Pocas palabras (Rafael Cadenas y 'Rilke')
La publicación de ‘A Rilke, variaciones’ recoge unos nuevos poemas brevísimos del autor
Cuánta rebeldía puede caber en qué pocas palabras… Cuánta disidencia radical en algo que apenas se musita, que casi no tiene forma ni materia, que está a punto de no ser… La poesía de Rafael Cadenas, y más cuanto más breve, ha sido siempre un acto radical de oposición, un rotundo dar la espalda a todo vacío, a toda mentira, a toda tontería…, en lo que al cabo suponía un modo de fugarse que ha consistido durante décadas en ir abismándose cada vez más dentro, cada vez más hondo. A falta de islas remotas a las que escaparse para perderse, lo que ha podido regalarse es cada vez más silencio, cada vez más aislamiento, cada vez más soledad fundamental, en medio de los afectos de la familia y los lectores, porque también han ido llegando cada vez más curiosidad hacia él, cada vez más atención, cada vez más prestigio.
No es nada extraño que Cadenas se haya fijado ahora (quiero decir en los últimos años, aunque no es la primera vez que le dedica reflexiones y textos) en Rainer Maria Rilke, que es uno de los ejemplos más exagerados que se conocen de insatisfacción constante, de desazón digamos metafísica, de una necesidad de movimiento permanente que ocultaba también una gran carencia de hogar, o de una necesidad de libertad total que chocaba con su ansiosa búsqueda de cómplices, de amigas, de afines. Y no porque Cadenas parezca tan enfermizamente inconformista (y, con ello, tan inevitablemente infeliz), pero este libro sí supone la alianza de dos buscadores afanosos, dos obsesionados por llegar a la médula de algo y acertar a decirla de algún modo.
Lo que Rilke trató de hacer a través de una obra literaria muy profusa y variada, escrita por pura coherencia en varios idiomas (ninguno se ajustaba del todo bien a su mirada, todos juntos eran insuficientes para todo lo que creía tener que decir…), Cadenas lo ha querido hacer en muy pocos versos, en un pequeño puñado de poemas brevísimos que, recogidos bajo el título de A Rilke, variaciones, acaba de ser publicado en España por Galaxia Gutenberg, tomando así el testigo de la editorial valenciana Pre-Textos, quienes primero y durante más tiempo (como ha sucedido con tantos otros poetas, especialmente hispanoamericanos) descubrieron e importaron a nuestro país la poesía de Cadenas, o sus ensayos, o su particular antología de la prosa de Walt Whitman.
En estos breves poemas, casi nada pero a la vez cuánto, Cadenas se dirige en segunda persona a Rilke desde su arranque («Ibas / hacia donde no llega / ningún camino»), en unos apóstrofes que muestran desde el principio una gran confianza, quiero decir una gran intimidad, esa que siempre nos parece establecer con los autores y autoras que más nos gustan, y con los que sentimos la ilusión de mantener una amistad cierta, real, profunda, eterna. Yo, por ejemplo, conozco mucho mejor a Juan Ramón Jiménez que a mi padre. Supongo que es injusto o doloroso (en nuestro caso no lo es…), pero también es natural, y desde luego explicable.
El libro, pese a su militante brevedad, consta de tres secciones y va antecedido por un buen prólogo de Jordi Doce en el que el poeta, traductor, crítico y editor asturiano entiende con razón que «lo que Cadenas encuentra en Rilke es una manifestación particularmente lúcida e inspiradora del espíritu poético, capaz de conversar con su tiempo histórico sin someterse a él». A partir de ahí van las tres series, una de treinta poemas brevísimos, otra de sólo tres pero algo más desarrollados (y en los que el venezolano aplaude al praguense «su desmedido silencio, / su sabia timidez», con un poco de efecto reflejo) y una última de diez, de nuevo muy breves, en la que se ha conquistado la gloria incomparable de «el ahora eterno», pura plenitud. Sucede que, tras tantos reveses, tantos tumbos, tantas mudanzas, tanta angustia, tanta queja… «Al final / el sí subió a tus labios».
«El ahora eterno»…: da que pensar. Y también esa exclamación con la que se empieza: «Cuánto descampado / por unas palabras»… Cuánto esfuerzo, en efecto, y cuántos trastornos, y cuántos viajes y molestias para tratar de arañar algo, lo que fuera, algunas pocas palabras con las que poder aclarar todo eso que sentía dentro, luchando por salir, alguien que pensó que «Casi todo lo serio es difícil, y todo es serio», y que lo rastreaba además con una autoexigencia tan salvaje como reconfortante para sus lectores, que al leerlo estamos ante una obra tan poderosa, tan instintiva y a la vez trabajada, tan decantada y misteriosa.
El sosiego extremo de Cadenas puede resultar así, de repente, la otra cara de la inquietud angustiosa de Rilke, dos vías para una misma intención, una misma intuición: la de que en algún lugar hay una especie de tesoro, una verdad necesaria que tal vez sea accesible por medio de palabras, es decir, de silencio, y de mucha paz, es decir, de trabajo, de dedicación. Porque cuánto «desierto», en efecto, puede haber en esa sola palabra. Y cuántas palabras hay para tanto desierto.