THE OBJECTIVE
Cultura

La memoria de un edificio: 209 rue Saint-Maur de París

«Si diseccionáramos cada finca de nuestros entornos nos sorprenderíamos con las conclusiones»

La memoria de un edificio: 209 rue Saint-Maur de París

Louis Daguerre hizo en 1838 la primera fotografía donde observamos figuras humanas en el Bulevar du Temple. | .

Decía Charles Baudelaire que el corazón de una ciudad late más deprisa que el de un mortal. A esto Julien Gracq le añadió un por desgracia, bien consciente de cómo la mayoría de seres humanos no perciben las transformaciones de sus urbes aun caminándolas, quizá por jamás pensar en conocerlas de verdad más allá del trayecto de casa al trabajo y viceversa. 

Un buen día, la cineasta y escritora Ruth Zylberman (París, 1971) localizó un mapa elaborado por el geógrafo Jean-Luc Pinol a partir de los datos recogidos por el historiador Serge Klarsfeld, quien junto a su mujer Beate luchó durante decenios para cazar a muchos criminales de guerra nazis. El planisferio mostraba las direcciones postales de los niños deportados en París durante la Ocupación Alemana, erigiéndose en lanzadera para el documental Les Enfants du 209 rue Saint-Maur Xe (Arte, 2018), ampliado dos años más tarde con el ensayo 209 rue Saint-Maur, París, autobiografía de un edificio, publicado esta primavera en nuestro país por Errata Naturae

La obra tiene múltiples lecturas. Una de ellas la enmarcaría en una lógica muy de nuestro siglo donde, como bien diseccionó el historiador Enzo Traverso en Pasados Singulares (Alianza, 2022), el yo ha irrumpido como voz dominante en la narración histórica, algo insólito hasta bien poco, pues se consideraba a la primera persona una herejía que se entrometía con los verdaderos protagonistas del relato al menoscabar la objetividad de las fuentes, manipulándolas desde la preponderancia del sujeto. 

Zylberman bien podría desaparecer un poco de todo el tejido textual, pero quiere descubrirnos las hechuras de su investigación y, sobre todo, emocionarnos ante sus hallazgos, cuya base son las 52 desapariciones/detenciones acaecidas entre 1942 y 1944 en el 209 de la parisina rue-Saint Maur, un inmueble a priori anodino como tantos otros, sito en un barrio casi periférico, más allá de la place de la Repúblique y por lo tanto sin el brillo de edificios más céntricos, como si por ser periférico careciera de interés

Lo cierto es que si diseccionáramos cada finca de nuestros entornos nos sorprenderíamos con las conclusiones. El 209 surgió cuando toda esa zona de la Ciudad de la Luz empezaba a moverse por una convulsa modernidad en el área del faubourg du Temple, repleto de animación teatral a mediados del Ochocientos, muy bien plasmada sin ir más lejos en la inolvidable película Les Enfants du Paradis (Marcel Carné, 1945), y mucho fermento de la no tan incipiente clase obrera, mezclada a la sazón con la vieja menestralía. 

Las cuatro fachadas que tanto obsesionaron a Zylberman conservan su aspecto de 1890, cuando se homologaron a la estética haussmaniana, producto de la refundación de París emprendida por el prefecto de Luis Napoleón III a lo largo del Segundo Imperio. Durante su infancia vio pasar a una nada las barricadas de las revoluciones de 1848, alojó como mínimo a un miembro de la Comuna de 1871 y se resignó a ser una colmena más de los márgenes proletarios del Sena.

La suma de anonimatos constituye la Historia no escrita 

Se ha querido parangonar este trabajo con el de algunos sospechosos habituales a la hora de trazar cuadros originales de la capital francesa, entre ellos Georges Perec y Patrick Modiano. Las comparaciones son odiosas, muchas veces repletas de pereza y también algo fáciles, como si a partir de un enclave y una temática afluyeran las coincidencias. 

El primer símil remite al brevísimo Tentativa de agotamiento de un lugar parisino. La diferencia estriba en que el escritor perteneciente al Oulipo, Ouvroir de Littérature potentielle, jugaba con el espacio y registraba sus constantes desde la mesa de un bar, mientras Zylberman no es en absoluto ociosa. Esto podría emparejarla más con la labor del Premio Nobel de Literatura en 2014, pero lo cierto es que sus obras sólo tienen afinidad al hablar, no siempre en el caso del magnífico novelista, de deportaciones durante el periodo de la Ocupación alemana durante la Segunda Guerra Mundial, cuya cima de horror fue la redada del Velódromo de invierno, sucedida a mediados de julio de 1942, cuando los nazis concentraron en esta instalación deportiva entre 7.000 y 13.000 judíos para enviarlos a campos de concentración y exterminio repartidos a lo largo y ancho del Viejo Mundo.

El Modiano de Dora Bruder (Gallimard, 1997) es mucho más intensivo, preciso y poético que el trabajo de la documentalista parisina, sin que ello suponga menoscabar la propuesta de esta última. Zylberman, víctima de cierto efectismo de nuestra época, ha querido ser rigurosa a la par que sentimental, pues de todos es sabido cómo la suerte de los más pequeños en las calamidades de la Historia suele ser un acicate para vender más ejemplares y conmocionar al lector, quién sabe si hastiado ante tanta oferta sobre esta temática, nunca agotada en nuestro mercado cultural.

Sin embargo, tanto el documental como el volumen atesoran otros méritos. Para la galería quedará la indudable belleza de haber logrado contactar con muchos de los supervivientes de la pesadilla nazi en esa edificación, un factor muy destacable e imposible no hace tanto, sin duda propiciado por el aumento de la longevidad en Occidente.

En cambio, para el estudio es fascinante apreciar cómo esos muros acogieron y acogen miles de relatos con poder para sintetizar su siglo y medio de existencia, hilvanándolo con las transformaciones del resto de la sociedad.

De este modo aparecen accidentes laborales, asesinatos del montón, adulterios de todo tipo, violencia de género y dos detalles que conviene mencionar para que no queden en el olvido ante tanta insistencia con las infancias truncadas por la ira antisemita del Tercer Reich. 

El primero es bien comprensible. La forja de un edificio se solidifica mediante la personalidad de sus propietarios y porteras, pues estos dos pilares controlan, cada uno a su manera, el pulso de los habitantes de estos enjambres urbanos. Hasta 1980 nada atentó contra la paz de las generaciones sucediéndose en esas habitaciones más bien paupérrimas, rompiéndose esa armonía habitacional entre abuelos, padres e hijos cuando irrumpió el neoconservadurismo y con su impronta llegaron tiburones inmobiliarios, quienes prefirieron expulsar a los habitantes de siempre para así inaugurar el camino hacia la gentrificación del extrarradio. 

La expulsión de los vecinos de toda la vida terminará por despojar de identidad lo suburbial, asimilándolo al resto de la ciudad. A partir de esto tanto el documental como el ensayo de Ruth Zylberman adquieren un significado trasladable a cualquier otra latitud planetaria. La integración de los desposeídos a la Historia con hache mayúscula, algo en realidad puramente hegeliano, puede recuperar desde lo mínimo las voces de millones y millones de anónimos que día tras día gastan suelas en el asfalto sin ser remarcados por nadie. Ellos, como cualquiera de nosotros, tienen vidas ágrafas y muy bellas al contener infinitud de claves y secretos, retales cotidianos destinados a explicarnos el devenir de los acontecimientos desde un punto de vista sepultado por sistema en el pozo de la desmemoria.  

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D