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La otra cara del dinero

Por qué los debates apenas alteran la intención de voto (y a mí no me pillan para el de este lunes)

La mayoría no asistimos a estos enfrentamientos con un espíritu abierto, sino cargados de prejuicios, como ‘hooligans’

Por qué los debates apenas alteran la intención de voto (y a mí no me pillan para el de este lunes)

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, recibe al líder del PP, Alberto Núñez-Feijóo, antes de una reunión en La Moncloa. | TO

Hace 25 años, el neurocientífico Christof Koch se apostó con el filósofo David Chalmers una caja de vino a que para 2023 estaría desentrañado el misterio de la conciencia.

Como se relata en Nature, un par de avances justificaban su optimismo. De un lado, la resonancia magnética funcional, que mide las alteraciones del flujo sanguíneo que acompañan a la actividad cerebral, «arrasaba en los laboratorios». De otro, la optogenética permitía estimular grupos específicos de células y determinar su finalidad.

«Estas técnicas me fascinaron», recuerda Koch, «y pensé: ¿Dentro de 25 años? No hay problema».

El debate es esencial para el progreso…

La apuesta cayó en el olvido hasta que, hace un par de años, la Templeton World Charity Foundation solicitó a un grupo de investigadores que diseñaran experimentos que validaran o refutaran las dos hipótesis principales sobre la conciencia (cuyos nombres voy a hacerles el favor de omitir, porque tampoco iban a aportarles nada).

El resultado se hizo público el 23 de junio y, lamentablemente, el misterio persiste.

«Ambas teorías deben revisarse», dice Lucia Melloni, uno de los científicos involucrados en el proyecto. A los efectos de esta sección (que se ocupa fundamentalmente de economía, aunque en ocasiones no lo parezca) lo relevante no son, como comprenderán, los aspectos neurológicos, sino el montaje en sí, es decir, que los defensores de posiciones antagónicas se sometan a una evaluación independiente y acepten elegantemente su veredicto.

«Eso requiere mucho valor», afirma Melloni, pero resulta esencial para el progreso.

…pero en política no funciona

¿No deberíamos hacer lo mismo en política?

En principio, ese es el propósito de los cara a cara como el que este lunes acogerá Antena 3. Después de la estrafalaria propuesta de celebrar seis, Pedro Sánchez y Alberto Núñez-Feijóo han pactado dejarlo en uno que ha suscitado una gran expectación. La teoría es que el público atienda los argumentos de cada candidato y, con ayuda de su sentido común, se incline por el que más convincente haya estado.

La evidencia revela, sin embargo, que los debates tienen una influencia mínima en la intención de voto.

La mayoría no asistimos a estos enfrentamientos con un espíritu abierto, sino cargados de prejuicios, como auténticos hooligans. Queremos ver cómo nuestro campeón humilla al rival y, cuando sucede lo contrario, lo último que hacemos es cambiar de bando. ¿Conocen a algún vikingo que se haya vuelto culé (o viceversa) después de que el Madrid cayera ante el Barça (o viceversa)?

Todos ganan

Aparte de que, a diferencia del fútbol, aquí no hay VAR ni marcador y, por tanto, el resultado es otro debate en sí mismo.

Lo libran los medios de comunicación al día siguiente y, como escribe el politólogo Javier Sierra, su desenlace es «un reflejo agregado de las preferencias previas». Si no se dan «elementos de manifiesta torpeza o errores de uno de los participantes», no hay perdedores y todos son «ganadores para su respectivo público».

¿No sería la convivencia más sencilla si sometiéramos las diferentes propuestas de los partidos a un análisis objetivo y nos quedáramos con la más eficiente?

Solo se matan entre ellos

Lo primero que hay que señalar es que la honestidad intelectual es rara incluso entre los científicos.

Aunque los gentiles nos imaginamos el mundo académico como un florido pensil, el profesor Francisco Cabrillo me confesó una vez que «quien no ha conocido a un catedrático de universidad ignora los abismos de maldad de que es capaz el ser humano». Lo que pasa es que no nos enteramos porque, como dice Sandy Bates, el alter ego de Woody Allen en Stardust Memories, «los intelectuales son como la mafia y solo se matan entre ellos».

Y si la deportividad es rara en la ciencia, en política es testimonial.

La cantidad óptima de crímenes

La política no va de hipótesis, sino de preferencias.

Por ejemplo, ¿cuál es el nivel deseable de criminalidad? Menuda pregunta, me dirán. Cero, por supuesto. ¿Y por qué no lo tenemos? Porque poder, se puede. Singapur es tan seguro que los comercios ni se molestan en cerrar la puerta. Algunos ni siquiera tienen. En Raffles Place, una concurrida estación de metro, los empleados de Starbucks cruzan en la entrada una cinta como las que usan los aeropuertos para organizar las colas y se van a casa.

El problema es el coste de esta paz en términos de privacidad y represión.

Singapur está trufada de cámaras con reconocimiento facial y te aplican bastonazos en las nalgas desnudas por hacer un grafiti. A ver quién es el guapo que le toca un cubierto al Starbucks. ¿Queremos vivir en una sociedad así? «Hay una cantidad óptima de crímenes», decía con un punto de cinismo el Nobel Gary Becker, «no merece la pena suprimirlos del todo, sale demasiado caro».

La sociedad del espectáculo

Lo mismo ocurre con la igualdad.

No es inconcebible una república en la que todas las familias ingresen lo mismo, habiten en casas idénticas y vistan de uniforme, pero ¿es deseable? A los humanos también nos encanta la libertad y eso nos obliga a alcanzar un compromiso que siempre será insatisfactorio, porque hay quien prefiere más autonomía y menos equidad (o viceversa) y contra eso no valen las razones.

Por eso los debates apenas mueven a unos pocos indecisos, y a menudo por motivos que tienen que ver con el tono y el aspecto de los candidatos.

La mayoría ni siquiera nos fijamos en esos detalles. Lo que nos importa es corroborar nuestra cosmovisión. No vamos a buscar la posición que refrendan los argumentos, sino los argumentos que refuerzan nuestra posición.

¿Por qué continúan celebrándose, entonces?

Porque vivimos en la sociedad del espectáculo y los cara a cara se han convertido en un entretenimiento más. Y porque es cierto que algunos votos arañan y, con las fuerzas en liza tan equilibradas, esos pocos votos pueden dar o quitar escaños decisivos.

Pero a mí ya no me pillan.

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