Romper las estatuas de mármol del Siglo de Oro
Luis Antonio de Villena ilumina la vida secreta de los grandes clásicos españoles en su ensayo ‘Diamantes, mística y cilicios’

'Aparición del Espíritu Santo a santa Teresa de Jesús'. Pedro Pablo Rubens. | Wikimedia
En Diamantes, mística y cilicios. Secretos y pasiones en el Siglo de Oro (Siruela, 2025), Luis Antonio de Villena (Madrid, 1951) aborda una revisión del canon literario español desde una perspectiva que se aleja deliberadamente del estudio filológico tradicional. El libro propone acercarse a los grandes autores del Siglo de Oro —Garcilaso, Lope de Vega, Quevedo, Góngora, Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz o el Conde de Villamediana— atendiendo a sus vidas privadas, a sus contradicciones morales y a aquellas zonas de deseo y heterodoxia que han quedado fuera de los relatos oficiales.
El propio De Villena sitúa el origen del libro en una decisión práctica y conceptual. «No se podía tratar a todos los autores ni bajo todos los puntos de vista», explica en una entrevista con este medio, señalando que la elección del amor como eje temático respondía tanto a una limitación de espacio como a una voluntad interpretativa. Ese amor, aclara, no es una noción unívoca, sino un territorio plural donde conviven el deseo carnal, la culpa religiosa, la mística sensual y la transgresión social.
Uno de los argumentos centrales del ensayo es la crítica a la tradición cultural española que ha preferido convertir a sus grandes escritores en figuras intocables. «Hay una manía muy española: convertir a los grandes personajes en estatuas de mármol», afirma De Villena, subrayando cómo esa sacralización ha contribuido a alejar a los clásicos del lector contemporáneo. Su propuesta consiste en «romper la estatua» para mostrar que esos autores, además de ser «de primera fila mundial», llevaron vidas «plenamente vividas» y, en muchos casos, «bastante más transgresoras de lo que se supone».
A lo largo del libro, esa idea se concreta en una serie de retratos. Lope de Vega aparece como un sacerdote que, consciente de estar «viviendo en pecado», mantuvo relaciones con varias mujeres y tuvo hijos, arrastrando una tensión constante entre fe y deseo. Para Borges, como recuerda De Villena, Quevedo era «toda una literatura»; en esta obra es presentado como un caso paradójico: autor de una poesía amorosa de alcance universal, pero sin una biografía sentimental conocida, más allá de su frecuentación de burdeles. «En Quevedo hay un secreto enorme sobre lo que fuera su vida amorosa», señala De Villena.
En el caso de Góngora, el ensayo se detiene en la dimensión simbólica de su obra. De Villena recuerda la reiterada presencia del mito de Ganimedes y sugiere que, a través de la mitología, el poeta introduce alusiones que hoy pueden leerse como homoeróticas. «Su obra está llena de alusiones que hoy diríamos que podrían ser homosexuales. Por ejemplo, en Las Soledades, el gran poema de Góngora empieza diciendo, ‘cuando el que ministrar podía la copa/ A Júpiter mejor que el garzón de Ida’. Lo que está diciendo es que un chico muy guapo llegó a una playa, el que ministrar podía la copa a Júpiter mejor que el garzón de Ida. El garzón de Ida era Ganimedes, era un chico vivía en el monte Ida, y servía la copa a Júpiter porque Júpiter lo raptó». No se trata, insiste, de aplicar categorías contemporáneas de forma mecánica, sino de reconocer que esos textos contienen significados que durante mucho tiempo no se han querido ver.
Especial relevancia adquiere la lectura de la mística. Para De Villena, tanto Santa Teresa de Jesús como San Juan de la Cruz encarnan una espiritualidad profundamente corporal. Cuando Teresa describe el momento en que un ángel le clava una flecha, «es exactamente la descripción de un acto sexual», afirma el autor, subrayando hasta qué punto la mística del Siglo de Oro está atravesada por el lenguaje del deseo. En San Juan de la Cruz, esa tensión se desplaza al plano del lenguaje y del género: para dirigirse a Dios como Amado, el poeta adopta una voz femenina, una elección que introduce una complejidad poco atendida en las lecturas tradicionales.
El libro dedica también un espacio destacado al Conde de Villamediana, figura incómoda para el canon. Villena lo presenta como un aristócrata brillante y transgresor, «un modelo de Don Juan» que estuvo «con hombres, con mujeres, con chicos y chicas» y cuya vida terminó violentamente. Su asesinato, probablemente ordenado desde el poder, sirve al autor para reflexionar sobre la censura y sobre cómo determinadas biografías fueron silenciadas o deformadas. «La idea de un clásico bisexual era impensable», recuerda Villena, aludiendo a la resistencia de la crítica posterior a aceptar esa posibilidad.
El título del ensayo condensa su propuesta simbólica: los «diamantes», según De Villena, representan el brillo de estos autores; la «mística», una espiritualidad intensa y sensual; los «cilicios», la culpa, la penitencia y la lucha interior. Villena insiste en que no pretende ofrecer un tratado académico, sino «un ensayo vital sobre los autores de esta época», una aproximación que permita percibir «la enorme vitalidad que hay en esos autores».
Esa voluntad divulgativa explica algunas de las decisiones formales del libro. Diamantes, mística y cilicios no incluye bibliografía ni un aparato crítico sistemático, lo que refuerza su carácter ensayístico, pero también marca un límite claro para el lector que busque un respaldo documental más explícito a algunas de sus afirmaciones. La investigación se apoya, según explica el propio escritor, en lecturas acumuladas a lo largo del tiempo y en un conocimiento previo de determinadas figuras: «La mayoría de cosas las sabía porque siempre me he preocupado por esos temas en algunos autores».
Sin adoptar un tono polémico ni pretendidamente revelador, el libro se sitúa en un terreno intermedio entre la divulgación culta y la reflexión personal. No ofrece biografías exhaustivas ni pretende cerrar debates, sino abrirlos. En ese sentido, su aportación no radica tanto en el descubrimiento de datos inéditos como en el énfasis puesto en aquello que la tradición ha preferido omitir. Al final, Villena propone una relectura del Siglo de Oro que no niega su grandeza, pero la matiza: una grandeza atravesada por el deseo, la contradicción y la vida, lejos del mármol frío de las estatuas.
