Los 300 españoles de la reconquista de Budapest
La gesta de los héroes que jugaron un papel crucial en la liberación de la ciudad húngara del dominio otomano
La historia de Europa está repleta de episodios de valentía y sacrificio. Uno de ellos es el de los 300; pero no los 300 espartanos de Leónidas que contuvieron al Imperio persa, que también, sino los 300 españoles de Budapest, un grupo de héroes cuya acción en 1686 fue crucial en la liberación de la ciudad del dominio otomano. Este es uno de tantos acontecimientos históricos que, curiosamente, han recibido más reconocimiento foráneo que dentro de las fronteras de la propia España. Trataremos de remediarlo, ya que el episodio del asedio a Budapest es fascinante en todos los sentidos, por lo que vale la pena acercarse a él con cierto detenimiento.
La liberación de Budapest se enmarca en la Gran Guerra Turca (1683-1699), un conflicto entre el Imperio otomano y una coalición cristiana formada por la Santa Liga, una alianza de Estados europeos liderada por el Sacro Imperio Romano Germánico de la Casa Habsburgo, el Papado, la República de Venecia y la Mancomunidad de Polonia-Lituania.
En el siglo XVII, el Imperio otomano controlaba vastas extensiones de territorio en Europa, incluidos territorios que antes habían pertenecido al rey de Hungría. En 1683, el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico era también rey de Hungría. Venía siendo así desde 1526. Tiene una explicación sencilla. Este cambio se produjo tras la batalla de Mohács, donde el rey Luis II de Hungría y Bohemia murió en combate contra el Imperio otomano de Solimán el Magnífico. No dejó herederos. Posteriormente, Fernando I de Habsburgo, quien ya era Archiduque de Austria y hermano del emperador Carlos V, fue elegido rey de Hungría y Bohemia. Sin embargo, Juan de Zápolya también reclamó el título. Se produjo una guerra civil con consecuencias nefastas para el Reino de Hungría. Mientras tanto, los turcos no se quedaron de brazos cruzados y siguieron ganando territorio. Esa es la razón por la que, en 1541, Budapest, entonces dividida por el río Danubio en Buda y Pest, pasó a ser dominio otomano y, desde entonces, para los europeos esta ocupación fue vista como una amenaza constante.
Tras algunos periodos de paz, con periodos intermitentes de batallas y posteriores alianzas, la enconada rivalidad europea contra el Imperio otomano tomó su cariz más violento en 1683 con la Gran Guerra Turca, que comienza con el conocido como Segundo sitio de Viena. En la primavera de ese año, un imponente ejército turco, compuesto por más de 200.000 soldados, emprendió su marcha a través de los vastos territorios de Hungría con destino a Viena, la «manzana dorada» de la Monarquía de los Habsburgo. Este formidable contingente, liderado por el Gran Turco, se presentaba por segunda ocasión ante las majestuosas murallas de la capital imperial, tras el infructuoso intento de 1529. La aparición de tan colosal fuerza militar desató un pánico generalizado entre los habitantes de Viena, quienes temían por la seguridad de su ciudad y su propia existencia. La amenaza de la Sublime Puerta catalizó una vigorosa y decidida reacción por parte de las naciones europeas, unidas en su esfuerzo por contrarrestar al Imperio otomano y preservar la estabilidad del continente.
El asedio a la ciudad fue despiadado. Los defensores tuvieron que hacer frente a los continuos bombardeos, mientras la ciudad era castigada por el hambre y las enfermedades. Impulsados por la ferviente defensa de la fe católica, el monarca polaco Jan III Sobieski y sus legendarios húsares alados, considerados la élite de la caballería de su tiempo, emprendieron una marcha decisiva para socorrer a la sitiada ciudad de Viena. Una de las características más distintivas de este regimiento eran las alas que llevaban en sus espaldas. Estas alas consistían en armazones de madera o metal —con anclaje en el dorso de la armadura del jinete— adornados con plumas negras de águila, halcón o avestruz. Habían pasado ya dos meses de brutal asedio, pero finalmente la caballería de Jan III Sobieski y las tropas imperiales de Carlos V de Lorena vencieron a los otomanos en la batalla de Kahlenberg, que consiguió que los otomanos que habían logrado sobrevivir se marchasen por donde habían venido. La destreza de los húsares alados, con sus distintivas alas negras que resonaban en el viento y su impactante carga en el campo de batalla, fueron cruciales para revertir el curso del asedio y asegurar la victoria.
Envalentonado por el resonado triunfo, al año siguiente, en 1684, el Papa Inocencio XI formalizó la Santa Liga decidido a lanzar una contraofensiva para recuperar Buda, un enclave estratégico a unos 200 kilómetros de Viena que, como hemos anticipado, había pertenecido al Reino de Hungría. El sitio de Buda iba a suponer también un enfrentamiento intenso y cruel, ya que la ciudad estaba fuertemente fortificada y defendida por una guarnición otomana bien capacitada. Acudieron al combate aventureros de toda Europa, entre ellos, unos 12.000 españoles que llegaron a Buda como soldados voluntarios a la llamada del Papa y del emperador del Sacro Imperio Leopoldo I, dispuestos a dejarse la vida en la guerra contra el turco. El 17 de junio, antes de encarar las murallas de Buda, los ejércitos cristianos tomaron Pest. Esta acción estratégica permitió asegurar las posiciones antes de cruzar el río y centrarse en el asedio principal.
