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Cultura

Miqui Otero, la música de la memoria

THE OBJECTIVE conversa con el escritor barcelonés sobre la gestación de su última novela, ‘Orquesta’

Miqui Otero, la música de la memoria

Miqui Otero. | Wikimedia Commons

Miqui Otero (Barcelona, 1980) está un poco harto del morbo suscitado por haber cambiado de sello editorial, de la independiente Blackie a la legendaria Alfaguara, en proceso de soltar el pelo de su catálogo, modernizándolo. Orquesta es la última novela del escritor barcelonés, en esta ocasión alejado de la gran ciudad para dibujar un mundo que son muchos a partir de una fiesta en una aldea gallega. Fiesta, noche, generaciones y un envoltorio que la crítica ama denominar pop, cuando quizá, cosas de nunca conformarse, esta palabra pueda encerrar trucos inesperados y lecturas con bastante más poso del que sugiere.

PREGUNTA.- Muchos han puesto el acento en que usas la música como narradora, pero creo que aquí hay muchos retos. Uno de ellos es condensar un universo en pocas horas.

RESPUESTA.- Hay varios retos, y el que dices el primero. Por supuesto, está el de la música como narradora que es muy importante y no es ningún artificio técnico. Quería concentrar en un valle la diversidad de la vida. Que todo pase en ese sitio y en unas horas. En esa fiesta se reverberan muchas décadas, como si cada noche de la verbena se dibujara en un papel de cebolla, superponiendo los tiempos. Esto se conjuga con la diversidad de los personajes, para despegarme de todas las burbujas de nuestro mundo. Parece que la gente sólo hable a quien quiera escucharle. Esto también se nota en la novela contemporánea, donde parece que sólo se quiera hablar a un público concreto. En cambio, debería mostrar la diversidad de la vida.

P.- Además, la fiesta históricamente es un instante de democratización pura, donde todos son iguales, un poco como en la canción de Serrat.

R.- Era inverosímil que la orquesta la tocara, pero está muy presente esa canción. Ante la sensación de irritarme que el debate sea tan de nicho, sobre todo en la novela, opté por diferenciar la edad de los diez personajes centrales, todos con experiencias, puntos de partida y vida muy distintos. Sólo podía hacerlos coincidir o en un campo de fútbol o en una fiesta, pero lo del fútbol también depende del dinero. No me servía, tampoco un bar. Sólo me valía la verbena, donde van todos: los que se quedaron, los que se fueron, los que palmaron. La verbena es una fecha señalada donde más recuerdas a los que han muerto. Me interesaba explorar esa línea entre lo inventado y lo verosímil, entre la leyenda y la real, entre vivos y muertos porque además me era muy útil para lo que buscaba.

Nostalgia

P.- Entre todos estos personajes está el Conde, que le da a Orquesta un tono de Gatopardo por el cierre de una época con su muerte. Con su fallecimiento muere la persona, pero permanecen los lazos que ha creado.

R.- Es el fin de un mundo y el Conde es un personaje muy novelesco. Ensambla su época con la nuestra y me gusta que esté al principio. Engaña al lector. Los personajes hablan en edad decreciente a partir del Conde. Yo elaboro materiales que parecen relacionados con lo amable y lo nostálgico.

P.- Como podría ser la bici roja del niño.

R.- Sí, eso es. Lo que me gusta es desbaratar esto. Lo del Conde lo hace, porque rompe con esa idea e introduce un mundo antiguo, legendario, asociado al poder, pero también a la erudición. El Conde es la voz más culta de la novela. Piensas que darás con una cosa mágica, pero la novela desmonta esas expectativas.

P.- El Conde parecería que no es un personaje muy Miqui Otero, y en cambio, Adela o Liberto, viejos novios y rockeros, sí encajarían más en lo esperado. Aparecen mucho, pero son más bien irrelevantes en la trama.

R.- Lo son. Sí, tienes razón. Son tramposos. A la música narradora le divierte esa pareja. En cambio, el Conde despista, pero sigue como una tradición de personajes de mis novelas. Quizá se difuminan por la imagen pop, pero en todas hay un personaje muy adulto que tiene una visión que casi ya es de otra época, un poco como si fueran Pepines Bellos, eso de atrapar algo antes que se vaya del todo.

P.- La música como narradora se mete en todas partes entre pasado, presente y futuro. ¿Cómo consigues que sea verosímil?

R.- Porque al fin y al cabo es una convención, como el narrador omnisciente por decir algo. Esto salió porque un día antes de un concierto entendí eso de que la música está dentro y fuera, como el bombo, que te percute dentro, como un corazón. Esto me ayudó porque quería un narrador a lo Saul Bellow, de esos que te dicen que las uñas crecen tanto en x tiempo.

Generaciones

P.- La música también sirve con naturalidad para marcar el tempo del relato, más en una noche así y con el habitual repertorio de estas verbenas.

R.- La música es un gas muy inquieto que va por todas partes, pero además puede contarte las fiestas de todas las décadas. Hay otra cosa en la música: no puede explicar los momentos donde no suena. Esto puede generar tensión narrativa y me permitía juntar a muchas generaciones en un mismo lugar. La música popular permite este pegamento.

P.- Y el apoyo para cuando no suena la música es el niño de la bici roja, que escucha.

