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'Samsón y Nadiezhda': un hombre corriente en tiempos de guerra

El escritor ucraniano Andréi Kurkov firma una novela sobre el asedio de Kiev en 1919 que dialoga con el presente

‘Samsón y Nadiezhda’: un hombre corriente en tiempos de guerra

El escritor Andréi Kurkov. | Penguin Random House Grupo Editorial

En los últimos años, el ucraniano Andréi Kurkov (San Petersburgo, 1961) se ha consolidado como uno de los escritores más relevantes de la actualidad con títulos como El jardinero de Ochákov (Blackie Books, 2019), Muerte con pingüino (Blackie Books,
2020) y Abejas grises (Alfaguara, 2022). Su vasta producción comprende 19 novelas, no ficción, literatura infantil y guiones, se ha traducido a más de 40 idiomas y suma reconocimientos internacionales como el Prix Médicis o la Legión de
Honor en Francia. Con su novela más reciente, Samsón y Nadiezhda (Alfaguara, 2023), vertida al castellano por Marta Sánchez-Nieves, ha sido seleccionado entre los candidatos al prestigioso Booker International Prize 2024.

Kurkov, que nació un 23 de abril, Día del Libro, empezó a escribir en su niñez. Sus padres se trasladaron a Ucrania cuando él tenía dos años y en su vida adulta ha sido testigo de la caída de la Unión Soviética, la anexión de Crimea y la invasión rusa de 2022. Estos acontecimientos no solo han marcado su obra, sino que han afianzado su compromiso para con la identidad y la cultura ucranianas. Aunque escribe la ficción en ruso, su lengua materna, sus libros están prohibidos en Rusia desde 2014 y en su país se publican antes en ucraniano porque las librerías se niegan a vender libros en ruso. Este se ha convertido en el idioma del enemigo, después de que las tropas destruyeran bibliotecas ucranianas e impusieran el ruso en la enseñanza en los territorios
controlados.

Samsón y Nadiezhda es el primer volumen de una serie sobre la ocupación bolchevique de Kiev en 1919. La inspiración se la dio una lectora, que le enseñó unos documentos de su padre, antiguo agente de la KGB (el propio autor, traductor jurado del japonés de formación, trabajó en su juventud para ellos, antes de pasarse a la policía militar, donde ejerció como vigilante de prisiones en Odesa). Hoy resulta inevitable detectar paralelismos con el presente, pero lo cierto es que la novela, escrita entre 2018 y 2019, se publicó en 2020. La narración sigue las andanzas de Samsón Kolechko, un joven sencillo, taciturno y sin grandes aspiraciones que, como cualquier tipo corriente en tiempos de guerra, se ve envuelto en embrollos en los que hubiera preferido no involucrarse. Ha perdido a su padre, le han cortado una oreja y está solo, relacionándose con los pocos conocidos que quedan en la ciudad y aprendiendo a lidiar con los excesos militares. Sin pretenderlo, termina trabajando para la policía soviética, y en su primera investigación conoce a Nadiezhda, una bolchevique que cambiará su vida.

Nadiezhda, a diferencia de él, es una mujer enérgica, luchadora; una suerte de contrapunto. Porque se entienden. Porque no cuesta adivinar, ni el autor pretende ocultarlo, lo que ocurrirá entre ellos. Y no importa: la intriga no está tanto en el devenir
de los acontecimientos como en el misterio del personaje en sí, en desvelarlo como quien retira las capas de una cebolla. Es así para Samsón y, dado que la voz en tercera persona lo toma a él como centro, también para el lector. Esta primera parte del ciclo
tiene mucho de descubrimiento: por la propia naturaleza del chico, bisoño y sin picardía, pero también, por supuesto, por el conflicto bélico, que lleva a todo el que lo vive a redescubrir una nueva forma de estar en el mundo, a adoptar comportamientos
extremos impensables en otro contexto («La vida siempre cambia cuando un ser humano recibe un arma», p. 112). Eso, si sobreviven, porque en esta Kiev impera la violencia y el autor no escatima en crueldad, sangre y muerte.

