La soprano Carmen Giannattasio, del alfabeto cirílico a los pentagramas de Puccini
La cantante celebra sus 25 años en los escenarios inaugurando la temporada de Ópera de Las Palmas con el díptico ‘Il Tabarro/Le Villi’

La soprano Carmen Giannattasio. | Mafalda Bompastor
El destino es un dramaturgo caprichoso. La soprano italiana Carmen Giannattasio (1975, Avellino) lo tenía todo estructurado, con el rigor de quien analiza una oración sintácticamente: licenciada en Literatura y Lengua Rusa, su brújula señalaba el norte de la filología. Se veía diseccionando la lengua eslava antigua de la Biblia. Con una beca para ir a Odesa y un doctorado en el horizonte, su voz parecía destinada a la tinta y no a los grandes escenarios.
Su sueño era ser periodista, pero el viento sopló en otra dirección. «Jamás pensé en ser cantante de ópera ni en alcanzar un ‘estatus’ de diva o prima donna», confiesa a THE OBJECTIVE en una entrevista telefónica desde Las Palmas de Gran Canaria, donde encarnará dos mujeres en una misma noche: Giorgetta y Anna en Il Tabarro y Le Villi de Puccini. Los días 17, 19 y 21 de febrero, la soprano inaugurará la 58ª Temporada de Ópera junto al tenor Jonathan Tetelman, bajo la dirección musical de Lorenzo Passerini y la escénica de Daniele Piscopo.
La llamada de La Scala
Fue la gran soprano turca Leyla Gencer quien, como un personaje shakespeariano, irrumpió en su historia y cambió su rumbo con un solo acto. La conoció en una clase magistral. «Ni siquiera sabía exactamente quién era. Una amiga me llevó a su clase». Empezó a cantar arias de Donizetti, sin saber que Gencer era «la reina de Donizetti». La soprano con una gran experiencia vio en Giannattasio algo más que una estudiante brillante. Vio una voz que merecía ser oída, un alma hecha para la escena.
«Me dijo: ‘¡Dios mío, pero qué talento tienes! Tengo que llevarte a La Scala’. Y le respondí que no podía, que debía viajar a Odesa para acabar mi doctorado. Y ella contestó: ‘¿Qué Odesa ni qué Odesa? ¡Tienes que venir a Milán!’». Así que se fue a Milán. Conoció a Riccardo Muti, el gran director de orquesta. Y le fue concedida una beca de dos años en la Academia de La Scala. «Era muy joven. Con 24 años debuté en La Scala. Así que mi primer compromiso profesional fue cantar en el templo operístico más importante, viniendo directamente del conservatorio y la universidad”.
Desde aquel debut en La Scala, su voz ha resonado en grandes óperas: la Metropolitan de Nueva York, la Royal Opera House de Londres, la Wiener Staatsoper, el Carnegie Hall y muchos más. Ha trabajado con cineastas como Ferzan Özpetek y Edoardo De Angelis, y ha llevado la moda a la ópera de la mano de Karl Lagerfeld y Alberta Ferretti.
En 2021, fue galardonada con el Premio Callas en Nueva York y nombrada Cavaliere dell’Ordine della Stella della Repubblica Italiana. Pero para ella, los reconocimientos son solo estaciones en un viaje más grande.
25 años de carrera: un regreso a las islas
Ahora, celebrando sus 25 años de trayectoria, Giannattasio regresa al Teatro Pérez Galdós de Las Palmas de Gran Canaria. Quince años después de su debut en la isla, acepta el reto de cantar dos roles totalmente diferentes en una misma velada y debutar en el papel de Anna en Le Villi. Giorgetta y Anna son opuestas: la primera, una mujer herida por la vida, atrapada en un matrimonio sin amor, consumida por la desesperación, buscará una salida con su amante. La segunda, la encarnación de la pureza traicionada, una heroína romántica que muere de dolor y vuelve como un fantasma para vengarse. «Puccini siempre es bastante exigente porque la orquesta es muy potente y hay que ‘superarla’ con la voz. Pero en este caso, el mayor desafío para mí es a nivel actoral. Es un gran reto».
Para Giannattasio, Giorgetta es una mujer real, que tiene una historia que podríamos encontrar en nuestro día a día. Es un personaje moderno, a pesar de haber sido creado hace más de 100 años. «Puccini fue muy valiente al llevar a escena un relato así, porque en su época era un escándalo mostrar que una mujer engaña a su esposo». En cambio, Le Villi es como «un oscuro cuento de hadas». Ambas historias son completamente distintas y el díptico supone un reto más para la soprano. «Después de Il Tabarro, tengo que ‘lavarme el cerebro’ y ponerme una peluca rubia y angelical para interpretar a Anna».
El desafío de Puccini
Para cualquier soprano, enfrentarse a Puccini es un acto de entrega absoluta. Su música no solo demanda una voz potente capaz de alzarse sobre la densidad orquestal, sino también una sensibilidad actoral que transforme las notas en «carne viva». Giannattasio, considerada por muchos como la soprano pucciniana de nuestro tiempo, siente que es ahora, en su madurez vocal, cuando puede rendirle justicia al compositor. «Ahora mi voz está realmente preparada para una gran orquesta y para grandes personajes. Puccini es, para el volumen y las posibilidades de mi voz, el mejor compositor para mí en este momento. Como actriz pienso que también es el más adecuado; su música es muy moderna, su lenguaje es moderno… Me apasionan sus personajes».

