Miguel de Álava, el general que recuperó las obras de arte expoliadas por Napoleón
Este marino luchó en Trafalgar, Waterloo y la guerra de la Independencia, además de llegar a ser presidente del Gobierno
A lo largo de la historia se han producido varios expolios famosos de obras de arte. Entre los más célebres, figuran los objetos que hoy forman parte de la colección del British Museum y que proceden de Egipto, Nigeria o Grecia, como los mármoles del Partenón. También es bien conocido el saqueo de obras de arte que los nazis llevaron a cabo por toda Europa, que se calcula en 600.000 lienzos y esculturas, un buen puñado de los cuales todavía no ha vuelto a sus legítimos dueños. Miguel de Álava
Pero poco se habla, sin embargo, del pillaje que se gastaron las tropas de Napoleón cuando invadieron España durante la guerra de la Independencia. El general corso, que en tan baja consideración tenía a nuestro país, se olvidó de sus prejuicios para rapiñar cuadros de Van Dyck, Tiziano, Rubens, Ribera, Murillo, Velázquez y hasta el contemporáneo Goya.
El expolio napoleónico en España fue sistemático. El proyecto del emperador francés era engordar la colección del museo que había creado en París unos años antes (que entonces llevaba el nombre de Napoleón, pero que hoy conocemos como el Louvre). Para ello, un puñado de sus generales se afanó por llevarse cuantas obras pudieron de España, en muchas ocasiones bajo amenazas de muerte a sus legítimos dueños. Los conventos figuraron entre sus víctimas favoritas, pero también la nobleza no afrancesada. En total, las tropas de Napoleón se llevaron más de 2.500 cuadros sólo de Madrid y Sevilla.
Pero ¿qué tiene esto que ver con nuestro protagonista de hoy? Pues todo. Sin embargo, hablemos antes de su trayectoria. Miguel Ricardo de Álava nació en Vitoria en 1772. Por influencia de su tío Ignacio María de Álava, marino ilustre, el joven Miguel se decantó también por la carrera militar, primero en el regimiento de infantería de Sevilla y después en la Armada.
De Trafalgar a Waterloo
Eran tiempos convulsos en los mares y los campos de batalla europeos, por lo que a Álava no le faltaron contiendas de lo más variadas. Sus destinos le llevaron a defender Ceuta y más tarde a Constantinopla, Italia, Chile, Manila, Nápoles o Martinica. En la mayoría de casos, sus enfrentamientos fueron contra navíos británicos, la otra gran potencia naval de la época. El más famoso de ellos fue, claro, la batalla de Trafalgar, en 1805. Pese a la derrota de la flota francoespañola, su mérito en el combate le valió el ascenso a capitán de fragata.
Fue en Vitoria, durante un permiso, donde le sorprendió el estallido de la guerra de la Independencia. En aquel momento, se inició también su carrera política, al ser nombrado diputado del Consejo de Vitoria. Durante la guerra, protagonizó diversas acciones militares de mérito, luchando a las órdenes del general Castaños y, más tarde, del duque de Wellington, con quien trabó una estrecha amistad. Acabó la contienda como uno de los generales españoles de más renombre, a lo que añadió el honor de proclamar oficialmente la Constitución de Cádiz en Madrid.
Como premio a sus hazañas, fue nombrado embajador en Países Bajos por recomendación de Gran Bretaña. Pese a ello, por sus ideas liberales, Álava fue uno de los purgados por Fernando VII durante el Sexenio Absolutista. Incluso, llegó a pasar más de dos meses en prisión, acusado de falsos delitos. Poco después de su restitución, se le nombró embajador en París. Allí le sorprendió el regreso de Napoleón durante los Cien Días. Álava acudió entonces en ayuda de su amigo Wellington y participó en la caída definitiva del corso en Waterloo. El general español fue la única persona de la que se tiene constancia que participara en la primera y la última grandes derrotas de Napoleón: Trafalgar y Waterloo.
Paladín de las armas… y de las artes
Pero, llevados por la intensa vida del general Álava, puede que a estas alturas nos hayamos olvidado del comienzo de nuestra historia, el del expolio de obras de arte llevado a cabo por los franceses. Pues resulta que, en este capítulo, el militar vasco también tuvo su dosis de hazaña.
El caso es que, durante el tiempo que Álava permaneció como embajador español en París, nada más acabar la guerra de la Independencia, hizo numerosas gestiones para recuperar las obras robadas por los franceses. Lo primero que hizo el general fue plantarse en palacio y exigirle al rey Luis XVIII que devolviese las pinturas. El monarca le dio una respuesta ambigua, «ni las doy ni me opongo», que a Álava le pareció suficiente autorización para actuar por su cuenta. Así pues, el general se presentó al día siguiente en el Museo del Louvre con doscientos soldados británicos. Álava recuperó cerca de 400 lienzos que años más tarde pasarían a formar parte de la colección del Museo del Prado.
Después de aquello, el general vasco continuó siendo un personaje muy destacado de la vida pública española. Aunque sufrió la represión absolutista de Fernando VII y tuvo que exiliarse a Londres, a la muerte de El Deseado pudo volver a España y llegó a ser ministro de Marina y, de forma interina, ministro de Exteriores y presidente del Gobierno. Sin embargo, sus ideas políticas moderadas le obligaron a volver a exiliarse, esta vez a Francia, donde murió en 1843.
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