Los héroes anónimos de la Revolución de los Claveles
Tereixa Constela recupera en ‘Abril es un país’ la historia de la gente corriente que cambió Portugal hace 50 años
La Historia la suelen escribir los grandes personajes, pero a veces los procesos históricos dependen de lo que hizo (o no) un hombre corriente en un instante concreto que acaba por cambiar todo. El cabo José Alves Costa desobedeció a un general hace ahora 50 años y aquello hizo que la Revolución de los Claveles acabara triunfando de forma pacífica. Historias como la suya y de otros tantos personajes anónimos que contribuyeron al levantamiento militar que trajo la democracia a Portugal son recogidos en el libro Abril es un país (Tusquets, 2024), escrito por la periodista y corresponsal en Lisboa de El País, Tereixa Constela, un magnífico resumen de los hechos más relevantes de aquellos días.
22.55 horas del 24 de abril de 1974. Suena en la radio E depois do Adeus, de Paulo Carvalho, que había quedado última en el festival de Eurovisión. Era el primer aviso. A las 00.25 horas del 25 de abril, el día que pasará a la posteridad, Radio Renascença emite Grândola, Vila Morena, una canción de José Afonso que estaba entonces prohibida por el Gobierno debido a la interpretación revolucionaria de sus versos. Era la segunda señal, los militares del Movimiento de las Fuerzas Armadas (MFA) comienzan a ocupar los puntos estratégicos del país, según había diseñado el mayor Otelo Saraiva de Carvalho, encargado de idear el plan del golpe de Estado.
Durante la madrugada, las guarniciones de las principales ciudades se suman al movimiento de los militares sublevados. El Gobierno pierde el control de las tropas, que piden a la población por radio que se quede en casa. Sin embargo, al amanecer, miles de portugueses salen a las calles y se mezclan con los rebeldes en una explosión popular de esperanza democrática.
Fue entonces cuando Celeste Caeio, uno de los personajes anónimos de esta historia, se dirigía al restaurante donde trabaja cargada de claveles para un evento del establecimiento. En la plaza del Rosío un soldado le pide un cigarro desde el tanque en el que está acantonado desde la madrugada. Celeste, que no tiene tabaco, le entrega un clavel, que el soldado pone en la boca de su fusil. Sus compañeros repiten la acción, como símbolo de una revolución pacífica que acabará siendo bautizada por aquel gesto.
El capitán Salgueiro Maia había salido de la Escuela Práctica de Caballería de Santarén con una columna improvisada. Los reclutas, que apenas sabían empuñar el fusil, recibieron la orden de llevar casco para dar más miedo. Llevaba varios blindados y algunos vehículos antiquísimos, una fuerza irrisoria, pero contaba con la determinación absoluta de querer transformar un país.
Sin disparar un tiro
Aquellas tropas difícilmente podrían resistir un enfrentamiento armado, menos con el Regimiento número 5 de Caballería, unidad fiel al Gobierno con la que se encontraron frente a frente en el Terreiro do Paço, en plena Plaza del Comercio de Lisboa, donde se situaban los principales ministerios y donde Maia se había asentado con sus tropas desde la mañana del dia 25.
La situación se tensaba. Ante la llegada de las tropas rebeldes el dictador, Marcello Caetano, sucesor desde 1968 del régimen promovido por António Salazar, conocido en Portugal como Estado Novo, se había refugiado en el cuartel do Carmo, escoltado por agentes de la PIDE, la policía política. Mientras, un barco de la armada amenazaba desde el Tajo con bombardear a los sublevados si no permitían los movimientos de los miembros del Gobierno y, entre Maia y el dictador, el citado Regimiento número 5.
Fue entonces cuando Maia se quitó el cinto con la pistola y se guardó una granada de mano en el bolsillo. Sabía que sus soldados no podían resistir el envite de las tropas progubernamentales, así que se dirigió hacia el general de brigada al mando de éstas sosteniendo un pañuelo blanco en la mano. Su objetivo: evitar el enfrentamiento y lograr la captura del Gobierno. Si la cosa se ponía fea… podía sacrificarse por la Revolución.
El general Junqueira dos Reis, encolerizado tras las primeras palabras de Maia, ordena al alférez Fernando Sottomayor que mande disparar al líder rebelde. Este se niega y es detenido. El brigadier repite la orden, pero el cabo Alves Costa, desde su tanque norteamericano M-47, no hace nada. El oficial le pregunta si sabe disparar, le amenaza, le apunta con sus pistola: «O dispara o le meto un tiro en la cabeza». El cabo se encierra en el interior del blindado junto a su conductor, permanece allí varias horas, mientras el resto de militares acaba uniéndose a los sublevados o abandonando sus puestos. Junqueira dos Reis es arrestado. El golpe había triunfado.
Ola democratizadora
Las tropas de Salgueiro Maia, vencedoras sin disparar un solo tiro, se dirigieron entonces al cuartel do Carmo. A las 12.30 horas, el capitán, de apenas 30 años, lanza un ultimátum al Gobierno. A las 16.30 el dictador se rinde. Se iniciaba en ese momento el proceso por el cual Portugal se convertiría en una democracia, poniéndose también fin a las guerras coloniales de Guinea, Angola y Mozambique.
La Revolución de los Claveles inauguró hace ahora medio siglo lo que Samuel Huntington denominaría la «tercera ola democratizadora». Tras Portugal llegó la democracia a otros países europeos con gobiernos dictatoriales, como fue el caso de España y de Grecia, a muchos países latinoamericanos y, posteriormente, a buena parte de los Estados que iban saliendo de la esfera soviética tras la desintegración de la URSS.
Para acercarnos a aquella revolución democrática recomendamos también una novela y una película:
Los memorables (La umbría y la solana, 2022): Novela de la portuguesa Lidia Jorge, que fue testigo de la revolución. En esta obra de ficción reconstruye el episodio histórico a través de la mirada de una periodista que regresa a su país para realizar un documental sobre el proceso democratizador luso.
Capitanes de abril (2000): La actriz María de Medeiros escribió y dirigió esta película que transmite la emoción que desató en el pueblo portugués la revolución de aquellos capitanes que hicieron de abril el mes de la libertad. Merece la pena volver a verla.
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