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La otra cara del dinero

Cómo podemos saber si Putin habla en serio cuando amenaza con usar armas nucleares

¿A qué Putin nos enfrentamos? ¿Al que mordía y arrancaba el pelo a puñados a quienes lo insultaban de niño? ¿Al brillante estratega de Siria, cruel, pero racional?

Cómo podemos saber si Putin habla en serio cuando amenaza con usar armas nucleares

Vladimir Putin. | Zuma Press

«Esto no es un farol», subrayó Vladimir Putin tras recordar a los socios de la OTAN que emplearía «todos los medios disponibles para proteger a Rusia». La analogía con el póquer no es casual. También recurría a ella John Von Neumann, el padre de la teoría de juegos y de la doctrina de la destrucción mutua asegurada (MAD, por sus siglas en inglés) que impidió el enfrentamiento directo entre Estados Unidos y la Unión Soviética durante la Guerra Fría. «La vida real», escribió, «consiste en farolear, en pequeñas tácticas de engaño, en preguntarte qué cree la otra persona que voy a hacer yo».

La ruleta es básicamente aleatoria; salvo contar números, poco más puedes hacer. El ajedrez, en el otro extremo, requiere preparación y talento; apenas deja margen para el azar. El póquer quedaría a mitad de camino entre los dos. Es una combinación de suerte y habilidad similar a la que gobierna nuestras existencias. Igual que en el día a día, estás obligado a actuar basándote en una información limitada.

Por eso Von Neumann quería entender ese juego, desentrañarlo, batirlo.

Lo que cuenta es la habilidad

Muchos años después, un propósito similar impulsó a la psicóloga y periodista Maria Konnikova a interesarse por el póquer. Había experimentado una racha terrible de reveses laborales, familiares y de salud y, en su obsesión por aprender a gestionar y neutralizar los golpes del destino, decidió profundizar en el juego. Descubrió que cada partida era como una dosis concentrada de realidad, una continua y acelerada sucesión de altibajos. Y muy rara vez te servía el crupier un par de ases.

Pero lo bueno es que tampoco hacía falta. «El economista Ingo Fiedler», cuenta Konnikova en El Gran Farol, «analizó centenares de manos de póquer online a lo largo de seis meses y descubrió que la mejor mano, de media, tan solo gana el 12% de ocasiones». Para llevarse el bote resultaba mucho más determinante la habilidad, el conocimiento de tu rival, esas pequeñas tácticas de engaño de las que habla Neumann.

Lodden Piensa

Konnikova jamás se había sentado a una mesa de póker y se puso bajo la tutela de Erik Seidel, miembro del Salón de la Fama del Póker y ganador de decenas de millones de dólares en premios. El Gran Farol es la crónica de ese viaje espiritual, uno de cuyos hitos tiene lugar en Montecarlo. Allí Konnikova descubre Lodden Piensa, un desafío que habría entusiasmado a Von Neumann.

Lo crearon El Mago y Unabomber, dos jugadores profesionales, durante una partida televisada. Para matar el aburrimiento (como la vida, el póquer no es siempre entretenido), formulaban preguntas de todo tipo a su colega Johnny Lodden: por ejemplo, qué edad tenía tal actor famoso. Lodden meditaba la respuesta y, antes de enunciarla, El Mago y Unabomber apostaban sobre cuál creía cada uno de ellos que era. El que más se acercaba, ganaba.

«La belleza de Lodden Piensa», explica Kunnikova, «es que la respuesta auténtica […] importa bien poco». Da igual la edad real del actor famoso en cuestión. «El juego tiene que ver con la percepción y la psicología: ¿Cuál piensa Lodden […] que es la respuesta correcta? ¿Podrás ser tú el que más se aproxime a su manera de entender el mundo?»

El conocimiento de la verdad objetiva no importa

En cierto sentido, descubrir cómo ven el mundo los demás es la esencia no solo de Lodden Piensa o del póker, sino de muchas otras situaciones. Como bien observó John Maynard Keynes, para especular con éxito no tienes que comprar las mejores acciones, sino las que los demás inversores creen que son las mejores acciones. El conocimiento de la verdad objetiva no importa. Es más, puede ser un obstáculo.

