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Cultura

Descubriendo al Juan Ramón Jiménez más erótico

La investigadora Soledad González Ródenas rescata en ‘Baladas y odas’ 52 textos inéditos del poeta en su juventud

Descubriendo al Juan Ramón Jiménez más erótico

Juan Ramón Jiménez. | Europa Press

Retirado en Moguer con la espesura apoderándose de él, enfermo, sin haber superado la neurosis provocada entre la ruina de su familia y el temor constante a una muerte repentina. Juan Ramón Jiménez tiene 24 años y ha anunciado con tanta insistencia una muerte inminente —«estoy mal, muy mal»— que ni sus mejores amigos se lo toman ya en serio. «Celebro que haya dejado usted de suicidarse para el año próximo», le dice María Lejárraga, echándole cierta sorna al asunto advirtiendo que la actitud del poeta, afortunadamente, no pasaba de ese «cada día peor». La poesía le permitió conservar la esperanza y aliviar esa soledad emocional.

Emergió entonces el Juan Ramón más erótico. Más aún cuando las horas parecían que doblaban turnos en el pueblo y los días se hacían eternos. Así que escribir sin descanso, tanto prosa como verso, se convirtió en su eje vital. Surge, pues, la composición de buena parte de Baladas y Odas, que tienen su origen en las muy diversas relaciones amorosas y carnales que el poeta mantuvo con distintas mujeres antes de la aparición de Zenobia: «Vas cobrando no sé qué gestos villanos, / tus ojos miran soezmente y noto que tus besos son viciosamente sucios» (A Genoveva).

Tras casi siete años de retiro, reconoce: «Este aislamiento me ha sido sumamente útil, porque el silencio me ha dejado oír las grandes voces, las eternas, las únicas. ¡He aprendido tanto de la vida fuera de ella […] Leo mucho, sufro, medito, escribo, paseo, sueño. He amado y no amo. Esto es todo». A las hermanas María Dolores y Susana Almonte se sumaron Blanca Hernández, su novia del campo y primer amor, Louise Grimm, Consuelo, Gevenois, un crepúsculo de serena compañía, porque «en las madrugadas de los pueblos —os decía— monstruos de sensualidad devoran el descanso. La falta de estímulo espiritual hace que el cuerpo se entregue de lleno a incomprensibles exaltaciones carnales».

Tal vez, consciente de que amar demasiado no era lo más conveniente —ya lo dijo John Barrymore, «el sexo ocupa poco tiempo pero muchos problemas»—, concluye que la carencia de ideales estéticos, intelectuales y espirituales traen como consecuencia natural, tras el hartazgo amoroso «materia fácil», «una entrega a la naturaleza y a la religiosidad…». Las numerosas relaciones sexuales ocasionales acabarían provocándole una sensación de hastío que rayaba en la repugnancia; no a la mujer, sino a sí mismo por la dependencia.

Su deseo era vivir en poesía y escribía más de lo que era posible publicar. Una fecundidad portentosa. Tras su muerte se descubrieron gran cantidad de textos inéditos, es el caso de estas Baladas para después y Odas. Ya en Madrid, envalentonado gracias a los beneficios saludables del pueblo, decide que es hora de publicar los libros más festivos y sensuales: Laberinto, Libros de amor y Baladas para después. Laberinto será uno de los primeros que  leerá su futura esposa a la que conoce en 1913. A Zenobia Camprubí el libro le disgustó profundamente: «Lo leí, porque lo había escrito usted, conste, que si no, ¡estoy segura que no hubiera aguantado hasta el final! ¡Y cuando lo concluí tenía una rabia contra usted que, si llego a saber que estaba usted abajo en la Castellana, seguramente sale el libro volando por la ventana!».

Olvidados en un cajón

No parecía buen camino, pues, para conquistarla publicar más allá donde el componente erótico era tan evidente. Provocó un complicado noviazgo plagado de enfados, idas y venidas. Él se justificaba, «es que no tienes el gusto por la poesía tan desarrollado como el de otras cosas», pero, finalmente, los versos y las prosas que inspiraron Blanca, María Teresa, Francine, Mercedes, Georgina, Louise, Manuela, Dolores y un sinfín más, quedaron para siempre olvidados en el fondo de un cajón.

El número de poemas pertenecientes a Baladas para después y Odas se publicaron de manera dispersa en antologías y revistas entre 1907 y 1915. En la presente edición, que nos trae la investigadora Soledad González Ródenas, responsable de este volumen que publica la fundación José Manuel Lara en su colección Vandalia, ha rescatado 52 textos inéditos, aunque no todos están completos. Veintiséis son borradores inacabados. Tienen la particularidad de ser poemarios en prosa y los compone al mismo tiempo que sus Elejías andaluzas. La más conocida, Platero y yo. Si añadimos el álbum fotográfico con imágenes del poeta en su juventud y de varios de sus manuscritos así como de revistas literarias de principios del siglo XX en las que fueron publicadas, concluimos que estamos ante una auténtica joya de edición.

Con este Baladas y Odas el lector tendrá la oportunidad de volver a recuperar la obra bien sentida y bien contada por Juan Ramón Jiménez, y advertir sus cualidades personales y lingüísticas con las que enriqueció versos y prosas que se han convertido en imborrables testimonios de una de las mejores poesías amorosas del siglo XX.

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