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Cultura

El mantón de Manila, símbolo de la primera globalización

La prenda, uno de los signos de identidad de Madrid, representa el mestizaje cultural entre Asia, América y España

El mantón de Manila, símbolo de la primera globalización

«Los 8 inmorlates», cuatro abanicos que cuentan la historia del viaje por mar de los ocho Inmortales de la mitología taoísta. Finales S.XIX-principios s.XX. Colección Catello-Aguirre. | Clara Collado

El mantón de Manila, un signo de identidad de Madrid y que sigue estando de moda como se puede ver aún en muchas bodas y celebraciones, tiene una larga historia que se remonta a mediados del siglo XVI, a la llamada primera globalización, la ruta marítima que comunicó por primera vez Asia, Hispanoamérica y España.

El  inicio de este trayecto que transporta el mantón por medio mundo dio comienzo en 1565. «Miguel López de Legazpi, por mandato de Felipe II, y al mando de la Nao San Pedro, dirige la expedición que guía el fraile agustino y cosmógrafo Andrés de Urdaneta, en la que se descubre el tornaviaje, la ruta marítima que atravesaba el Océano Pacífico de Oriente hacia Occidente, e iba desde el archipiélago filipino hasta Acapulco (México)», explica Verónica Durán Castelló, comisaria de la reciente exposición La Ruta del Mantón de Manila, la feliz unión entre Asia, Hispanoamérica y España, organizada por la Comunidad de Madrid, la Oficina del Español y la Casa de América, que ha reunido más de medio centenar de objetos, incluyendo desde las cajas que los transportaban hasta propias piezas inspiradas en el mantón de diseñadores como Antonio Alvarado o Juan Duyos.

«El Galeón partía del puerto de Manila cargado de porcelana, jade, biombos y lacados, abanicos, seda y mantones de Manila. Una vez en Acapulco se desplazaba la mercancía por tierra hasta el puerto de Veracruz, donde se embarcaba, junto con otros productos mexicanos como la plata y el oro, rumbo a Sevilla o Cádiz», añade Durán.

La ruta del Galeón de Manila, que estuvo en funcionamiento hasta 1815, permitió el desarrollo y transmisión de  una cultura común entre los tres continentes que dejan poso hasta el día de hoy, convirtiéndose en una preda distintiva de una ciudad sin puerto como Madrid.

«La construcción cultural debe ser concebida como un círculo, nuestro mundo es mixto y circular», explica Ramiro Villapadierna, director de la Oficina del Español de la Comunidad de Madrid y gestor de instituciones culturales a THE OBJECTIVE.  «Fueron los chinos los que descubrieron las grandes cualidades de la seda, y lo guardan como si se tratase de un secreto de Estado», afirma Villapadierna. En China se empezaron a tejer los primeros mantones, siendo los hombres los encargados de esta labor. «Se ponían cuatro hombres, uno en cada esquina, e iban tejiendo hasta encontrarse en el centro. Por eso, si te fijas bien, hay algunos mantones que tienen diferencias en las distintas esquinas, porque a lo mejor hacían la cabeza del tigre de una manera distinta a la de sus compañeros», añade.

Este fue el origen de la historia de un objeto que estaba a punto de recorrer medio mundo. «Cuando llegaron los navegantes a China, quedaron maravillados con este objeto, al cual sus creadores tampoco prestaban mucha atención», continúa. Por ello, se dedicaron a producirlo para aquellos destinos donde la llegada del mantón supuso un antes y un después. «Entonces, gracias a la valentía de los navegantes, que se subían al barco sin saber si iban a volver, este objeto —y muchos otros— pudo sobrepasar fronteras y absorber la marca de identidad de cada lugar que visitó». En la época, el camino de vuelta de la ruta del Galeón era una especie de «suicidio asegurado», debido a que los vientos que afectaban a dicha travesía.

Gracias a esos navegantes, el mantón viajó desde China hasta el puerto de Manila, en Filipinas, para luego ser transportado hasta Acapulco, en México. Después la prenda viajó en burro, hasta llegar a Ciudad de México y posteriormente a Veracruz, en la costa Este mexicana. De ahí, de nuevo en barco, el mantón llegaría a Sevilla, para terminar este largo recorrido en Madrid.

Como consecuencia de este largo recorrido, el mantón fue sustituyendo los motivos plasmados en la tela dependiendo del lugar por donde pasaba. Los primeros tenían, sobre todo, motivos del mundo y la mitología china. Desde dragones hasta mujeres vestidas con los atuendos típicos de la época, y la falta de colores eran lo que caracterizaba al mantón original. Pero, cuando llegaron a México los motivos y colores se transformaron. Los dragones mutaron a estampados florales  y se dio paso a una explosión de colores típicos de la cultura mexicana. Cuando el mantón llegó a Sevilla, se añadió uno de los últimos elementos con lo que conocemos estas prendas en la actualidad: los flecos. Estos fueron añadidos junto al macramé, de procedencia mozárabe, que habían ocupado la Península en el pasado. El macramé era el encargado de unir el mantón propiamente dicho con los flecos que completarán la prenda.

«Cantonés bueyes», escena de campo chinescas bordadas sobre seda roja donde los bueyes negros son protagonistas y marcan el tempo del mantón, y el campo central parece girar con ellos. Finales del S.XIX-principios del XX. Colección Catello-Aguirre.

Pero fue en Madrid donde el mantón llegó a protagonizar casi una revolución cultural. «Imagínate que, en un mundo gris, como era Madrid en esos años, entra una prenda que tiene como seña de identidad el color. Claro, la gente se volvió loca. Y no es para menos, pues, las mujeres empezaron a llevar plasmada en su espalda auténticas obras de arte», dice Villapadierna.

Los madrileños empezaron a colgarlo de los balcones y poco a poco, el mantón se volvió una prenda imprescindible para los residentes de la ciudad de Madrid. «Es cierto que al principio tener un mantón era posible solo para gente con dinero, la clase alta. Pero luego pasó a ser un objeto del pueblo, toda chulapa portaba un mantón sobre sí misma, de todas las maneras posibles que había de llevarlo». Y hacerlo con estilo, como subraya Villapadierna. «El mantón se puede llevar de muchas maneras, pero como siempre se debe llevar es con estilo. No se puede llevar un mantón sin gracia». Se trata de una forma de portarlo. El mantón no se lleva, se siente como parte propia del cuerpo.

El matón se ha formado gracias a las aportaciones de cada una de las culturas que atravesó durante su travesía desde el siglo XVI hasta convertirse en una prenda que se admira y viste hoy día. Para algunos puede significar una bandera de la hispanidad, pero sobre todo es un  recuerdo de que la cultura es circular, mestizaje, unión, colaboración. El mantón es una creación de todos.

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