THE OBJECTIVE
La otra cara del dinero

«El problema de Bankia fue la mala gestión. Con las mismas reglas, a otras cajas no les fue mal»

«La salida a bolsa de Bankia fue un desastre financiero», reconoce Juan Maíllo, que fue director de Comunicación Externa

«El problema de Bankia fue la mala gestión. Con las mismas reglas, a otras cajas no les fue mal»

En ‘Bankia desde dentro’, Juan Emilio Maíllos realiza una crónica de los cinco años que trabajó como director de Comunicación Externa bajo la presidencia de Juan Ignacio Goirigolzarri. | Ana López-Varela

El 29 de junio de 2012, Bankia celebró su primera junta de accionistas.

«Era impensable que fuera a ser sencilla», recuerda Juan Emilio Maíllo (Béjar, 1977) en Bankia desde dentro, una documentada y rigurosa crónica de los cinco años que trabajó como director de Comunicación Externa bajo la presidencia de Juan Ignacio Goirigolzarri.

España atravesaba aquel verano la crisis más profunda desde la Transición.

La economía iba a caer el 3% ese ejercicio y otro 1,4% el siguiente. El paro había superado el 25% y seguía subiendo. La prima de riesgo parecía «asentada sobre los 500 puntos y sin visos de que bajara».

Y en el centro de este pavoroso incendio estaba Bankia.

UPyD había denunciado su salida a bolsa por, entre otros cargos, estafa, apropiación indebida, falsificación de cuentas, administración fraudulenta y maquinación para alterar el precio de las cosas. «La debilidad de la querella […] era notable», escribe Maíllo, pero «el juez Fernando Andreu no quiso líos y optó por lo más cómodo: admitir a trámite y ya se vería».

En la calle, al calor del 15-M, había empezado la ocupación de oficinas al grito de «Bankia es nuestra».

Y aquella furia era un pálido reflejo de lo que se cocía dentro de la entidad. Los stakeholders estaban justificadamente indignados: los accionistas habían visto cómo se esfumaba el 70% de lo invertido apenas 11 meses atrás, los preferentistas tenían su dinero bloqueado, la plantilla iba a sufrir un severo ajuste…

PREGUNTA. Describe aquella primera junta con auténtica angustia. Dice que lo único bueno es que no duró tanto como la de Banesto en 1994, pero fueron seis horas y media, con más de un centenar de intervenciones. ¿Cómo la vivió?

RESPUESTA. Fue duro. Cuando estás en los servicios centrales y no en el cara a cara de la sucursal, conoces el lado amargo del negocio solo de referencia. Pero eso se acaba el día de la junta, cuando te enfrentas con los damnificados, aunque tú no seas el causante del destrozo.

P. En el subtítulo del libro habla de «una entidad herida de muerte». ¿Llegaron a pensar que no saldrían adelante?

R. No faltaban los ejemplos de bancos a los que se les había inyectado capital y, así y todo, habían debido venderse por no ser viables de forma autónoma. Por fortuna, no fue nuestro caso.

P. ¿A qué lo atribuye?

R. A la confianza de los clientes y a la experiencia de quienes llegaron a Bankia procedentes de otras entidades. José Sevilla, el número dos de Goirigolzarri, y Antonio Ortega, el consejero ejecutivo, habían participado en la compra y reflotamiento de varios bancos en América Latina. Sabían que el elemento crítico era granjearse la confianza de los depositantes, convencerlos para que aguantaran.

P. ¿Ha leído el libro de Rodrigo Rato [presidente de Caja Madrid / Bankia entre enero de 2010 y mayo de 2012]?

R. En diagonal, pero, entre eso y las entrevistas que ha concedido, tengo más o menos clara su visión.

«El saneamiento del sistema financiero se llevó a cabo tarde en España por exceso de confianza»

P. Su tesis es que las cajas tenían un problema de capital y que el entonces gobernador del Banco de España Miguel Ángel Fernández Ordóñez había planteado privatizarlas, pero ni el PP ni el PSOE habían querido.

R. Yo creo que era un diagnóstico compartido por todos y, desde luego, por Luis de Guindos, el ministro de Economía de Mariano Rajoy. Lo primero que hizo fue declarar al Financial Times que el sistema financiero español necesitaba 50.000 millones.

