A los troles no se les puede erradicar de las redes sociales, pero sí sacarles algún provecho
La prohibición radical del anonimato, como llegó a proponer Randi Zuckerberg, convertiría internet en un entorno mucho menos tóxico, pero también menos libre
Hace unos años, Joel Klein, un columnista de la revista Time, alertó de que la cultura del odio se había adueñado de internet.
Él mismo, a pesar de ser blanco y heterosexual y ofrecer, por tanto, pocos costados atacables (a diferencia de un LGTBI, por ejemplo), tenía su odiadora particular. Se llamaba Megan Koester e inicialmente criticaba lo mal que escribía, pero en un momento dado decidió elevar su enemistad «al siguiente nivel» y lo citó a las puertas de un supermercado que Klein frecuentaba. «Voy a comprar poke y, después, te patearé el culo», le amenazó en Twitter.
El periodista no se arredró y le ofreció quedar a comer.
Pensó que rechazaría la invitación o, peor todavía, que se presentaría con una navaja o un puño americano, una perspectiva que «confieso que me desazonó», porque «todo mi conocimiento de peleas se limitaba a las que había visto en West Side Story». Megan aceptó, sin embargo, con un correo electrónico «cordial y divertido».
El reino de los cobardes
Cuando se encontraron en persona, Megan resultó una chica menuda y morena, con vaqueros negros y camiseta, perfectamente normal.
Igual que Klein, se dedicaba al periodismo, pero a sus 32 años no había disfrutado jamás de un puesto fijo en una redacción. Colaboraba en Vice y vivía de una combinación de pagos esporádicos y cupones de beneficencia. No soportaba el éxito de Klein. «Tu petulancia», le confesó, «me da asco». ¿Y por qué, le planteó Klein, conociendo como conocía sus movimientos, no lo había abordado por la calle para insultarlo?
«¿Por qué había de hacerlo?», contestó mirándolo como si fuera idiota. «Internet es el reino de los cobardes. Son todo ruido y ninguna furia».
El anonimato tiene que desaparecer
«La invisibilidad nos transforma», me dijo una vez el filósofo Gabriel Zanotti.
«No sé si conoce la película de El hombre invisible», prosiguió. «En el momento en que el protagonista logra que no lo vean, su honestidad se acaba. La mayor parte de los humanos tenemos una moralidad media, muy incentivada por la mirada de los demás, pero ese control desaparece en las redes sociales».
Esta constatación indujo a Randi Zuckerberg, hermana de Mark y directora de marketing de Facebook, a declarar en 2011 que «el anonimato en internet debe desaparecer».
Pero, ¿es tan buena idea? Como argumenta el politólogo Alfred Moore, una identidad secreta constituye «un arma de doble filo». Ciertamente, como observa Zanotti, «saca nuestro lado más agresivo», pero también permite expresarse con libertad, sin temor a represalias. Es más, bajo determinadas condiciones, propicia un debate más productivo.
El paraíso de los troles
Moore lo comprobó tras analizar los comentarios del Huffington Post entre enero de 2013 y febrero de 2015.
La web atravesó en ese periodo tres fases. Durante la primera, no se comprobaba quién había detrás de cada cuenta. Creabas una, publicabas lo que te daba la gana y, cuando te la cerraban por propasarte, abrías otra y en paz. «El espacio de comentarios», recuerda Moore, «era por aquel entonces el paraíso de los troles».
En la segunda fase, se respetó el anonimato, pero si a alguien se le expulsaba, no podía regresar con otro nombre.
Finalmente, en la tercera fase, te registrabas con tu identidad de Facebook. «Aunque no todo el mundo pone su rostro en la foto de su perfil y muchos ni siquiera usan su nombre auténtico», dice Moore, «la mayoría sí lo hace». Era lo más parecido a un entorno abierto.
La mejor calidad deliberativa
Para evaluar cuál era el menos tóxico, se recurrió a dos grandes criterios
Por un lado, se verificó «el uso de palabrotas y términos ofensivos» y, por otro, «la longitud de las palabras», las conjunciones causales (porque, dado que, ya que) o los adverbios y modos verbales que denotan incertidumbre (tal vez, quizás, condicional), etcétera. «Este [segundo] método se ha ensayado en las deliberaciones del Parlamento suizo y se ha revelado un buen indicador de la calidad de los debates».
¿A qué conclusión llegaron los investigadores?
Respecto de los tacos, se produjo «un notable progreso» tras el paso de la primera a la segunda fase, pero con la introducción de la identidad de Facebook «la calidad [deliberativa] empeoró», porque la gente se sentía menos libre. La prioridad debería ser, por tanto, abolir el anonimato puro y duro, porque, como dice Zanotti, la moralidad de la mayoría de nosotros está «incentivada por la mirada de los demás». Nos importa lo que los demás piensan de nosotros (o de nuestro avatar) y por eso nos cortamos.
Pero ese no parecía el caso de la trol de Joel Klein, cuyos ataques llevaban su nombre y apellido.
El detector de troles
A lo largo del reportaje de Time, Klein deja algunas pistas de los motivos por los que cree que Megan la ha tomado con él. Los sospechosos habituales son el fracaso y la envidia. Megan era una periodista del montón, descontenta con su existencia y su carrera, y los exabruptos en Twitter le ayudaban a sobrellevarlas.
Unos años después, unos psicólogos polacos liderados por Piotr Sorokowski pondrían a prueba esta hipótesis.
Realizaron un seguimiento de los comentarios que una muestra de personas previamente contactadas colgaba en las redes durante los Juegos Olímpicos de Invierno de Corea del Sur. Algunos consistían en barbaridades como «Representar a nuestro país siendo tan fea debería estar prohibido».
Un mes después, Sorokowski et al sometieron a esas mismas personas a una batería de tests.
«Un alto nivel de frustración y una baja satisfacción vital se han relacionado previamente con la agresividad», escriben. «Por lo tanto, esperábamos que ambos rasgos estuvieran vinculados con la agresión verbal […], pero no se observaron tales relaciones». El único dato concluyente fue que «las puntuaciones altas en la subescala de psicopatía eran un predictor significativo de los comentarios de odio».
Cómo sacar provecho de los enemigos
La psicopatía es un trastorno neuropsiquiátrico caracterizado por la falta de empatía, un rasgo que cuadraba a la perfección con Megan.
Como cómica feminista con más de 26.000 seguidores en Twitter, había sufrido un acoso bastante más intenso que Klein. A un tipo le irritó tanto que se burlara en un monólogo de un famoso que tuiteó que iba a violarla y que confiaba en que se muriera después. «Cabría esperar de mí cierta solidaridad por ello, pero nunca me sentí mal al trolearte», le dijo a Klein con absoluta franqueza.
Esta deficiente respuesta emocional no se ve afectada por el anonimato, de modo que su desaparición rebajará la toxicidad de internet, pero nunca la erradicará.
No queda más remedio que convivir con los troles, así que tenemos dos opciones: ignorarlos o, como recomienda Plutarco, sacarles provecho. Mientras el amor es ciego, el odio es penetrante. A nuestros amigos se les puede pasar por alto algún defecto, pero a nuestros enemigos no se les escapa ni la falta más leve. Están constantemente al acecho, señalando nuestras flaquezas incluso antes de que incurramos en ellas, impidiendo que nos desviemos de la recta senda.
Ninguna gran civilización ha sobrevivido sin la abnegada y poco reconocida labor de gente como Megan.