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La Pasionaria, o matar por la causa de la Humanidad

En ‘Historia Canalla’, Jorge Vilches, repasa la trayectoria de aquellos personajes que tuvieron una vida truculenta

La Pasionaria, o matar por la causa de la Humanidad

Ilustración de Alejandra Svriz

Tres días después de la caída del Muro de Berlín, murió La Pasionaria, el 12 de noviembre de 1989. No llegó a contemplar el derrumbe absoluto del socialismo real, de ese sistema tiránico y asesino por el que trabajó, y del que vivió siempre.

Para entonces, Dolores Ibárruri ya era un mito creado por la factoría de propaganda soviética, cuya estela aún hoy se puede ver. De hecho, el ministerio de Igualdad dedicó 15.000 euros en 2022 para reeditar las memorias de Pasionaria que, por otro lado, están gratis en internet. Los comunistas de ayer y hoy crearon su imagen y le atribuyeron eslóganes. La hicieron pasar por dura guerrillera revolucionaria, luego madre proletaria ejemplar, y después, en 1977, por demócrata. Durante la década de 1930, fue usada como propaganda de guerra, la llamaron ‘Dama de Elche del socialismo’, ‘madre del sol de la mañana’, o ‘segura estrella salvadora’.

La frase «No pasarán» no es suya, sino del general Pétain, el presidente de la República francesa que colaboró con los nazis. «Prefiero morir de pie a vivir de rodillas», tampoco es una frase suya, sino de Emiliano Zapata. Aunque, a decir verdad, esa frase es una ironía en boca de una comunista que apoyó sin fisuras la liquidación social que emprendió el estalinismo.

Incluso su nombre fue modificado por la propaganda. Sus padres la inscribieron en el Registro Civil, en diciembre de 1895, como Dolores. El nombre de ‘La Pasionaria’ se debió a que en 1918 firmó como tal su primer artículo en El Minero Vizcaíno. Lo eligió porque era Semana Santa. Ya saben, por la pasión de Cristo. Su carrera política fue rápida. Comenzó en el PSOE, en Somorrostro. Sin embargo, en 1920, junto a las Juventudes Socialistas, se separó del partido para fundar el PCE. Y diez años después, ya estaba en el Comité Central.

La Pasionaria repudió a la Segunda República. No en vano, el gobierno republicano-socialista la encarceló en dos ocasiones entre 1931 y 1933 por actividades subversivas. Luego marchó a Moscú, y participó en el congreso de la Internacional Comunista de julio y agosto de 1935, aquel en el que se decidió participar en la política a través del Frente Popular. Fue una consigna de Stalin. La idea era formar frentes amplios con lo que llamaban «partidos burgueses de izquierdas», para aprovechar su fuerza e infiltrarse en las instituciones.

La política frentepopulista permitió a La Pasionaria salir diputada en las elecciones de febrero de 1936 por Oviedo, una circunscripción segura para ella tras la revolución de octubre del 34. En su primera intervención parlamentaria, después de unas palabras de Calvo Sotelo, uno de los líderes de la oposición, dijo a los que estaban a su alrededor: «Este hombre ha pronunciado su último discurso». No era nada nuevo: su verbo iba destilando la violencia que luego se vio en la Guerra Civil. Salvador de Madariaga y Josep Tarradellas, diputado entonces de ERC, así lo corroboran en sus respectivas memorias. No hace falta recordar aquí que Calvo Sotelo fue asesinado días después.

La Guerra Civil se inició con el golpe del 18 de julio, y el PCE cobró un protagonismo impensable en los años anteriores. La Pasionaria fue supuestamente la autora del comunicado del 19 de julio de 1936, en el que proclamaba el lema ‘No pasarán’. A partir de ahí cobró importancia, sobre todo cuando los comunistas, con Santiago Carrillo a la cabeza, organizaron las ‘checas’ de Madrid y la liquidación social. El papel de La Pasionaria fue propagandístico, visitando el frente y marchando al extranjero.

En marzo de 1939 se estableció en Moscú, donde pasó la mayor parte de su exilio. Después de luchar contra el fascismo en España, La Pasionaria cambió de opinión en cuanto Stalin y Hitler pactaron el reparto de Europa. Bajo la protección rusa dio los artículos que justificaron la invasión nacionalsocialista y soviética de Polonia, y el consiguiente exterminio de la élite polaca. En la publicación España popular escribió que la derrota de la República era culpa de la socialdemocracia, de Francia y de Gran Bretaña. A esto añadió que el pacto de la URSS con la Alemania nazi aseguraba la paz, y que la «Polonia reaccionaria» debía ser eliminada. Luego tuvo lugar la masacre de Katyn, donde unos 20.000 miembros de la élite polaca fueron asesinados.