Kunnikova relata un Lodden Piensa en el que participaron su mentor Erik Seidel y otro jugador llamado Antonio Esfandiari. En principio, Seidel partía con ventaja, porque hacía de Lodden su buen amigo Dan Harrington y la pregunta era: «¿Por cuánto dinero renunciaría Dan [Harrington] a ponerse calcetines para siempre?»

Seidel aprovechó la información adquirida durante sus largos años de relación. «A ver», discurrió, «[Harrington] va al gimnasio, hace ejercicio. ¿Nada de calcetines nunca?» Era obvio que para disuadirlo haría falta una buena cantidad, y la fijó en medio millón de dólares.

Esfandiari tenía, por el contrario, un vínculo mucho menos estrecho con Harrington, así que hizo una suposición a partir de su propia experiencia, que no debía de incluir demasiado ejercicio físico y dio una cifra muy inferior.

Considerar todas las implicaciones

«Como bien sabía Von Neumann», escribe Konnikova, «los seres humanos siempre se interponen en el camino del modelo matemático. Por eso le resultó imposible crear el modelo perfecto: quería humanidad y la humanidad siempre te sorprende». Y por eso el Lodden Piensa de los calcetines lo ganó contra todo pronóstico Esfandiari. Harrington declaró, en efecto, que se conformaría con 160.000 dólares.

«Tengo que admitir», recordaría años después Seidel riéndose, «que me tentó la idea de pagarle los 160.000 dólares para que nunca más se pusiera calcetines y hacerle sufrir». Su cifra era más apropiada, pero quizás en ese momento Harrington no estaba atento o no se tomó mucho interés en el asunto o no consideró bien todas las implicaciones.

Cómo podemos saber si Putin va en serio

Ese es en suma el problema con Putin. Todos participamos con él en un macabro Lodden Piensa y tratamos de inferir a partir de datos dispersos qué ocurre dentro de su cabeza. La prensa internacional está llena de perfiles que subrayan su difícil infancia. El barrio de Leningrado en el que se crió era un destartalado bloque de viviendas, con las escaleras cubiertas de basura y habitaciones malsanas donde se hacinaban las familias. Los padres del pequeño Vladimir estaban siempre fuera y aprendió a sobrevivir en un parque lleno de borrachos, golfos y matones. Su biógrafa Masha Gessen cuenta que, cuando alguien lo insultaba, «se arrojaba de inmediato sobre él, lo arañaba, lo mordía y le arrancaba el pelo a puñados». Algunos psicólogos teorizan que la tristeza y el miedo ocasionados por esa experiencia constituirían una herida narcisista que lo habría llevado a hacerse promesas del tipo: «Cuando sea mayor tendré poder y nada ni nadie volverá a hacerme esto».

Pero, por otro lado, en sus dos décadas al frente de la federación Putin ha puesto de manifiesto una elevada capacidad analítica y de cálculo. Los servicios de inteligencia occidentales lo consideran «implacable y violento, pero racional», escribe Gideon Rachman. Y recuerda el admirado comentario de Nigel Farage, el antiguo líder de Ukip: «El modo en que [Putin] ha llevado todo el asunto de Siria es brillante».

¿A qué Putin nos enfrentamos? ¿Al que mordía y arrancaba el pelo a puñados a quienes lo insultaban? ¿Al brillante estratega de Oriente Próximo? La mayoría de los analistas dan poco crédito a la hipótesis de la herida narcisista y apuestan por que al final prevalezca la versión implacable y racional. Pero, ¿qué sucede si en el instante de tomar la decisión fatal está agotado y, al igual que le ocurrió a Harrington, no considera bien todas las implicaciones? También hay que contar con eso. De no hacerlo, perdemos el juego de Lodden, la mano de póquer, la negociación y la vida.

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