está en Filmin. Brillante.

    Y una de las más extrañas, subyugantes y originales es la “versión”, que es en realidad una sorprendente trasposición de contenidos, radical, profunda y llena de tensión interna…: Drive My Car (Doraibu mai kâ; Ryûsuke Hamaguchi, 2021): por supuesto, solo un japonés podía llegar a ese punto de comprensión profunda…

  3. SUASORIAE

    ¿“…Algo en principio tan anodino e idiosincrático como las peleas familiares de unos burgueses rusos de hace siglo y pico”? ¿Un “culebrón”?

    Me pregunto si se refiere a la misma obra que he visto tantas veces… de una sorprendente complejidad psicológica, un mundo caleidoscópico de esperanzas derrochadas o agotadas y futuros-que-nunca-fueron, de deseos irrealizables y tensiones sepultadas… Un choque explosivo pero minucioso de deseo-realidad, de pasado-futuro, ignorando que el presente está ahí; un catálogo de afrontamientos de la frustración…y de frustraciones; un relato del imperio tiránico de la realidad, una exposición cruel (pero como almohadillada por los afectos genuinos, el amor desesperado, la amistad que cuida, la rutina protectora: Chejov, siempre sutil, y siempre presa de ese humanismo potente y subterráneo… que desarma frente al nihilismo más destructivo), sí, la exposición sin miramientos de unas vidas como callejón-sin-salida y luego… un final para enmudecer mucho rato: esto es lo que hay… sigamos un día más: esa afirmación tenaz, sin ilusiones pero sin exasperación, de la vida: la aceptación.

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