Del PNV a ETA: Telesforo Monzón
En ‘Historia Canalla’, Jorge Vilches, repasa la trayectoria de aquellos personajes que tuvieron una vida truculenta
Quizá el PNV sea el partido más traidor en la historia de España. No ha sido fiel a ningún régimen ni gobierno. Resulta interesante, por tanto, sacar a la luz a uno de sus líderes. Toca hablar de un tipo del PNV que quiso participar en el golpe del 18 de julio de 1936 contra la Segunda República y que, pasados los años, se identificó con ETA y llegó a ser uno de los líderes de Herri Batasuna, justificando asesinatos y secuestros ya en democracia. A pesar de esto, según la actual Ley de Memoria Democrática, la que pactaron el PSOE y Bildu, estamos ante uno de los grandes luchadores por la libertad.
Nació en Vergara, Guipúzcoa, en 1904. Es irónico porque en aquel pueblo se abrazaron Espartero y Maroto en 1839 para acabar con la Guerra Civil e iniciar la reconciliación. Pero esa es otra historia. Vamos con nuestro personaje. Por supuesto, Telesforo nació en una familia bien, «aristocrática» dice Fernando Martínez Rueda, su biógrafo, en una familia que despreciaba la modernidad. Muy pronto se aferró a la nostalgia, esa enfermedad del espíritu, como forma de vida y de entender la política. Su padre era guipuzcoano, pero su madre, Concha, había nacido en Sevilla.
Telesforo fue el primogénito, y enfocaron su educación para heredar el cacicato local. Estudió en su casa, con curas, para no mezclarse con otras clases sociales. Le enviaron a Madrid con 17 años y pronto se codeó con el universo nacionalista conservador español, aunque él prefería la vida nocturna. De hecho, no acabó la carrera. Sin un duro, volvió a Vergara y se adhirió al nacionalismo vasco. ¿Qué mejor escapatoria que la política identitaria para alguien sin grandes posibilidades en la esfera privada? Se afilió entonces al PNV. Su idea era combinar la defensa del «espíritu vasco», algo racial, único e identitario frente a lo español, con la defensa del catolicismo frente a la ola laicista.
Pronto sobresalió porque representaba a la oligarquía local y era un gran orador para enardecer a las masas, dos cualidades convenientes a principios del siglo XX. Al igual que el resto del PNV, Telesforo despreció a la Conjunción Republicano-Socialista porque las izquierdas eran anticlericales. No obstante, vio en la caída de la monarquía una oportunidad para avanzar en la independencia y hacerse con el poder. Fue elegido concejal de su pueblo en 1931, y dos años después ya estaba en el Gipuzko Buru Batzar. Despreció la Constitución republicana porque iba a «destrozar» el «espíritu vasco» con el laicismo, la familia con el divorcio. No es que fuera contrario a que las mujeres ejercieran los derechos políticos, si no que creía que su función social era cuidar el hogar. Podían votar, pero luego volver a casa porque a las emakumes, vascas patriotas, no les debía importar «ser dominadas por el marido», dijo, porque el «ser dominado es prueba de que se ama más intensamente». Por supuesto, la «lucha de clases» debía ser sustituida por la «hermandad racial» y la doctrina social de la Iglesia.
En noviembre de 1933, Telesforo Monzón consiguió el acta de diputado por Guipúzcoa. Fuera de su ámbito no sobresalió. Solo se le recuerda por decir en las Cortes que si no se concedía al País Vasco la autonomía pasaría como en Cuba, que por no escuchar al «pueblo» se produce la independencia. Se refería al Estatuto de Estella, que contenía, al menos, dos elementos intolerables para cualquier democracia: la concentración de poderes y la negación de los derechos políticos a los residentes del resto de España. Nadie quiso ese bodrio de Estatuto y lo echaron atrás.
«Telesforo entendía la autodeterminación como un derecho natural creado por Dios para un pueblo que necesitaba el autogobierno para salvaguardar su identidad racial y cultural frente a la «contaminación» exterior».
Por eso al PNV no le gustaba la República. Quizá esto llevó a que Telesforo Monzón se reuniera con golpistas el 20 de abril de 1936. Según Ludger Mees, un historiador alemán simpatizante del nacionalismo vasco, aquello fue un «oscuro episodio». Lo de «oscuro» es iluminable: Telesforo reunió en su casa, en calidad de representante del PNV, a miembros de partidos de la derecha para sopesar un golpe de Estado. Según Sierra Bustamante, un político presente en dicha reunión, Monzón estaba preocupado por una «revolución comunista» a raíz del envalentonamiento del Frente Popular tras su victoria electoral. Ante las opiniones de los representantes de Comunión Tradicionalista, Renovación Española, Falange y la CEDA, Telesforo indicó que necesitaba armas para sus hombres, y los implicados respondieron con la entrega de dinero para su compra. La información fue corroborada por el anarcosindicalista donostiarra Manuel Chiapuso en su obra Los anarquistas y la guerra en Euskadi, publicada en 1977, y que fue testigo de los acontecimientos.
