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Arte

La buena puntería de María Gainza

«La relación que Gainza parece mantener con el arte es muy natural, y bastante horizontal»

La buena puntería de María Gainza

Portada de 'Un puñado de flechas'. | Anagrama

Si yo tuviera tiempo, dinero y algo más de espacio mental, quiero decir de ligereza, me matricularía mañana mismo en Historia del Arte, pues últimamente tengo la fantasía casi lasciva de abandonar la crítica literaria, donde siento que me voy quedando sin ideas, y pasarme a la crítica de arte, donde creo que podría pasármelo mejor y decir alguna cosa nueva, precisamente por novato, por venir tan de fuera: los alejados son siempre los que traen ideas útiles. Y si así fuera, me gustaría saber asistir al espectáculo del arte como lo hace la escritora argentina María Gainza, con veneración pero sin babosería, admirada pero sin unción, no como quien contempla con arrobo una aparición divina sino como quien es consciente de presenciar un acto humano, resultado de más o menos trabajo, de más o menos talento, de mayor o menos inspiración. 

Quiero decir que la relación que Gainza parece mantener con el arte es muy natural, y bastante horizontal. No la que uno tiene con su venerable abuelo, sino la que mantiene con un amigo muy próximo, y al que se conoce muy bien, con quien se comparten muchas cosas. Salvo alguna justificable excepción, como cuando habla de Tiziano, Gainza es extremadamente comedida, sin dejar por ello de demostrar abiertamente su entrega a la pintura o a la escultura o a la fotografía, y sin evitar exhibir la importancia estructural que todo eso tiene en su propia vida. Pero es que ella escribe así siempre: también cuando menciona a su hija lo hace sin la habitual mermelada sentimental que los demás volcamos sobre el papel al aludir a nuestra descendencia, pero, sin embargo, le reserva, discretamente, las dedicatorias. Es una buena clave para entender su literatura, basada en lo fundamental, pero sin que se note, construida sobre un amor que, por elegancia elemental, no ha de perder las formas. Por lo mismo por lo que los ríos que se desbordan destrozan y arruinan las ciudades, los malos libros rebosan buenos y genuinos sentimientos. Las mejores intenciones son aquellas con las que hay que tener más cuidado. Y, de hecho, también la forma que tiene Gainza de celebrar a Tiziano es sobre todo el silencio, la mesura. Los verdaderos creyentes saben bien que de Dios no se habla, aunque sí se Le puede nombrar.

Un escándalo de gracia y de inteligencia es lo que invariablemente van trayendo todos los libros de María Gainza, publicados sin demasiada prisa y, en su origen, sin ninguna precocidad, mientras ella se dedica a otras tareas, y también a evitar minuciosa y comprensiblemente «la vida literaria». Según explica en el epílogo de Un puñado de flechas, su nueva obra, Gainza publicó esa obra maestra que fue y es El nervio óptico (2014) cuando ya había cumplido los cuarenta, y desde entonces, a pesar del éxito clamoroso de aquel debut, no ha corrido en absoluto. De 2018 es la también fascinante novela La luz negra (2018), y ahora aparecen estas flechas, que reúnen, supongo (pues no se da noticia acerca de las fuentes de cada una de las piezas), textos dispersos en revistas y catálogos, pero que trascienden con mucho el registro habitual de ese género, entre ensayístico y académico, y se sumerge con alegría en la más pura literatura. No es que Gainza meta en los textos tímidas cucharaditas de ficción para decorar o despistar: es que vuelca con decisión sacos enteros para lograr el cemento literario que necesita, y que tanto le agradecemos.

Por ejemplo, para escribir sobre el escurridizo pintor Bodhi Wind, y tras entender (supongo) que conviene abordar su obra desde estados de conciencia alterados, María Gainza se inventa a una homónima «María Gainza» de Bariloche que escribe sobre el artista desde un sanatorio psiquiátrico, recurriendo a lo onírico o a lo delirante. Para hablar sobre el único Tiziano que hay en América, se acerca en el estilo a la «crónica de Indias»; para pensar sobre el fotógrafo Alberto Goldenstein se recurre a una forma literaria que remeda la sucesión de diapositivas; o para informar sobre la escultora María Simón se acerca al trabajo de biógrafa, de periodista… Yo no quiero saber cuánto hay de «realidad» o de «invención» en sus puntos de partida, pues sé que lo que se dice sobre cada uno de esos artistas (y sobre otros) está lleno de verdad, y eso era de lo que se trataba. Por medio de ficciones y de osadías literarias a veces comprometidas (el robo del Guillermo Kuitca…) se consigue hablar de cada artista de la forma más adecuada, colocándole la indumentaria de palabras que mejor le sienta, arreglando la prosa a la medida del alma.

Pero vamos a repasar (quiero decir a releer): creo que es en el texto sobre coleccionismo donde la escritora cuenta que ella guarda y custodia citas, transcribiendo en un cuaderno las cosas que antes había subrayado en los libros, así que yo he hecho lo mismo, pues no veo mejor forma de convenceros de que leáis a Gainza que concederle la palabra un momento y explicar que en El nervio óptico ya avisaba de que, dado que «sólo lo que queda adentro de uno está a salvo de ser manoseado», «estoy mal equipada para afrontar la realidad» y, de ahí, que «mi instinto de supervivencia me lleva siempre a los museos». Hay una poeta agazapada en alguien que acierta a ver, sublimemente, que «nada más parecido a una ruina que un edificio en construcción» o que entiende que «hay batallas que extrañamente uno decide perder» o que «las personas pueden mentir, pero los discos, los pósters, los muebles no». Por otro lado, hay otra buena clave de interpretación al leerle que siempre ha de quedar una pizca de misterio porque «terminar de entender las cosas vuelve rígida la mente». Que queden cabos sueltos está bien. Guerra abierta contra la perfección.

En cuanto a La luz negra, «qué cosa monstruosa nuestro pasado, en especial cuando ha sido excitante»… «La verdad es austera», y «¿no son nuestras debilidades más hermosas que nuestras fortalezas?». En fin, «ella no necesitaba gustar, ésa era su fuerza».

De Un puñado de flechas no voy a reproducir nada: que cada cual vaya a buscar y merecer la enorme batería de aciertos que allí se leen, pues aunque en un primer momento este nuevo libro podría parecer menos atractivo, por tratar de artistas concretos y no especialmente conocidos entre nosotros. Es un error obvio, pues Gainza encuentra el mejor oro en todos los ríos, caudalosos o diminutos, y es una gran generadora de curiosidad. No es más maravillosa cuando se para en alguien tan principal como Thoreau que cuando observa los cuadros de un artista muy menor, pues en su caso la calidad no está fuera, sino dentro, y lo que ella mira y dice, como sucede muchas veces en la crítica, es muy superior a buena parte de las creaciones ante las que se detiene.

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En ese mismo epílogo de hoy (y en otras páginas), Gainza ya avisa de que ella apenas viaja, pero yo quiero estar a dos metros de ella si algún viene a Madrid y entra en el Prado. Ha de ser una juerga observarla comentando los Tizianos.

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