En este contexto surge la historia de los españoles de Budapest; según las crónicas, un grupo de tercos y experimentados soldados que fueron decisivos durante el asedio de la ciudad. Estos aguerridos combatientes acabarían siendo comparados con los famosos espartanos de la Batalla de las Termópilas, pues llevaron a cabo una misión suicida para abrir una brecha en las defensas otomanas, cosa que consiguieron el 13 de julio. El momento decisivo del asedio llegó a la hora de atravesar la muralla. Don Manuel Diego López de Zúñiga, Duque de Béjar, había reclamado el honor de encabezar el ataque. Los primeros en penetrar por la brecha fueron un batallón de soldados españoles liderados por Zúñiga. A la cabeza de las columnas de asalto encontramos a los condes de Escalona, Llaneras, Valero, los caballeros Morán, Marín, Servent, Otanyo, Manrique o Fernández.
La resistencia turca fue feroz, y los españoles sufrieron numerosas bajas, entre ellas la del propio Duque, que se derrumbó por un disparo de mosquete. Conocemos estos sucesos gracias al escritor e impresor Francisco Fabro Bremundán, hijo bastardo de Felipe IV y de la actriz María Calderón (la Calderona), vinculado a la creación del primer periódico en España: La Gaceta de Madrid, que con la mudanza de los tiempos terminó por convertirse en el Boletín Oficial del Estado (BOE). En su Floro historico de la guerra sagrada contra turcos, Fabro Bremundán relata de esta manera la muerte de Zúñiga:
«Don Manuel Diego López de Zúñiga, Duque de Béjar, feneció peleando por la Fe de Cristo, en una Brecha de Buda, el año 1686 a 16 de Julio, en edad de treinta años, luciendo hasta la última respiración las altas obligaciones de su sangre, ilustradas ya indeciblemente sobre sus antiguos blasones, con los nuevos del celo, que le había movido a preferir el Real servicio a las comodidades de su casa, pasando a los ejércitos de Flandes, donde después de empleados cuatro años, en continuas muestras del más insigne brío, y de la mayor generosidad, alta terminada aquella guerra, con la Tregua de veinte años (que va corriendo cuando esto se escribe) se dedicó a esta otra guerra al servicio de Dios, y de toda la Cristiandad: despertando juntamente con el Duque de Escalona su Primo, en otros grandes Señores, aun de otras Naciones, el propio deseo de la más verdadera Gloria».
La valentía de los fieros combatientes españoles permitiría a las fuerzas de la Santa Liga llevarse la victoria. La acción del duque Manuel Diego López de Zúñiga, no solo facilitaría la toma de la ciudad, sino que también elevó la moral de las tropas aliadas, inspirando a otros soldados a luchar con mayor determinación. La brecha en la que había caído herido de muerte fue tomada por los cristianos el 27 de julio. Ello les permitió preparar el asalto definitivo a la fortaleza de Buda, que ocuparon definitivamente el 2 de septiembre, tras tres meses de asedio.
La liberación de Buda fue un punto de inflexión en la Gran Guerra Turca. Marca el inicio del declive del dominio otomano en Europa Central y Oriental. La noticia de la recuperación de Buda tuvo una repercusión internacional extraordinaria, con grandes celebraciones en toda Europa. Todo el mundo cristiano se hizo eco de la victoria. Por ejemplo, en Roma, el Papa ordenó que todas las campanas de las iglesias sonaran durante una hora, se oficiaron misas de acción de gracias y se lanzaron fuegos artificiales para celebrar la victoria. Artistas y músicos también contribuyeron a estas celebraciones, componiendo obras en honor a la anhelada liberación.
Buda, reconquistada después de 145 años de ocupación, se convirtió en un símbolo de resistencia y esperanza para los pueblos europeos. La victoria fortaleció la empresa de la Santa Liga, permitiendo continuar la ofensiva. Después de recuperar Buda y Pest, la coalición cristiana, liderada por ilustres comandantes militares como el príncipe Eugenio de Saboya, continuó sus acometidas recobrando ciudades húngaras al sur y este del reino. La campaña se preparó de manera meticulosa, avanzando paso a paso hasta alcanzar el Principado de Transilvania, un territorio clave debido a su posición geográfica y recursos. El Principado de Transilvania, hasta entonces un feudo autónomo bajo el control otomano, fue reconquistado sin apenas resistencia y anexionado al Reino de Hungría. La liberación del territorio húngaro del poder otomano se consumó y ratificó con la firma del Tratado de Karlowitz en 1699 entre la Santa Liga y el Imperio otomano. Este tratado significó la primera gran derrota del Imperio turco en siglos y marcó la recuperación de uno de los reinos cristianos más importantes de Europa. El tratado redistribuyó los territorios y consolidó el control de los estados cristianos sobre gran parte de Europa Central y Oriental.
Los 300 españoles cuentan con una placa conmemorativa ubicada en la muralla de Buda, uno de los lugares más emblemáticos de Budapest. La placa fue inaugurada en 1934, durante la celebración de la semana española en la capital de Hungría. Bajo dos escudos de España (el de los Reyes Católicos con su Águila de San Juan y el de la Segunda República con su corona mural) y un escudo de Hungría, se puede leer tanto en español como en húngaro lo siguiente: «Por aquí entraron los 300 héroes españoles que tomaron parte en la reconquista de Buda». El Gobierno de Alejandro Lerroux, en un alarde de exaltación nacional, quiso recordar la gesta de aquellos españoles cuyo sacrificio fue fundamental para el devenir de la ciudad. La pradera donde acamparon los españoles, detrás del monte de Buda, se sigue llamando «spanyolrét» (campo español).
La epopeya de los 300 de Budapest en 1686 es una historia de coraje y sacrificio, que bien merecería varias novelas y películas. Estos hombres jugaron un papel crucial en la liberación de la ciudad húngara del dominio otomano y su legado vale la pena
rescatar para situarlo junto a los nombres de los héroes de Lepanto.