Una voz que inspira
Su compromiso con la música trasciende los escenarios. Con su fundación, con el lema Feel Free to Dream, Giannattasio busca dar voz a mujeres jóvenes que, en muchas partes del mundo, ni siquiera pueden cantar. Su objetivo es mostrarles que deben sentirse libres para soñar. «Hay países donde incluso pensar en algo tan simple como querer trabajar en McDonald’s después de la escuela para ganar un poco de dinero extra está prohibido. Imagínate todo lo demás», reflexiona. «No pueden ir a la escuela. No pueden caminar solas. Imagínate un mundo así. Es terrible».
Pero el problema, según Giannattasio, no ocurre solo en algunos países, sino también en nuestra sociedad. En menor medida, pero en las sociedades occidentales también existe un «silenciamiento» disfrazado. «Como mujer en posición de cierto poder, sé que mi voz puede ayudar a otras chicas. He sido muy afortunada y lo he recibido todo de la vida. Esta es mi manera de dar las gracias al universo o a Dios, si existe. Es mi deber. Nosotras, las mujeres con más experiencia, debemos ayudar y transmitir mensajes correctos a las más jóvenes».

Giannattasio, que ha trabajado con figuras legendarias como Zubin Mehta, Sir Antonio Pappano y Franco Zeffirelli, entre muchos otros, cree que el verdadero poder de una artista no está en la imagen, sino en la capacidad de transmitir su interioridad. «Veo a tantas chicas perdidas en Instagram y en las redes sociales pensando que solo si muestras tu cuerpo, prosperarás o pensando que todo se basa en la sexualidad».
Según la soprano, en la actualidad, gran parte de las nuevas generaciones piensan que, si no son guapas, no van a triunfar o no van a ser buenas artistas. «Eso es absolutamente erróneo y hay que luchar para que llegue otro tipo de mensaje porque cuando tienes un talento que dar, la belleza está en un segundo plano. Una vez que esta belleza desaparece, ¿qué hay dentro de ti como ser humano o artista? Eso es lo importante que trato de demostrarles cada día».
El futuro: seguir cantando, seguir contando
Los próximos meses la llevarán a cantar Aida en el Teatro Colón de Buenos Aires (un rol que debutó con gran éxito el pasado mes de diciembre en la Temporada de Ópera de Oviedo), Tosca en el Festival Puccini de Torre del Lago y el Teatro San Carlo de Nápoles, y nuevas funciones de Madama Butterfly en Berlín. Sin embargo, Giannattasio dice que necesita explorar otros compositores. Descubrir nuevos mundos «como Jenůfa de Janáček. O Rusalka de Dvořák. O Lady Macbeth o La dama de picas de Shostakóvich». ¿Será que su formación y aspiración originarias la impulsan para descubrir los universos del Este de Europa? Feel Free to Dream. Feel free to get it.
A un cuarto de siglo de aquel inesperado giro del destino, Carmen Giannattasio sigue bordando nuevos roles en el tapiz de sus logros. Una mujer destinada a trazar historias con palabras, que halló en su voz el arte supremo de narrarlas. Su canto es un mapa de emociones, un viaje sin final, una sinfonía de humanidad. Su carrera no es solo un recorrido entre escenarios y fronteras, sino una travesía por la esencia humana, un susurro constante entre el arte y la vida. Y, sobre todo, la certeza de que el destino, por más delineado que parezca, siempre encuentra su propio camino para revelarse.