Con estos méritos, la Pasionaria dirigió el PCE desde 1942. La estrategia fue intentar mantener la guerra viva en España a través de los maquis. La otra política que adoptó fueron las purgas internas. La autocrítica recayó incluso en el amante de Pasionaria, Francisco Antón, once años menor que ella. El hombre le dijo que se había enamorado de otra, y la líder comunista, enfurecida, lo acusó de ser un espía al servicio del imperialismo. Fue desterrado a Varsovia, donde trabajó como esclavo en una fábrica.

Una historia de amor

Ibárruri tuvo seis hijos con Julián Ruiz, un minero sin instrucción que no quiso seguirla en su carrera. Cuando La Pasionaria llegó a Madrid en 1930 se le abrió todo un mundo. Era igual que cuando los inmigrantes llegaban a Argentina, por ejemplo, que al encontrarse lejos de su tierra se reinventaban y acaban formando otra familia. Dolores encontró en la capital a Francisco Antón, un veinteañero, que se enamoró del mito, de aquella mujer fuerte que visitaba el frente, arengaba a los milicianos y parecía sortear las balas. Dolores no pudo resistirse. Era un muchacho joven, 17 años menor que ella, moreno y atractivo. En aquel Madrid dominado por los comunistas y sitiado por los golpistas, todo parecía una aventura. Y claro, se fueron a vivir juntos.
Todo el mundo conocía la relación. De hecho, La Pasionaria visitó a Indalecio Prieto, a la sazón ministro de Defensa, para pedir que sacaran a Paco Antón del frente. Que muriera por la causa del proletariado mundial cualquier otro menos su amor, claro.
Al finalizar la guerra española los soviéticos sacaron a La Pasionaria del país y se la llevaron a Moscú. Antón, sin embargo, fue recluido en un campo de concentración francés hasta que lo sacaron los comunistas por orden de Stalin. Enrique Líster, histórico líder del PCE en la guerra civil, escribió: «Si Julieta no puede vivir sin su Romeo, habrá que traerle a su Romeo».

No importaba nada frente al amor. Ni el acuerdo Ribbentrop-Molotov que permitía el reparto de Polonia entre la URSS y la Alemania de Hitler, ni la liquidación social de la élite polaca que la Pasionaria justificó, ni las purgas. Tampoco importó el suicidio de José Díaz, el secretario general del PCE. Ese olor a sangre no debilitó la pasión entre Dolores y Paco.

Pero el amor a veces termina, y Antón se enamoró de otra mujer, una tal Carmen Rodríguez. Pongámonos en la piel de Antón: ¿Cómo decir que el amor se terminó a la recién elegida secretaria general de tu partido, y a las órdenes del asesino Stalin? Antón lo hizo. Tuvo que ser una escena dramática, quizá de una de esas obras de teatro burguesas, de amores despechados, de señoritas plantadas en el altar, que tanto despreciaba la moral comunista. Y es que el ser humano no deja de sentir lo que es por mucho que finja encarnar la revolución.

La respuesta de Dolores no fue normal. Hay quien viste la reacción como algo novelesco, incluso como la demostración de la ruptura de un molde machista de la existencia. Lo cierto es que, dejando el género aparte, constituyó uno de los actos más abyectos que puedan imaginarse. Dolores denunció a Antón como espía del imperialismo. Imagínense. Fue capturado y pasó un calvario de torturas y encarcelamientos durante tres años. Finalmente Antón fue enviado a Varsovia, a una fábrica donde trabajaba doce horas diarias. Por cierto, se casó con Carmen y tuvo dos hijas.

Mientras, La Pasionaria comenzó a caer en desgracia con la desestalinización de la Unión Soviética. El impacto de la represión de Hungría en 1956 y de Checoslovaquia en 1968 en el PCE acabaron por desplazar a La Pasionaria en favor de Santiago Carrillo, que la sustituyó en la dirección del partido en 1960.

La Pasionaria volvió a España en 1977. Era un gesto de la Transición y de la amnistía, de la democracia en definitiva, el que un símbolo del totalitarismo, causante de muchas muertes en la Guerra Civil, que había apoyado el genocidio en Polonia y en Rusia, regresara a España a ejercer las libertad que ella siempre había despreciado. Presidió la Mesa de Edad de las Cortes, y luego fue elegida diputada. Nadie le pidió rendir cuentas. Siguió siendo un símbolo, aunque sobrepasada por los tiempos. Como he dicho al principio, murió unos días después del derrumbe del Muro de Berlín que ella había defendido. Hoy hay una estatua suya en Leganés (Madrid).

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