P. Si estaba claro lo que había que hacer, ¿cuál fue el problema?

R. El retraso con que acometió la recapitalización. En Europa y en Estados Unidos el saneamiento se llevó a cabo en 2008, en algún caso incluso con carácter preventivo. Acuérdese de cómo el secretario del Tesoro, Hank Paulson, reunió a los grandes banqueros y les dijo: «Mire, no sé lo que tiene usted en su balance, pero va a coger estos fondos y se acabó». Esa agilidad lanzó un mensaje de tranquilidad (después del grave error que había sido permitir la caída de Lehman Brothers). En España se dio, desafortunadamente, un exceso de confianza. Veníamos de unos años de crecimiento muy fuerte y contábamos con un nivel de provisiones elevado gracias a las famosas genéricas [que el Banco de España obligaba a realizar, adicionalmente a las exigidas por aquellas operaciones que hubieran entrado en incumplimiento]. Las provisiones genéricas proporcionaban un cierto colchón e inicialmente parecieron bastar, sobre todo después de que en 2009 se produjera una incipiente recuperación con los «brotes verdes» [de Elena Salgado]. Pero inmediatamente estalló la crisis de la deuda griega, las cajas se quedaron sin oxígeno y, cuando salieron a captarlo, se encontraron con unas condiciones mucho más estrechas.

«Con independencia de los posibles temas personales entre Rato y Guindos, lo cierto es que el primero propuso un plan de saneamiento que el segundo consideró insuficiente»

P. Antes se había probado con las fusiones…

R. Y están bien, pero de entrada consumen capital. Las sinergias y los ahorros llegan después, hay que pagarlos primero. Por eso se articularon con una aportación pública, la del FROB [Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria].

P. Pero no lograron tranquilizar al mercado.

R. No, y no porque las considerara insuficientes. Probablemente lo eran en aquel momento [2010], pero el deterioro de la economía prosiguió y en 2012 se vio que hacía falta más capital. Por eso Bankia decide salir a bolsa.

«En la década de 2000, cuando a los promotores les quitaban los pisos de las manos, muchas cajas dicen: ‘Hombre, si además del crédito, me uno a ellos en una ‘joint venture’, gano con los intereses y gano con la promoción…’»

P. La operación se saldó con un desastre.

R. Desde el punto de vista financiero, desde luego. Al cabo de un año se había perdido todo el capital captado. La parte si queremos positiva del proceso fue que, con el tiempo y a medida que la justicia fue tomando sus decisiones, los inversores minoristas recuperaron los 1.800 millones que habían aportado.

P. No así los institucionales…

R. Una reciente sentencia del Supremo ha desestimado sus recursos [porque considera que eran inversores profesionales y tenían acceso a información adicional a la del folleto].

«…Y fue efectivamente perfecto mientras la economía creció, pero cuando se torció, se encontraron con que no les devolvían los préstamos y eran encima accionistas de unas promotoras que no valían nada»

P. Rato dice que uno de los desencadenantes de la pésima trayectoria bursátil fue su cese. ¿Por qué nunca se fio de él Luis de Guindos?

R. En el libro trato de ajustarme a los datos que conozco y, con independencia de los posibles temas personales, lo cierto es que Rato propuso un plan de saneamiento de 7.000 millones que el Gobierno consideró insuficiente.

P. ¿Y quién llevaba razón?

R. Tanto [las consultoras] Oliver Wyman y Roland Berger, como el Banco Central Europeo o el Fondo Monetario Internacional coincidían en que se necesitaba una cuantía muy superior. Solo para cumplir los dos «decretos Guindos» hacían falta 9.000 millones. Y luego había que poner a valor de mercado las participadas, es decir, cubrir la diferencia entre el precio al que cotizaban en bolsa inversiones como Iberdrola o Mapfre y el precio al que estaban anotadas en libros, y sanear otras partidas del balance.

