Sánchez Dragó sorprende con una pregunta a los que visitan su tumba: «¿Novedades?»
El «escritor y viajero» elige un curioso epitafio para su estela funeraria en el cementerio de Castilfrío de la Sierra
Es Domingo de Resurrección y las campanas de la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción tañen en la fría y lluviosa mañana de Castilfrío de la Sierra. No hay ni un alma por las calles de este municipio soriano de las Tierras Altas en el que hace un año falleció su más ilustre vecino: Fernando Sánchez Dragó.
Este 10 de abril se cumple el primer aniversario del repentino óbito del prolífico escritor y columnista a los 86 años. Ocurrió apenas un par de horas después de subir a sus redes sociales una foto con su gato Nano encaramado a su cabeza, en una aparente actitud protectora del minino poco antes del fatal desenlace.
El cementerio está justo detrás de la iglesia y de su casa colindante con las cabezas sonrientes de Buda que saludan a los invitados. Apenas hay una distancia de 20 metros desde el dintel de su vivienda a la puerta de la parroquia. Sánchez Dragó ya tenía elegido el ataúd, todos los objetos que irían con él al más allá y el «terrenito» donde reposar. Y había dejado claro que no quería que le incinerasen.
«De incinerarme nada. Yo quiero tocar la tierra. Un día un amigo me dijo: ‘Túmbate bajo el cielo y allí donde veas crecer una mata en los campos de Castilla es que hay un muerto enterrado’. Así que yo quiero que mi cuerpo toque tierra. Las cenizas son muy frías, debajo de ellas no crece nada», dijo en 2021 en un coloquio cultural celebrado en Marbella junto a su última pareja, Emma Nogueiro.
No es fácil entrar a ver la última morada de Sánchez Dragó mientras arrecia el aguanieve. El portón del camposanto está cerrado con llave. Por suerte, la iglesia se encuentra abierta en tan señalada fecha. De la sacristía sale un encorvado cura dispuesto a satisfacer la curiosidad del periodista. «Voy a buscar la llave en mi coche», afirma el padre Ricardo. Del pesado manojo de llaves que lleva en la guantera del conductor, extrae a la primera una dorada y alargada que pone ‘Cementerio Castilfrío’. «Me la trae cuando termine la visita», dice con la mirada en el suelo antes de volver raudo sobre sus pasos a la nave central.
La mayoría de las tumbas datan de hace tiempo y se apiñan en el centro. Resulta complicado dar con el lugar en el que reposa el escritor entre tanta lluvia y con los pies mojados por culpa de la hierba sin segar. En realidad, no hay una lápida en el suelo como tal, sino una estela funeraria de color carne que se confunde con el fondo de una de las paredes. Para encontrarla se tiene que alzar la vista hacia uno de los esquinazos del camposanto.
«Fernando Sánchez Dragó. Escritor y viajero. 2 de octubre de 1936-10 de abril de 2023. ¿Novedades?», pregunta Sánchez Dragó a todo el que se acerca a su monolito, en el que destaca la figura de un gato muy parecido a Nano durmiendo sobre un libro. No hay ninguna referencia religiosa, tras su progresivo acercamiento al orientalismo espiritual, y la tierra está tan humedecida por la lluvia que dan ganas de cubrirla con algo para que no se la lleve el agua. Las primeras matas han empezado a asomar en la tumba.
El polémico escritor, que en sus últimos años apoyó a Vox, pensó varios epitafios en vida, pero ya advirtió en más de una ocasión que no se decantaba por ninguno en concreto. «Uno de los que me gusta, haciendo un guiño a Groucho Marx, es ‘Perdonen que no se me levante‘», contó una vez a modo de broma.
También barajó un soneto de Cervantes -‘Fuese y no hubo nada‘- por los buenos recuerdos que tenía de todas las mujeres, menos la primera, de las que se enamoró en vida. «En mi último libro estuvieron cuatro de mis mujeres», rememoró en la cita de Marbella, «así que espero que todas mis mujeres estén también delante de mi tumba, como en las películas de Truffaut». Su deseo fue correspondido el día del sepelio: en las primeras filas de la iglesia se colocaron sus antiguas parejas junto a Nogueiro.
Precisamente, esta última publicará el próximo 17 de abril el libro ‘Querido Nano’ (Ed. Planeta), «una crónica sentimental de la España de postguerra y una exaltación del amor por la vida que Fernando Sánchez Dragó mostró a lo largo de su trayectoria contada a través de los ojos de su madre, Elena, y de una conversación entre ambos» con las cartas que se intercambiaron, se indica en la página web que recuerda el legado del escritor.
Al final, el epitafio escogido -‘¿Novedades?‘- es una invitación al visitante a narrar ante la tumba sus últimas vivencias a semejanza de los encuentros eleusinos, basados en el Círculo Hermético, que el escritor organizaba en Castilfrío de forma periódica con amigos e invitados.
Tras la publicación del artículo, desde la web oficial del escritor se ha precisado a THE OBJECTIVE que el dibujo del gato fue hecho por su nieta Caterina y que Sánchez Dragó no se llevó a la tumba el premio Planeta, como en vida dijo que haría, sino que eligió algunos de sus libros favoritos y unas fotos de su familia.