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Óscar García Sierra y su «ropa tendida»: anatomía del desencanto

El escritor leonés regresa a la ficción con otra novela sobre la decadencia dentro de la costumbre y la cotidianidad

Óscar García Sierra y su «ropa tendida»: anatomía del desencanto

Óscar García Sierra. | EP

Qué timidez tan encantadora. ¿Quién dijo que los escritores jóvenes supuran ego? ¿Narcisismos? Bah, los justos y necesarios. Al fin y al cabo, es lo suyo. Cuando eres el protagonista, ni todos los tatuajes talegueros que pespuntean tus brazos adelgazan el valor profundo de tus palabras. Oscar García Sierra tendrá mil gestos que se te cementan como un pegote de orégano entre las muelas, pero ninguno tiene nada que ver con la soberbia o la vehemencia. Sus novelas destilan pesadumbre, desencanto, un drama cotidiano en el que es difícil no sentirse interpelado. Seas madre, padre, hijo o amigo colgado. Ahora, creer que sólo existe ese amargo traje de lágrimas y decepción es equivocarse.

Hace un par de años dejó a la peña patidifusa con la solvencia narrativa de su primera novela, Facendera (Anagrama). Y ahora vuelve a la misma zona de León, y a la misma tensión tamizada por gestos cargados de un silencio que pide a gritos un capote. Un hombro u oreja. Y la ha titulado Ropa tendida (Anagrama). Un nombre dónde confluyen los trapos sucios que cuelgan de los tendederos personales, y las puntillitas mocosas de caspa que se adhieren al bigote cuando el perico se pone pegajoso. De hecho, en Ropa tendida se reúnen ambas. Vicio y fornicio sin grandes oropeles. Vacía la historia de glamures. Porque la ideología de la grandeza es una ficción deshonesta. Caprichosa. Y Óscar García Sierra, si tiene algo, es una sinceridad palmaria. Un impulso vivo, como el que estornuda, salpicando los párrafos de verdades manifiestas que rara vez se conocen lejos de la memoria arrepentida.

A muchos kilómetros de donde se suceden las historias de sus personajes, en la madrileña Plaza de Cascorro, me reúno con el escritor en una conversación que, imagino que por razones fisionómicas, no para de ser interrumpida al gusto de zutanos de todo apetito y pelaje a la caza de dinero, tabaco o firmas antitaurinas.

PREGUNTA: ¿Te pasa mucho lo de que te paren para pedirte algo, justo a ti? De toda la calle o la plaza no sé por qué, pero, en mi caso, a mí siempre me vienen.

RESPUESTA: Total. A veces da la sensación de que se espera algo de ti, como si fueras una especie de recurso. Supongo que es por la cara. Yo no fumo, pero siempre que salgo, alguien me pide un pitillo. 

P. A lo que nos ocupa. ¿Por qué has escrito Ropa Tendida?

R. Estaba en un momento bastante confundido, saliendo a Facendera y sentía el miedo de que el trabajo fuera malo. A pesar de esto, también me animó leer cosas que no me gustaban y pensar: «Voy a hacer algo mejor». Mi motivación no era solo la recepción del libro, sino mi propio gusto.

P. Al igual que podía pasarle a Cioran o parece destilar Houellebecq, tus libros retienen una tristeza, tal vez decadencia, insalvable. ¿Escribir de la amargura para ahuyentarla?

R. Es cierto que muchos lectores interpretan mis libros como muy melancólicos, pero no los escribí con la intención de ser pesimista. La tristeza en la narración viene más de cómo elijo los ambientes y las situaciones que desarrollo, no porque yo esté triste personalmente. Creo que estos temas me dan más «juego» a nivel narrativo. Aunque los personajes pueden estar sumidos en la desilusión, la intención no es hacer una crítica negativa, sino mostrar la realidad de las circunstancias.