Con todo, es cuestionable, como sugiere la editorial, que Samsón y Nadiezhda sea una novela negra o policíaca. Al menos, no con la tensión y el ritmo acostumbrados en dicho género. Es, ante todo, una novela de personajes: Kurkov, maestro de la introspección, pone el foco en individuos normales, ni héroes ni villanos, sin caracteres estridentes ni delirios de grandeza. La hazaña no está en la gesta, sino en su capacidad de adaptación (esto es, de evolucionar, de crecer como personajes) a los obstáculos que se les presenten, sin perder sus principios por el camino. Esto último es importante: Kurkov dota a sus protagonistas de una profunda humanidad, son fieles a sí mismos y con sus pequeñas acciones encarnan una particular resistencia pacífica.

Samsón no es un genio de la lógica deductiva, por mucho que lo comparen con Sherlock Holmes; ni un curtido Philip Marlowe ducho en los bajos fondos. No, aquí hay una atmósfera turbia, y enigmas, y brutalidad, pero como realidad social, porque, a
veces, lo real es esto. Son los personajes los que llevan el peso de la narración, como en Abejas grises, en la que un apicultor solitario trata de mantener su singular estilo de vida en la Ucrania posterior a la anexión de Crimea. Pese al siglo que separa al apicultor y a Samsón, ambos se mueven en un ambiente que les obliga a ser supervivientes, que no héroes. Lo que engrandece a Samsón es que no se convierte en un superhombre de la noche a la mañana, sino que titubea, teme, no disimula sus flaquezas. Se descubre a sí mismo al tiempo que descubre la nueva realidad de Kiev y el rol de cada uno en ella.

Es interesante subrayar el símbolo de la oreja cortada: pierde un oído, pero refuerza la capacidad auditiva del otro. En otras palabras: se convierte en el oído de Kiev, y a través de él el lector respira la amenaza acechante («El oído no nos ha sido dado solo para oír, sino ante todo para escuchar atentamente», p. 30). Esta reivindicación de la escucha atenta va en sintonía con el apicultor alejado del bullicio que solo quiere respetar los ciclos de la naturaleza para que sus abejas salgan adelante. El tono, el ritmo paulatino con el que se despliega la historia, con la información bien dosificada, armonizan con ello. Esta defensa implícita del ritmo lento, de la contemplación, es otro rasgo del autor; un mensaje que, da igual que se enmarque en el pasado o en el presente, apela a nuestros tiempos de ruido y velocidad. Y es una semilla de esperanza: de toda pérdida se puede obtener una ganancia.

Samsón y Nadiezhda es también el retrato de una época, de cómo la guerra se apodera de la vida cotidiana, porque la guerra no solo va de los combatientes, sino que se adueña de la sociedad entera. El autor capta ese aire turbulento, a pesar de que cuando la
escribió todavía no lo había experimentado. Con la ambientación en 1919 se acerca a los cimientos de la construcción de Ucrania como Estado, la lucha por la independencia comparte espacio con la guerra civil rusa. Hay una voluntad en los creadores ucranianos de desmarcarse de Rusia y mostrar al lector foráneo que su país ha desarrollado una identidad diferenciada, con una lengua y una cultura propias.

Al tratarse de una primera parte, adolece un poco de las limitaciones de una novela introductoria; es de esperar que en las próximas entregas se profundice en Nadiezhda, que Samsón madure y, quizá, las investigaciones adquieran dinamismo. La segunda parte ya estaba escrita en 2022 y estamos a la espera de la traducción. Para la siguiente habrá que esperar, porque Kurkov, que reside en Kiev con su familia, no ha conseguido concentrarse en la ficción desde febrero de 2022. Lo que sí ha escrito son diarios (Diario de una invasión, Debate, 2022) y artículos para la prensa internacional; ha asumido el compromiso de compartir su testimonio con el mundo. Como a su personaje, la urgencia de los tiempos lo ha llevado a adaptarse. El conflicto aún no ha terminado, pero su literatura alberga una luz: «¿Y en qué va a creer la gente si se olvida de Dios? ¡En sí misma, en el futuro, en la fuerza de la naturaleza!» (p. 292).

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