'Volveréis': la comedia de una ruptura sentimental
En su último largometraje, Jonás Trueba rata de convertir el cine en espejo de la vida con una comedia sobre una ruptura
Jonás Trueba (Madrid, 1981) ha mamado cine desde la cuna. Su padre es Fernando Trueba, su madre la productora Cristina Huete, su tío David Trueba y su nombre se lo debe a un largometraje setentero, Jonás, que cumplirá los 25 en el año 2000 del suizo Alain Tanner (¿quién se acuerda hoy de Alain Tanner?). A su ilustre padre biológico habría que añadirle uno espiritual en su modo de entender las películas, Éric Rohmer: cotidianeidad, aparente improvisación, personajes que aprenden —o no— a madurar y que no paran de hablar, amoríos, desengaños y otros sentimientos. El cine como espejo de la vida, sin artificios ni fanfarrias ni vistosas piruetas.
Toda la afrancesada producción de Jonás Trueba merodea alrededor del universo de la pareja y la llegada de esa edad en la que se supone que toca madurar, con Madrid como escenario y unas gotas de cinefilia: Todas las canciones hablan de mí, Los ilusos, Los exiliados románticos, La reconquista, La virgen de agosto y Tenéis que venir a verla. Llega ahora Volveréis, con tono de comedia agridulce y que el propio cineasta ha apuntado que cierra un ciclo: tiene ya 42 años y como sus personajes está dejando definitivamente atrás la eterna juventud.
La premisa de Volveréis es ingeniosa y resultona: tras catorce años de convivencia, la pareja protagonista —ella directora de cine, él actor— ha decidido separarse. Pretenden hacerlo no solo de manera amistosa y muy civilizada, sino celebrándolo además con una fiesta a la que quieren invitar a todos sus conocidos. La idea —de bombero— parte de un comentario del padre de ella, un filósofo amateur y excéntrico al que interpreta Fernando Trueba con unos aires de profesor chiflado muy divertidos. Es este personaje quien introduce el guiño cinéfilo de mostrar un par de libros del estimulante pensador estadounidense Stanley Cavell, que reflexionó sobre el amor a partir de las screwball comedies americanas en La búsqueda de la felicidad. La comedia de enredo matrimonial en Hollywood. Y es que esas viejas, alocadas, trepidantes y deliciosas comedias, cuyo mejor intérprete fue Cary Grant, son el referente lejano del que parte Jonás Trueba. Aunque su ritmo es mucho más sosegado y su humor asoma con mucha sordina.
El motor de la película son los sucesivos encuentros de cada uno de los miembros de la pareja en proceso de ruptura con su entorno, informando de que «nos vamos a separar, pero estamos bien». Una frasecita que repiten una y otra vez cada vez, con menos convicción, dudando según los casos de lo primero o de lo segundo. Y eso da pie a la otra cara de la moneda: la reacción de los amigos, padres, hermanos y vecinos, entre la perplejidad y la desolación según la situación personal de cada uno. Entre ellos hay un separado que tiene que llevar a su hijo a todos lados, un abandonado por la novia que lo ha dejado para irse con una mujer, la pareja que tras dejarlo lo está reintentando, la compungida madre de lágrima fácil, los vecinos desconcertados…
Todas las obras de Jonás Trueba proyectan una misma mirada sobre el mundo, están producidas de forma artesanal con presupuestos modestos y cuentan con un equipo de colaboradores que se repite título tras título, como el director de fotografía Santiago Racaj. También son habituales los dos protagonistas de Volveréis: Itsaso Arana (su pareja en la vida real) y Vito Sanz. Y no por casualidad, los dos actores firman el guion junto con el director. ¿Qué quiere decir esto? Pues que estamos ante una película con muchos toques autobiográficos, diálogos que suenan muy realistas y probablemente en algunos casos estén improvisados sobre la marcha, y personajes secundarios que no siempre está claro si están interpretados por actores o por amigos (y hasta un fontanero) del entorno del cineasta.
Hay un empeño consciente de diluir las fronteras entre la realidad y la ficción, como también hizo Arana en su debut como directora con Las chicas están bien —la reseñamos aquí—, en la que un grupo de actrices y una directora se reunían en una casa de campo para preparar una pieza teatral y en los diálogos y monólogos muchas veces no estaba claro si hablaban las actrices o los personajes que interpretaba. En Volveréis este juego se amplía con la argucia de que ella es directora de cine y está montando un largometraje que acaba de rodar con su hasta ahora pareja como protagonista. De modo que en ciertos momentos no sabemos muy bien si estamos viendo su relación o la recreación de esta en la película dentro de la película.
Cuando ella termina de montar su cinta y se la muestra a un grupo de amigos, uno de ellos, desconcertado por la estructura, dice no tener claro si es lineal o circular. Es la misma pregunta que nos podemos hacer con respecto a Volveréis. Pero que no cunda el pánico, no estamos ante una pirueta intelectual sobre el cine como representación al estilo de las de los argentinos Mariano Llinás o Rodrigo Moreno. La propuesta de Jonás Trueba lanza algunas reflexiones sobre este asunto, pero versa por encima de todo sobre la vida y la pareja. El modo muy laxo y abierto como está estructurada —¿es lineal o circular?— da como resultado una obra fresca, juguetona, improvisada, a ratos un poco deslavazada y que por momentos amenaza con entrar en bucle. Estamos ante una película gozosamente imperfecta. Una película viva.