P. ¿Te molesta algo en la crítica de tu literatura?

R. No me siento demasiado afectado por las críticas negativas, aunque si alguien cercano me lo dice, puede entristecerme un poco. Lo que más me molesta es cuando siento que la crítica está completamente desconectada de lo que he intentado transmitir. Si me dicen que algo no tiene sentido o que no está bien logrado, a veces me lo tomo más a pecho, especialmente si viene de alguien que valoro. Pero, en general, trato de no engancharme demasiado, ya que cada uno tiene su perspectiva sobre lo que lee.

P. Si hay algo que podemos destacar es la fluidez de los diálogos. ¿Te esfuerzas mucho en lograr esa textura tan orgánica?

R. Los diálogos, en mi caso, surgen bastante de manera natural. No me paso mucho tiempo trabajando en ellos, simplemente salen. Las descripciones o los párrafos los trabajo más, a veces intento profundizar un poco más para que suene reflexivo, pero los diálogos me salen orgánicos. Creo que eso tiene que ver con mi estilo personal, ya que los personajes hablan como gente que conozco o como me imagino que lo harían en situaciones cotidianas.

P. ¿Qué autores lees últimamente?

R. Me gusta mucho leer a Bret Easton Ellis. También disfruto de Esther García Llobet, porque tiene una escritura muy reconocible y sus tramas son muy interesantes. También a Gonzalo Torné. Estos escritores tienen una forma de abordar los personajes y las situaciones que me atrae. Me parece que tienen algo muy personal en sus estilos.

P. En la novela, y puede que en tu vida, parece que hay mucha noche de jaraneo. ¿Crees que alcanzarás la misma conclusión que Ray Loriga sobre que nada bueno sucede a partir de las 2 de la mañana?

R. De momento no (ríe). A ver, quizás llegaré a esa conclusión. A veces pienso que todo depende de lo que busques en ese momento. Tal vez el estar despierto de madrugada tenga más que ver con una forma de evadir la realidad. A lo mejor es un proceso de aprendizaje. Con el tiempo, igual llega un punto en el que todo toma su lugar.

P.Ponle un nombre a tu generación.

R.Generación Cuarto de Baño (ríe)

P.¿Pokemon o Digimon?

R.Siempre Digimon. Creo que esos dibujos llegaron a dar una identidad a nuestra generación.

P. ¿Joderse la vida es lo más divertido?

R. ¡Claro! (ríe) No, a ver, sí creo que la canción Joderse la vida de Carolina Durante acierta. La autodestrucción es muy golosa. La canción me gusta mucho, te diría que es mi favorita del grupo, que son colegas, por cierto.

P. Hilary Leichter en Algo temporal, habla de sus arrepentimientos posteriores a las borracheras como «resacas de zorra». ¿Crees que también pasa con los libros que uno escribe?

R. Sí, a veces siento que me pasa. Con Facendera, hay cosas que leo y me disgustan. Y luego, claro, las presentaciones me generaban ese estrés, sobre todo cuando tenía a mi familia delante, y terminaba diciendo cosas sin sentido. Con Ropa tendida no tengo esa sensación. Sea como fuere, al final, solo queda asumirlo y continuar.

P. ¿Cómo resuelves el conflicto de la culpa en tu escritura?

R. La culpa es un tema recurrente en mi obra, aunque no trato de abordarlo desde una perspectiva moralista. Los personajes en mi libro no están condenados por su culpa, sino que siguen adelante con su vida. Es un poco como evadir la culpa mediante la diversión o la fiesta, pero eventualmente todo colapsa. Es un proceso constante de lidiar con esa sensación, sin llegar a explotarla completamente.

P. ¿Cuál es el propósito de las drogas en tu libro?

R. Las drogas no están solo por el simple hecho de estar, tienen un propósito dentro de la trama. Son un medio para desarrollar la historia y para mostrar cómo los personajes se manejan en un contexto de evasión. No las presento como algo trivial, sino como una parte fundamental de la narrativa. Es parte de cómo construyo la atmósfera y la evolución de los personajes, como el de Xairu, que es alrededor de quien más se aborda el asunto.

