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González Quirós: «El PP es un barco a la deriva y, mientras no se corrija, hay Sánchez para rato»

«El PP de José María Aznar en 1996 no era únicamente el proyecto de un tío que quería echar a Felipe González», dice el filósofo. «Había un programa».

González Quirós: «El PP es un barco a la deriva y, mientras no se corrija, hay Sánchez para rato»

«El PP», dice González Quirós, «cree que hay ahí fuera un montón de gente que piensa como él y solo espera una señal para votarle». | TO

Los sondeos dirán lo que quieran, pero José Luis González Quirós (Grado, Asturias, 1947) está convencido de que «hay Pedro Sánchez para rato». Este liberal curtido en mil batallas presentó el 23 de noviembre en Madrid La virtud de la política, una reflexión que obedece a lo que llama su «personalidad bifronte». «Me apetecía», sostiene, «hacer un apaño entre mis dos yoes. Por un lado, como filósofo profesional [ha sido catedrático de instituto, investigador del CSIC y profesor de la Universidad Complutense y la Rey Juan Carlos] siempre me han preocupado los problemas filosóficos. Y por otro, me he pasado la vida metido en la vorágine de la política».

Tan metido, que «me han echado de tres partidos». Duda un instante, mira a lo alto, y se pregunta: «¿O de cuatro? Da igual», decide al fin, y empieza a rememorar cómo se embarcó en la UCD desde su mismo origen y cómo lo expulsaron «con una carta muy divertida en la que me comunicaban que aceptaban una solicitud de baja que yo no les había enviado». La justificación (cierta) es que estaba ayudando a lanzar el CDS, la escisión impulsada por Adolfo Suárez.

«Era usted un suarista convencido», le digo.

«Al principio», responde. «Después pasé a ser un suarista desconvencido» y, más después, volvería a reconsiderar su opinión. «La excelente biografía de Juan Francisco Fuentes me ayudó a valorarlo con más objetividad. Suárez fue un gran político, que antepuso su papel de Estado al objetivo estratégico de que el centroderecha contara con un gran partido».

En 1987, sin embargo, carecía de esta perspectiva y, cuando el CDS prestó su apoyo al PSOE para que conservara el ayuntamiento y la asamblea de Madrid, González Quirós cogió la puerta y se marchó.

No pasó mucho en el dique seco.

«Entraron en contacto conmigo unos chavales que habían sido alumnos míos, como Carlos Aragonés, y que formaban parte de lo que luego se conocería como el Clan de Valladolid. Así es como acabé en FAES [la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales, el laboratorio de ideas de José María Aznar]».

Ahí, ya en 2004, conocería a Alejo Vidal-Quadras, al que «hacia 2011 o por ahí convencí para montar Vox, porque me parecía que lo del PP no tenía remedio».

«Se refiere al tema de la corrupción», le digo.

«No, no, no», responde rápidamente. «O sea, sí, la corrupción era impresionante, por supuesto, y más aún después de todo lo que hemos sabido».

Pero el motivo principal era otro y tiene mucho que ver con el motivo por el que teme que haya Sánchez para rato.

Peligro, políticos trabajando

Yo había venido aquí para que González Quirós me hablara de su libro, de su yo filosófico, pero cuesta sacarlo de lo biográfico y lo personal, de su yo de la vorágine.

«En la primera parte de La virtud de la política», logro que se centre en un momento dado, «cuento que la política no consiste en derrotar al otro, sino en construir la polis, en hacer país. Cuando te obsesionas con derrotar al otro, lo que puedes acabar consiguiendo es la guerra».

De esta premisa de la política como construcción se deriva una conclusión trascendental, y es que en política no conviene dar nada por sentado, todo está por decidir. «No existe un modelo ideal de sociedad, ni tampoco una mayoría natural, que es algo que repetía continuamente [el fundador de Alianza Popular Manuel] Fraga. Ese ha sido a menudo el gran error del PP. Creer que hay ahí fuera un montón de gente que piensa como tú y únicamente espera una señal para votarte. Las mayorías hay que articularlas, y mucho más en una época como la actual, en la que el centroderecha está repartido en distintas familias».

Hacer política contra el Estado

La segunda parte de La virtud de la política está consagrada a denunciar que el Estado se ha convertido en un monstruo agobiante. «Digo ahí que hay que hacer política contra el Estado, lo cual suena un poco radical, pero es algo en lo que creo firmemente. Yo soy liberal, pero no como quien cree en una doctrina cerrada y perfecta, sino a la manera de Isaiah Berlin o John Gray, para quienes el liberalismo consistía sobre todo en un modus vivendi, en una búsqueda permanente de maneras para eludir la pelea, para debatir y para construir».