R.- Recoge las voces y las confesiones de todos, mientras la música popular es una memoria inconsciente o no tanto que todos compartimos. Aquí pillo vidas que solas en una novela no tendrían empaque, pero que sí casan juntas. Son un poco como los versos de las canciones. La música como narradora cuela versos que hacen avanzar la noche, la vida y la historia del país, porque un paso doble remite a la posguerra.

P.- Y la música maneja el ritmo como quiere.

R.- Las canciones siempre son las mismas, a lo sumo se incorporan un par al año. La selección musical me dio mucho juego, y cuando me metí empecé a disfrutar.

P.- Tenemos a la música y el apoyo del niño de la bici roja, pero de repente, como un observador lejano, aparece Miguel, un cuarentón, es decir, tú.

R.- Es en esa lista de decenios me faltaba uno de cuarenta y dije, mira, puedo ser yo. Nunca había usado este efecto posmoderno. Yo soy Miqui para todos, menos para mis seres cercanos y mi mundo gallego, donde mi nombre es Miguel. El nombre cambia relaciones y percepciones. No quería explicar cosas de mi biografía, lo bueno es que como personaje y narrador puedo aportar claves de la novela.

P.- De hecho el narrador se pregunta cómo un narrador de gran ciudad se mete en una aldea rural, para algunos es una crítica fácil.

R.- La multiplicidad de personajes me permite ponerme en duda, también a la novela. Caridad, la treintañera, pone en tela de juicio la credibilidad de Miguel. Yo soy de Barcelona 100%, pero he ido toda mi vida a Galicia y no es la novela de un intruso, porque está matizada por muchas voces.

P.- Hablar así de la novela de un intruso descarta directamente que esta lo sea.

R.- Sí, porque es alguien como consciente de los peligros de la maniobra. Por ejemplo las historias paranormales son cosas de mi infancia y además el trabajo de documentación que hay detrás fue importante, paseando con Ramón Raimunde, el escritor local y catedrático de Literatura, para que me contara infinitas cosas. Hice un trabajo de inmersión. De hecho mi inclusión es de estar en medio, como en la mitad de todas las edades, algo que permite mirar de otra manera.

En la mitad de la vida

P.- Esto lo habías escrito alguna vez, que en realidad estás nel mezzo del cammin di nostra vita que decía Dante y quieres fijar una visión.

R.- Eso lo había hablado en alguna ocasión con Laura Fernández y es muy importante, porque no escribes igual con 40 que cuando tenías 20. La escritura evoluciona contigo y tienes que ser algo diletante. Se me dan bien las novelas de formación, pero quería ir más allá y lo de la mitad de la vida sí. Tengo dos niños pequeños y es como una repetición de la infancia. Mientras pasa esto muere gente cercana y piensas mucho. Reflexionas y de manera natural debes llevarlo a otro sitio.

P.- A nivel literario veo que en nuestra generación los que sobreviven quizá son aquellos que han evolucionado dentro de una coherencia.

R.- También está que en nuestra generación aún nos sentimos jóvenes, es una especie de tara social, donde también temes lo que vendrá, Miguel es una bisagra por esa mitad del camino, la misma distancia del bebé al anciano. Un bebé no habla y va en carrito, el anciano va en silla de ruedas.

P.- Eso es un poco el enigma de la Esfinge de Edipo.

R.- Las edades del hombre. El tiempo es un pañuelo, dice un personaje. Todas las edades dialogan siendo muy diferentes.

P.- Entre estos personajes cada lector puede elegir uno que tenga más peso. Me ha ocurrido con Caridad, la treintañera, la más guapa del pueblo que ha crecido y es la más crítica.

R.- La que pone el acento, con una mirada satírica de la Barcelona de las dos últimas décadas. Ventura, como camionero homosexual vejado, también es una reivindicación de José Pérez, Ocaña. Ventura hace ese paseo vestido de mujer en su pueblo porque Ocaña lo hizo en Barcelona.

La Barcelona de la Transición

P.- Ocaña ahora está en el canon barcelonés, pero quizá nos estamos replanteando el discurso oficial sobre su figura.

R.-  Ocaña es la Barcelona de la Transición, mucho más brutal que Terenci Moix. Ocaña es emblema de tolerancia y de crear espacios de libertad. Ventura lo ve de este modo, mientras Caridad reacciona contra Barcelona, lo que en realidad es una reacción mía contra las capillas y ciertos movientes culturales.

P. Desde la ciudad el pueblo nos da más sensación de libertad, en parte porque sentimos, aquí hablamos de Barcelona, la ciudad como esclerótica y falsa.

R.- Y el pueblo nos sirve para huir. El tratamiento que le doy al monte en la novela es la de un sitio precioso, pero que es un paisaje explotado industrialmente. Ahora la gente del pueblo tiene vidas similares a la nuestra. En 2024 el pueblo es escapar de algo, y eso lo reflexiona Caridad durante la novela, hasta concluir que eso es lo que hizo la gente en la pandemia. La gente se puso a hacer panes y a pintar cajas de cartón. En esa época nos refugiamos en el pasado.

P.- Eso es curioso porque en Orquesta hay un personaje muy joven, Ton Rialto, que habla de la pandemia como esos años con muchos enfermos.

R.- El que es escurridizo es el presente y por eso el pasado no existe. El presente va tan acelerado porque no permite los otros tiempos. Se registran instantes, pero no tienen el valor de antes. El presente es una acumulación de pasados, una sedimentación proustiana.

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