P. ¿Te autocensuraste en algún momento mientras escribías?

R. No, no me autocensuré. Aunque en su momento me dio miedo la exposición que podría tener el libro, no cambié nada. Lo que no es tan explícito en la narración es porque simplemente no era necesario. Prefiero que las cosas tengan un propósito, como los detalles que dejo implícitos en lugar de ponerlos a la vista de todos.

P. En la obra dices que hay una carrera entre los padres y los hijos por ver quien se da antes cuenta de que ninguno alcanzará la felicidad. ¿Quién gana?

R. Creo que los hijos ganan en la carrera, aunque depende del caso. En muchos casos, los padres reniegan de la idea de que sus hijos vayan a ser infelices.

P. ¿Qué vale más hoy en día, programar o escribir bien?

R. Hoy creo que programar es más valioso. Es una habilidad muy demandada. Aunque escribir bien es importante, no te garantiza éxito.

P. ¿A la literatura se la fuerza o se la deja entrar?

R. Nunca forzaría la literatura, ni al escribir ni al leer. Forzar el proceso creativo es contraproducente. Si no tienes ganas de escribir un día, es mejor dejarlo y no forzar nada. Lo mismo ocurre con la lectura; si no puedes concentrarte, es inútil forzarlo. La creatividad fluye de manera natural y, a veces, el mejor enfoque es dejar que todo entre por su propio curso, sin presionar.

P. ¿Qué es lo más difícil para ti en la vida en general?

R. Irme a casa (ríe). Aunque me gusta mucho estar en casa, a veces me cuesta salir o regresar. Pero lo peor es dormir. Me cuesta mucho y siento que es lo más difícil para mí.

P. ¿Insomnio, don o maldición?

R. El insomnio, en mi caso, lo he aprendido a aprovechar. Sin embargo, me gustaría poder dormir de un tirón, despertarme a las 8 de la mañana y descansar bien, pero eso parece que nunca va a pasar.

P. Hemingway decía que él podía estar destruido para jamás ser derrotado. ¿Qué opinas?

R. Sí, creo que es posible. Aunque estés destruido, siempre hay algo más que se puede sacar, incluso si es un aprendizaje o una reflexión. Puedes estar en un pozo, pero siempre hay algo que rescatar de esa experiencia. A veces, puedes aprovechar esas situaciones para crear o para darte cuenta de tus errores. Lo importante es no romantizar el estar en el fondo, sino aprender de ello.

P. ¿Romantizas algo en tu vida?

R. A veces, como muchos artistas, romantizo ciertos aspectos de la vida, como la decadencia o la idea de vivir con un estilo de vida poco convencional. Sin embargo, al mirarlo desde fuera, me doy cuenta de que no hace falta ser extremo para ser interesante. Hay algo en la idea de esa «decadencia» que a veces exageramos, pero no siempre es necesario seguirla al pie de la letra.

P. ¿Crees en las mentiras piadosas o en el imperativo categórico?

R. Creo que en ambas, pero las mentiras piadosas son más comunes en situaciones cotidianas. Especialmente en el mundo de la noche o las relaciones, las mentiras piadosas son muy frecuentes, ya sea para proteger a otros o a uno mismo. Es algo que todos hacemos, aunque a veces puede ser un poco engañoso si no se tiene cuidado.

P. ¿Qué pecado te molesta más y cuál es el que más practicas?

R. La envidia me molesta muchísimo, especialmente cuando proviene de personas cercanas. No me afecta si la envidia es hacia mí, pero sí me molesta cuando veo a alguien que envidia a otro. Y, puestos a elegir, me quedo con la gula.

P. Hablando de pecados, pienso en la lujuria. Bastante escasa, por cierto, dentro de todo el arco de vicios que trabajas en la novela.

R. En general, las escenas de sexo en libros suelen ser bastante mediocres. Las que he leído rara vez han sido realmente buenas o interesantes. A veces me parecen exageradas o poco realistas, aunque en algunas películas o series pueden estar mejor representadas. Quizás por eso las he evitado. No tengo mucho que aportar ahí.

P. ¿Otra birra?

R. Me tengo que ir, que he quedado pero… Bah, venga, dale. 

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