PREGUNTA.- Cuenta en su libro que la Iglesia supuso en su día una cortapisa al poder secular. ¿Siente nostalgia de esa época?

RESPUESTA.- En absoluto. Una cosa es que, como académico, explique la génesis del Estado moderno y otra muy diferente que defienda la restauración del poder político de la Iglesia. Eso no tiene marcha atrás. En el tema del aborto, por ejemplo, me parece que la derecha hace el ridículo. A mí me repugna que una mujer elimine al hijo que lleva en sus entrañas, pero eso no se puede tipificar como un delito, tú no puedes imponer tus criterios morales a los demás. Aquí, tanto el PP como Vox se equivocan. El PP, porque nunca ha tenido el valor de adoptar una posición clara, para no disgustar a este o a aquel, y cuando no te pronuncias, te caen desde todos los lados. Y Vox, porque esa bandera no arrastra a nadie, solo contribuye a que la izquierda refuerce su convicción de que está en el lado bueno de la historia.

Las encuestas del CIS [Centro de Investigaciones Sociológicas] son tajantes. La preocupación por la ley del aborto es una cosa supermínima [del 0,1%, según el barómetro de mayo]. Insisto: tú puedes verlo como un crimen moral, que lo es sin duda. Pero también debes recordar que es un tema privado de una mujer y, si acaso, de su pareja y ¿qué vas a hacer? ¿Obligarlas a dar a luz? ¿Meterlas en la cárcel? Es completamente disparatado. La moral es un asunto de conciencia personal y la política, un asunto de convivencia. Puedes estar en completo desacuerdo con lo que hace tu vecino, pero eso no impide que lo saludes cuando te cruzas con él en la escalera y que, si te pide sal y la tienes, se la des.

«La izquierda española es muy numerosa y se moviliza rápidamente en cuanto ve que la derecha puede ganarle»

P.- Muchos deducen de esa permisividad del aborto que la sociedad se descompone.

R.- No niego, como dijo Julián Marías, que la aceptación social del aborto sea un hecho muy preocupante, pero a la gente le gusta dramatizar, y los valores van por un lado y las instituciones, por otro. El que la asistencia a misa se haya desplomado significa que la Iglesia no está acertando a ser atractiva, no se explica bien, pero no implica de ninguna manera que los españoles de 2022 seamos peores que los de 1950, ni siquiera que hayamos dejado de ser católicos. Este sigue siendo un país católico y por eso el socialismo triunfa, porque dice defender sentimientos como la solidaridad y la ayuda al necesitado, que le suenan muy bien al católico porque nadie le explica dónde está el engaño y que es, sencillamente, que no hay que confundir las intenciones con los resultados. A la Iglesia le ha perjudicado su vinculación con el franquismo, y también que se habituó a ir de la mano del Estado y ahora se siente desasistida sin él. La Iglesia está probablemente llamada a ser una cosa muy pequeña, muy independiente, muy fuerte, pero no una organización con ramificaciones en todos lados, con procuradores en las Cortes y capellanes en los cuarteles y los hospitales.

P.- Paradójicamente, la que promueve ahora esa confusión entre moral y política es la izquierda.

R.- Sí, esa es la amenaza… en los países donde el Estado existe. Porque en el libro insisto en que el Estado es un invento básicamente europeo. En Estados Unidos no tienen ese problema. Hay gobierno, que es algo distinto, y puede ser más o menos fuerte, dependiendo de la época, pero no existe esa propensión a dirigir a los ciudadanos en materia de género, de medio ambiente, de salud.

P.- Pero todas esas modas nos han llegado de Estados Unidos.

R.- Nacen efectivamente en sus universidades, que están muy influenciadas por esos pensadores franceses tan disparatados, [Michel] Foucault, [Jacques] Derrida, [Jean] Braudillard… Todos esos tipos han tenido un peso enorme en la educación y la intelectualidad americanas, pero es en este lado del Atlántico donde mayor es la injerencia del Estado.

«Es muy revelador que Feijóo proponga un pacto entre caballeros, como si la política fuera un asunto exclusivo entre Sánchez y él. ¿A quién ha consultado sus 60 medidas»

P.- ¿Cuál es el papel del Estado?