Aclaremos una cosa. El PNV, como escribió Manuel Azaña en 1937, solo pretendía luchar por sí mismo. Así que, en cuanto Indalecio Prieto le ofreció el Estatuto si traicionaba a los golpistas, los peneuvistas de Vizcaya y Guipúzcoa se pasaron al bando republicano. No pasó lo mismo en Álava y Navarra, donde los nacionalistas vascos se sumaron al golpe. Aguirre fue nombrado lehendakari, y eligió a Monzón como consejero de Gobernación. Durante el mandato de Telesforo «su» policía permitió el asesinato de 200 personas identificadas con la derecha española en enero de 1937, custodiadas en cárceles. Mientras, los sublevados avanzaban por toda España. Fue así como el PNV de Ajuriaguerra firmó el Pacto de Santoña, de agosto de 1937, que permitió la salida del país, entre otros, de Telesforo Monzón.
Pasó entonces a Francia con el mandato oficial de cuidar de los refugiados vascos. De ahí marchó a Ginebra, en representación del gobierno de Aguirre, para pedir ayuda a la Sociedad de Naciones. Para preservar la «singularidad vasca» aisló a los refugiados vascongados del resto de españoles en campos diferentes. En el exilio se dedicó a la tarea de construir un relato épico de la participación del PNV en la Guerra Civil. El conflicto había sido útil, escribió a Aguirre, porque había fortalecido «el orgullo de ser vascos». Tradujo la guerra civil como una guerra por Euskadi e inició el martirologio a los gudaris caídos, no por la República ni contra el fascismo, sino por el País Vasco. Propuso entonces acercarse al carlismo y defender una alternativa monárquica a Franco que contemplara la confederación y, por tanto, la posibilidad de la autodeterminación. Lo más importante era «guardar nuestro ser», la identidad vasca en cualquier contenedor político ya fuera monárquico o republicano. Por eso rompió con Aguirre, que tendía al acuerdo entre los exiliados, al que acusó de seguir una «política española».
Telesforo entendía la autodeterminación como un derecho natural creado por Dios para un pueblo que necesitaba el autogobierno para salvaguardar su identidad racial y cultural frente a la «contaminación» exterior. Es por esto por lo que consideraba que el franquismo era para España, según recuerda el historiador Fernando Martínez Rueda, una simple estructura «sin alterar su esencia», que, como en etapas anteriores, mataba el «alma vasca». Por tanto, no era tan importante el régimen como guardar la esencia vasca: raza, lengua, tradiciones, espíritu. Era una obligación hacia Dios, porque había sido el mismísimo Dios quien había dado a su pueblo estas características. No defender lo vasco era traicionar a Dios.
En 1964, Monzón criticó al PNV cuando se desentendió de ETA. Telesforo pensaba que debía haber unidad de acción de todos los abertzales. Los etarras, decía, eran los «hermanos alejados de la casa». Se imaginó a sí mismo como nexo entre el PNV y ETA. Vio en el grupo terrorista la renovación del nacionalismo, fue el «relevo de los viejos gudaris» —escribió— y una «esperanza». Los militantes de ETA eran los «gudaris de hoy», herederos de la Guerra Civil. En esta deriva, en 1969 creó Anai Artea, para refugiar a los etarras en Francia.
Tras la muerte de Franco, Telesforo propuso la formación de un «frente abertzale» del PNV con ETA. Fracasó e ingresó en Batasuna. La defensa del terrorismo procede de la ola descolonizadora de los 60. Le atrajo la mística mesiánica, el sacrificio para el logro de la Patria Vasca, la sangre ajena y el terror como instrumentos de la política. Hablaba de los asesinos de ETA como «mártires», como «aristocracia» popular, salidos de una juventud «heroica, sincera y generosa hasta el límite», y, por tanto, dignos de ejemplo. La violencia era el camino a la independencia y, en consecuencia, el cumplimiento de la voluntad de Dios. La Guerra de 1936, la de Euskadi, no había terminado todavía, dijo en los 70. ETA representaba así la lucha del pueblo vasco contra el fascismo. El terrorismo era un elemento nacionalizador en cuanto mostraba el conflicto de la patria. Monzón se ocupó de enardecer a esos jóvenes creando la parafernalia propagandística para la kale borroka (lucha callejera).
En 1979, fue uno de los creadores de la coalición Herri Batasuna. Consiguió un acta como diputado a Cortes en las elecciones de ese año por la provincia de Guipúzcoa. Dejó el cargo al ser elegido en 1980 como diputado en el Parlamento vasco. Fueron los años de plomo de ETA, con 240 asesinatos solo entre 1978 y 1980. Murió en 1981, en marzo. HB quiso darle un homenaje póstumo y el Gobierno lo prohibió alegando que ya hubo en el traslado del cadáver de Monzón «graves alteraciones del orden público, actos anticonstitucionales y de exaltación del terrorismo». Era 14 de marzo de 1981. En 2011, gobernando el socialista Zapatero, se hizo ese homenaje en Vergara. Diez años después, con Pedro Sánchez, se repitió el acto a los 40 años de su muerte, en exaltación a lo que hizo, aplaudió y significó, aunque chorreara sangre.
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