Redes sin red
En Facebook o X, se comparten contenidos, veraces o no; en los medios, se publican sólo informaciones veraces

Logo de Facebook. | EP
Resulta imaginable un medio informativo en el que se publicaran las noticias tal cual le llegan. La función de un medio informativo es ofrecer las noticias editadas, comprobadas en varias fuentes, que hayan pasado por el filtro de lo que aún hoy se sigue llamando con solemnidad y respeto la Mesa, donde se valora, se asea y se peina cada texto, cada imagen, cada sonido antes de hacerlos públicos. La función de las redes sociales, como su nombre indica, no es informar, sino servir de tubos conductores, a través de los que se intercambian contenidos de todo tipo, contenidos distribuidos en bruto, ya que da lo mismo que sean veraces o no.
Los verificadores de Facebook denunciaron hace ya años el trauma que suponía supervisar algunos contenidos frecuentes en la red. Abusos sexuales, porno duro, violencia extrema, escenas de tratos degradantes, secuencias escalofriantes, discursos políticos radicales, exaltaciones extremistas, posts racistas, imágenes escalofriantes… En suma, «imágenes terroríficas en las que se aprecia la maldad humana en toda su crudeza».
Muchos de los 11.000 verificadores repartidos por todo el mundo renunciaron a aquel trabajo, que consistía en manipular material altamente contaminante para la mente. Otros muchos fueron diagnosticados de depresión y estrés como consecuencia de su peligrosa labor. Una ex moderadora de la red social denunció esta situación en 2018 ante un tribunal de California. Dos años después, la compañía, en un intento de frenar el proceso judicial, accedió a pagar un total 52 millones de dólares repartidos entre aquellos empleados que presentaran un certificado médico de los daños sufridos..
El anuncio la semana pasada de Mark Zuckerberg de suprimir los moderadores, inevitablemente, nos lleva a recordar aquel momento, en el que se expusieron con toda crudeza los contenido de miles, sino millones, de mensajes que se pretendían publicar en la red. Se supone que, a partir de ahora y en nombre de una pretendida libertad de expresión, esos mensajes circularán libremente. Por lo menos una gran mayoría, ya que se han establecido tres excepciones, bautizadas como «violaciones de alta gravedad»: el terrorismo, la explotación sexual infantil o las drogas.
Inmediatamente han surgido voces en favor y en contra del anuncio de Zuckerberg, siguiendo los pasos de Elon Musk en X y, no por casualidad, coincidiendo con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca. Están quienes opinan que la medida es un gran avance para la libertad de expresión y argumentan que los ciudadanos son lo suficientemente maduros para autorregularse, a través de las llamadas «notas comunitarias» de los usuarios, que corrigen y aportan contexto, y que ya se utilizan en la red de Musk. Vamos, que, según ellos, la red se regula sola, como el mercado. Y están quienes consideran que las redes culminan así su degradación, convirtiéndose definitivamente en un pozo séptico de bulos, insultos, abusos, contenidos soeces, falsedades y otras lindezas.
Es posible que así, efectivamente, se favorezca la sacrosanta libertad de expresión de los ciudadanos individuales. Pero no podemos olvidarnos del uso perverso de las redes por parte de grupos organizados con pretensiones perversas. No podemos olvidarnos de casos como el de la empresa Cambridge Analitica, que influyó decisivamente en el referéndum del Brexit o en la victoria Donald Trump en 2016. O de sospechas, fundadas aunque difíciles de demostrar, de desestabilización política organizada a través de las redes.
Resulta cuanto menos sospechosa la volubilidad de magnates como Mark Zuckerberg o Jeff Bezos, en su momento enemigos declarados de Donald Trump y, de repente, seguidores de los pasos de su lugarteniente Elon Musk y del propio presidente. En Estados Unidos ya se ha bautizado este momento como el de «la genuflexión de los billonarios». Nunca el poder político y el económico estuvieron, al menos públicamente, tan unidos. De ahí que considerarlos adalides de la libertad de expresión o tomar sus medidas como muestras desinteresadas de sus buenas intenciones resulte, como mínimo, ingenuo.
Como de casi todo, se puede sacar una parte buena, Jordi Juan, director de La Vanguardia -diario que ya no publica noticias en X-, ha expuesto una teoría cuando menos interesante. Considera que la medida de Zuckerberg de suprimir a los moderadores «aleja cada vez más a las redes sociales de la función de medios de comunicación (…) Las noticias deben ser verificadas, jerarquizadas, evaluadas, y no pueden ser -o, mejor dicho, no deberían ser- falsas o inventadas. Justamente la función principal del periodismo es difundir hechos veraces».
Jordi Juan cita al escritor y diplomático José María Ridao, quien considera que las redes sociales, a diferencia de los medios, no transmiten noticias sino contenidos. Entre esos contenidos puede haber noticias, pero lo que prima no es su veracidad como en los medios, sino el hecho de que puedan ser intercambiados, a cuyos efectos da igual que sean ciertos o no.
Es muy doloroso para la prensa renunciar a las audiencias multimillonarias de las redes. Pero debemos hacernos a la idea de que nuestros lectores, nuestra verdadera audiencia, no es esa masa informe, sino un colectivo mucho más reducido y selecto, cuya pretensión no es intercambiar contenidos, sino estar informado. Por eso, cuanto más nos alejemos de las redes, mejor. No dejemos que nos confundan con X o con Facebook, porque acabaremos contaminados al ser compañeros de viaje de la inmundicia. Que las redes ejerzan su función de socializar, que nosotros bastante tenemos con informar.