R.- Debe limitarse a asuntos superesenciales: la defensa, la seguridad, la justicia. Entiendo que intervenga en la sanidad o la educación, pero de forma limitada y, sobre todo, midiendo cuidadosamente los resultados, algo que no hace en absoluto. Su obsesión es crecer, crecer y crecer, y en ese sentido Estados Unidos es modélico, porque mantiene los mismos empleados públicos que en 1970. En España, por el contrario, su número se ha quintuplicado [en 1975, cuando Franco murió, había unos 700.000, y hoy pasan de los 3,5 millones].

P.- Otro fenómeno que denuncia en su libro es «la privatización de la política».

R.- Es muy significativo que Alberto Núñez Feijóo [el presidente del PP] ande por ahí proponiendo un pacto entre caballeros, como si hablara de un negocio exclusivo entre él y Sánchez. ¿A quién ha consultado sus 60 medidas? Claramente, entiende la política como un trato entre dos organizaciones o dos bandas o dos lo que sea, y la política democrática se hace de abajo arriba. Sánchez, por el contrario, sí tiene claro lo que tiene detrás: toda esa izquierda antiliberal y autoritaria que demanda más control y más regulación.

«La derecha cree que basta con una buena administración de lo que hay, y no es verdad. Cuando se dejan las cosas como están, no se conservan, se pudren»

P.- Le favorece además que la economía parece estar resistiendo.

R.- Y no es solo eso. Se está repitiendo lo de Felipe González. Felipe González no cae hasta que Aznar no monta un proyecto, hasta que plantea lo que se va a hacer con esto y con aquello y con lo de más allá. Lo he contado mil veces. En FAES tuvimos del orden de 300 reuniones, hablamos con absolutamente todo el mundo. Con los empresarios, con los militares, con los sindicatos, con la Iglesia, con los profesores, con los médicos, con los autónomos, con la gente del cine y el teatro, absolutamente con todo el mundo. Aquello nos permitió hacernos una idea de lo que es este país, de lo que preocupa a la gente. El proyecto del PP de 1996 no era el de un tío que solo quería echar a Felipe [González]. Había un programa.

P.- ¿Y por qué fracasó Aznar en 1993?

R.- Ese año yo ya estaba en el PP, pero no en la cocina. Y le diré que mi sensación era que no ganábamos. No sabría decirle por qué, pero sí sé que Aznar aprendió mucho y luego realizamos un trabajo muy intenso y, así y todo, cuando pensábamos que íbamos a ganar de calle, lo hicimos de milagro. La izquierda española es muy numerosa y se moviliza cuando ve que la derecha puede ganarle.

«¿De qué vale meter a 500.000 personas en la Cibeles? Las manifestaciones son cosas de la izquierda. Hacer política de centroderecha es muy distinto a hacer política de izquierdas»

P.- ¿También ahora?

R.- Yo no creo que [Pedro Sánchez] sea especialmente impopular. Al contrario. Todo eso que decimos de él, que está cargándose la Constitución y que ha entregado el país a los independentistas, todo eso es verdad, pero no moviliza lo suficiente, por más que lo haga con un grupo de intelectuales que sí entienden de estas cosas: [el filósofo Fernando] Savater, [el escritor] Andrés Trapiello o [el periodista] Miguel Ángel Aguilar. A la mayoría de la gente no le dice gran cosa.

P.- ¿Por qué?

R.- El votante medio no se cree que a Feijóo le preocupen sus problemas. ¿Cómo piensa arreglar la economía? ¿Qué va a hacer con la universidad? ¿Qué planes tiene para Cataluña? No ven que haya ahí ninguna novedad, ¿y qué sucede en esos casos? Lo vimos en Andalucía en 2012. Javier Arenas obtuvo el mejor resultado de toda la historia del PP, pero no pudo gobernar porque recibió cerca de medio millón de votos menos de los que había obtenido Rajoy en las generales cuatro meses antes. ¿Cómo pueden perderse tantos votos en cuatro meses? Porque en ese tiempo la ciudadanía se dio cuenta que no iba a hacer nada de lo que había dicho que iba a hacer. Rajoy ya había enseñado la patita y los andaluces pensaron: pues para eso, seguimos con los que están, que al menos ya los conocemos… Lo del PP me duele profundamente, pero en el fondo él se lo busca, porque está siempre a la defensiva. Salvo indignarse y protestar (de modo bastante oportunista, además), carece de un programa alternativo.

«La obsesión del Estado es crecer y, en ese sentido, Estados Unidos es modélico, porque mantiene los mismos empleados públicos que en 1970. En España se han quintuplicado»

P.- ¿Cuál debería ser?