«Entiendo que el ciudadano se pregunte por qué se salva a los bancos y no a otras empresas, pero si el Estado hubiera tenido que hacer frente a la garantía de depósitos de Bankia, en lugar de 22.000 millones, habría pagado 60.000 millones»

P. Ha mencionado los dos «decretos Guindos» y la puesta de las participadas a valor de mercado. Esos son los motivos principales del enorme boquete que tenía Caja Madrid, y no es producto de errores de gestión, sino de decisiones políticas. ¿Qué fue más determinante en la crisis? ¿La codicia de los banqueros, la torpeza de las autoridades, la mala gestión?

R. La mala gestión. Los problemas de Bankia no tienen su origen en 2010 ni en 2011. Los créditos mal concedidos y las inversiones desacertadas arrancan en la década de 2000. En ese momento a los promotores les están quitando los pisos de las manos y muchas entidades (en particular Bancaja, una de las integradas en Bankia) dicen: «Hombre, si además del crédito, me uno a ellos en una joint venture [sociedad conjunta], gano con los intereses y gano con la promoción». Y fue efectivamente perfecto mientras la economía creció, pero cuando se torció, se encontraron con que no les devolvían los préstamos y eran encima accionistas de unas promotoras que no valían nada. Con las participaciones industriales sucedió lo mismo: mientras subía la bolsa y cobrabas dividendos, todo era magnífico. En 2007 el Ibex marcó casi 16.000 puntos, pero dos años después se había desplomado a los 6.000. Finalmente, en el crédito al consumo se generalizó un procedimiento en el que se externalizaba la concesión a prescriptores o centros comerciales, de modo que tú no sabías a quién le estabas dejando el dinero.

P. ¿Cuál era la ventaja?

R. Cobrabas más intereses y, nuevamente, mientras hubo empleo y las cuotas se pagaban puntualmente, era ideal, porque ingresabas más, pero cuando parte de esa gente se fue al paro, la morosidad se disparó… El grado en que se incurrió en todas estas prácticas fue el que determinó que unas entidades acabaran teniendo más dificultades que otras. Las reglas podían ser más o menos exigentes, pero eran las mismas para todos y a unos les fue de una manera y a otros de otra. Sin salir del mundo de las cajas y desde la perspectiva de los 13 años transcurridos, ahí están CaixaBank, Ibercaja, Unicaja, Kutxa… Todas atravesaron momentos complicados, pero mantienen su negocio.

«Rato decidió volver a usar las tarjetas black en Bankia porque decía que el banco le debía un dinero por su retribución variable, lo cual no termino de entender»

P. Lo primero que hace Goirigolzarri nada más asumir la presidencia es valorar las necesidades de recapitalización en 19.000 millones. Según Rato es una cifra desproporcionada.

R. Cuando las autoridades europeas llevaron a cabo su análisis, concluyeron que hacían falta no 19.000 millones, sino 24.700 millones. El Estado debía aportar 18.000 millones y los preferentistas y accionistas, otros 6.000 millones.

P. Lo de los preferentistas suscitó una polémica brutal.

R. El problema viene de la lectura que hacen en la Comisión Europea, donde dicen: hay que minimizar el dinero que pone el contribuyente. No carece de lógica, pero es un error, porque aunque las preferentes eran instrumentos para inversores cualificados, en España se habían colocado entre los clientes a través de la red comercial. Tras el correspondiente examen de conciencia, los bancos llegaron a acuerdos de devolución. Si Bruselas hubiera permitido dar la misma solución a las cajas que recibieron ayudas, nos habríamos ahorrado mucho sufrimiento.

«Los dos peritos que avalaron la existencia de irregularidades en la salida a bolsa de Bankia no se pusieron de acuerdo ni consigo mismos»

P. Bruselas quería minimizar el impacto del rescate y no es de extrañar, vista la aversión popular.

R. Entiendo que el ciudadano se pregunte por qué se salva a los bancos y no a otras empresas, pero pensemos que los clientes tienen protegidos los depósitos de hasta 100.000 euros. En el caso de Bankia, si el Estado hubiera tenido que hacer frente a esa garantía, en lugar de 22.000 millones, habría debido pagar 60.000 millones. Pero es que además estaban los depósitos que superaban ese umbral de 100.000 euros y cuyos titulares se habrían puesto a la cola de la liquidación del banco para recuperar otros 50.000 millones. Y si el banco se hubiera liquidado, a ver cuánto se recuperaba… Por no hablar del impacto en la estabilidad financiera. Si le decimos a cualquiera que nos esté leyendo que el dinero que tiene en su cuenta corriente no está seguro, se lo lleva a su casa, con lo que se frustra esa labor de canalización del ahorro hacia la inversión que lleva a cabo el sector.

P. Hablando de inestabilidad, Rato asegura que la fuga de depositantes y el desplome bursátil fueron consecuencia del modo en que lo cesaron. «Que saliera por la ventana el antiguo ministro de Economía», me contó aquí, «se interpretó como, bueno, aquí hay un agujero del demonio, yo me voy y el último que apague la luz».

R. Se puede vincular a su salida o se puede vincular al afloramiento de la ayuda que la entidad necesitaba. Yo creo que, al final y con independencia de que se prescindiera de Rato de este o de aquel modo, la caída de la acción y las retiradas eran inevitables. Primero, por la propia incertidumbre de la situación y, luego, porque muchos agentes solo pueden invertir en bancos que tengan una calificación crediticia determinada. Alguna empresa de la que Bankia era accionista se llevó de golpe 12 millones después de que una agencia nos rebajara el rating.

«Está claro que la cosa no era tan obvia como aseguraban [los dos peritos] y, en cualquier caso, tanto la Audiencia Nacional como el Tribunal Supremo resolvieron que no tenían razón»

P. UPyD también denunció la salida a bolsa de Banca Cívica, pero el juez solicitó los informes pertinentes al Banco de España y, cuando este le dijo que todo había sido conforme a la ley, archivó las diligencias. Bankia no corrió la misma fortuna.

R. A mí me parece legítimo que un partido enarbole la bandera de la transparencia, pero ¿por qué la centra en una entidad y no lucha contra lo que pasó en todas las demás? Sea como fuere, el proceso se sustanció con la absolución completa, aunque estuvimos 10 años sometidos a un escrutinio con un coste personal para mucha gente muy relevante.

P. El desarrollo del proceso estuvo salpicado de filtraciones.

R. Así es como funciona la justicia en España. De las resoluciones que se adoptaban en el tribunal se enteraban antes los periodistas que nuestros abogados.

P. Otra piedra en el camino del reflotamiento de Bankia fue el escándalo de las tarjetas opacas. Rato explica en su libro que su único error fue coger la suya «sin pensarlo» ni «pedir los detalles de su uso». Usted cuenta una historia diferente. Dice que Rato no se tomó nada bien el decreto que rebajaba las retribuciones de los directivos de las cajas y que eso «le llevó a tomar una serie de decisiones que […] acabaron con sus huesos en la cárcel».

R. Lo que yo sé, porque lo ha contado el propio Rato, es que él decide volver a usar las tarjetas black en Bankia porque dice que el banco le debe un dinero por su retribución variable, lo cual no termino de entender. Hay discrepancia en lo que él dice que nosotros hacemos con los datos de las tarjetas. Nos acusa de facilitar al Gobierno una información personal que nunca debió desvelarse y quiero aclarar que un protocolo nos obligaba a poner en conocimiento del FROB cualquier operación sospechosa. En consecuencia, cuando se detecta el tema de las tarjetas, se elabora un resumen en el que en ningún caso consta qué había comprado quién o en qué comercio. Es posteriormente, cuando el juzgado pide información adicional, cuando se facilitan esos datos individuales, pero se mandan al juzgado, no al Gobierno, y se mandan encriptados. Cómo terminan a las cinco horas en poder de la prensa ya no es responsabilidad nuestra.

P. Aunque el Supremo ha acabado absolviendo a Bankia, dos peritos a los que consultó el juez Andreu avalaron la existencia de irregularidades.

R. Lo más llamativo no es que la opinión de esos dos peritos difiera de la de todos los demás expertos, sino que ni siquiera entre ellos se ponen de acuerdo. Llegan a conclusiones diferentes, incluso opinan de manera distinta en distintas fases del juicio… Está claro que la cosa no era tan sencilla ni tan obvia y, en cualquier caso, tanto la Audiencia Nacional como el Tribunal Supremo resolvieron que no tenían razón.

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