R.-La derecha cree que basta con una buena administración de lo que hay, y no es verdad. Tienes que estar continuamente cambiando, porque, como decía [Gilbert Keith] Chesterton, cuando se dejan las cosas como están, no se conservan, se pudren. La filosofía de Rajoy era rehuir los líos, pero en política tienes que meterte en líos, montar proyectos y saber defenderlos, hablar de los problemas. A Sánchez le reprochan que se haya cargado la estructura de control del partido, y es verdad, pero es que en el PP no existe ninguna estructura, ni de control ni de ninguna clase. No hay nada. Todo lo que hace es seguir las directrices del que manda. A [Pablo] Casado se lo dije desde el principio: te la vas a pegar.

P.- ¿Por qué tenía la seguridad de que se la iba a pegar?

R.- Porque no hacía lo que tenía que hacer. Su error fue creerse que, por la pura dinámica de la alternancia, con mantenerse al frente del PP acabaría llegando al poder. Y no es así, porque el PP es un barco a la deriva, no reconoce sus errores ni se corrige. Entre 2011 y 2019 ha perdido millones de votantes. Cualquier organización intentaría averiguar cómo ha sido posible semejante desastre, pero en el PP ni se lo plantean. Saben que una parte se le ha ido a Ciudadanos, otra a Vox, otra a UPyD, pero se lo toman como una especie de catástrofe natural, ajena a su voluntad, cuando es consecuencia de sus carencias, de que no saben hacer política.

«A Sánchez le reprochan que se ha cargado la estructura de control del partido, y es verdad, pero es que en el PP no existe ninguna estructura, ni de control ni de ninguna clase»

P.- ¿Qué deberían hacer?

R.- Lo primero es organizarse por dentro. Constituir órganos, convocarlos con frecuencia y ponerse a estudiar las cosas en serio. Y no hablo de reuniones para hacerse la foto, sino para discutir, para trabajar. De esas con Aznar hubo muchas. Con Pablo [Casado], ninguna.

P.- ¿Cuáles serían las líneas maestras de esa actuación?

R.- Hace falta un proyecto para España como nación y otro para España como sociedad. A los españoles hay que decirles que no pueden seguir viviendo de la deuda pública. Esto es una cuestión existencial. Deben saber también que no necesitamos 3,5 millones de empleados públicos y que hay organismos que no sirven para nada. Se ha puesto de moda medir las políticas en función del gasto: cuanto más, mejor. Es un proceso absurdo, que no produce ningún beneficio y hay que cortarlo, primero, y revertirlo, después. Pero, claro, todo esto es impopular y exige exponer cuál es tu alternativa. En la época de Aznar nos hartamos de hablar con unos y con otros, de aprender, en suma. ¿Por qué se suprimió la mili? Aznar no era ningún anarquista. Se suprimió porque nos lo pidieron los militares. Pero, ¿cómo te enteras de eso si no hablas con ellos? Para eso está un partido: para discutir los temas, para macerarlos, para cocinarlos.

«La Iglesia está llamada a ser algo más fuerte y pequeño, no una organización con ramificaciones en todos lados, con procuradores en las Cortes y capellanes en los cuarteles»

P.- Guillermo Gortázar recuerda en el prólogo de su libro el famoso «¡No es esto, no es esto!» de José Ortega y Gasset. ¿Estamos de verdad como en el 31, al borde de una guerra civil?

R.- No lo creo, y me parece además que es un pensamiento que induce actitudes negativas. Hace unas semanas estuve desayunando con Vidal-Quadras, que fue uno de los grandes organizadores de la manifestación del sábado 21 en Madrid, y me preguntó qué me parecía la iniciativa. ¿Quieres que te dé mi opinión sincera?, le dije. Sí, sí, insistió. Pues que no vale para nada o para casi nada… No le hizo mucha gracia, la verdad, pero las manifestaciones son cosas de la izquierda y, mientras no nos convenzamos de que hacer política de centroderecha es muy distinto a hacer política de izquierdas, no levantaremos cabeza. ¿De qué vale meter en Cibeles a medio millón de personas o a 31.000 o a las que fuesen? No has convencido a nadie. Para mover a tu electorado tienes que hacerlo partícipe de tus iniciativas, contar con él, escucharlo. La izquierda se mueve sola y, si encima tiene a un líder que es un tío muy hábil, muy atrevido, muy osado, muy muy cínico, pues eso es una máquina muy potente y mucho me temo que hay Pedro Sánchez para rato.

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